Para salvar la economía hay que sacrificar el imperio

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 Michael Hudson*

La crisis financiera y económica actualmente en curso de profundización no podrá aliviarse sin afrontar varios problemas de los que la opinión pública estadounidense no quiere oír hablar. Su sola mención levanta un muro de disonancias cognitivas.Para principiantes: el problema actual de la deuda no es marginal, sino que ha llegado a ser estructural; y los problemas estructurales no pueden resolverse con paliativas meramente marginales. Lo que Alan Greenspan llamó »creación de riqueza» se reveló como una mera inflación de precios de los activos: una puja al alza, fundada en el crédito, de los precios inmobiliarios y de los mercados de valores.

La Economía de la Burbuja lastró con deudas a los hogares, a los bienes raíces y las empresas, mientras que los recortes fiscales de Bush a los segmentos fiscales más altos obligó a los presupuestos federales, estatales y locales a un endeudamiento de mucho mayor calado.

Esta política pudo mantenerse mientras los precios de las propiedades hinchados por la deuda crecían a una tasa más rápida que la tasa de interés que tenía que pagarse. Pero el pago de intereses y las cargas de amortización desviaban el gasto de los consumidores y de las empresas fuera del consumo y de la producción.

Eso es lo que significa »deflación por deuda». Los sectores financiero e inmobiliario recibían un dinero que antes se gastaba en bienes y servicios. El servicio de la deuda no puede gastarse en bienes de consumo (por parte de los propietarios de vivienda) o en inversión de capital (por parte de empresas con deuda apalancada). El efecto es la ralentización de las ventas y del ingreso empresarial, y por consecuencia, del alquiler comercial y del mercado de bienes raíces.

En 2006 se alcanzó un punto en el que el crecimiento del servicio de la deuda rebasó los ingresos operativos o la capacidad de los propietarios de vivienda para seguir adelante (sobre todo, cuando se dispararon las tasas de interés).

Como se dejó dicho, empero, la deuda más cargada de problemas es la deuda exterior, y el mayor deudor internacional subprime es el gobierno de los EEUU. Está ahora endeudado con gobiernos extranjeros –que tienen en sus reservas títulos por valor de 2,5 billones de dólares— y con inversores privados –unos cuantos billones—, mucho más allá de su capacidad para devolver la deuda, y eso por no hablar de su disposición política a pagar. Por eso los extranjeros no aceptan ya los dólares de los que se deshacen los consumidores norteamericanos, por eso los inversores norteamericanos compran empresas extranjeras y por eso el ejército de los EEUU extiende sus bases por doquier.

A medida que cae el dólar, suben los precios de las importaciones, con los combustibles y los minerales en cabeza. En algo hay que ceder. ¿Cómo pueden los hogares y las empresas pagar sus deudas, si los costes operativos de la calefacción, la electricidad y el transporte absorben cada vez más sus ingresos?

La única vía para detener la hemorragia es negociar la deuda como incobrable, empezando con los bonos del tesoro norteamericano que tienen los bancos centrales extranjeros. Mas, ¿qué pueden ofrecer a cambio los EEUU? Pedir a los gobiernos extranjeros un sacrificio económico de tal magnitud resulta de todo punto inviable, a menos que el gobierno de los EEUU esté dispuesto a negociar un gran acuerdo global.

Teniendo, como tiene, poco que ofrecer en reciprocidad, la vía más prometedora para convencer a los gobiernos extranjeros para que renuncien a ver satisfechas las obligaciones contraídas por la economía estadounidense es incluir en la negociación la única cosa que Norteamérica puede ofrecer: la dimensión militar.

Y yo sólo puedo ver una vía para ofrecer eso. Los EEUU tendrían que estar de acuerdo en desmantelar todas sus bases militares de ultramar (o al menos, las que se hallan fuera del hemisferio occidental). Eso significaría renunciar a su sueño de imponer su hegemonía mundial por la fuerza de las armas. Eso los liberaría también, a ellos y a los otros países, de la carrera armamentista pos Guerra Fría.

Contribuiría a revivir la producción y el consumo de la economía »real» al liberar recursos para gastar en consumo y en nueva inversión directa. De paso, liberaría a los EEUU del »Capitalismo del Pentágono», esto es, de los excesivos costes de contratos que, aparentemente, han conducido a la ingeniería industrial norteamericana a una situación de incapacidad para hallar métodos de producción minimizadores de costes, perdiendo por esa vía su habitual ventaja tecnológica competitiva.

Los países extranjeros han terminado por mirar a los EEUU desde la misma perspectiva con que la administración Bush miraba a otros países: cualquier potencial económico tiene, por definición, un carácter militar. De lo que se infiere que lo que podría llegar a ocurrir, ha de ser descontado desde el comienzo y, por lo mismo, desde el comienzo reprimido. Los EEUU se han convertido en la principal fuerza agresiva desestabilizadora del mundo. Sin abordar abiertamente los problemas que presenta este militar »elefante en cacharrería», cualquier alivio de las obligaciones que la economía de los EEUU tiene contraídas con los gobiernos extranjeros no haría sino permitir que Norteamérica mantuviera o aun incrementara su presencia militar global, construyendo todavía más bases en el extranjero y e imponiendo un drenaje de balanza de pagos todavía mayor al dólar. »Sostener el dólar» ha llegado a ser sinónimo de subsidiar la adicción del Ejecutivo norteamericano a la diplomacia militar hegemónica.

Desgraciadamente, no es ésta una verdad que la opinión pública norteamericana quiera escuchar.

*Ex economista de Wall Street especializado en balanza de pagos y bienes inmobiliarios. Fue asesor económico en jefe de Dennis Kucinich en la reciente campaña primaria presidencial demócrata y ha asesorado a los gobiernos de los EEUU, Canadá, México y Letonia, así como al Instituto de Naciones Unidas para la Formación y la Investigación. Investigador en la Universidad de Missouri, autor de Super Imperialism: The Economic Strategy of American Empire

 

 

 

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