Cuenta Gabriel García Márquez en Cien años de soledad, que a Aureliano Buendía le entró un ataque de desmemoria y que, en vez de entrar en pánico, pensó que podía compensar el olvido con papelitos que, colgados en las cosas, les recordaba los nombres con los que las conocían. En Macondo, los más viejos pensaron que eso podía ser un buen modo de encontrar las cosas valiosas que se les habían perdido al quedarse sin su palabra compartida.

No lo cuenta Gabo, pero seguro que los más viejos del lugar, hablando con los más jóvenes, se preguntaron si ese no sería el caso de cosas antaño importantes y que se habían desvaído, como el socialismo, perdido el siglo pasado en renuncias que, entonces, les debieron parecer astutas a los zapadores, pero que hoy, quizá convencidos del error de la ingenuidad de creer en la contrición de los privilegiados, les parecería un patinazo imperdonable: 

Coronel Aureliano Buendía | 100adsPedro Sánchez se olvidó hace unos días de que en política no hay que pedirle a la gente que te quiera poniéndoles contra la espada o la pared, sino que, cuando de verdad sienten que te la has jugado por ellos, y lo sienten porque te la has jugado contra los poderosos, son capaces de poner el cuerpo y echarse a la calle para apoyarte sin que hagas un gran teatro para que los demás vean que, en verdad, el pueblo te quiere.

Pedro Sánchez es de una generación que necesita escenificar que las «muchedumbres» les adora, con el riesgo de que confundan un revés con un no definitivo y sacrifiquen el fondo por las formas. Son la generación del «espejito, espejito», muy dependiente del «qué dirán», atentos a la puesta en escena, con lo que eso le da a los medios de comunicación de capacidad de tiro. De momento, ya le ha permitido ejecutar a Albert Rivera, Pablo Casado, Pablo Iglesias, Eduardo Madina y, probablemente, a otros cuantos que se sumarán a la lista. 

«Pero pocos días después descubrió que tenía dificultades para recordar casi todas las cosas del laboratorio. Entonces las marcó con el nombre respectivo, de modo que le bastaba con leer la inscripción para identificarlas. Cuando su padre le comunicó su alarma por haber olvidado hasta los hechos más impresionantes de su niñez, Aureliano le explicó su método, y José Arcadio Buendía lo puso en práctica en toda la casa y más tarde lo impuso a todo el pueblo. Con un hisopo entintado marcó cada cosa con su nombre: mesa, silla, reloj, puerta, pared, cama, cacerola. Fue al corral y marcó los animales y las plantas: vaca, chivo, puerco, gallina, yuca, malanga, guineo. Poco a poco, estudiando las infinitas posibilidades del olvido, se dio cuenta de que podía llegar un día en que se reconocieran las cosas por sus inscripciones, pero no se recordara su utilidad». 

Lo que pusieron en marcha Aureliano Buendía y su padre, José Arcadio, era para bien del colectivo. No se trataba de una salida individual, donde se ponían un cartel a sí mismos que decía: «soy yo, y tú, el pueblo, me quieres: que no se nos olvide», sino que entendían que la pérdida de memoria podía afectar a la supervivencia de toda la comunidad. Eran tiempos donde el colectivo era más importante que los individuos, y podías incluso terminar en el hielo o frente a un pelotón de fusilamiento, que no había problema, porque tu propia vida era una prolongación de la vida del pueblo y no había salida personal que no pasara por la salida colectiva. Así recoge la prensa de papel la victoria de Pedro Sánchez

Eran otros tiempos, no todo era una mercancía, a lo público se le tenía respeto, se cuidaban los parques, los transportes y la radio pública, los tiempos eran más lentos, la gente compraba periódicos y no había tantos que pensaban que podían sacar ventaja de la gente buena, creyendo que esa bondad lo que definía no era precisamente la condición de buena gente sino ser gilipollas. 

«Entonces fue más explícito. El letrero que colgó en la cerviz de la vaca era una muestra ejemplar de la forma en que los habitantes de Macondo estaban dispuestos a luchar contra el olvido: Esta es la vaca, hay que ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche y a la leche hay que hervirla para mezclarla con el café y hacer café con leche. Así continuaron viviendo en una realidad escurridiza, momentáneamente capturada por las palabras, pero que había de fugarse sin remedio cuando olvidaran los valores de la letra escrita».  

Con la experiencia de Macondo, la gente más viva de otros lugares empezó a regalar a sus habitantes una memoria nueva para reinventarse su pasado, y cuando la gente empezó a enseñorearse con quienes falsamente eran o habían sido, todo se convirtió en un caos, pues sin memoria de las cosas reales no hay orden en el presente. Por eso, el socialismo pensó que podía olvidarse de quien fue en el siglo XIX, maquilló quien había sido en el siglo XX y se sintió libre para ser lo que sus desmemoriados jefes quisieran ser en el siglo XXI.  Pero es casi imposible ganar en mentiras a la derecha. El socialismo es incompatible con el cinismo. Por eso, una parte de la izquierda lleva tiempo intentando construir una máquina de la memoria, no para viajar al pasado, sino para viajar el futuro. 

¿Y si fuera una buena idea escuchar en donde no acostumbramos? Porque el siglo XXI, tan rehén de los likes y de las redes, parece incapaz de querer atender a los que tienen aspecto de perdedores o a los que dicen que la felicidad va a tener que venir cargada de maneras distintas de vivir.  Van a hacer falta todas las herramientas, incluidas las que no han funcionado. Como dice Boaventura de Sousa Santos, vamos a tener que trabajar con «ruinas-semilla», mientras esperamos que florezca nuevas flores.

«Visitación no lo conoció al abrirle la puerta, y pensó que llevaba el propósito de vender algo, ignorante de que nada podía venderse en un pueblo que se hundía sin remedio en el tremedal del olvido. Era un hombre decrépito. Aunque su voz estaba también cuarteada por la incertidumbre y sus manos parecían dudar de la existencia de las cosas, era evidente que venían del mundo donde todavía los hombres podían dormir y recordar. José Arcadio Buendía lo encontró sentado en la sala, abanicándose con un remendado sombrero negro, mientras leía con atención compasiva los letreros pegados en las paredes. macondo SIMON CASTELLANOS - Artelista.com

Lo saludó con amplias muestras de afecto, temiendo haberla conocido en otro tiempo y ahora no recordarlo. Pero el visitante advirtió su falsedad. Se sintió olvidado, no con el olvido remediable del corazón, sino con otro olvido más cruel e irrevocable que él conocía muy bien, porque era el olvido de la muerte. Entonces comprendió́. Abrió la maleta atiborrada de objetos indescifrables, y de entre ellos sacó un maletín con muchos frascos. Le dio a beber a José Arcadio Buendía una sustancia de color apacible, y la luz se hizo en su memoria. Los ojos se le humedecieron de llanto, antes de verse a sí mismo en una sala absurda donde los objetos estaban marcados, y antes de avergonzarse de las solemnes tonterías escritas en las paredes, y aun antes de reconocer al recién llegado en un deslumbrante resplandor de alegría. Era Melquíades». 

El presidente Sánchez nos convocó a la desmemoria y al desastre durante cinco días. Pasado ese plazo fatídico de los venenos y los ultimátum, dijo que se quedaba, pero no le puso nombre a las cosas ni ha traído una máquina ni un brebaje para remedar el olvido. Seguro que no sabe quién es Melquíades, porque esa generación ve series y no lee tantos libros. No es que los libros sean una solución, pero hablan con las generaciones anteriores y andan esperando a las siguientes, comunicándose con unos y con otros en los estantes de las bibliotecas. Y eso ayuda.  

Pedro Sánchez, Macondo, el socialismo y el olvido – Comiendo Tierra | PúblicoQuizá, sabiéndonos desmemoriados y a la espera de la apacible sustancia, debiéramos salir a la calle y, en nombre del miedo a volver al pasado y llenar nuestras ciudades de carteles:  colgar en la estatua donde dijimos «dormíamos y despertamos», un cartel que rece «Puerta del Sol: plaza donde la gente vino a protestar porque se les hacía la vida muy difícil», en Sevilla: «Plaza de las Setas, lugar donde se convocaban los sevillanos de bien para que Andalucía no siguiera siendo un lugar olvidado», en Barcelona: «Plaza de España: plaça donde los catalanes empezaron a gritar que no querían ser rehenes de tramposos que hablaran catalán o castellano».

«Metro: transporte de todos que entre todos debemos cuidar», «hospital público: lugar donde vienen los que son abandonados por la fuerza y donde les prestamos entre todos un poco de ese ánimo hasta que recuperen el suyo», «Universidad pública, ágora de gente que quiere aprender lo que descubrieron las generaciones anteriores, para así tener herramientas para que las generaciones futuras sigan aprendiendo», «socialismo, doctrina que se basa en el amor y que quiere dejar el mundo un poco mejor de como lo encontró», «feminismo, sensibilidad e inteligencia que ayuda a que entendamos que entre los hombres y la mujeres hay una desigualdad que no ha estado habitada por las buenas intenciones», «guerra, botón que rompe todo y nos devuelve a la barbarie cuando aún no éramos seres humanos y no necesitábamos explicarnos lo que nuestra conciencia nos preguntaba», y así volviendo a nombrar todas las cosas para que no se nos olviden… 

Pedro Sánchez quizá nos ha hecho trampas y ese cinismo, en la izquierda, nos condena al olvido y nos deja La Opinión de Alberto Grimaldi | Puro cinismorehenes de los que quieren aprovechar nuestra debilidad para volver a robarnos todo. Melquíades somos todas y todos y el brebaje contra el olvido social se llama compromiso.  La conciencia no deja de ser esa sustancia que permite que los pueblos recuperen la memoria. Mientras tanto, no es mala tarea seguir, humildemente, poniendo carteles con el nombre verdadero de las cosas. Hasta que recuperemos el diccionario que nos robaron los mentirosos queriendo amordazar los nombres que son nuestros.

«En la entrada del camino de la ciénaga se había puesto un anuncio que decía Macondo y otro más grande en la calle que decía Dios existe. En todas las casas se habían escrito claves para memorizar los objetos y los sentimientos. Pero el sistema exigía tanta vigilancia y tanta fortaleza moral, que muchos sucumbieron al hechizo de una realidad imaginaria, inventada por ellos mismos, que les resultaba menos práctica pero más reconfortante».