PENSEMOS EN SEXO. Y TAMBIÉN EN POLÍTICA
Pensemos más bien en cómo la re-configuración de lo político implica el cuestionamiento de las formas y los contenidos de lo sexual, pero no porque esto último constituya el inconsciente de lo anterior –ni viceversa–, sino porque un proyecto de liberación de la vida cotidiana requiere de una perspectiva unitaria.
Una sexualidad total es una reconfiguración de lo sexual en un horizonte sin enfoques, en un descentramiento radical, en una experiencia de apertura infinita de la praxis sexual y del ánimo sensual. Es saliva, sudor y ternura; es juego, pathos y gruñido; es plenitud, decepción y ruptura. Es una completa levedad de los contenidos sexuales posibles hasta ahora, y una absoluta consistencia del sexo como forma posibilitante de cualquier sentido, dirección, textura, sonoridad que se quiera inventar desde allí.
Una sexualidad total es un discurso en voz baja que articule la explosión que queremos vivir como sujetos modernos tardíos: disolución del yo, acontecimiento final, ya no pequeña sino gran muerte. Una textura latente, una obra de baja frecuencia, una húmeda y cálida experiencia.
La definición sexual como fetiche –homo, hetero, bi, alternativas de una misma urna de democracia sexual–, el socratismo separativo traducible en distancia irreconciliable entre sexo y amor (queremos un cuerpo divino, ¡ahora!), la centralización del hecho de la penetración –¿no te has enterado que las lesbianas siguen siendo vírgenes mientras continúen lesbianas?–, el posicionamiento del juego amatorio como periferia («tócame un rato, puedes lamerme también, pero mételo lo antes posible»).
La regularidad mecánica de la praxis sexual (el Kamasutra o Rama del televangelismo pseudo-erótico puede irse al carajo), la normalidad hipersexualizada del ánimo sensual, la confección de un contexto íntimo alienado y naturalizado en esa alienación.
Criminalización de la diversidad (conozco a un tío que folla con su amigo de 14 años: nunca he vuelto a ver en otro adolescente esa sonrisa de luz que el chicuelo trae cuando vuelve a casa contándole a sus padres la mentira de rigor para guardar el secreto), superada falsamente como recuperación capitalista de la diferencia: «ay, pero si yo también tengo un amigo gay».
Sexo como factum, y no como gestus. ¿Tengo que seguir enumerando el asco? ¿Dijiste que el sexo era imposible de colonizar, que iba a ser el último reducto de libertad? Esa mentira New Age funciona con la clase alta, nosotros somos más desconfiados y pesimistas. Pero sabemos gozar mejor.
He aquí el desafío: si ese lugar-momento de pureza contrapuritana ha sido inundado por la heroica putrefacción de la racionalidad instrumental, habremos de embellecernos para nuestro propio rito satánico de implosión sexual, llenarnos de gesticulación y color, para asistir en el parto de una sexualidad descentrada y desplegada libremente.
El sexo el mismo, la sexualidad distinta
Quiero aparearme contigo en un sueño, ¿no quisieras lo mismo?
La economía del deseo –y tomada de la mano, o del pie, o del pezón: la economía del regalo– se nos ofrece fácilmente como una salida para nuestro sexo adolorido, pero ella misma no está libre de la recuperación que Ted Turner o Agustín Edwards puedan hacer en alguno de sus medios. Puede que ya no sea necesario poner a una voluminosa rubia o a un semental salvaje para mojarte las pantaletas.
«Sé libre», dirán, «cómete tantas pollas como puedas». Prepárate para las campañas del Ministerio de Amor Libre –sólo en los mejores cines–. En unos años querrán venderte poesía porno en pastillas, exacerbación afrancesada del cuerpo, poluciones nocturnas para toda la vida… ¡y sin vergüenza ante sus amigos!
Descentrar el cuerpo no será una mera necesidad de la sensibilidad femenino-masculina. Es una tarea política de vanguardia –o retaguardia, si trajiste la vaselina–: el reconocimiento de todos esos pliegues politizables en nuestro cuerpo, la celebración de cada erección, convertir los abrazos en orgasmos, la destrucción del capitalismo de tus pechos y el colonialismo de mi falo.
Tesis, antítesis, síntesis. Machismo, mujerismo, anarquismo: primero ambos decimos que yo te penetro. Luego diremos que tú me absorbes. Finalmente seremos víctimas y agentes de un mismo acto desparramado de succión e inyección, de deglución e invasión. Trágame por la entrepierna que yo entro triunfal en tí.
Ciertos hindúes dicen que la mujer es activa y el hombre es pasivo –yo digo que somos más andróginos de lo que creemos–. O mejor: nunca más sexo en participio, sino pura participación multilateral. Nunca más «ser penetrado», sino penetrar todo el tiempo. Nunca más «ser tocado», sino tocar con cada lugar del cuerpo, con cada fragmento de epidermis, con cada soplido tras la oreja.
No será una obrita de arte privada: follaremos en cajeros automáticos, me dejarás lamerte la espalda en la fila del aeropuerto, ocultaremos los fusiles y el mortero bajo la ropa para que cuando te decidas a bajarme los pantalones en el museo todo vuele en pedazos y no sólo tú guardes en ese mausoleo púbico mi sangre blanca del amor –sino toda la ciudad, todo el país, todo el planeta–.
Omnia novum subsole
La totalidad no-totalitaria de la sexualidad comenzará con estas palabras: omnia novum subsole, todo es nuevo bajo el sol, la disposición irracional de mi enamoramiento explosivo es una sola con tu agresiva gesticulación sexual: no hay amor sin sexo, no hay sexo sin amor.
Eso que creíste que era sólo sexo, era pura mecánica. Eso que creíste que era sólo amor, era pura superstición. El espíritu es el que abraza, el cuerpo es el que ama. Tu novio a distancia es una mentira, el amor quiere humedecerte con su lengua, oír tus quejidos en vivo y en directo. Esa historia de las flores-con-tarjeta y el chocolate-bien-envuelto se ha acabado: queremos follarnos en grupo hasta procrear bosques enteros de cacao y hechizarnos en secreto con nuestros dedos suaves, nuestros ojos hacia dentro, nuestro sentido de orientación subvertido catastróficamente.
La «petite mort» será una gran muerte algún día, y nunca volveremos a ser, nunca el ego volverá a constituirse, sólo habrá alucinación, carpe diem, destitución de la jerarquía subjetiva, disolución definitiva del Yo; seremos adherentes de un único partido, el Aquelarre Crónico de Sexualidad Inmediatista, una sociedad secreta de ayahuasca sexual; y todos los pequeñuelos besarán el mismo cielo, y todas las meninas querrán masturbarse con nosotros, y el mismo Presidente de la República se dejará secuestrar por nosotros, sin interés alguno en pagar su regreso al empobrecimiento generalizado de la vida monogámica.
Agrupados en permanente éxtasis nunca podrán atraparnos.
Más allá
Descentrar el sexo es combatir contra el antiguo patrón patriarcal y contra la nueva moral-de-víctima del progresismo anti-sexista. No es únicamente escapar del enmarañado sexo macho, duro y frío, sino también evitar que el correctismo político invada nuestros nidos de sexo-amor: no hagas que tenga vergüenza de mi sexo en llamas, de mi erección devota de la geometría euclidiana.
Contra el falo-centrismo eyacularé falo-fragmentariamente, dispuesto a aceptar incluso con brutalidad salvaje este hervor subcutáneo que me invita a toquetearme y toquetearte. Los heterosexuales blancos defendiendo a las minorías sexuales me producen asco –y el orgullo gay es puro espectáculo invertido–.
Ir más allá del género no es disfrazarte con el vestido de tu madre o el traje de tu hermano: ir más allá del género es confundirte todo el tiempo con la infinita singularidad de amores y sexos que dan vueltas por el planeta, acabar de una vez por todas con la normalidad del género –normosis, la enfermedad del milenio–.
Y no sólo porque es una construcción histórica que funciona excelentemente como excusa para dominarnos — más bien y principalmente porque nos limita a follar para reproducirnos, acariciarnos para follar y juguetear entre sexos opuestos, cuando lo único que queremos es la moral de los sabrosos Bonobo del Gran África: amistad sexual, frote genital a modo de celebración caótica, multisexualismo desparramado y una interminable historia de ocio y juego y pérdida de tiempo.
Todo es nuevo bajo el sol: el sexo es una mirada caliente.
Todo puede ser un elemento sexual, siempre y cuando te decidas a babear y mojarte por ello. Estar cachondo es un estado espiritual, no hay zazen sin lengua dura, hacer el amor es exactamente lo mismo que tener sexo, es una sola sabiduría milenaria que está disponible para ti –y si no tienes éxito accediendo al inconsciente colectivo, bien puedes inventar tu propia pornosofía–.
Descentrar, desarmar la estructura
Si lo sexual es consecuencia de lo político –si es que el mundo tiende estadísticamente a la monogamia heterosexual como consecuencia de una súper estructura patriarcal– entonces ataquemos de vuelta: descentrar el sexo será desarmar la estructura. Puede que duela los primeros días, pero te aseguro que tendrás tu recompensa – y si no estás satisfecha, ¡te devolvemos tu virginidad!–.
Para tener más posibilidades de ganar la pelea, digamos que también lo político es consecuencia de lo sexual: si nuestras típicas concepciones respecto del sexo nos tienen acostumbrados a una vida autoritaria, opresiva y homogeneizante, infectemos al sexo con nuestro pathos libertario, con nuestra calentura anarquista, con nuestra perversidad polimórfica que aparece en cada asamblea, cada protesta, cada lectura clandestina, cada performance de terrorismo poético.
Convirtamos nuestra “vida sexual” en acción directa. Traigamos el cóctel molotov al camarote, Emma, que si no se puede follar al ritmo de sus consignas, no es mi revolución.
Estamos hablando de una alquimia subversiva que despliegue sobre el mundo toda esa energía concentrada en los genitales tan sobrevalorados, tan sobreexplotados. En un mundo que no ha olvidado la “magia simpática”, las analogías totémicas, esa lógica del “como es aquí, es allá”, el centramiento de la sexualidad en la genitalidad penetrante da cuenta de un imaginario político de la jerarquía y la valoración de la rigurosidad erosionante del Capitalismo Demasiado Tardío.
Por otra parte, hacer uso de las definiciones actuales conlleva peligros. He allí el interés por relacionar en profundidad política y sexualidad: aspectos de lo sexual devienen políticos y por relacionar en profundidad política y sexualidad: aspectos de lo sexual devienen políticos y aspectos de lo político devienen sexuales.
** En el portal www.salvajismo.tk
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