PERÚ ELECCIONES I. ENTRE LA ESPERANZA Y LA CEGUERA
El hecho político central del Perú en estos días es la ya evidente e incontestable mayoría del candidato nacionalista Ollanta Humala en las intenciones de voto del electorado para las próximas elecciones del 9 de abril. Tras su candidatura, está el éxito en instalar como polaridad de opción el cambio, frente al continuismo sistémico; la honda y extendida necesidad de refundación –institucional, política, económica, etc.–, frente a la testaruda ceguera política de los sectores tradicionalmente privilegiados y beneficiados del Perú.
Ante este éxito objetivo las demás candidaturas han entrado en claro pánico y, con matices y aún contradicciones entre ellas, tienden a converger en la desembozada práctica de instalar una polaridad de opción que predomine y suplante a aquella otra; la del autoritarismo o dictadura, que encarnaría Humala, frente a la democracia que ellos representarían.
Se trata de lo que ha sido llamado, antes el “carga montón” o “guerra sucia” y hoy “el nuevo partido peruano: todos contra Humala”. Ya se habla incluso de inminentes o eventuales alianzas, renuncias de unas candidaturas para aunar fuerzas a alguna otra, etc. El correlato económico de ello fue la momentánea, pero alarmista caída –en cualquier caso leve– de la bolsa de valores, pretendidamente causada por la subida del candidato nacionalista en las encuestas; el mediático muestra la desembozada parcialidad de casi todos los medios de comunicación masivos en su contra.
Los «benditos» medios y la realidad
Pero, ¿qué hay detrás y de fondo en este escenario?, ¿Qué procesos sociales se revelan y expresan en estas acciones y actitudes?, ¿Y cuál es la encrucijada que presentan al país?
En primer lugar, el claro descrédito de la clase política y, algo evidente, pero tercamente no reconocido o silenciado, el de los medios de comunicación masivos. Las propias encuestas –o mejor, las encuestadoras– desde el principio incluyeron a regañadientes a Humala y sólo por la presión del propio público encuestado, luego dilataron largamente su liderazgo en las intenciones de voto, a pesar de que ya era un secreto a voces en las calles.
Al mismo tiempo, los medios –en coincidencia o coordinación con la clase política y hasta organismos de derechos humanos– concentraron sus esfuerzos en criticar, atacar y hasta calumniar su vida, su pasado, su propuesta; lo ue significó, paradójicamente, más cobertura y publicidad gratuita que a ningún otro, al tiempo que, indiscutiblemente, como muestran los hechos, sus supuestas denuncias contaron con escasa o ninguna credibilidad entre las mayorías.
Hoy día, testarudamente, esta misma prensa ahonda y profundiza, ajena a la realidad, su descrédito persistiendo en la ya fracasada labor de desprestigio de Humala y mostrando una parcialidad en su contra que no puede sino despertar sospecha o desprecio.
Periodistas de programas como La ventana indiscreta o Panorama, entre muchos otros, aparecen patéticamente y en franca desesperación atacando a Humala, sea reiterando denuncias que hace tiempo se desplomaron por su propio peso o recurriendo a argumentos tales como declaraciones condenables de sus familiares –que el candidato hace rato aclaró no comparte– una supuesta dependencia de Hugo Chávez, o planes de golpe de Estado, todos tan ridículos como infructuosos.
Lo más preocupante para el futuro del país, sin embargo, y más allá de la consideración que se pueda tener de la candidatura y el proyecto nacionalista de Humala, es la profunda ceguera mostrada por el Perú oficial a los hondos y extendidos anhelos de refundación expresados por las mayorías a través de su candidatura. Ya antes de ser electo siquiera, los medios y la clase política centran sus argumentos en contra de Humala en el hecho de que no le darán la mayoría para realizar las transformaciones ofrecidas (Asamblea Constituyente, etc.). Es decir, anuncian a los ojos de todos que su único interés es negar el cambio real, cuya propuesta es la fuerza de las mayorías, mostrándose como enemigos del gran anhelo nacional.
Ciegamente, no entienden que tras el voto a Humala no está, como creen y repiten, sólo el resentimiento y el castigo al sistema, está también –y esto es lo decisivo– la esperanza de la refundación, de la redistribución del privilegio y el lujo escandaloso de algunos frente a la miseria y la indignidad de la gran mayoría.
Muchos/as tienen dudas respecto a Humala. Saben que existe la posibilidad de que su eventual gobierno resulte finalmente negativo, decepcionante, pero ven al menos la posibilidad, la apuesta de que traiga el cambio esperado y esa sola esperanza vale la pena el riesgo de votar por él, ante las demás alternativas que perciben absolutamente falsas y perjudiciales.
Ciertamente, como repiten hasta el cansancio –pero sin entender su hondo significado– Humala es percibido como el “mal menor”, frente a ellos mismos ya desprestigiados como el mal mayor.
Conjuntamente, está el profundo desprecio que estos sectores muestran por la democracia. Al mismo tiempo que pretenden usarla como bandera contra el supuesto “autoritarismo” de Humala, desembozadamente muestran su decisión de no reconocer su inminente triunfo electoral, se declaran enemigos a muerte de su eventual gobierno, al que de antemano irrespetan y atacan, dejando claro que la democracia sólo es tal para ellos mientras se elija al que ellos consideren aceptable.
Al contrario de lo que el Perú oficial piensa y reitera con desesperación, no es Humala el problema, o mejor, el problema es lo que se expresa a través de Humala. O dicho de otra forma: ¿Qué efectos no puede dejar de tener esto sobre las grandes mayorías? Simple, el reforzamiento de que la “democracia” es entonces lo aceptable para los sectores dominantes y privilegiados, nada más, que sí, que el cambio refundacional anhelado, al ver porfiadamente cerradas las puertas, sólo puede lograrse autoritariamente.
Es eso lo que los sectores dominantes y privilegiados del “Perú oficial” no ven o no quieren ver, sin sacar lecciones de las realidades que lo asustan, y se entercan en escucharse a si mismo, absolutamente divorciados de las grandes mayorías, ciegos a sus hondos anhelos, tercos en su autosuficiencia, prisioneros de su propia propaganda y discurso.
Es posible que de esta prueba todavía el país, su clase política o al menos sectores suficientes de ella, logren salir airosos, que independiente de quien sea el próximo gobierno –siempre que no sea la derecha de Lourdes Flores, ajena y contraria a esta demanda–, pueda avanzarse a la refundación y redistribución que el país pide a gritos, a través de Humala.
O, por el contrario, tal vez Humala no sea lo que tanto temen y termine asimilado a la “democracia” oficial y excluyente, tal vez logren impidir su eventual gobierno (al menos, en estas elecciones), pero estos profundos procesos de deterioro de la credibilidad, de desprestigio del sistema, de bloqueo a los claros anhelos refundacionales, no podrán dejar de tener consecuencias insospechadas y serán los primeros en lamentarse cuando ello ocurra, los que sembraron porfiada y ciegamente esa situación.
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* Columnista de Por la Libre en Perú (www.porlalibre.org).