POR UN PUÑADO DE… ¿AGUA?
Tampoco está en juego una región plena de inmensas riquezas naturales como ocurriera en la Guerra del Pacífico con los grandes territorios de lo que hoy es el norte de Chile. Es por eso que cuesta llegar al meollo de las intenciones de quienes de la noche a la mañana, a propósito de escopeta, agudizan un sentimiento guerrerista que siempre ha estado ahí, soterrado a veces, disfrazado otras, pero que late con fuerza en las emociones del pueblo peruano.
Para nosotros los chilenos, que fuimos actores junto con peruanos y bolivianos de una guerra ocurrida hace 130 años, cuesta todavía más entender el resurgimiento de ese fantasma por una razón simple: fuimos los vencedores.
En esa guerra para Chile todo fue ganancia: no sólo nos anexamos una cantidad de territorio bastante más grande que los doscientos metros de tierra que Perú se quiere adjudicar por decreto de su parlamento sino que, además, esos miles de kilómetros de las provincias de Tarapacá y Antofagasta contenían una riqueza mineral que hasta hoy es parte de la base de nuestra economía. A ello hay que agregar el salitre que entonces era oro puro, independiente que la oligarquía criolla lo hubiera despilfarrado más tarde entregándoselo a los ingleses tras derrocar a Balmaceda.
El análisis en sí de las guerras, aquello de quién tenía la razón y el derecho en la lucha, nunca es objetivo. Depende si lo hace el vencedor o el vencido. Menos todavía se es imparcial para clarificar las causas, cuáles fueron los intereses en juego y quiénes la incitaron tras bambalinas. En la Guerra del Pacífico, sin embargo, el hecho objetivo que los intereses económicos incitaron una guerra por la riqueza de los territorios en juego, es algo innegable. Ello no obsta para glorificar la valentía y el sacrificio de los actores en el campo de batalla de las naciones beligerantes.
Chile, Perú y Bolivia se cubrieron de héroes que dieron la vida, no por el salitre y Mr. John Thomas North, ni por el cobre y la Andes Copper Minning, sino glorificando a sus respectivas patrias simbolizadas en un emblema. Los héroes que lucharon bajo las banderas de los tres países merecen todo nuestro respeto, como dijera Salvador Allende un 21 de mayo al referirse a Miguel Grau, el Caballero del Mar. Eso jamás estará en discusión.
Hoy, sin embargo, no es tan claro definir quienes se mueven en la trastienda de este acto absurdo y aparentemente sin sentido del parlamento peruano. Es cierto que el pedazo de tierra firme pretendido por Perú, aunque pequeño, proyectado hacia el mar abarca unos buenos miles de kilómetros cuadrados. Pero aún así, siendo agua, no incide en nada en las riquezas marinas de dos países que poseen costas enormes de las cuales no se explota sino una ínfima parte –y muy mal, poniendo en peligro la vida en esas aguas–. Entonces, ¿cuál es la razón de llevar las cosas al extremo de una peligrosa provocación?
Vamos a hilar muy fino, desplazando el centro del problema más allá del ámbito peruano y chileno. Dentro de muy poco se realizará en Bolivia una elección presidencial de enorme trascendencia latinoamericana y, por qué no decirlo, mundial: se va a elegir a un hombre que provoca estremecimientos convulsivos en Wáshington ante la posibilidad del surgimiento de un eje de gran peligrosidad para la hegemonía fascista de Bush, el eje La Habana-Caracas-La Paz.
Evo Morales, el líder boliviano estigmatizado como un engendro de la coca y un baluarte de los narcotraficantes por la prensa manejada desde el norte, va a ganar porque su pueblo, uno de los más pobres y explotados del continente, lo ve como el único hombre capaz de hacer de Bolivia un país para los bolivianos, expulsando a los grandes consorcios extranjeros que se amparan en la corrupción de los gobiernos locales para robar las riquezas naturales del país: la minería y el gas natural, que adquiere hoy un valor cada vez más estratégico ante la crisis del petróleo.
Espejos y abalorios
Para EEUU será una espina aún más peligrosa que Chávez en Venezuela, pues surge como un ejemplo directo para las masas empobrecidas de Latinoamérica. La Casa Blanca no puede sacarlo al viejo estilo de la política del garrote en América Latina, o al moderno estilo de usar la democracia como escudo para intervenir a sangre y fuego como en Iraq. Es decir, pueden, pero a un precio enorme en un mundo donde, desaparecido el coloso soviético, Europa se yergue cada vez más crítica ante las tropelías de su antiguo socios.
Entonces, un conflicto grave entre Chile y Perú, tendría que arrastrar inevitablemente también a Bolivia, cuyos viejos rencores permanecen tan a flor de piel como en sus vecinos del Rimac.
Enganchar a Bolivia en una aventura nacionalista, no a largo plazo sino ahora, antes del desastre que significaría para EEUU la elección de Morales, significaría distraer a ese pueblo de sus objetivos trascendentes, entregando, de paso, un poder inusitado y muy conveniente a los militares bolivianos que pasarían a ser los grandes actores de esa aventura, un poco como las cuentas que sacó la dictadura militar argentina al provocar la guerra de las Malvinas, independiente del fiasco que resultó de aquello.
Es hilar fino, ¿verdad? Pero la historia nos ha mostrado muchas veces estas rocambolescas artimañas en las que la CIA es un prestidigitador avezado.
Como dice la canción folclórica: “por un puñado de tierra, no quiero guerra”. Menos por un puñado de agua. Pero un puñado de estaño y gas natural, bien vale una misa, como estaría pensando el señor Bush en su vuelo de regreso a Wáshington.
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* Científico y escritor chileno.