Pregunta obscena: ¿Qué mierdas hacen con chicas y chicos?

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Hablamos de Chile. La obscenidad no es por la palabra mierdas: la santa TV la hace oír con demasiada frecuencia. Lo obsceno atiende más bien a lo que viene. Será –ya es– duro lo que viene.

Por ahora el gope (policía) "desaloja" liceos y facultades. Mucho gas lacrimógeno, agua inmunda "antimotines", evidencias acaso amañadas, algún palo. Niñas y niños en la franja de 14 a 18 años –y menores– llevados como ganado a una jaula policial. Y la humillación del democrático examen médico "para constatar si hay lesiones".

No es culpa policial, es un indicio de que las instituciones políticas agonizan. Quienes las manejan, saprófitos, no quieren ciudadanos, necesitan consumidores.

Es la maldición maleva que cantó Goyeneche: "la vida es una herida absurda".

Lagos Nilsson
 

Habrá que elegir, en este naufragio, entre la revolución domesticada y la rebelión acuchillada; el barco se hunde, a los oficiales –¿habrán servido en la Esmeralda?– les parece bueno liquidar a quienes puderan manejar los remos del último salvavidas –a menos que demuestren buena conducta con una tarjeta de crédito.

La persecución que toca a la puerta es aquella –preparada por años– que tiene en la mira, como siempre, a los profesores. Son demasiadas las maestras y demasiados los maestros que "no saben", se dice. No están a la altura.

La ministro de Educación chilena lo dejo claro, entre la medianoche del lunes 26 y la madrugada del martes 27 de mayo de 2008 (¡en dos canales de televisión!): hay que lograr incentivos para esos profesores y profesoras deficientes se vayan del sistema.

¿Incentivos? ¿Para que se vayan? ¿Por qué?

El Estado de Chile eliminó las escuelas normalistas en procura de otra metodología "andragógica" que no pudo ser; el Estado de Chile permitió la fundación de decenas de "universidades" que no controla y si las controla las deja hacer; casas de "estudio" que suelen carecer de bibliotecas, campos deportivos, papel higiénico en los baños. Algunas, es menester reconocerlo, tienen profesores que saben leer y escribir…

De esas casas de estudio hace dos décadas y más que se gradúan profesores. Un título que el Estado avala. Una realidad evidente convertida en un gigantesco lavamanos. Si es cierto que el Cristo puede vivir en sus fieles, ¡qué enorme palangana los chilenos construyen para Poncio Pilatos!

No es bueno que un periodista prenda su cigarrillo y escriba desde la subjetividad. A veces, empero, es necesario hacerlo. Es mejor escribir desde la subjetividad que ceder a las ganas de irse a la calle a romper vidrios. Con o sin capucha.

Un cuento

Blanca Ester (no es pariente de Gloria Esther, mi hermana asesinada por la dictadura tal vez en Villa Grimaldi –asunto, desde luego, que el entonces joven policía Herrera, al que tanto golpean algunos datos, no tiene por qué haber sabido– y a la que no podemos dar sepultura porque, ¡viva Fu Man Chu!, está "desaparecida!), Blanca Ester, digo, estudió entre otras cosas profesorado en Buenos Aires. Profesorado: esa carrera idiota que inventó un tal Faustino Sarmiento, quién sabe, en el cuarto que ocupó en Santiago de Chile frente o cerca de la Plaza de Armas allá por siglo XIX: gente vieja que creía en hacer cosas.

La dama en cuestión, Blanca, chilena de toda cepa, regresó a su ciudad con ganas de ejercer su noble oficio profesoral. No. No podía. O sí, pudo hacer reemplazos; pero ser maestra: no. Necesitaba el título. bnr>
Entonces cometió un error terrible: fue a la Universidad de Chile con sus papeles argentinos. Pagó una buena suma, reglamentaria –en UTM, cualquier cosa que eso signifique–, más en todo caso que un sueldo de pobre, para que se los evaluaran.

¡Je!

Semanas después la informaron que no podía ser autorizada para dictar clases. Algo faltaba, "horas académicas", tenía un título inútil –no se lo dijeron, pero lo insinuaron: otorgado por un país inútil.

Como corresponde a nuestra versión del Primer Mundo no le devolvieron el dinero. Cabe considerar que quien le recibió sus papeles sabía que no iban a ser considerados. Nadie allí está preso por estafa o desfalco, los presos aparecen en los barrios pobres porque fuman yerba o su calidad de consumidores no les da para más que la mala pasta base.

No prolonguemos el relato. Blanca Ester regresó a Buenos Aires: es allí una estimada maestra. Tardó 20 días en conseguir trabajo. Y cuatro meses en arrendar un buen departamento. ¿Chile? Chile no la necesitó. ¿A cuántos no necesita Chile?

Mi nieto

Tiene 12 años. Es alto para su edad, usa anteojos, tiene un sentido del humor de mil diablos, a veces nos enojamos. Lee bastante y escucha esa música horrible que escuchan los chicos (uno, en cambio, escuchaba a su edad la delicia rítmica del rock&roll: ¡oh témpora, oh mores!).

Es buen alumno: de esos canallas que no suelen bajar de seis su promedio (En este carnaval de país, que no produce bananas, el máximo es siete). Los compañeros de curso lo estiman. Tiene una gata y se comide a cuidar de mis gatos.

El párrafo anterior no significa nada. Chochería tal vez.

Y no significa nada porque, ¡a los 12 años!, el GOPE (creo que significa grupo de operaciones especiales, policía) se lo llevó preso. Con él otros niños y niñas de varios colegios y liceos –algunas/os entre 14 y 18, más jodidas/os porque en Chile a los 14 se les supone entes, o semovientes, responsables penalmente por sus acciones, y si tienes 18 o más, hermano: sonaste.

Mi nieto aguantó bien las seis horas, o más, en una comisaría. No me extrañó: su tatarabuelo fue juez, diputado y balmacedista –y lo persiguieron–, su bisabuelo nunca quiso ser masón, su abuelo fue socialista (fue, digo, ustedes saben a qué me refiero), su madre es mi hija. Punto.

¿Queda claro el sentido dramático del título de la nota?

Los duendes del futuro

Los chicos, los jóvenes, ocupan sus colegios, sus salas de clases. No pueden ocupar laboratorios o bibliotecas en muchos colegios porque, sencillamente, no existen, La concepción clásica de los estudios sociales indica que la rebelión estudiantil es breve, pasajera, inofensiva para el dominio. Puede contribuir al final abrupto de un gobierno, pero no a formar una sociedad diferente. Ser estudiante no es una categoría, es una circunstancia.

El proletariado era una categoría; hoy, que se ha proletarizado la mayor parte de la población "con aspiraciones", lo circunstancial es que un proletario tenga trabajo y le paguen lo que su trabajo valga. Al final lo de siempre: ahí tu mendrugo, que te alcanza para un rato de amor corto con tu mujer, quién sabe, tal vez en 15 años necesitemos al producto de esa cópula… Otro consumidor.

Pero estos niños, estas niñas no. De alguna manera se las arreglaron para hendir la barrera de la circunstancia temporal. Hace tres años (2006, 2007 y este 2008) que vienen peleando por lo mismo que pelearon aquellos que lo hicieron por la reforma universitaria, allá en la primera mitad del siglo XX: la democratización de la enseñanza.

Prueba la imbecilidad tozuda, el mariconismo moral (no hablamos de sexo), la sorda ceguera de los que muchas veces se autocalifican como "clase política" (decirlo en un país civilizado bastaría para expulsarlos de la política) de jefes policiales o burócratas civiles que digan "desalojan" en defensa de la propiedad: ¿quién es más dueño del aula?

( Duende = dueño de)

Alfonso X de la lejana España que hoy no existe definía la universidad como un ayuntamiemto de maestros y alumnos. El Chile la educación es un perseguimiento de maestros y alumnos…

Los miro pasar a los chicos como en manadas rumbo a sus asambleas: rostros limpios, voces agudas; algunos cantan, otros juegan. ¿Algún periodista de "medio importante" ha hablado con ellos?, y si habló, ¿ha podido publicar la transcripción de ese diálogo?

NO.

Uno finalmente no es tan anciano como para haber olvidado cuando el bueno de Sarmiento iba a parar al Mapocho (pasó pocas veces, pero alguna sucedió), uno no es tan viejo como para no recordar que luego se generaban grandes amores y amoríos, que las JJCC llegaban a tildarnos de provocadores y oportunistas, que los de la DC nos tildaban de cosas peores (¡anticristianos, por ejemplo!), que el PS nos pedía reflexión, que los nazis de la época –me niego a escribir su nombre– nos amenazaban con las mismas cadenas que usa los "skins" de hoy –mientras Pablo Rodríguez preparaba sus discursos y el nunca mejor muerto de Guzmán olvidaba a Savoranola–.

¿Qué hacer con estos chicos? Nada. Nada. Nada. O sí: atreverse a caminar con ellos. Son lo que no somos porque no nos atrevimos a serlo. Que se tomen todo, colegios, comisarías o iglesias. Creo que gobernarían mejor de lo que gobiernan los que hoy gobiernan (si dejan de lado el rap). Que rompan todo. Que amen todo. Que armen todo de nuevo.

Por ahora defienden lo que debe ser defendido. Cosa que pocos hacen, convengamos.

Ciudadanos mayores, no se preocupen: habrá nuevos casinos en Chile, quizá algún magnate rumano –todo puede ser– instale una universidad de putas, total: el turismo sexual lo conocemos ¿verdad? Y que los chicos sigan lejos de los partidos (así coinciden con la mayoría del país adulto), porque los partidos operan como los pedófilos; te tocan aquí, te tocan allá y te joden para siempre.

Cuiden, niños, a sus estúpidos maestros. Si no saben mucho o si no saben nada no es culpa suya: estudiaron en el Chile/pijotec o en el Chile/concertraición. Puede que entre todos ambos aprendan. Eso sí: hay que tenerlos derechitos, ¡los adultos tienen un gusto por la traición! Lo que quiere decir que uno tampoco es confiable.

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