Premios literarios / Panorama desolador

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Silvia Vega, estudiante española de periodismo y derecho, investigó el asunto de los concursos literarios convocados periódicamente por las casas editoras. Aunque se refiere básicamente a lo que sucede en su país, el texto deja un sabor amargo y promueve algo más que enojo, ira, no importa donde viva el lector. Tituló su trabajo ¿Hay transparencia en los premios literarios? La respuesta explícita es que no la hay. La literatura como otra mercancía en el anaquel de las ventas…

Al finalizar la Guerra Civil en España, empezaron a surgir los primeros concursos literarios, cuyo objetivo inicial era el de conseguir publicidad para el escritor ganador. La publicidad por aquel entonces era cara e impedía tanto a editoriales como a escritores acceder al gran público; los premios literarios y la consiguiente publicación de las obras distinguidas se concibieron de esta manera como formas eficaces y gratuitas de llamar la atención de los medios, que se hacían eco de los certámenes como hechos culturales de primera importancia.

Se lograba así que los escritores más capaces del momento no cayeran en el ostracismo y que fuesen conocidos por los lectores del país. Por supuesto, se partía de la premisa de que aquellas obras y autores que obtenían el galardón reunían una calidad fuera de toda duda, que venía avalada por los miembros del jurado del premio y por los propios intereses de la editorial, que con el proceso, o bien premiaba a las mejores novelas del año, o bien descubría a los talentos ocultos del país.

Quizá fue el éxito indudable de esta fórmula lo que produjo la proliferación de los premios literarios en España. Lo cierto es que, en las últimas décadas, se ha venido observando un considerable incremento de los mismos; pero ahora no son solo las editoriales quienes los convocan, sino que todo tipo de instituciones privadas y públicas, como fundaciones, universidades o ayuntamientos, organizan concursos literarias. De hecho, ante este boom, desde 1996, se viene editando en España un libro que informa puntualmente de los miles de premios literarios que se celebran en el país, orientando a los candidatos sobre fechas, bases y cuantías. Asimismo, existen numerosas páginas de Internert que ofrecen amplia información sobre las convocatorias españolas e iberoamericanas.

Las bases de los concursos suelen tener una nota común: la de estar abiertos a todo tipo de participantes. De la consulta de las condiciones de participación de varios de los premios de más nombre en nuestro país se deduce que cualquiera puede presentar un manuscrito, y por ello también es posible que acudan a la convocatoria escritores consagrados, pues sólo se exige que la obra sea inédita. Así, los concursos de literatura se convierten para muchos escritores que no hallan la manera de ver publicadas sus obras en una atractiva puerta para alcanzar la gloria literaria.

Pero con el fallo del concurso en la mayoría de las ocasiones llegan las desilusiones, pues los premios de mayor dotación económica y repercusión mediática suelen ir a parar, o bien a escritores ya sobradamente conocidos en el mundo literario, o bien a personajes simplemente famosos, muy a menudo por su presencia en programas de la televisión, que se aventuran en lides literarias. Esto es, resulta muy extraño que sirvan para descubrir al gran público a esos talentos ocultos que en un primer momento, como decíamos, este tipo de certámenes buscaba sacar del anonimato. Para algunos profesionales del sector, no hay de qué extrañarse, es el caso de la editora Elsa Aguiar que, en su "blog" Editar en Voz Alta, escribe:  "Me resulta curioso que tanta gente se sorprenda (e incluso se indigne) porque los escritores profesionales ganan premios literarios. Me resulta muy curioso, porque, en cambio, nadie se extraña de que el Roland Garros lo gane Nadal o de que el Óscar al mejor actor se lo lleve Bardem”.

Pero para muchos otros profesionales del sector, la cuestión es más compleja, y lo que denuncian no es que los concursos literarios más importantes sean vencidos por los escritores ya sobradamente conocidos, sino que lo hagan sin competir. Esto es, para ellos, lo que sucede en este tipo de competiciones es que Nadal gana el Roland Garros sin necesidad de jugar ni un solo partido.

O sea, que los premios están dados de antemano, que los jurados se limitan a escenificar un proceso inexistente y que, casualmente, los premios van a parar a manos de novelistas caracterizados casi siempre por su pertenencia a editoriales o medios de comunicación con una considerable presencia en el mercado, lo cual asegura la previa existencia de una masa de lectores familiarizados con el autor.

La verdad es que hoy día la publicación de un libro requiere fuertes inversiones que muchas editoriales no pueden o no están dispuestas a afrontar cuando se presenta ante ellos alguna obra arriesgada. El trabajo que hay detrás de la publicación es largo, laborioso y caro. Por ello, las editoriales suelen apostar sobre seguro. Las obras que salen al mercado son aquellas que los editores saben que va a tener un gran éxito entre un público que, cuanto más numeroso sea, más beneficios reportará a la empresa.

Para aquellos que se muestran críticos con este estado de cosas tales prácticas constituyen un peligro severo para la salud, autenticidad, calidad y progreso de la literatura española, y por ende, para la formación intelectual de los ciudadanos del país. Esa es la postura del novelista, ensayista y crítico, Manuel García Viñó, quien tanto a través de la revista La Fiera Literaria, como a través de varios ensayos, como El País: la cultura como negocio o La Gran Estafa: Alfaguara, Planeta y la novela basura, no se reprime a la hora de denunciar las corruptelas que rodean a los grandes premios literarios; escribe sobre el Premio Planeta en la cabecera citada:

"Mientras las bases del ‘concurso’ circulan por los tontideros, las redacciones de los periódicos, los departamentos de literatura, las librerías, el astuto fabricante de libros encarga sin el menor disimulo, a la vista de todos, a un escritorcete más o menos conocido, a un reportero, a un popular presentador de televisión, a una guaperas o a un guaperas de la jet o a un payaso, un libro a la medida de sus intereses:, es decir, aliterario, vulgar, pedestre”.

Efectivamente, en medio de todas las polémicas que genera la materia se halla el El Premio Planeta de novela, que pasa por ser el mejor dotado económicamente del mundo, tan solo por detrás del Nobel. Cada año, la gala que se organiza para anunciar a su ganador congrega a un impresionante ramillete de personalidades del mundo de la cultura y de la política españolas, que con su presencia de alguna manera acrisolan la importancia e interés público del premio; e indefectiblemente el acto es noticia de cabecera en la mayor parte de los medios de comunicación del país. Todo ello, claro está, asegura una impagable campaña publicitaria para la editorial.

Tales circunstancias resultan intolerables para muchos profesionales de la literatura desde el momento en el que, como vienen demostrando ciertos acontecimientos, los procesos selectivos de los ganadores resultan ser todo menos transparentes. Las primeras sombras sobre la limpieza de este certamen surgieron a partir de 1994, el recientemente fallecido Miguel Delibes y Ernesto Sábato, declararon a los medios que José Manuel Lara, fundador de la editorial Planeta, les ofreció participar en el concurso, y también ganarlo.

Ambos, claro está, declinaron la oferta, pues no comprendían cómo era posible que se les garantizase el premio ganador por una obra que no habían escrito todavía. Delibes declaró: “Lara ha venido a Valladolid a ofrecerme el premio tratando de convencerme con el argumento de que todos saldríamos beneficiados: él, yo, el premio y la literatura”.

Ese año, la novela La Cruz de San Andrés de Camilo José Cela ganó un premio que quedó bajo sospecha no sólo por las declaraciones de los novelistas antes mencionados, sino porque, más adelante, la anónima escritora gallega María del Carmen Formoso Lapido presentó una querella contra el escritor y la editorial Planeta acusándoles de haber plagiado la obra que ese mismo año ella había presentado al concurso, Carmen, Carmela, Carmiña. Según esta autora, no cabía duda de que el Premio Nobel de Literatura se había apropiado de personajes, tramas y situaciones de su obra. La cuestión dio lugar a un largo proceso judicial que no ha quedado resuelto hasta tiempos bien recientes, de modo que la Justicia ha dado la razón a la autora gallega, condenando a la editorial Planeta a indemnizarla.

Desde entonces, no sólo se ha puesto en duda la transparencia en la elección de los ganadores, sino también la calidad de las obras galardonadas. En 2005, el novelista español Juan Marsé , que ese año figuraba como miembro del Jurado del Premio Planeta, dimitió de su cargo al considerar que la obra que iba a ser premiada, Pasiones romanas, de Maria de la Pau Janer, era de una calidad literaria "subterránea". Cuando le preguntaron los motivos que le había llevado a tomar esa decisión, no tuvo pelos en la lengua a la hora de declarar que “desde el punto de vista comercial el Premio Planeta funciona como una seda, pero desde la óptica literaria es más que dudoso”.

Tales declaraciones fueron respaldadas por Rosa Regás, que recalcó que se había “votado la obra menos mala”. Curiosamente, la misma Regás, otrora accidentada Directora de la Biblioteca Nacional de España, se había proclamado ganadora del Planeta en 2001 con La canción de Dorotea.

La misma editorial Planeta, esta vez en América Latina, se vio salpicada por un escándalo similar en el año 1997. El escritor argentino Ricardo Piglia, relacionado contractualmente con la empresa desde 1994, ganó el concurso Premio Planeta Argentina. Junto a él quedo como finalista Gustavo Nielsen, quien se apresuró a denunciar el fallo ante la justicia después de conocer que el ganador arrastraba una deuda con la editorial que habría sido condonada con el premio (40.000 dólares por aquel entonces). Los tribunales dieron la razón a Nielsen y condenaron al ganador y a la empresa a indemnizarle con 10.000 dólares.

El fraude planea igualmente sobre muchos otros premios como el Nadal o el que otorga la editorial Alfaguara, es decir, sobre aquellos más generosos con los ganadores y cuyos actos de entrega constituyen acontecimientos culturales con repercusión mediática. Sin embargo, parecen ser escasas las voces de protesta que se elevan contra lo que parece un sistema francamente corrupto.

Apenas cabe resaltar la acción llevada a cabo en 2002 por un grupo de intelectuales que envió un escrito al Ministerio de Cultura exigiendo una mayor regulación de los premios literarios para evitar que siguiese manteniéndose el sistema de mecenazgo y comercialización de la cultura. Principalmente reclamaban una renovación más frecuente de los jurados y que los mismos no fuesen nombrados por las propias editoriales, sino por alguna asociación de escritores que asegurase su imparcialidad e independencia. Como cabía esperar, la iniciativa obtuvo una escasa repercusión: todo continúa igual.

Ante la imposibilidad de que un escritor, novelista, ensayista, poeta desconocido gane un concurso que esté promocionado por una de las grandes editoriales, son muchos los que deciden mandar sus obras premios literarios de menor nombre, organizados por editoriales más modestas o por otro tipo de entidades. Sin embargo, en éstos también hay que ser precavido. No son pocas las denuncias por irregularidades que se han registrado. Pero incluso el fraude va más allá, de modo que algunos certámenes se convierten en verdaderas estafas piramidales.

Se sabe que, por ejemplo, la editorial argentina Nuevo Ser convocó certámenes falsos, como se pone de manifiesto en www.letralia.com. Las artes que emplean para engañar a los participantes se repiten: la editorial organizadora de un premio ofrece una suculenta suma de dinero para incentivar a los escritores a que envíen sus trabajos, luego les comunican que han resultado ser los ganadores, pero para poder continuar con los trámites tienen que abonar una suma de dinero con la que sufragar los gastos de edición. Por desgracia. este tipo de prácticas fraudulentas organizadas por editoriales descorazonadas son frecuentes.

Por ello, parece recomendable que aquellos escritores que quieran enviar su manuscrito a un concurso se informen previamente sobre la composición del jurado, el proceso de selección de las obras ganadoras o sobre quiénes fueron los anteriores vencedores. De esta manera, se ahorrarán sorpresas desagradables y también los costes de impresión y envío de manuscritos, pues a menudo las editoriales exigen un número elevado de ellos, lo que a la postre hace que la participación en estos concursos resulte, además de inútil, bastante onerosa.

¿Cambiará la situación? La visión desde luego resulta desalentadora, pues ni las grandes editoriales ni los grandes medios de comunicación quieren darse por aludidos.

¿Será porque en juego hay mucho dinero?

En: www.escritores.org —que cita como fuente a www.elportal.voz.com
   
Silvia Vega, madrileña, nacida en 1987. Cursa estudios de Periodismo y Derecho en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, y trabaja como becaria para El PortalVoz. Curiosa y charlatana desde pequeña. Paisajista-fotográfica por naturaleza.

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