Atilio J. Borón*

¿Cuál es la razón de esta infamia? Muy simple: Lugo está dando los primeros pasos en dirección a un cambio social que beneficie a los excluidos y oprimidos por el régimen dictatorial y sus herederos.
Pese a las durísimas restricciones financieras y administrativas dejadas por sus predecesores Lugo se las ingenió para restituir la gratuidad del hospital público, que había sido privatizado mañosamente por los herederos del stroessnismo; lanzó una campaña integral de vacunación infantil poniendo fin a décadas de criminal abandono y garantizó a los pacientes la gratuidad de los análisis clínicos.
Aparte de eso lanzó una lucha frontal contra la corrupción enquistada en las más altas esferas del estado por Stroessner y sus secuaces con la complicidad –necesaria, permanente, ineludible- de las grandes empresas y grupos económicos que de ese modo pudieron saquear al país sin sobresaltos. Conviene recordar, sobre todo en la desmemoriada Argentina, que no hay estado corrupto sin contraparte corruptora.
No son los pobres y los desamparados quienes corrompen a gobiernos y al alto funcionariado estatal; quienes sí lo hacen son las “fuerzas del mercado” que idealizan los publicistas del liberalismo viejo y nuevo. Por si había alguna duda el reciente caso de Siemens, empresa símbolo de la pulcra y transparente Alemania, lo comprueba irrefutablemente.
Otro que debe haber sobornado a funcionarios públicos y gobernantes estadounidenses a diestra y siniestra es Bernard L. Madoff, CEO de la Madoff Investment Securities, que organizó la más colosal estafa en la historia mundial del capitalismo pese a estar sometido a la atenta vigilancia de la Securities Exchange Commission y a obtener de parte de otros bandidos como él, las llamadas “calificadoras de riesgo”, el más alto puntaje concedido a una compañía inversora.
Todavía no aparecieron los nombres de los corruptos que, desde las agencias del estado norteamericano, hicieron posible tan fenomenal estafa. Pero seguramente van a aparecer. En fin, toda esta historia de corrupción no es nada nuevo bajo el sol del capitalismo.
Pero Lugo se propuso algo más: fortalecer la integración del Paraguay a la región y reconquistar para su país la soberanía de los recursos naturales, y especialmente su inmensa riqueza hidroeléctrica. De ahí sus escabrosas y difíciles negociaciones con el Brasil en torno al precio de la electricidad generada por la represa de Itaipú y las conversaciones en ciernes para lograr lo mismo de la Argentina en relación a la de Yacyretá.
Por elemental que pueda parecer este programa de recuperación de la soberanía y posicionamiento en el proyecto del MERCOSUR no esta exento de dificultades. Mientras el Presidente Lula declara la necesidad de que Brasil colabore con el Paraguay, el establishment de Itamaraty hace caso omiso de sus bellas palabras y actúa como un sórdido e intransigente delegado al servicio de las clases dominantes brasileñas y de lo que ellas consideran el “interés nacional” de ese país: perpetuar la expoliación de la energía paraguaya.
Esta duplicidad es favorecida, entre otras razones, por algunas desafortunadas expresiones del Presidente Lula en el sentido de que el leonino Tratado de Itaipú (firmado por los dictadores Stroessner y Garrastazú Médici en 1973) no debía ser revisado, lo que prorrogaría indefinidamente el saqueo energético del Paraguay a manos de lo que un brillante sociólogo y economista del Brasil, Ruy Mauro Marini, acertadamente definiera como “el sub-imperialismo brasileño”.
La inflexibilidad y el autoritarismo de estos negociadores contradicen flagrantemente la solidaridad internacional necesaria para efectivizar la proclamada intención de Lula de integrar a las naciones sudamericanas en una nueva organización regional.
En más de una ocasión sus representantes amenazaron con suspender las negociaciones y postergar toda discusión sobre el tratado hasta el momento de su expiración, en el año 2023, algo que ni siquiera lo hizo la Casa Blanca con Omar Torrijos en su disputa sobre el Canal de Panamá. Obviamente que conductas de este tipo no son demasiado propensas a favorecer la consolidación del bloque de naciones reunidas en el UNASUR.
Los funcionarios paraguayos confían, en función de ciertas declaraciones de la Presidenta Cristina Fernández, que la inminente discusión en torno a Yaciretá transite por un sendero definido a partir de premisas marcadas por otros valores.

Lugo y sus partidarios tienen por delante una labor titánica: concientizar, organizar y movilizar al campo popular. Si desisten de esta tarea las tensiones sociales acumuladas seguramente se desatarán al margen de la voluntad presidencial dando lugar a una movilización anómica -sin estrategia, ni táctica, ni conducción coherente- que terminará facilitando los planes de la derecha y de los intereses que mantuvieron postrado al Paraguay por tan largo tiempo.
La habilidad del gobierno y la madurez de las fuerzas de izquierda y progresistas de ese país son quienes tendrán la última palabra. Es de desear que actúen no sólo con valentía, como lo han hecho hasta ahora, sino también con sensatez y perspicacia, condiciones estas necesarias para derrotar a enemigos tan poderosos como los que se han entronizado en su patria.
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