Presentación del libro “Chile: sueños, derrotas, esperanzas”

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Presentación del libro “CHILE: sueños, derrotas, esperanzas”; Ediciones INEDH, Concepción, Chile, 2021. Palabras del autor, José C. Valenzuela Feijóo.

I

En los últimos dos años o algo más, Chile ha sufrido de dos “pandemias”. Una, que es la asociada al “conavirus”, que es pandemia en sentido estricto, con toda la carga de sufrimientos que esto conlleva. La otra, es la gran revuelta popular contra el modelo económico y político neoliberal. “Pandemia” entrecomillada y que sí nos llena de alegría.

II

Ninguna gran revuelta se puede dar si no satisface un primer y básico ingrediente: la espontaneidad con que “sienten”, se enojan y reaccionan los “revueltos”. Digamos que operan sentimientos muy fuertes que se han ido acumulando, los que generan un gran fastidio y que desembocan en ese grito masivo del “ya basta”, del “no soportamos más”.

Sin el ingrediente del fastidio y del enojo espontáneo, ningún cambio socioeconómico significativo puede tener lugar. Pero el enojo y la rabia (la de los “enragée” de la Revolución Francesa), no bastan. Como se suele decir, operan como condición necesaria más no suficiente.

Los malestares y protestas que se vienen procesando en Chile, son un fenómeno complejo y que no responden sólo a situaciones de pobreza extrema, como sucede en el grueso de América Latina. De hecho, en Chile sí existen núcleos de pobreza extrema, pero son bastante menores a lo que se observa en otros países de la región.

Asimismo, se tiene que el grueso de la población reside en zonas urbanas y el empleo agropecuario (que no es alto), responde casi del todo a una agricultura de tipo capitalista más o menos moderna. En suma, el componente pre-capitalista que pudiera darse en las protestas chilenas es bajo. Y valga precisar: en el Chile de hoy, la distribución del ingreso es muy regresiva. Pero esto es algo consustancial a todo régimen capitalista y con mayor fuerza aún si se trata de un capitalismo neoliberal y periférico.

Si en loor de la brevedad nos saltamos algunos pasos intermedios, podemos enunciar una primera y básica hipótesis: el actual malestar y enojo de los chilenos es contra el sistema capitalista. Así enunciada, la hipótesis puede dar lugar a malentendidos gruesos. Para evitarlos podemos tomar pie de muchas declaraciones de trabajadores jóvenes: “me gusta marchar, me siento rodeado de compañeros solidarios, me dan confianza, apoyo. Puedo compartir las alegrías, soñar junto a ellos, sentir que puede haber un mundo mejor. Nada que ver con la fábrica, allí impera la vida dura, la desconfianza, la traición, el gerente es un déspota, el capataz un hijo de puta…”. En breve, en la fábrica, en el trabajo, no se puede ser feliz.[1]

A lo señalado, de inmediato debemos agregar dos aspectos claves: a) el enojo es contra los efectos o consecuencias; b) al menos por ahora, no apunta a las raíces del fenómeno; c) para la necesaria conexión que se da entre a) y b), todavía existe una ceguera bastante extendida. Es decir, no hay claridad o conciencia socio-política adecuada sobre las raíces o fundamentos del malestar. En corto: sabemos o “sentimos” lo que no nos gusta. Lo queremos mandar a la basura. Pero no está nada claro con qué lo debemos reemplazar.

La falta de claridad sobre los orígenes y fundamentos del malestar, implica un desconocimiento nada menor sobre los rasgos más esenciales (sus “fundamentos”) del modo de producción capitalista. A la vez, este déficit cognitivo viene determinado por un rasgo clave de la práctica política mayoritaria hoy observable: del horizonte mental histórico que manejan la gran mayoría de los insurrectos, ha desaparecido casi por completo la noción de un régimen post-capitalista.

Digamos, de tipo socialista. Mucho menos cuando al régimen socialista se lo concibe como una fase de transición (no corta) a un modo de producción superior: el comunista. Entendiendo a éste no como un ideal utópico sino como algo que ya empieza a ser factible, por lo menos en el capitalismo más desarrollado.

III

En el movimiento actual, hay insuficiencias serias. De ellas nos podemos detener en dos: 1) la casi inexistente unificación y organización política; b) la insuficiente claridad sobre el tipo de transformaciones que se deberían buscar. En que 1) y 2) deben ser congruentes con las transformaciones que efectivamente permitan resolver el actual malestar.

Por el lado de la organización política es evidente la falta de un partido capaz de unificar políticamente a la clase obrera y, a la vez, de impulsar la creación de un amplio frente clasista. ¿Qué actividades (formas de lucha) desplegar, en qué momentos y lugares, con qué variedad y coordinación? En breve, se trata de identificar: a) las tareas de transformación a cumplir; b) las fuerzas sociales impulsoras, las neutralizables y las enemigas; c) las formas de lucha a desplegar.

Dado lo anterior, se deberían organizar (preparar, coordinar) las actividades pertinentes, evaluar sus resultados, corregir, etc. En todos los casos, se necesita que las formas de organización y las actividades desplegadas sean congruentes con las transformaciones centrales que se buscan. Nunca olvidar que, a veces, la eficacia de corto plazo, resulta muy dañina para los propósitos centrales y de más largo plazo. Aquí, la clave es construir, fortalecer y preservar el Poder Popular.

Por ejemplo: i) impulsar los Consejos Obreros de fábrica: los trabajadores deben aprender a mandar; ii) evitar que los jefes se independicen y separen del mandato de las bases: evitar, entonces, la peste burocrática siempre presente como posibilidad. En este marco, resulta imprescindible estudiar con seriedad y rigor los errores que llevaron a degenerar los experimentos de construcción del socialismo. ¿Qué factores y circunstancias provocaron el fracaso? ¿Se pudieron advertir y corregir? ¿Qué enseñanzas se pueden deducir, qué medidas y acciones pudieran evitar las deformaciones y fracasos?

En el movimiento chileno actual parece darse una clara conciencia sobre la posibilidad de deformaciones burocráticas. No tanto sobre los modos de evitarlas sin caer en estilos anarquistas que para nada ayudan.

Valga agregar: en el plano de la economía tampoco se observa claridad. Hay manojos de medidas, pero un programa compacto de industrialización y desarrollo, no se visualiza. No basta hablar de democracia: hay que saberla materializar en el decisivo plano de la producción y el crecimiento. De lo contrario, se podrían repetir fracasos conocidos, los que insistiendo en el aspecto distribución, se olvidan del factor clave: la producción.

  IV

Todo propósito práctico (i.e. de transformación) exige de cierto conocimiento. Mayor o menor según la profundidad de los cambios que se intenta lograr. Y si se trata de romper de cuajo con el capitalismo, se necesita de una teoría muy profunda, veraz y radical. Y en este cambio, la teoría de Marx y sus sucesores es imprescindible. Y no existe, ni remotamente, algún otro paradigma que se le pueda incluso aproximar. No obstante, en el momento actual y máxime si pensamos en Chile, nos encontramos con que muy pocos, por no decir que casi nadie, se preocupa de estudiar a tales teóricos. Y mucho menos de desarrollarlos críticamente y adecuarlos al actual momento histórico.

En verdad, ni siquiera El Manifiesto Comunista es un texto leído (mucho menos estudiado) por los rebeldes del momento actual. Diríamos que a no pocos, tal literatura les parece “aburrida”.[2] Y es muy claro: si no se pretende superar al sistema capitalista, esas fuentes teóricas resultan prescindibles, algo o mucho escolásticas, soporíferas e inútiles. El impacto que genera esta carencia es brutal, equivale a “ir a la guerra sin fusil”.

Y que esto suceda en Chile, es más que preocupante. Por ejemplo, el golpe de Estado de Pinochet y la cruenta dictadura que le siguió, es una confirmación diríamos estruendosa de la validez de la teoría de Lenin sobre la naturaleza más esencial del Estado capitalista. Pero el clásico texto de Lenin sobre “El Estado y la revolución”, es algo que hoy muy pocos conocen y menos estudian.

Al final de cuentas, nos podríamos preguntar: si no existe el afán consciente de ir más allá del capitalismo, ¿para qué estudiar las leyes que regulan un cambio social mayor, que implique romper con el capitalismo? Hacerlo, pareciera un simple deporte, apto para gente ociosa y aburrida, que recolecta y estudia papiros egipcios.

La situación es lamentable. Pero si del horizonte histórico y mental de las personas, ha desaparecido la posibilidad real de avanzar a un régimen post-capitalista, la consecuencia es inevitable. En suma, cuando en el futuro no se visualiza un régimen pos-capitalista, ni siquiera como deseable, ¿para qué embarcarme en divagaciones ociosas?

V

En lo que hemos venido señalando emerge una disociación mayor: a nivel de la conciencia (del factor subjetivo), el socialismo no existe. Pero en el plano material (en lo técnico y económico), el capitalismo más desarrollado (el de EU, de Europa Occidental, el de Japón), está preñado de socialismo. Es como la madre que con 7 o más meses de embarazo, no tiene idea de ello.

Como sea, tal disociación responde a muy poderosas razones.

Una, referida a Chile, es la cruenta derrota sufrida en 1973 y la larga dictadura que le siguió. El impacto de estos sucesos suele ser profundo: para un nuevo intento hay que pensarlo dos veces. O, peor aún, mejor borrar los ideales de la cabeza.[3] Son peligrosos y muy poco rentables.

Dos, operando con fuerza mayor, tenemos las consecuencias del ruidoso fracaso y derrumbe de los experimentos conocidos de construcción del socialismo. En especial, se trata del caso de la Unión Soviética, la que de super-potencia, “madre y guía”, se desintegró en un dos por tres. Y lo que era el muy “poderoso campo socialista” (aunque de socialista ya tenía poco o nada), se cayó como castillo de naipes y dejó al desnudo dramas, engaños e insuficiencias mayores.

Curiosamente, la izquierda en vez de realizar un profundo análisis auto-crítico, salvo muy contadas excepciones, cayó primero en el estupor y el desencanto. Después, en un cuasi silencio y bastante pronto, a nivel de dirigentes, se incorporó con brutal cinismo a las filas de la derecha neoliberal. A veces, disfrazados de social-demócratas.

Por cierto, el occidente cristiano aplicó rápidamente su inmenso poder mediático para clavar una consigna central: el socialismo era un fracaso total, era “feo”, “gris” y criminal. Un algo que se dirige contra la misma naturaleza humana. En suma, un imposible.

En lo señalado opera también una relación implícita: si creemos que el socialismo no puede llegar a existir, terminaremos creyendo que no hay post-capitalismo que opere como posibilidad real: la historia se acabó.[4] Luego, buscaremos resolver el hondo malestar actual dentro de los espacios del capitalismo. Como que algunos ya hablan de un “capitalismo con rostro humano” (¿¿??), que es como hablar de un cuadrado redondo. Otros, piden volver a Keynes, el que buscara reformas que pudieran salvar al capitalismo.

En la aguda síntesis de su discípula Joan Robinson, “Marx representa el socialismo revolucionario, Marshall la defensa complacida del capitalismo, y Keynes la defensa desilusionada del capitalismo. Marx intenta comprender el sistema a fin de acelerar su destrucción. Marshall procura hacerlo aceptable presentándolo bajo una perspectiva halagüeña. Keynes intenta descubrir qué ha fallado en el mismo con objeto de idear los medios para salvarlo de la autodestrucción”.[5]

Un capitalismo en la onda keynesiana pudiera llegar a imponerse, con muchas dificultades y fuertes concesiones al bando neoliberal (o neoclásico). Y no debemos olvidar que, en países dependientes y subdesarrollados como Chile, el problema clave es el del crecimiento (el industrial, en especial) y Keynes, aunque de joven trabajara en la India, jamás se preocupó por el subdesarrollo y su superación. Su teoría gira en torno a la demanda global y su impacto en los niveles del YN y el empleo. De la oferta y sus determinantes se preocupó poco o nada. Para entender el desarrollo hay que buscar por otros lados.

Prebisch y la evolución de su pensamiento | VA CON FIRMAPor ejemplo, en el estructuralismo cepalino clásico (Prebisch, Furtado, Ahumada, Pinto, etc.), en soviéticos como Feldman, Preobrallenski, Nemchinov; polacos como Lange, Kalecki, Brus; la escuela hindú (Mahalanobis y otros). Supongamos, con mucho optimismo, que en Chile se produce un quiebre del neoliberalismo y el país se ubica en una ruta parecida a la que ahora sigue Vietnam o –desde mucho antes- Corea del Sur. Si el experimento fructificara, se elevaría el PIB per-cápita y el nivel de vida material. Pero, ¿qué sucedería con el trabajo enajenado y el darwinismo social?[6]

De seguro se acentuarían. Hoy, los chilenos que se rebelan, se han levantado contra sus consecuencias. No lo llaman así (no han leído al Marx de los Manuscritos) y tampoco saben bien de sus raíces. Pero lo sienten como un gran dolor, como algo a superar y podemos esperar: cuando sepan de sus raíces, su lucha se dirigirá contra el capitalismo a secas, sin adjetivos.[7]

  VI  

A fines de noviembre (de 2021) se elegirá el presidente de la república. Al finalizar octubre, el favorito en las encuestas es Boric. En una segunda vuelta, que es casi segura, podría volver a ganar superando al candidato de la derecha Kast, una especie de reedición chilensis del brasileño Bolsonaro. Este Boric (un oportunista de siete suelas) maneja un programa con basamento neoliberal, acompañado de algún mayor gasto social y su gobierno causará una frustración mayor en los sectores populares.

Y como suele suceder en ausencia de una alternativa de izquierda sólida, la gente pudiera irse con algún derechista como Kast, gran admirador de Pinochet y del nazismo hitleriano. Tal como sucedió en Brasil, en el que la derechización de Lula terminó por provocar el apoyo al nefasto Bolsonaro. O en la Alemania de fines de los veinte e inicios de los treinta del siglo pasado, en la que la traición de la socialdemocracia terminó por alimentar el ascenso de Hitler. Los chilenos deberán, si quieren salvarse, recordar el lema de Rosa Luxemburgo “socialismo o muerte”. Y actuar en consecuencia.

Notas

[1] Si el volar fuera una fuente de dolor para los pájaros, ¿qué podríamos decir? Y si la actividad denominada trabajo, que es la constitutiva del mismo “homo sapiens”, deviene un algo doloroso y mortificante, ¿qué podemos decir?

[2] Amén de que la cultura contemporánea castiga bastante el arte de la lectura y del estudio.

[3]Ante la Comuna de París, con su derrota y la durísima represión que le siguió, Thiers juraba que el socialismo había muerto para siempre. Pero casi medio siglo después tuvo lugar la revolución bolchevique, dirigida por un Lenin que mucho aprendió de esa derrota. Y en Chile,también casi medio siglo después, las masas vuelven a rebelarse, sino contra el capitalismo a secas, por lo menos contra su variante neoliberal.

[4] Valga señalar: en los últimos años, algunos antropólogos y “filósofos” tercer-mundistas y pre-lógicos, se pronuncian verbalmente contra el capitalismo, sobremanera en su aspecto distributivo. Y muy curiosamente, no postulan avanzar a sociedades post-capitalistas sino volver a pasados pre-capitalistas (feudales, campesinos, tribales, etc.), los que se pasan a idealizar en términos aberrantes. En esta postura, la emergencia y desarrollo del capitalismo (y todo lo que ha implicado), se entiende como un retroceso histórico que ha degradado al ser humano y al planeta tierra. Por lo mismo, serían los países más subdesarrollados y atrasados los que, eventualmente, se habrían salvado de ese “retroceso histórico” ligado al capitalismo. Es lo que el profesor López Arévalo ha designado como “teoría del salvaje feliz”.

[5] J. Robinson, “Teoría del desarrollo. Aspectos críticos”, pág. 11. Edic. Martínez Roca, Barcelona, 1973.

[6] Recordemos al personaje de Brecht: “si alguno patea, que sea yo. / Y si hay algún pateado, que seas tú”.

[7] Importa advertir: en tanto no surja por lo menos un país socialista importante en el “primer mundo”, el avance de este régimen en el “tercer mundo” se complica bastante.

 

http://resistir.info/livros/chile_valenzuela_feijoo.pdf

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