Propuesta para una discusión en torno a la biodiversidad

Jesús Sepúlveda.*

Hace casi un año Bolivia fue el país anfitrión de la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra. Entonces, todos los que buscamos un modelo bio—céntrico de sociedad a escala humana, aplaudimos ese encuentro. Pero ha pasado casi un año y pareciera que el rumbo desarrollista petroindustrial sigue su marcha impertérrita. Los jerarcas y líderes de la política y economía global continúan con sus charlas y reuniones a puertas cerradas y abiertas mientras el planeta se seca.

Desde hace años hay conciencia del riesgo ecológico. Si no se corrige el curso del movimiento expansionista civilizatorio habrá escasez de agua y alimentos.

El cambio de los patrones climáticos —cada vez más impredecibles e inestables— hace que los monocultivos agrícolas bajen su productividad y provoca que el mercado alce sus precios. Los programas gubernamentales más progresistas confían la suerte del mundo a la inversión en energías renovables, como si tal inversión fuera la panacea para el problema energético.

La plataforma verde de Barack Obama, que tanta simpatía despertó en las semanas previas a las elecciones presidenciales estadounidenses de 2008, fue un discurso vacuo de captación electoral. Mientras tanto, recalco, el rumbo desarrollista petroindustrial sigue su marcha impertérrita y no se atisba modelo alguno que pueda reemplazarlo.

¿Una solución política o tecnológica?

Es triste aceptarlo, pero creer que los jerarcas y líderes de la política y economía global quieran y puedan coordinar un cambio de dirección de la civilización humana es, lisa y llanamente, pecar de ingenuo. ¿Qué voluntad van a tener para fomentar un cambio sistémico cuando el modelo de sociedad actual sigue abultando con creces sus arcas financieras?

No es a su conciencia a la que debemos apelar sino a la conciencia colectiva que en su movimiento espontáneo de base fuerce los cambios, aunque sea a regañadientes. El efecto dominó que ese joven inmolado en Túnez provocó en el resto de los países del Medio Oriente era impredecible.

Algo deberá ocurrir que gatille la encarnación de la conciencia colectiva en un movimiento espontáneo de carácter biocéntrico. La solución frente a la debacle ecológica no es tecnológica sino política.

Como bien me aclara la escritora Chellis Glendinning desde Cochabamba, el gobierno anuncia desde su flamante aeronave Falcon acuerdos nucleares con Irán, minas de uranio y litio, oleoductos, represas y tecnología satelital china, entre otros conspicuos proyectos, mientras se produce un alza de precios en los productos básicos comestibles.

Ha pasado casi un año desde la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre T ierra, y pareciera que la autopista desarrollista sigue su carrera impertérrita, incluso en Bolivia, donde menos lo esperábamos.

Estados plurinacionales y biodiversidad

Escribo esta nota en un día de sol en que también graniza y cae aguanieve al atardecer. A la Pachamama nada le importa el bolsillo de los jerarcas y líderes del mundo. Debe cumplir su ciclo de sanación porque es un ser vivo que busca su supervivencia. A los jerarcas y líderes del mundo nada le importa la salud del planeta, y menos la de sus pares humanos, ni la de la flora y fauna o del medio ambiente. Su ambición es voraz; su ignorancia, superlativa.

Escribo pensando en ese manido concepto de biodiversidad que leí por primera vez en una clase de castellano en la escuela secundaria hace ya más de dos décadas. Y me pregunto: ¿para qué promulgar Estados plurinacionales sin atender primero a la biodiversidad? O ¿de qué sirve reconocer la existencia de las naciones originarias sin respetar la diversidad de sus biotopos?

Los ecosistemas son organismos vivientes que interactúan de manera recíproca entre sí, incluyendo el aire, agua y suelo. Una comunidad cultural, un individuo, mujer u hombre, es siempre parte de un ecosistema. Cualquiera sea el modelo de país que se proponga, o de organización social, debe incorporarse el ecosistema como base de su existencia. Y tal base debe primar en cualquier discusión que se dé tanto en América Latina como en el resto del mundo donde el modelo de desarrollo economicista y ecocida se repite sin resquemor.

Alternativas al modelo de mercado mundial

Hace años el activista chileno Rayo me comentaba que la diversidad sin diversión era una noción trunca. Su diseño de bio-cultura mezcla arquitectura, desarrollo de la conciencia y comunidad, y ha tenido manifestaciones temporales, aunque esporádicas. En efecto, a través de la diversión podemos celebrar nuestra presencia en el planeta como un acto de libre expresión, hecho afortunado que nos iguala a todos como especie.

Pero tal fortuna puede acabar si no concretamos una nueva imagen de mundo biodiversa y ecologista. Centrar la atención en nuestra diversión antes que en la producción económica puede ser un camino de abolición de las anteojeras impuestas por la socialización imperante. Ralentizar la autopista del consumo y fomentar redes reales de interacción es el verdadero camino del siglo XXI, y no sus redes virtuales como algunos propugnan tan ligeramente.

Si algo nos ha legado Cuba son sus organopónicos: huertos orgánicos de cultivo intenso aparecidos durante el período especial después del derrumbre del bloque soviético. Antes de continuar agrietando el corazón de la Tierra a través de la extracción mineral es preferible diseñar un modelo de futuro que respete la biodiversidad.

Los huertos orgánicos comunitarios permiten formas de socialización directa de la población, estimulando el contacto autosustentable con la tierra y las expresiones culturales que de ellas surjan. Modelos permaculturales, que combinan en sus diseños holísticos la creación de comunidad, el uso de tecnologías apropiadas, la edificación ecológica y el cultivo orgánico de frutas y verduras, ya existen en muchas partes del mundo y su éxito es innegable.

La aparición de ecoaldeas y economatos cooperativos son ejemplos de coexistencia alternativa al modelo del mercado mundial. Sólo falta que su implementación se haga en forma continua y prolongada para que puedan satisfacer las múltiples necesidades alimenticias, curativas, educativas y recreativas de los seres humanos.

Quizás con el apoyo infraestructural y logístico del modelo petroindustrial existente, autodesmantelable en virtud de una posible visión ecocéntrica, la conformación de una nueva organización humana medioambientalista, comunitaria y diversa no sea sólo una ecotopía.

La diversidad está en la naturaleza y para que la sociedad humana se diversifique sólo hay que imitar el único escenario que nos precede y no nos pertenece: la Pachamama.

* Escritor, profesor universitario.
En el periódico boliviano www.la-epoca.com —se reproduce por gentileza derl autor.

 

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