Propuestas de ciudad para un New Deal Verde mundial. Cambiemos el sistema, no el clima

Nuestra tierra proporciona lo suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no tanto como para satisfacer la codicia de algunos.” Mahatma Gandhi

El pasado 15 de marzo, millones de estudiantes de 1.600 ciudades de todo el mundo participaron en la primera huelga global por el Clima, convocada por el movimiento Fridays for Future (el 15-M verde), cuya cabeza visible es la sueca de 16 años Greta Thunberg. No les falta razón: el planeta Tierra sufre una crisis ambiental global, y el cambio climático es el problema sistémico incomparablemente más grave que padece, por dos motivos críticos.

El primero, ecológico, está relacionado con su potencia destructiva: la acumulación de gases invernadero en la atmósfera tiene el potencial de aumentar la temperatura media del planeta y transformar la Biosfera de manera radical, afectando de raíz los equilibrios ambientales del mundo entero y causando una catástrofe civilizatoria sin precedentes en la historia humana: el deshielo de los glaciares y una subida del nivel del mar que podría llegar a ser de metros, la desertificación de océanos y regiones mundiales enteras, el aumento de la frecuencia y potencia de los ciclones tropicales, la falta de agua potable, una pérdida de biodiversidad sin precedentes, el desplazamiento de ¡miles de millones de refugiados ambientales! y un resultado imprevisible en términos de catástrofes, caos, guerras y hambrunas.

El segundo, geopolítico y geoeconómico, afecta a nuestra capacidad para combatir la crisis. El cambio climático está causado por el consumo de combustibles fósiles y la deforestación, es decir, la combustión de carbón, gas y petróleo (el corazón del modelo energético actual, que se aproxima a su cénit),[1] y el (mal) uso de la tierra.[2] Es nuestro propio modelo civilizatorio el que está causando la crisis (como dice el geógrafo David Harvey, “los llamados desastres naturales no tienen nada de naturales”), y sólo un cambio de modelo la puede frenar. Hoy, más que nunca, la crisis ambiental que sufrimos es esencialmente ética y política. Es imprescindible un cambio en nuestro modelo de desarrollo: el crecimiento infinito es imposible –física, matemática y biológicamente– en un planeta finito.

Pero no sólo tenemos un problema muy grave de alcance sistémico, sino una multiplicidad de problemas en todos los ámbitos: desertificación, erosión, pérdida de suelo, lluvia ácida, eutrofización de ríos y lagos, muerte de los ríos, agotamiento de la pesca, deforestación, pérdida de biodiversidad (la Tierra está experimentando la sexta extinción masiva de especies animales y vegetales), explosión demográfica, accidentes radioactivos como Chernobyl y Fukushima…

Todo ello, junto al descubrimiento del plastiglomerado (el primer tipo de roca compuesto parcialmente de material plástico fundido), configurara el nacimiento de una nueva época geológica: el Antropoceno (término acuñado por Paul Crutzen en el año 2000), que sucedería al holoceno, en el que el impacto de la actividad humana sobre el planeta llegaría a adquirir el carácter de actor geológico.[3] En conclusión, sufrimos una crisis ambiental global que pone en peligro la supervivencia de la humanidad y la del resto de los seres vivos, causada por un modelo civilizatorio y de desarrollo expansionista, depredador, insostenible e insolidario. La crisis afecta hoy por hoy a todos los ecosistemas de la Tierra.

Y no hay alternativas fáciles. Sí, tenemos que promover energías renovables, pero lo que es más importante, tenemos que reducir el consumo irresponsable de energía. Sí, tenemos que buscar maneras de “secuestrar” el carbono de la atmósfera,[4] pero lo que es más importante, tenemos que dejar de talar bosques y de consumir petróleo y carbón, para dejar de emitir CO2. Sí, tenemos que esforzarnos en reutilizar y reciclar materiales, pero lo que es más importante, tenemos que reducir el consumo despilfarrador de productos y los residuos que desechamos.

Sí, tenemos que frenar la explosión demográfica, pero lo que es más importante, tenemos que garantizar dignidad y justicia para todos los pueblos del planeta, empezando por adoptar políticas de cooperación con el Tercer Mundo (de las que el 0,7% es una expresión muy tímida), que darían como resultado la mejora de la calidad de vida y la reducción natural de las tasas de natalidad. Y sí, tenemos que luchar por cambiar el statu quo geopolítico neoliberal, pero lo que es más importante, tenemos que empezar por nosotr@s mism@s, porque no podemos construir la casa por el tejado.

El cambio necesario del modelo de desarrollo

O somos capaces de planificar este cambio, o la catástrofe climática y ecológica hacia la que estamos abocados lo hará por nosotros. Hay que plantear un nuevo modelo de desarrollo que asuma la limitación de los recursos naturales y la imposibilidad del ideal ficticio de crecimiento económico ilimitado.

André Gorz, ideólogo del decrecimiento, afirmaba categóricamente: “Es imposible evitar una catástrofe climática sin romper de manera radical con los métodos y la lógica económica que impera desde hace 150 años… Por tanto el decrecimiento es un imperativo de supervivencia”. Necesitamos construir un nuevo modelo alternativo que, al mismo tiempo que plantee en qué áreas sí podemos y debemos desarrollarnos (sanidad, cuidado de las personas dependientes, educación, cultura, relocalización y economía de proximidad…), también deje claro en cuáles nos es imprescindible decrecer (explotación de los combustibles fósiles y los recursos naturales, agricultura y ganadería intensivas, industria nuclear y de armamento, consumismo –está demostrado que, a partir de cierto umbral, el nivel de consumo tiene poco que ver con el auténtico nivel de vida–;[5] reparto del trabajo, es decir, trabajar menos para trabajar tod@s…).

El economista Serge Latouche, en La apuesta por el decrecimiento, plantea que “volver a la huella ecológica[6] de 1960 no implica tanto producir menos valores de uso, en cuanto a los bienes básicos (agua, alimentos) y a los bienes duraderos (equipamientos domésticos, vestimenta, vivienda), como producirlos de manera diferente, y respecto a los segundos de forma que sean duraderos. Se trata de reducir el sobreconsumo, por supuesto, pero, aún más, la depredación y el desperdicio. Y antes de cerrar las fábricas de automóviles y llevar a los obreros al desempleo, se puede pensar en reconvertirlas en la fabricación de cogeneradores domésticos (cuya tecnología es cercana) para establecer el escenario Negawatt[7] de división por cuatro de nuestro consumo de energía. Objetor de crecimiento, Willem Hoogendyk presenta un pequeño esquema bastante verosímil de reducción del PIB del 60%.

 

PIB

Gastos de compensación, de

reparación, de despilfarro, etc.

Resultado

Neto

Situación actual

100

–  60

= 40

Decrecimiento del 60%

Reducción del 25%

Situación futura

40

–  10

= 30

Ay, y es que “Nuestro PIB”, declaraba Robert Kennedy en frase lapidaria, “engloba también la contaminación del aire, la publicidad de cigarrillos y los trayectos de las ambulancias que recogen a los heridos en la carretera. Abarca la destrucción de nuestros bosques y de la naturaleza. Abarca el napalm y el coste del almacenamiento de residuos radioactivos. Y, al contrario, el PIB no tiene en cuenta la salud de nuestros hijos, la calidad de su educación…”.

Dentro del apartado del despilfarro y el consumismo irresponsables, merecen capítulo aparte algunos productos de lujo y/o completamente superfluos. Hay comparaciones sangrantes pero reales como la vida misma: para muestra, la que realizaba el Worldwatch Institute en 2010:

Gastos anuales en productos de lujo comparados con las inversiones

necesarias para la satisfacción de algunas necesidades básicas

Producto

Gastos mundiales anuales

Objetivos socio-económicos para el conjunto de la población mundial

Inversiones anuales suplementarias para poder realizar esos objetivos

Maquillaje

18.000 millones $

Salud reproductiva para todas las mujeres

12.000 millones $

Alimentos para animales domésticos (Europa y EE.UU.)

17.000 millones $

Eliminación de la pobreza y de la malnutrición

19.000 millones $

Perfumería

15.000 millones $

Lucha contra el analfabetismo

5.000 millones $

Cruceros marítimos

14.000 millones $

Agua potable

10.000 millones $

Helados y postres helados en Europa

11.000 millones $

Vacunación de todos los niños

1.300 millones $

Esta amarga realidad, paradójicamente, hace posible que el cambio de modelo propuesto pueda ser llevado a cabo sin que la gran mayoría de la población del primer mundo vea reducida su verdadera calidad de vida. En palabras del sociólogo Michael Löwy, ésta “sólo deberá privarse del consumo obsesivo, inducido por el sistema capitalista, de mercancías inútiles que no corresponden a ninguna necesidad real… son introducidas por la manipulación mental, esto es, la publicidad… que sería reemplazada por información sobre bienes y servicios facilitados por asociaciones de consumo.” (Ecosocialismo: hacia una nueva civilización, 2009)

El New Deal Verde: ¡Sí, se puede! 

Resultado de imagen para New Deal VerdeDurante la Gran Recesión, surgió una pregunta indignada: si los gobiernos están gastando el dinero público de todos en salvar a los bancos, ¿por qué no lo invierten en rescatar a las personas? También podríamos preguntarnos: ¿Y en evitar el cambio climático?… En julio de 2008, un grupo de expertos británico de la New Economics Foundation daban una respuesta histórica: el informe A Green New Deal (“Un Nuevo Pacto Verde”): Políticas conjuntas para resolver el triple crack de la crisis del crédito, el cambio climático y los elevados precios del crudo, una batería de propuestas inspiradas en el New Deal, el gran programa de infraestructuras que dio empleo a 4 millones de personas en EU, promovido por Franklin D. Roosevelt a raíz de la Gran Depresión. Las propuestas más importantes son:

1. Implementar un sistema de energía con bajas emisiones de carbono que incluya hacer de cada edificio “una central eléctrica”. La participación de millones de propiedades permitiría maximizar la eficiencia energética y el uso de energías renovables para generar electricidad, por ejemplo, con cubiertas solares. Una inversión seria en la construcción de nuevos sistemas de suministro de energía –incluyendo la eficiencia energética, la cogeneración de calor y electricidad, y energías renovables para millones de hogares y edificios– costaría unos 50.000 millones de libras anuales, es decir, apenas un 3,5% del PIB de Gran Bretaña. ¡Sí, se puede!

2. Esto permitiría crear un “ejército de trabajadores del carbono”, que proporcionaría los recursos humanos para el amplio programa de reconstrucción ambiental. Un estudio del Instituto de Investigaciones en Economía Política de la Universidad de Massachussets apoya este análisis: ese mismo año, los autores calculaban que la inversión de 100.000 millones de dólares en áreas prioritarias (aislamiento térmico de edificios, tráfico masivo/ferrocarril de carga, red eléctrica inteligente y energías renovables) en dos años podría generar 2 millones de empleos.

Y 3. Establecer un Fondo “Herencia del Petróleo” –como el que ya existe en Noruega–, pagado por un impuesto extraordinario sobre las ganancias de las compañías de petróleo y gas, como parte de un paquete de recursos financieros e incentivos para reunir el presupuesto que debe gastarse, y que también incluiría bonos verdes. El dinero recaudado ayudaría a lidiar con los efectos del cambio climático y facilitaría la transición a una economía baja en carbono. Resultado de imagen para New Deal Verde

En 2009, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) dedicó un amplio estudio a analizar el impacto de un “eco-impuesto” extrapolado al mercado laboral mundial, y llegó a la conclusión de que la imposición de un precio a las emisiones de CO2 (sólo unos 30 € por tonelada de carbono emitido), y la utilización de lo recaudado para fomentar el empleo –reduciendo las aportaciones a la seguridad social– y para subvencionar las industrias “verdes” no contaminantes, conseguiría crear en cinco años ¡14,3 millones de nuevos empleos en todo el mundo! ¡Sí, se puede!

¿Qué hacer?: Las ciudades, la gran oportunidad

Según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), más de la mitad de la población del planeta reside en zonas urbanas, y el porcentaje llegará al 70% en el 2050 (en el estado español ya es así). En la actualidad, las ciudades acaparan el 75% del consumo energético y son responsables del 75% de las emisiones de carbono, además del consumo del 60% de agua y el 76% de la demanda de madera. Las ciudades dependen para su subsistencia de las capacidades productivas (alimentos, agua, energía y materiales) y asimilativas (residuos, aguas residuales y Gases de Efecto Invernadero, GEI) de los ecosistemas que las rodean; pero también son los espacios donde existe una mayor capacidad para afrontar la crisis ambiental global que vivimos. A modo de ejemplos a seguir, Malmö (Suecia) es la primera urbe del mundo neutra en carbono y el barrio ecosostenible de Vauban, en Friburgo (Alemania), la Capital Verde Europea, no sólo se autoabastece energéticamente, sino que además vende el superávit de electricidad producida por su parque solar de viviendas al resto de la ciudad.

¿Y en el estado español? Según el excelente informe del Centro Complutense de Estudios e Información Medioambiental (CCEIM) de la Universidad Complutense de Madrid, Cambio Global España 2020/50. Programa Ciudades (noviembre de 2009), el escenario continuista es apocalíptico: si seguimos así, para el año 2050 tendremos ¡47.574.000 viviendas! (casi una por habitante) y un tsunami de cemento: un consumo de “suelo artificial” urbano de 48.842 km2, ¡el doble que en 1990!, en detrimento del suelo agrícola de calidad; el parque de vehículos triplicará su número actual (¡más de un coche por habitante!), llevando a las grandes ciudades a un colapso circulatorio, las emisiones de GEI ¡cuadruplicarán las de 1990! (¡adiós, Kyoto!), y multiplicaremos por dos los residuos producidos en el 2000… ¿Hay alternativas? ¡Por supuesto! Nos centraremos en las 4 variables fundamentales para minimizar la huella ecológica:Imagen relacionada

1.– Edificación y ocupación del suelo

Tenemos un parque de viviendas sobredimensionado e infrautilizado, una enorme cantidad de suelo clasificado como urbanizable y una distribución inadecuada de los usos del suelo en la ciudad, con una dedicación excesiva al transporte privado y una importante segregación de actividades. En 2009 el Parlamento Europeo aprobó el Informe Auken, que critica con dureza la “urbanización masiva” del estado español. La actividad edificatoria residencial debería responder sólo a las necesidades reales de vivienda: para ello, el número de viviendas construidas no debería superar las 37.000 anuales (en la misma proporción que el aumento de la población), y el stock de viviendas vacías tendría que reducirse al 5% del total.

Al mismo tiempo, la rehabilitación urbana integral (incluyendo los componentes energético y ambiental) del parque residencial, además de mejorar la habitabilidad, daría un fuerte impulso a la creación de empleo y haría posible la reconversión del sector. Sólo deben construirse edificios con ‘cero energía’ (NZEB, “Nearly zero-energy buildings”) y cero emisiones durante todo su ciclo de uso, es decir, que generen in situ a partir de fuentes renovables la misma cantidad de energía que consumen, en cumplimiento de la Directiva europea de eficiencia energética (2010/31/UE). Estas propuestas permitirían una reducción drástica del consumo de energía (el 55%) y de las emisiones de GEI, ¡hasta el 80%!, de cara al 2050, según Cambio Global España 2020/50.

Curiosamente, las normativas urbanísticas de varias comunidades autónomas limitan las densidades edificatorias máximas, ¡pero nunca las mínimas! Hay que minimizar la demanda de nuevo suelo artificial para cubrir las necesidades sociales, recuperar el carácter compacto y diverso de las ciudades mediterráneas y, sobre todo, las densidades medias que existían antes de los procesos de dispersión urbanística de los últimos 20 años (1990-2010). Para ello, se debe prohibir el desarrollo de nuevos crecimientos urbanos no justificados, y conseguir que los nuevos desarrollos residenciales recuperen unos promedios de 70 viviendas por Hectárea.

2. Consumo energético y emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI)

Reconducir el panorama energético en las ciudades pasa por conseguir de cara al año 2050 una reducción del 60% del gasto en energía respecto al 2000, sobre todo en la edificación y el transporte –los sectores con mayores emisiones–, y promoviendo un cambio sustancial en los hábitos de consumo que permita disminuir el gasto indiscriminado en torno al 10-20% per cápita. Es necesaria una transformación radical del transporte, dando prioridad al transporte público y eléctrico (véase el apartado “Movilidad urbana”).

Además, los suministradores de energía tendrán que invertir en redes de distribución eléctrica inteligentes, que reducen las pérdidas de energía y las diferencias de gasto entre las horas punta y valle, permitiendo que el consumidor reduzca su gasto significativamente. A la vez, esto facilitaría la implantación de una nueva tarifa de la luz más progresiva, con criterios sociales (¡el estado español es el segundo país de Europa con la electricidad más cara!) y ambientales, y la “democratización” de la energía, con un cambio del marco legislativo: ya se ha derogado el impuesto al Sol y ahora hay que impulsar el autoconsumo.

Al mismo tiempo, se debe planificar el cierre de todas las centrales térmicas para el 2025, mientras se aumenta la participación de las renovables en el mix energético, con el objetivo de llegar al 85% en 2050. Josep Vendrell, ex portavoz de energía de Unidos Podemos-En Comú Podem, planteaba un objetivo aún más ambicioso: ¡sería posible llegar al 100% de renovables! con una planificación de la transición energética, basada, junto a los aspectos ya tratados (ahorro y eficiencia, rehabilitación de edificios, electrificación de la movilidad y autoconsumo), en “la desintegración vertical de las grandes empresas para romper el oligopolio, el apoyo a las cooperativas, a los operadores públicos locales y a las pequeñas y medianas empresas de renovables; el cierre progresivo de las nucleares y el abandono del carbón, con una transición justa para las zonas afectadas; una planificación adecuada que ponga en el centro la expansión de las energías renovables” (La batalla de l’energia, treball 2017).

En 2010, el Instituto Sindical de Trabajo, Ambiente y Salud de CC.OO. calculaba que con sólo un 30% de energías renovables, ¡se podrían triplicar los puestos de trabajo en el sector! durante los próximos diez años, creando hasta 228.000 nuevos empleos directos e indirectos, sobre todo en la solar fotovoltaica y la eólica, hasta llegar a un total de 344.000 trabajador@s.

El objetivo final sería lograr ciudades neutras en emisiones de GEI, potenciando sustancialmente el “efecto sumidero”: los parques, jardines y zonas verdes podrían aumentar su capacidad de absorción de CO2 en un 30%, incrementando la proporción de cubierta por especies arbóreas y arbustivas en un 40%, y evitando el sellado continuo del suelo urbano, con el objetivo para 2050 de una reducción de las emisiones del 90-100% con respecto a 1990.

3. Movilidad urbana

Empezando por el transporte interurbano, el estado español es el país de Europa que dispone de la mejor dotación de carreteras de alta capacidad por habitante: ¡debe cesar ya la construcción de nuevas autopistas y autovías!, con la excepción de actuaciones puntuales en seguridad. Los fondos sobrantes tendrían que dedicarse a la mejora de cercanías RENFE, de los ferrocarriles autonómicos y Feve, y de los carriles bus y VAO (para Vehículos de Alta Ocupación). Actualmente sólo hay carriles VAO en las entradas a Barcelona, Madrid y Granada.

Un impulso decidido al transporte público (empezando por el incremento de la flota) y a los modos de movilidad no motorizados frente al coche particular, unido al desarrollo de las energías renovables, que permitiría la electrificación del transporte (la construcción de redes de tranvía en todas las ciudades importantes y la sustitución de las flotas de autobuses de motor de explosión por otros híbridos) con bajos índices de emisiones, lograría para el 2050 una reducción del gasto energético y las emisiones al 25% de los valores del 2000.

Según Cambio Global España 2020/50, esta reestructuración progresiva del reparto modal de la movilidad urbana podría llegar a un escenario de ¡sólo el 10% de los desplazamientos en coche!, un 30-32% en transporte público y la mayoría, un 58-60%, andando o en bici. En esta situación, el número de coches particulares por ciudadano (0,2) ¡habría descendido a la mitad del año 2000!

Para conseguir estos objetivos, es básica una planificación urbanística favorable a la movilidad sostenible, la pacificación del tráfico y la mezcla de usos típica de la ciudad mediterránea compacta y diversa, que facilite la proximidad de servicios (los planes de movilidad de Friburgo y Vitoria-Gasteiz son claros ejemplos); la introducción de peajes de congestión en las horas punta de entrada y salida de las grandes ciudades (como ya se hace en Londres, Milán, Estocolmo…), cuyos beneficios se invertirían en el transporte público y, ¿por qué no?, en la subvención de la adquisición de vehículos eléctricos, empezando por las bicicletas eléctricas; y la aplicación de una tasa ecológica siguiendo el ejemplo de Alemania, que internalice los costes externos del transporte,[8] y también sobre el combustible del transporte aéreo.

En diciembre de 2010, ISTAS-CC.OO. calculaba que el número de empleos en el sector de la movilidad sostenible podría duplicarse en los próximos diez años, llegando a alcanzar los 444.000 puestos de trabajo y consiguiendo reducir el consumo energético en un 13%, cifras nada desdeñables si tenemos en cuenta que la importación de petróleo y derivados supone ¡dos tercios del déficit comercial español! El estudio preveía que más de 20 ciudades contarían con una red de tranvía el año 2020. Aunque no se haya avanzado tanto, los datos siguen siendo válidos.

Y 4. Generación de residuos urbanos

El Plan Nacional Integrado de Residuos (PNIR) 2008-2015 refleja que la gestión de los residuos urbanos en el estado español deja mucho que desear, tanto en su recogida como en su gestión (¡el 68% van a parar a los vertederos!), y subraya el incremento de la producción de residuos en un 89% durante el período 1990-2005. La mayor parte de este aumento se debe a los residuos derivados de la frenética actividad constructora durante esos años. Como en el transporte, es necesaria la internalización de los costes en las tasas, impuestos y precios públicos, y el pago de tributos locales en función de la cantidad de desechos generados.

Este es el apartado que consideramos más difícil de cumplir del programa Cambio Global España 2020/50, y el que requerirá una mayor concienciación ciudadana, pero aun así, se pueden apuntar objetivos muy claros: la utilización de materiales certificados, reciclados o reciclables en la construcción y obra pública debe ser una exigencia administrativa.

Es necesario un impulso decidido a la reducción efectiva en origen de los residuos, hasta alcanzar en 2050 las cantidades producidas en 1990, empezando por establecer una limitación a la generación de residuos para todas aquellas actividades sometidas a licencia de obras o de actividad; promover la reutilización de los Residuos de Construcción y Demolición por encima del 90%, la reutilización de la práctica totalidad de los envases, con prioridad sobre el reciclado; la recogida selectiva, hasta llegar al 65%, y un aumento del reciclaje y la valorización, junto al aprovechamiento como compost y energía de los lodos de la depuradora.

En 2050, sólo podrán depositarse en vertedero menos del 5% de los Residuos Sólidos Urbanos, y en todo caso después de haber sido objeto de algún tratamiento previo, tal y como ya establece la normativa vigente. De esta manera, conseguiríamos aproximarnos a los objetivos de “depósito cero en vertedero” y residuo cero”, es decir, aproximarnos a conseguir cerrar los ciclos, optimizando al máximo el aprovechamiento de los materiales. También se lograría una disminución de los GEI relacionados con los residuos urbanos superior al 50%.

En definitiva, podemos concluir que la reducción de la huella ecológica del conjunto de las ciudades del estado español sólo será posible si se logra un cambio importante en los patrones de residencia, consumo y metabolismo urbano. Sin embargo, con la aplicación de estas medidas y la consecución de los objetivos en estos cuatro temas fundamentales, empezando por una disminución del 29% de la superficie artificial urbana actual, y en el marco de un escenario de reducción del consumo superfluo del 1,3% anual (poca broma, que daría como resultado un 40,3% en los 31 años que nos quedan hasta 2050), gracias a la disminución del despilfarro (volvemos a Latouche, Hoogendyk y Löwy) y a nuevos hábitos de vida más saludables, para 2050 lograríamos alcanzar la meta: ¡una huella ecológica similar a la biocapacidad del país registrada en el 2000! (unas 2,73 Hectáreas globales por habitante).

No es extraño que Willem Hoogendyk finalice su excelente obra, El gran cambio de rumbo llamando a fundar “un movimiento colectivo con ecologistas, objetores de crecimiento, militantes de la paz y de los derechos humanos, ‘creativos culturales’, grupos de pueblos que sufren la mundialización, emprendedores sociales, médicos inquietos, sin olvidar los agricultores y los propietarios de pequeñas y medianas empresas: un movimiento determinado a resistir y acabar de una vez por todas con… un sistema suicida…

En suma, un movimiento por la preservación de un magnífico planeta, por un mundo duradero y más justo. […] ¿Qué arriesgamos? En el peor de los casos, perderemos nuestras cadenas y nuestro envenenamiento. Tenemos un mundo que salvar. Mujeres y hombres conscientes de todos los países, ¡uníos!”

Notas:

[1] Aunque según el ecologista Bill McKibben, esto no debería preocuparnos demasiado: “Antes de que nos quedemos sin petróleo, nos quedaremos sin planeta.” (Deep Economy, 2007)

[2] “La alegría con que se ha deforestado el Sudeste asiático para ganar tierras de cultivo y el desecamiento de tremedales en los cuales crecían árboles llevaron a que se produjeran incendios tan enormes que supusieron el equivalente al 40% del total de emisiones mundiales producidas por la quema de combustibles fósiles.” (James Lovelock, La venganza de la Tierra, 2007)

[3]Véase Jan Zalasiewicz et al., Are we now living in the Anthropocene? (“¿Estamos viviendo ahora en el Antropoceno?”), Geological Society of America Today (2008). Y desde el punto de vista del colapso energético, Ramón Fernández Durán y Luis González Reyes, En la espiral de la energía, vol. I, cap. 6, El Antropoceno: la crisis ecológica adquiere dimensión mundial (2014).

[4] James Lovelock aporta varias ideas de geoingeniería, propias y de otros científicos (Klaus Lackner y Ken Caldiera, sobre todo) para llevarlo a cabo, op. cit.

[5] Veáse La situación del mundo 2008, de The Worldwatch Institute.

[6] La huella ecológica es una medida de la cantidad de suelo productivo y agua que un individuo, una ciudad, un país o la población mundial requieren para producir todos los recursos que consumen y absorber todos los residuos que generan. La huella ecológica total de una población determinada es la suma de los cultivos, pastos, bosques, ganado, pesca, construcciones y energía requeridos para su mantenimiento y la asimilación de sus residuos. (Global Footprint Network)

[7] El Negawatt es una unidad de medida que cuantifica la potencia ahorrada en un proceso gracias a una tecnología o un comportamiento, y corresponde «en negativo» al watt (W). Es la medida con la que se cuantifica la eficiencia energética o el ahorro de energía.

[8] “Si se incluyeran los costes invisibles […] –los accidentes de coche, la contaminación del aire, las bases militares (para impedir a los pueblos de los países productores controlar su propio petróleo), las subvenciones a las compañías petroleras– si, pues, se incluyera todo esto, el precio del carburante treparía a los 14 dólares el galón [3,78 litros]” (Sierra Magazine, abril 2002)

*Licenciado en Biología por la Universitat Autònoma de Barcelona. Conseller de Medio Ambiente y Sostenibilidad del Distrito de Nou Barris (2001-06), impulsó y coordinó la realización de La Agenda 21 de Nou Barris. Compromiso ciudadano por la sostenibilidad (Ayuntamiento de Barcelona, 2006). El texto resume y actualiza el Trabajo Final de Diplomatura de Postgrado en Ideas y Experiencias Políticas Transformadoras del autor (UAB, abril 2018), tutorado por el profesor Joaquim Sempere.
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