Prostitución alentada por tropas de Estados Unidos en Corea

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Zoltán Dujisin*

La presencia militar estadounidense en Corea del Sur ha alentado la prostitución en los alrededores de la base del ejército Camp Stanley, no muy lejos de la capital, así como en numerosas instalaciones similares. Las tropas de Estados Unidos están apostadas en la península de Corea desde 1945, y sus dimensiones se dispararon en la guerra civil con fuerte participación internacional de 1950 a 1953. Hoy se calculan en 28.500 soldados.
 Washington sostiene que la permanencia de sus bases allí es de carácter disuasivo ante una posible agresión de la comunista Corea del Norte contra Corea del Sur, aliada de Occidente. Observadores locales aseguran que la irrefrenable prostitución, ilegalizada en este país, es consecuencia directa de la presencia militar estadounidense. Rusia y China mantuvieron también tropas apostadas en Corea del Norte tras la guerra civil.
 
Pero desde entonces, los soldados de los países vecinos "abandonaron el área, mientras las de Estados Unidos siguen allí, con casi 100 bases", dijo Yu Young Nim, activista de Durebang ("el lugar de mi hermana", en coreano), organización no gubernamental local que brinda asistencia médica y legal a trabajadoras sexuales.
 
La oficina de Yu Young Nim está en Camp Stanley, a unos pocos metros de restaurantes locales y de las sucursales que instalaron en los años 80 las cadenas estadounidenses de comida rápida Kentucky Fried Chicken y Subway. El estado de esos establecimientos es testigo de la lenta decadencia que ha experimentado el poblado.
 
Frente a uno de uno de ellos está sentada una ex "mama-san" (madama, supervisora de prostíbulos). Como tantas ex trabajadoras sexuales, parece más vieja de lo que es. Al abandonar esa ocupación, abrió un restaurante. La "mama-san" prefiere atender a militares norteamericanos y no a sus compatriotas. "Los G.I. (acrónimo usado tradicionalmente para denominar a los soldados estadounidenses) comen sin quejarse", dijo. "Los coreanos siempre esperan que los sirvamos como reyes."
 
Fue en estos sitios que platillos hoy habituales, como el "pudaettsigae", ingresaron en la dieta nacional: los coreanos pobres tomaban desechos de los cuarteles, como salchichas, frijoles y queso, y los mezclaban con ingredientes locales.
 
Luego de trabajar como prostituta durante parte de su juventud, periodo en el que tuvo un hijo con un soldado estadounidense, esta "mama-san" abrió su propio club nocturno, donde empleó a otras muchachas. Tres años después, lo cerró porque los ingresos cayeron. "Si la base cierra, trataré de mudarme a Estados Unidos. Eso sería bueno para mi hijo", afirmó. El niño habla usualmente coreano, pero recibió su educación en inglés. "No creo que pueda asistir a una universidad coreana, pero las estadounidenses son demasiado caras para nosotros."
 
Ella aspira a que el padre del niño la ayudara. "Tengo algún contacto con su abuelo, pero no con su padre. No le envía regalos, ni siquiera una postal para Navidad. Tiene mucho más dinero que yo, pero no hace nada por su hijo, que cree no tener padre", se lamentó.
 
Varios soldados estadounidenses se casaron o convivieron con prostitutas coreanas, que en muchos casos quedaron embarazadas, y luego las abandonaron, explicó Young Nim. "Esposos o novios también suelen someterlas a abuso físico, mental y económico", añadió. "La mayoría de estas mujeres proceden de familias rotas, o sufrieron abuso sexual y violencia doméstica. No hay protección para las víctimas de estos delitos. Luego de quedar atrapadas en las redes de la prostitución no pueden encontrar la salida."
 
Funcionarios estadounidenses han divulgado declaraciones de condena contra el auge de la prostitución, pero hicieron poco por frenarla. En realidad, "creen que este sistema debería existir para sus soldados", según Young Nim. "En la superficie, se pronuncian por una política de tolerancia cero, pero en la práctica saben lo que sucede y hacen uso del sistema."
 
La reducción de la prostitución entre mujeres coreanas "tiene más que ver con el trabajo de organizaciones no gubernamentales y con el desarrollo económico" del país que con acciones de Washington. "No hay contacto con las autoridades de Estados Unidos. Tienen una oficina legal y de asesoría, pero sólo para sus soldados y sus familiares", informó.
 
Dada la publicidad negativa, la cúpula militar del ejército estadounidense se ha vuelto de ha poco más extravertido en su condena de la prostitución. A los soldados se los desalienta de frecuentar los distritos rojos del centro de Seúl, pero, en los hechos, hacen poco por detenerlos.
 
El punto de inflexión fue el asesinato de una prostituta en Dongducheon en 1992. Las evidencias apuntan a soldados estadounidenses, pero el estatus legal especial de que disfrutan desde 1945 dificultó la investigación y las acusaciones. La prostitución es ilegal en Corea del Sur, pero los acuerdos libran prácticamente a los poblados donde se emplazan las bases de vigilancia contra esa actividad. Las declaraciones de las autoridades militares han limitado, además, su visibilidad.
 
El parlamento aprobó nuevas leyes contra la prostitución, pero activistas locales cuestionan su eficacia. Sólo han tenido como consecuencia alejar de Corea del Sur a las trabajadoras sexuales extranjeras, que, de ser arrestadas, pueden ser deportadas. Entre 3.000 y 4.000 mujeres ingresan cada año en este país desde Filipinas y otros países del sudeste asiático.
 
*Periodista de la agencia Inter Press Service, desde Seúl
 

 

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