Prostitución: TAMBIÉN EL ALMA EN VENTA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Boccaccio retrata con ingenio la prostitución, no la juzga ni pretende extraer conclusiones morales. Durante el siglo XIII, en la sociedad contemporánea del autor toscano, la prostitución estuvo regulada por el derecho canónico en un primer momento y más tarde por el poder civil. Con afán pragmático no se condenaba la promiscuidad sexual ni a las prostitutas, cuya máxima pena era una excomunión menor limitada en el tiempo.

La justicia estricta se reservaba para el proxeneta cuya responsabilidad se plasmaba en una horquilla que abarcaba el destierro y la pena de muerte.
Al contrario que la prostitución, aquella reglamentación no sobrevivió en el tiempo. La literatura continuó ocupándose con arte de esta profesión estrechamente emparentada con el género humano. Surgieron así los Diálogos de Cortesanas de Pietro Aretino o La Celestina de Fernando de Rojas.

El sexo mercenario como argumento ha proporcionado a los lectores numerosas muestras del arte de escribir mucho antes de que los relatos eróticamente explícitos o los libros-testimonio encontraran su hueco en el mercado. La Dama de las Camelias de Alejandro Dumas, Juantacadáveres de Onetti, Radophis la Cortesana de Mahfuz o Pantaleón y las visitadoras de Vargas Llosa, son algunas muestras de lo apuntado.

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Albert Londres y el hilo de la madeja

Ha sido menor, sin embargo, el número de obras de calidad dedicadas a desentrañar la madeja en la que se desenvuelve este mundo.

Uno de los primeros en intentarlo con relativo éxito fue Albert Londres (1884-1932). Londres, considerado uno de los padres del periodismo de investigación, consagró su vida a la denuncia documentada en forma de artículos o libros. La supervivencia diaria de los convictos en los penales coloniales franceses, la agonía existencial de los judíos en las aldeas del oriente europeo o la desidia que regía el destino de los internados en los manicomios estatales franceses fueron algunos de los argumentos de sus libros.

En sus propias palabras: “Quise bajar al pozo donde la sociedad se desembaraza de aquello que la amenaza. Mirar lo que nadie quiere mirar”. Con esta declaración de intenciones Londres encaró la que quizás sea su obra más conocida, El Camino de Buenos Aires (Editorial Prensa Ibérica). Mientras Europa se desgarraba en la primera guerra mundial, al otro lado del océano, en Argentina, una nación joven de inmensas tierras sin explotar, reclamaba mano de obra al viejo continente. Miles de desesperados, de buscavidas y emprendedores se hicieron eco de la llamada que les seducía con el señuelo de la tierra prometida. Buenos Aires se convirtió en la puerta del cielo para aquel inmenso tráfico humano, en buena parte compuesto por hombres solos.

Las mafias que controlaban la prostitución vieron claramente el negocio. De un lado del océano la miseria atenazaba naciones enteras cebándose con especial dureza en las minorías judías dispersas en Europa central y oriental. En la otra orilla del mar una nación pujante en la que era rara la semana en que no atracaba un vapor cargado de trabajadores dispuestos a labrarse su futuro con las manos.

Los rufianes polacos de origen judío vieron la inmensa oportunidad de negocio y no la desaprovecharon. Con organización y jerarquía, resolviendo los conflictos con inteligencia criminal y dinero, disponiendo de una bien tramada red de alcahuetes en Europa y un tráfico organizado que incluía embarques en los principales puertos europeos, construyeron un inmenso imperio que, sustentado en la trata de blancas, alcanzaba en su corrupción al poder político y judicial del país sudamericano.

Albert Londres, describe en su libro este mundo siniestro, hecho de halagos y sonrisas y que ocultaba, en realidad, una variante de la esclavitud abolida, sobre el papel, muchos decenios antes.

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Zwi Migdal

«La trata de blancas en el Atlántico Sur. Argentina, Brasil y Uruguay (1.880-1.932)» es el subtítulo de un libro que, presentado con el nombre de Las rutas de Eros (Taurus), y escrito por la investigadora uruguaya Yvette Trochon ahonda, con profusión de fotografías y documentos de la época, en las condiciones sociales, políticas y económicas que hicieron posible aquel tráfico humano.

Al igual que Londres, la historiadora centra buena parte de su obra en las organizaciones gestionadas por los judíos europeos, con especial hincapié en la Varsovia y en su sucesora, Zwi Migdal, al considerarlas la forma de tráfico criminal más elaborada y poderosa por sus estrechos contactos con el poder en el Buenos Aires y el Montevideo de aquellos años. Gracias al combustible del dinero y a un ambiente de corrupción generalizada los “caftenes” lograron, casi siempre, ir por delante de la justicia y eludir su alcance con oportunos traslados de su particular negocio a los países limítrofes.

En ausencia de legislación, o cuando ésta era burlada con impunidad, fueron los diarios los que se lanzaron a una abierta lucha contra el tráfico humano.

Sin embargo, en la desigual pelea por restaurar la dignidad de miles de mujeres vejadas y sometidas sobresalen tres nombres propios, el de la prostituta Raquel Liberman, Julio Alsogaray, un incorruptible comisario de policía y el del juez Rodríguez Ocampo. Con más derrotas que victorias y gracias a una tenacidad fuera de lo común, lograron tramar una red que, a largo plazo, logró romper el muro de silencio que protegía a los rufianes.

El imperio de los burdeles cayó con estrépito arrastrando en su caída a buena parte de sus líderes intelectuales y cómplices. Estos últimos momentos de la Migdal han sido recogidos en algunas publicaciones especializadas, la argentina Myrtha Schalom los incorpora a su biografía novelada de la Liberman que, bajo el nombre de “La Polaca” ha editado el Grupo Editorial Norma.

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Pudiera parecer que los testimonios recogidos en sus obras por Londres, Trochon o Schalom con respecto a la prostitución son un reflejo de un pasado lejano. Nada más incierto. El tráfico se ha invertido. La Europa próspera absorbe ahora la miseria del resto del mundo. La editorial Virus publica “Los pasos (in)visibles de la prostitución”, un recorrido esclarecedor por las sendas por las que transita la prostitución actual en una gran ciudad como Barcelona.

La experiencia histórica demuestra que las víctimas son siempre las mismas: esos seres humanos que por ignorancia o miseria son explotados por terceros para su exclusivo privilegio. Emmet Murphy en su Historia de los grandes burdeles del mundo recoge una cita esclarecedora:

“Esta es la cuestión: el tendero, el comerciante, el casero, el droguero, el vendedor de licores, el policía, el médico, el padre de la ciudad y el político son las personas que hacen dinero con la prostitución, los verdaderos cosechadores de los jornales del pecado”.

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* Periodista, corresponsal en viaje permanente.

Sobre Raquel Libermann, véase del mismo autor en esta revista La mujer que desmanteló un imperio de burdeles.

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