19 de noviembre de 1966: Lisandro Otero, entonces director de la revista Cuba, y el periodista uruguayo Ernesto González Bermejo conversan en Moscú con Ilia Ehrenburg, el escritor judío-soviético autor de la célebre novela El deshielo, que dio nombre al proceso de apertura política en la Unión Soviética encabezado por Nikita Jrushov.

Ehrenburg, nacido en Kiev cuando Ucrania formaba parte del imperio zarista, les contó “con la voz apagada por la costumbre del espanto, que Stalin había hecho matar a 736 escritores”. El encuentro, que tuvo lugar nueve meses antes de la muerte de Ehrenburg, fue rememorado por González Bermejo en la crónica “El pulgar del César”, incluida en su libro Cuatro pasos por el mundo (Montevideo, 1992).Stalin encarna el poder absoluto disfrazado de heroísmo, un líder que convirtió la memoria colectiva en instrumento de control y miedo

En 1966 la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas vivía aún el proceso de desestalinización que Jrushov inició en 1956 con su histórico informe al vigésimo congreso del PCUS (Partido Comunista), donde denunció el culto a la personalidad y los crímenes represivos del largo periodo de Josef Stalin, el hombre que gobernó la URSS con mano de hierro desde 1924 hasta su muerte en 1953.

Jrushov fue removido de la jefatura del gobierno y del Partido Comunista de la URSS (PCUS) en 1964. Sus sucesores, Leonid Brézhnev y Aleksei Kosigyn, ordenaron precisamente en 1966 uno de los últimos actos simbólicos de limpieza de la imagen de Stalin en la vida cotidiana de los moscovitas con la remoción de un conjunto escultórico en su homenaje en la estación Taganskaya, una de las más concurridas e importantes del Metro capitalino.

Seis décadas después, el 15 de mayo de este año, se inauguró en la misma estación Taganskaya la restaurada e idílica estatua en sobre relieve de Josef Stalin, en la culminación de una serie de gestos del gobierno de Vladimir Putin de reivindicación de la figura del dictador soviético.

Un Stalin rodeado de mujeres, hombres, niños que le ofrecen flores y bebés, en un mármol blanco, de luminoso futuro, al estilo más depurado de la estética del arte del realismo socialista, vuelve a observar a los moscovitas para recordarles al vencedor de la Alemania nazi en la narrativa gubernamental.

The New York Times y otros medios internacionales recordaron que antes de este conjunto escultórico, bajo la era de Putin como presidente de la Federación Rusa, se levantaron o reconstruyeron más de un centenar de monumentos a Stalin, incluyendo uno en la ciudad ucraniana de Melitópol, ocupada por fuerzas rusas.

Una efigie del perfil de Vladimir Lenin aparece en la cúspide del monumento, casi como un detalle que no opaca el protagonismo del “padrecito Stalin”, como lo llamaron durante décadas los soviéticos.

Vladimir Putin and Stalin in World War 2 attire on CraiyonEn Rusia predominan actualmente los actos de reivindicación de Stalin, asociados según observadores internacionales al propósito del gobierno de Putin de reforzar en la población la imagen del conductor que en la segunda Guerra Mundial (llamada Gran Guerra Patria por los soviéticos), derrotó la ofensiva de la Alemania nazi en el frente oriental y fue el principal factor de la derrota de Hitler, con la entrada del Ejército Rojo en Berlín el 30 de abril de 1945.

Putin lanzó en febrero de 2022 la invasión a Ucrania con la proclama de “desnazificar” a ese país fronterizo. En la propaganda rusa, el gobierno de Volodomir Zelenski no solo representa el peligro de instalar en sus fronteras a la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) con sus misiles, sino también a un renacido nazismo con milicias preparadas para asesinar a la población de origen ruso del Donbás. Zelenski vendría a ser una réplica miniaturizada de Adolf Hitler, cuyo odio iba por igual contra los judíos, los gitanos y los pueblos eslavos.

La propaganda en tiempos de guerra no se caracteriza por su rigurosidad. Tanto rusos como ucranianos son pueblos eslavos y la historia de la URSS registra en ambas nacionalidades héroes en la resistencia contra la invasión nazi, así como colaboracionistas con Hitler. Sin ir más lejos, en la disputada región del Donbás actúan bandas xenófobas y filo nazis tanto desde el lado ruso como del ucraniano.

Otra incongruencia del posicionamiento de Putin pasa precisamente por la figura de Stalin, que no era ruso, sino originario de Georgia, una exrepública soviética que se independizó en 1991 tras la disolución de la URSS, de menos de cuatro millones de habitantes, gobernada por una coalición socialdemócrata, a punto de ingresar a la Unión Europea y que también hace antesala como aspirante a integrar la OTAN.

Entonces, todo vale. Si la meta de Moscú es rusificar a Ucrania, para ello también ha rusificado a Josef Stalin, que en su país natal es también una figura controvertida. En 1956, los georgianos se levantaron con protestas contra Moscú por el proceso de desestalinización, pero con el tiempo la figura del “Padrecito” es venerada por orgullo nacional y sus dotes de estratega en la guerra, aunque no parecePoster soviético “Defender Moscú” inspirar a los partidos que hoy gobiernan ese país, más próximos al modelo europeo occidental de democracias representativas.

Es que el récord represivo de Stalin es imposible de olvidar. González Bermejo lo resumió así en su crónica: “Tres mariscales sobre cinco fueron purgados; 60 generales sobre 65; 35 mil oficiales sobre 70 mil. Los soviéticos que pelearon en las Brigadas Internacionales en la guerra civil de España y cayeron prisioneros de los falangistas, a su regreso a la URSS fueron a parar, masivamente, a los campos de concentración de Stalin por «haberse rendido al enemigo». Con (su ministro Lavrenti) Beria (también georgiano) al frente de la represión fueron detenidos siete millones de ciudadanos soviéticos: tres millones murieron…”.

Los testimonios históricos y literarios sobre los crímenes de Stalin son numerosos. El hombre reverenciado, que dictó normas incluso para el arte bajo los cánones del realismo socialista, usó la muerte como instrumento de poder, pero también la provocó mediante políticas de industrialización forzada que destruyeron la vocación agrícola de varias repúblicas y derivaron en hambrunas. Ucrania fue un caso típico.

Putin ha reconocido los horrores de la era de Stalin en numerosas entrevistas, anteriores a la invasión de Ucrania. Incluso incentivó la creación de memoriales para que la población rusa conociera testimonios de esa época. El año 2001 se inauguró el Museo de la Historia del Gulag, acerca de los campos de concentración y reeducación donde eran internados opositores a Stalin para cumplir trabajos forzados, sobre todo en Siberia. Sin embargo, en noviembre de 2024, el museo fue cerrado.

Poster soviético “¡La Madre Patria llama!”

En el último tiempo, mientras se prolonga e intensifica la guerra con Ucrania, se ha acentuado el rescate de Stalin. En una entrevista, Putin impugnó el uso de la figura del exdictador en los medios occidentales “con el fin de atacar a Rusia”. Pero también el actual gobernante ruso parece emular métodos estalinistas para resolver desafíos políticos. El asesinato, por envenenamiento, del opositor Aleksei Navalni en 2024, y el misterioso accidente aéreo en que murió el líder del mercenario Grupo Wagner, Yevgeny Prigozhin, en agosto de 2023, apuntan en esa dirección.

Al margen de fanáticos trasnochados del nazismo, cuesta encontrar seguidores post mortem de Hitler, independientemente de que su ideario supremacista, xenófobo y anticomunista sea reivindicado por partidos neonazis. Con Stalin la situación es casi inversa: venerado como vencedor en la Gran Guerra Patria, se tiende a soslayar su trayectoria política, marcada por el personalismo y la represión, mientras su gestión de gobernante quedó enclaustrada en fórmulas de colectivismo y burocratización que a la larga no lograron derrotar al capitalismo en la disputa global de la Guerra Fría.

¿Por qué las repúblicas soviéticas, incluyendo a Rusia, y los países de Europa del Este corrieron a abrazar el capitalismo tras la disolución de la URSS en 1991? ¿Por qué la población de esos países optó por regímenes liberales y renunció a la protección de un Estado que garantizaba salud, educación y vivienda y al mismo tiempo imponía censuras políticas y culturales? Las raíces de esta desafección masiva al socialismo real hay que buscarlas en la era de Stalin y no, como pretenden todavía muchos ortodoxos, en una supuesta traición de Mijail Gorbachov.

En rigor, la perestroika y la glasnost fueron los intentos postreros de reencauzar a la Unión Soviética en los principios casi utópicos del marxismo, pero Gorbachov, “el último estadista” a nivel mundial, según el periodista ítalo-argentino Roberto Savio, fue frustrado en sus afanes pacifistas por Ronald Reagan, mientras los poderes financieros mundiales aprovechaban la gestión de Boris Yeltsin para crear una oligarquía rusa que hoy gobierna con Putin.

Así, el “Padrecito Stalin” goza de buena salud a más de 70 años de su muerte.

 

*Periodista y escritor. Magíster en Comunicación Política, Periodista y Diplomado en Periodismo y Crítica Cultural en la Universidad de Chile. Fue director de la Escuela de Periodismo de esa misma universidad (2003-2008) y presidente de la Asociación de Corresponsales de la Prensa Internacional en Chile (1992-1995).