Que el triunfo estudiantil no implique en Chile la división del pueblo

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Han  probado, sin ayuda de sus maestros, y sin imaginarlo, algo muy serio: en pocas semanas lograron constituir una estructura orgánica sólida, nacional, disciplinada y que se reconoce en sus diferencias; algo que los últimos gobiernos, más allá de primaveras golondrinas o mineras, no consiguieron. Tampoco sus profesores. Ahora salven el año, estudien, porque si no habrán sido vencidos.⎮LAGOS NILSSON.

Lo dicho es mucho muy notable si se considera que la ciudadanía estudiantil se inicia alrededor de los 14 años; debe ser una sorpresa que exaspera a los profesionales de la política los niveles de madurez y capacidad de comunicación y para lograr acuerdos en asambleas de muchachas y muchachos que comparten esas acciones políticas (o de Política) con aquello que algunos denominan "la eclosiòn de la adolescencia".

Como un Estado mínimo en su origen, los estudiantes. además, consiguen verdaderas relaciones internacionales, son depositarios del respeto universal —de sus pares y adultos no cegados— y encima obtienen que la sociedad chilena despierte y comience a convertir simpatía (la simpatía que despiertan) en temas de discusión.

Sin mecánica burocrática, sin presupuesto, a punta de inteligencia y picardía (¿por qué no picardía?) se posicionaron como uno de los sectores más confiables (tal vez el mas honesto) de la vida social de su país; la primera víctima es el aparato represivo del Estado. Los estudiantes no sólo aguantaron la brutalidad de la represión desatada por el Ministerio del Interior y los esfuerzos del espionaje policial (que denunciaron con pruebas ciertas).

Acaso diga la historia

En suma, y para vergüenza de gobernantes, legisladores, magistrados, buenas conciencias, etc… los estudiantes —secundarios y universitarios— demuestran que no es una broma pensar que bien podrían gobernar mejor que el adocenado y testarudo equipo que lo hace en el país —y que lo hizo— a un costo, por otra parte, mucho menor.

No todo, sin embargo, es miel sobre hojuelas. Pronto —en días— las niñas y niños en huelga de hambre comenzarán  a recorrer el camino del deterioro que no suele perdonar (ojalá la historia no perdone a los gobernantes que obligaron a esa huelga). Sucede que cuando la injusticia (y la inequidad es la peor injusticia) obliga a los jóvenes a decidirse por ese acto extremo, algo anda muy mal bajo los techos del poder. No se trata de alimentarlos por la fuerza, es un asunto de aprender a oír.

Es asunto de principios: los que legislan y gobiernan son mandatarios del soberano (no sus patrones); es el soberano —el pueblo— quien les paga sus sueldos para le obedezcan, no para que piensen por él, ni menos para que lo repriman.

No todo, escribimos más arriba, es miel sobre hojuelas. El éxito del movimiento estudiantil también, como una leyenda que el tiempo explicará, abrió el peculiar cofrecillo de Pandora oculto en todas las sociedades en algún cajón, en el rincón del armario de alguna tía anciana y silenciosa. Porque el reclamo de los estudiantes —de toda la comunidad vinculada a la educación— despertó al "monstruo escondido" del Chile autocomplaciente que no es, ya, la "copia feliz del Edén", sino la ensoñación de una California surera despreciable tras sus estadísticas de mentira.

Acaso la realidad

Entre la yerba prensada del Paraguay y el clorhidrato de cocaína, tan falso como politicastro vestido con corbata o filibustero disfrazado de "oficial del rey", o las "pastillas del carrete" o el caballo que amenaza, y sobre todo entre el alcoholismo juvenil y  la maternidad —o el aborto— adolescente, espectros y peste se liberaron de la prisión de la caja que, hasta la nueva y reciente rebeldía juvenil, permanecía cerrada.

La pobreza ancestral que vuela o repta en la sentina del país, el recuerdo del salvajismo solipsista de la dictadura militar-cívica tan bien representada o revivida en el actual gobierno y no olvidada (pese al esfuerzo de la Concertación considerada como gobierno y economía), la segregación por "porte de cara", en fin, salió para morder: son los "encapuchados".

Los encapuchados son hijos de los hijos de los que vivieron la miseria de la pobreza y la miseria moral de los que entre 1973 y hasta 1990 salvaron —dicen— al país. Son las víctimas —incidentalmente también del sistema educativo chileno— que no pudieron crecer con el pan seguro, que dieron su primer beso sometidos por violencia y que no conocen otro idioma que el de la violencia: por venganza o por un oscuro objetivo de hacerse justicia.

Los encapuchados son aquellos que no tienen otro idioma más que aquel con el que se expresan; son los que mueren solos. Son los más necesitados. El hermano al que se debe recibir, dirá un cristiano, el hombre que se debe reivindicar, dirá un marxista, una dignidad a recuperar, dicen los anarquistas.

El peor error, como seres humanos, que podrían cometer los estudiantes es reemplazar a la policía y reprimirlos a los encapuchados; ellos —dirá un paternalista— son los más necesitados de educación, andragogía podría haber dicho Simón Rodríguez.

Si los aplaude el gobierno y la prensa, si el sistema les toca la mejilla diciéndoles cuan buenos son porque marchan bajo la lluvia a tres grados centígrados, les quieren tocar otra cosa. No se dejen tocar, que si se dejan, si coquetean, cuando abran los ojos será demasiado tarde. La generación de sus padres y abuelos está en la fosa por haber creído en eso de "no provoque, compañero".

Acaso lo que viene

Y ahora, sin bajar las armas veladas, procuren salvar el año escolar. No se dejen engañar. Que les aseguren la matrícula, pero estudien como perros las próximas semanas, y den exámenes. Saldrán bien. Ustedes pueden.

Digo los estudiantes, no sus profesores, que los hemos visto ausentes mientras el paro estudiantil fue una aventura solitaria de tomas en aulas vacías, y que asoman hoy (con un señor de bigotito que habría hecho reír a Chaplin) para recoger las migajas de un triunfo que nunca les pertenecerá. Por una sola razón: dejaron a sus niños solos cuando éstos más los necesitaron. Y nunca les hablaron a sus alumnos de don Simón.

Ojalá me equivoque.
 

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