¿Qué es el periodismo? »Traficar realidad»
La noticia es información tamizada, con colorantes y conservadores artificiales, manipulada: es información crocante, preparada para que el público se entere, así como el pan es harina preparada para que el público la coma.
Es decir que las noticias no son hechos, ni los hechos noticias.
El periodista también inocula en el consumidor de los medios la
necesidad de informarse. Le convence de que lo-que-pasa puede alterar, de algún modo, el mundo en que vive. Envuelve el producto para venderlo mejor, igual que todas las industrias.
Sin contar la página de servicios, los avisos fúnebres, los partes
meteorológicos y la cartelera de espectáculos, casi nada de lo que
transmite un medio periodístico satisface de inmediato una necesidad básica.
Los medios no se comen, no se beben, no lavan. Ni siquiera ponen la Torre Eiffel delante de tu nariz para que la toques; a lo sumo, pueden mostrarte una fotografía que, bajo la lupa, es un montón de puntos.
La realidad es casi tan inasible como la ficción. Nadie puede pretender
atraparla tal cual es. La realidad es una convención generada por un
número abrumador pero finito de intercambios de información. El
periodista sólo puede trazar una de sus tantas versiones posibles: una versión periodística.
La ciencia ya no ambiciona entender el universo, porque se dio cuenta
de que el conocimiento apenas es posible como aproximación. Los
astrónomos saben que los cuerpos celestes que postulan quizá ya no existan, y que el efecto de la gravedad sobre la luz modifica sus posiciones aparentes. Pero los periodistas -más cerca del arte que de la ciencia- han hecho un oficio de traficar con la realidad. Es una «realidad» desvariada, una alucinación: la noticia se instala en las mentes como si fuera un hecho.
¿La mejor versión obtenible de la realidad es periodística? Eso es una
cuestión de fe. Muchos periodistas creen que sí. Con ellos, el periodismo -igual que la religión, igual que la ideología- ha adoptado un discurso totalizador y totalizante que, a la larga, corre el riesgo de volverse totalitario.
Resulta complicado determinar el papel del periodismo en la democracia. Ocurre que el surgimiento del periodismo es aun anterior a la fundación de la democracia moderna. En cierto modo, la prensa fue la contracción uterina en el parto democrático. De hecho, ninguna dictadura ha podido subsistir, a la larga, respetando la libertad de prensa. Y los controles, amenazas y censuras a la actividad periodística son señales que revelan la existencia o proximidad de una dictadura.
Al igual que el sistema nervioso alerta a tu pie que pisa un clavo y no
una baldosa, el periodismo avisará a los consumidores de noticias que
esa farmacia está cerrada y no abierta, que el dólar sube y no baja, que
un libro parece aburrido y no entretenido, que allí donde algunos creen
ver la redención nacional se asoma la amenaza del genocidio.
Muy pocos necesitan saber qué pasó entre el presidente y el líder
opositor o entre el actor que ganó el Oscar y su amante dentro de las 24
horas posteriores al hecho. Son poco más que quienes toman decisiones que podrían afectar al resto de la sociedad, los apostadores compulsivos y los propios periodistas.
Por cierto, la gente necesita información para moldear sus opiniones y
adoptar algunas esporádicas decisiones de fuste: en qué invertir el
dinero, adónde ir de vacaciones, si instalar alarmas en sus casas. Los
ciudadanos necesitan noticias para resolver el voto, pero para eso no es
imprescindible leer un diario, mirar los noticieros de la tele o desayunar con los de la radio durante 1.456 días.
Las cosas suceden. Lo único que puede hacer un periodista al respecto
no es poco: ejercer ciertas facetas del derecho al libre acceso a la
información «produciendo» parte de «la realidad» que ella consume, esa
parte denominada con vaguedad como «lo público». Cualquier persona, y no sólo un periodista, puede hacerlo, amparado por el artículo 19 de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Pero ese ciudadano tiene que trabajar, dormir, besar a su pareja, ir al
cine, cortar el pasto, hacerse una tortilla y llevar a los nenes al
colegio. Por eso, no te molestes: dejá que lo hagan los periodistas, que
para eso les pagan.
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* Periodista montevideano, editor web del servicio en castellano de IPS Noticias. Este texto es un adaptación de pasajes de su libro Traficantes de realidad.
Dicho libro fue publicó –en 1997– por el autor. Su precio es de US$ 7.44.
Enlace: www.entrelibros.com.uy/cgi bin/entrelibros/buscar/287078812826?isbn=notiene168&funcion=ver
Agradecemos al periodista Alejandro Agostinelli el envío del texto, que fue publicado en el Grupo Chismedia de Buenos Aires, lugar de encuentro de periodistas para discutir asuntos de la profesión (chismedia@gruposyahoo.com).