El Acuerdo de París del 2015 fue el principal pacto climático desde que se aprobara la Convención Marco sobre Cambio Climático de las Naciones Unidas en 1992. Generó la esperanza de que los gobiernos serían capaces de hacer una reducción progresiva de las emisiones de gases de efecto invernadero y se pondría freno a la emergencia climática. La idea que subyacía era que debía hacerse una transición energética para abandonar los combustibles fósiles —el 87% de las emisiones procede del sector energético, según el último informe de Energy Institute—, y sustituirlos por energías renovables. Así que, diez años después del Acuerdo de París, parece buen momento para detenerse a valorar cómo va esa transición energética.

Las energías renovables están aplicándose básicamente en la generación de electricidad, y, según informa la Agencia Internacional de Energía, en el 2024, el 15% de la generación eléctrica a nivel mundial fue aportado por las energías eólica y solar, y se espera que sea un 17% en el 2025 y casi un 20% en el 2026, lo que supondrá un aumento de casi cinco veces respecto al 4% que aportaban en el 2015.
Como vemos, hay un progreso muy sólido de las energías solar y eólica, lo cual es una buena noticia. Buena, sobre todo, para acaparar las informaciones periodísticas, aunque, por lo que se refiere a la transición energética, no sea para echar las campanas al vuelo, como voy a mostrar enseguida.
Ese 2,8% es un dato que no suele darse por parte de quienes proclaman que la transición energética va por muy buen camino, dado el potente incremento de las renovables. Pero es el dato más importante, ya que una transición energética en la que podamos dejar de usar los combustibles fósiles solo puede basarse en el desarrollo de la solar y la eólica, porque la hidroeléctrica y la nuclear tienen poco margen de crecimiento, y los biocombustibles no deberían crecer, dado el daño que hacen al restar cultivos para la alimentación.
Si incluimos todo lo que la AIE considera renovables, que, además de la solar y la eólica, agrega la hidroeléctrica, la biomasa y los biocombustibles, el porcentaje de su aportación a la energía total en el 2024 fue del 8,2%. ¿Cómo está evolucionando este porcentaje? Pues va del 4,5% en el año 2010 a ese 8,2% quince años después. Poco más de un punto porcentual por lustro. Se mire como se mire, la evolución de la aportación de las renovables al gasto total de energía nos muestra datos bastante desalentadores.
¿Y qué pasa con los combustibles fósiles? Pues basta con ir a los datos que da el citado informe del Energy Institute para ver la cruda realidad. Su aportación a la energía total gastada es la siguiente: el 33,6% lo aporta el petróleo, el 27,9% el carbón y el 25,1% el gas —un 5,2% lo aporta la nuclear y el restante 8,2% es el ya explicado—. Como vemos, los combustibles fósiles aportaron en el 2024 el 86,6% de la energía.
Pese a tales porcentajes, no deja de ser cierto que las renovables crecen mucho: un potente 16% en el 2024 —un 28% la solar y un 8% la eólica—. El problema está en que también crece mucho el gasto de energía. Los datos de los cinco últimos años, del 2020 al 2024, muestran la siguiente escalada: 536, 563, 571, 580 y 592 exajulios respectivamente. Aunque nos habían dicho que con el incremento de la eficiencia energética dejaría de crecer el consumo de energía, lo cierto es que este sigue creciendo con fuerza. La consecuencia de ello es que las renovables se suman a las energías fósiles sin lograr reducir el consumo de estas. No quiero quitar importancia al crecimiento de las renovables, ya que, sin él, los combustibles fósiles hubieran crecido mucho más —y las emisiones también—, pero no podemos obviar que las renovables no están sirviendo para que el consumo de energía fósil disminuya.
En el 2024, el consumo de combustibles fósiles aumentó un 1,5% —el petróleo creció un 0,8%, el gas un 2,8% y el carbón un 1,2 %—, pasando de aportar 140.308 teravatios-hora (TWh) en el 2023 a 142.422 TWh en el 2024. Un 1,5% parece un porcentaje pequeño respecto al 16% que crecieron las renovables solar y eólica, pero supuso un incremento de 2.114 TWh; mientras que la solar y la eólica se incrementaron en 649 TWh. De modo que, pese al fuerte crecimiento que están mostrando las energías renovables, el incremento de energía que proveen anualmente es tres veces inferior al que provee el aumento de los combustibles fósiles. Sigue creciendo más la energía fósil que la renovable.
La conclusión es tan simple como triste y lamentable: no estamos haciendo ningún tipo de transición energética. Y la consecuencia de esto es igualmente sencilla y perceptible: las emisiones de gases de efecto invernadero siguen creciendo. El Acuerdo de París del 2015 comportó el compromiso de los gobiernos de todo el mundo en la reducción de emisiones. En el 2020 la mayoría de los gobiernos de las principales economías renovaron su compromiso y, más o menos, prometieron haber reducido a la mitad sus emisiones en el 2030. Estamos en el 2025 y siguen aumentando.
Los datos son testarudos. Según la Administración Nacional Oceánica y Atomosférica de EU, la concentración de CO2 en la atmósfera en el 2024 fue de 425,40 ppm. Si el crecimiento promedio entre 1992 y 2015 había sido de 2 ppm por año, después fue de casi 3 ppm hasta el 2023, y en el 2024 fue de casi 4 ppm.

Y es aquí donde tropezamos con el auténtico talón de Aquiles: el gasto energético va asociado al crecimiento económico y el capitalismo no puede funcionar sin crecimiento económico, y menos con una economía tan financiarizada y tan endeudada como la que se ha desarrollado en el último medio siglo de neoliberalismo. Las emisiones crecen porque el PIB de los países crece y porque todos los sectores económicos de mayor consumo energético crecen.
Crece el transporte internacional, crecen los vuelos baratos, crece el turismo y el consumo de ropa, crece el consumo de carne —y con él la deforestación—, crecen la producción de acero y cemento, crecen los centros de datos, crece la producción y uso de armamento, crece el consumo suntuario de los ricos… En una economía controlada por los mercados, en la que todo viene guiado por el máximo beneficio, no es posible hacer la transición energética.
Solo un fuerte desarrollo de la economía pública y de la economía social y cooperativa puede dar paso a una rápida reducción del consumo energético y afrontar la emergencia climática con la necesaria reducción de las emisiones. Se trata de cambiar lo que se produce y las distancias a las que se transportan los bienes. Se trata de desarrollar a gran escala el consumo de proximidad. Se trata de hacer una reconversión industrial para dejar de producir bienes suntuarios y armas, y producir aquello que pueda satisfacer las necesidades del conjunto de la población.
Se trata de acabar con la agricultura y la ganadería industriales, y dar paso a la agroecología. Se trata de abandonar el individualismo consumista y dar paso a la sociedad feminista de cuidados y ayuda mutua. Para afrontar la emergencia climática deben hacerse transformaciones de mucho mayor calado que el simple desarrollo de las renovables. Y son transformaciones que deben hacerse pronto.
* Antropólogo social, miembro de Ecologistas en Acción y escritor
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