Una de las preguntas más recurrentes de los argentinos al ver la foto del presidente Javier Milei y su hermana Karina cuando niños es “¿Qué traumas vivieron estas pobres criaturas?” Angelicales rubiecitos, como en las pinturas medievales y renacentistas. Al decir de Pamela David en 2016, “Macri tiene una familia blanca, hermosa y pura” que sacó a “toda la mugre”, es decir morochas como Cristina (Fernández de Kirchner) y ella misma.
Claro que, como hizo la CIA después de Hitler, en todos los discursos había que reemplazar la acusación de negro por la de comunista. Ideas que coinciden con las del morocho Sarmiento, quien detestaba a los indios, sentía “simpatía para la raza de ojos azules” y quería “mejorar la raza” (típica expresión del colonizado, como la del vicepresidente y mulato brasileño Hamilton Mourão) importando europeos blancos para parecerse a Estados Unidos.
Ideas que coinciden con la reconocida inspiración de Hitler, el estadounidense Madison Grant, el cual el New York Times reseñó en 1916: “Si eres rubio, perteneces a la mejor gente de este mundo. Pero todo se terminará contigo. Tus antepasados han cometido el pecado de mezclarse con las razas inferiores del sur. Como resultado, las mejores cualidades de los rubios, pertenecientes a la raza creadora de la mejor cultura, se ha ido corrompiendo…”
Veamos el factor freudiano antes de volver a los genes. La “psicología Disney” que criticábamos a principio de siglo, no sólo obligaba a los padres a evitarle cualquier frustración a sus hijos, al tiempo que los convencían de que eran Al-Juarismi, Leonardo da Vinci, Arthur Miller y Marilyn Monroe en uno, sino que, además, creó un ilimitado sentimiento de culpa en los padres que se tradujo en una permisividad tóxica.
Dejando de lado el posible sarcasmo de “¿el mismo Milei dio varias entrevistas justificándose porque sus padres lo castigaban de chico, algo que casi todos en nuestra generación vivimos en diferentes grados y no justifica que alguien descargue todas sus frustraciones emocionales sobre el resto de la humanidad.
Aquí vuelvo a uno de los temas sobre la violencia moral en La reina de América (2001): un trauma es la fosilización de un significado autodestructivo. Siempre existe la posibilidad de resignificar nuestras memorias a través de la reflexión, la racionalización, la catarsis griega o de su des-cubrimiento en caso de un trauma reprimido, como diría el psicoanálisis freudiano. Por ejemplo, el sexo amoroso, el sexo comercial y una violación son exactamente el mismo acto físico, pero los tres se distinguen por su significado; y todo significado depende de una tensión entre el individuo, la sociedad y la historia.
En la novela Crisis (2012), volví sobre el significado de otras formas de violencia. Por ejemplo, sobre una asistente social (que el gobierno de Delaware ofrecía a toda familia con un recién nacido) que se escandalizaba cuando uno de los personajes le contaba que había visto cómo sus tíos y los trabajadores rurales de su abuelo (por entonces, peones) mataban los cerdos; su padre tuvo que sacarle el cuero a una vaca muerta para recuperar parte de su inversión.
El personaje reflexionaba que ninguna de esas experiencias lo llevó a sentir placer o indiferencia por el dolor ajeno. El significado de aquellos hechos no era traumático; era claro y explicable: no se trataba del placer de matar un cerdo, sino de la necesidad de sobrevivencia de gente de campo―significado que un día podrá cambiar.
Luego el personaje comparó: “todos los soldados, generales, políticos y pastores que han participado y apoyado la última guerra en Irak fueron educados de niños según esos ‘métodos de no violencia’. ¿Cómo es que niños tan alejados de palabras fuertes, del rigor de los padres, son capaces de bombardear mercados y ciudades llenas de niños?”
Matar un hombre es una experiencia traumática, pero no es la misma experiencia si comprendemos que fue un accidente o en defensa propia. La homosexualidad era una condena de muerte hasta que la sociedad la resignificó; como alguien que sueña que mató a alguien y, al despertar, entiende que el significado y la angustia del hecho cambió con el cambio de estado de conciencia. De ahí que despertar es una liberación del significado que nos oprime.
Las naciones indígenas solían excluir la violencia en la educación de los niños. No la europea, hasta no hace mucho; pero muchos niños que sufrieron brutales palizas se convirtieron en padres cariñosos. Claro, no todos los individuos responden de igual forma, pero creo que en la representación autoindulgente del presidente argentino se omiten elementos que la ciencia neurológica ya ha probado irrefutables.
No todo se explica por traumas infantiles. Existe una plétora de casos de criminales que se deben a condiciones genéticas. Suele ocurrir que las experiencias traumáticas de la infancia no son la causa de, por ejemplo, la psicopatía ni de casos mucho menos serios, sino la consecuencia. Especialmente cuando los padres no saben resolver la situación y, por falta de experiencia (es decir, el caso de casi todos los padres) recurren a alguna forma de violencia.
Es un mito que los niños siempre reflejan la educación de la casa. Hoy sabemos que la mayoría de sus particularidades neurológicas tienen más que ver con natura que con nurtura. La educación puede ayudar o empeorar los resultados. La injusticia social también. Por ejemplo (escribimos sobre esto hace una década), en Estados Unidos y en la mayoría de los países, los niños con desarrollo conflictivo o solo por confundir la C con la S, son derivados a un ejército de profesionales.
Un aspecto negativo es la (auto) estigmatización de los jóvenes (lo veo en mis estudiantes) que se imponen límites porque han sido diagnosticados con X o Y. Cuando yo era joven, no existían esos diagnósticos. Ni maestros ni profesores ni nuestros padres nos preguntaban si podíamos hacer algo; simplemente nos mandaban a la guerra con un tenedor.
Sin embargo, que un niño o un adolescente pueda recibir la medicación o la terapia indicada para manejar un problema mientras su cerebro se estabiliza (algo que no llega hasta los 25 años en los varones) es mil veces mejor a que el joven resuelva sus problemas con alcohol, drogas o violencia.
La injusticia social radica en que los pobres o muchos jóvenes de la clase media no tienen la misma oportunidad de disfrutar de los avances de las ciencias y, en lugar de un psicólogo, un psiquiatra y unas medicinas que, sin seguro, puede costar mil dólares por mes, terminan siendo expulsados de sus escuelas, internados en un juvenile detention center y, finalmente, arruinan vidas en el crimen o en la miseria. Probable caso de los hermanos Milei en un futuro no muy lejano.
Todos alguna vez nos cruzamos o nos cruzaremos con uno o varios psicópatas sin saber que lo son. Por ser grandes manipuladores, se representan como víctimas y salvadores mesiánicos. Suelen parecer angelicales o campeones de la efectividad. Suelen ser exitosos en profesiones de poder, como los grandes negocios o CEOs de grandes empresas.
Algunos, son elegidos por una mayoría o una gran minoría, como Netanyahu, Trump y Milei.
*Novelista, ensayista y profesor universitario uruguayo-estadounidense. Actualmente es profesor en Jacksonville University
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