Rafael Alegría: las raíces de la resistencia hondureña

Luis Hernández Navarro*

  A pesar de contar con medidas cautelares de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), ayer la policía nacional de Honduras capturó al dirigente campesino Rafael Alegría. De inmediato lo trasladó a la posta policial de Danlí, en el barrio El Calvario. Pasadas las 8 de la noche, después de seis horas de estar en la cárcel, fue liberado.

Me metieron a la celda con 45 compañeros detenidos (desde más temprano) por la misma causa. Habíamos irrespetado el toque de queda, pero les dije que (esa medida) era ilegal y que no podíamos aceptar eso, manifestó el dirigente.

Su detención no fue un hecho azaroso. Los golpistas buscan desarticular el movimiento social hondureño. Rafael Alegría es un dirigente clave de la resistencia popular contra el golpe de Estado. Incorruptible e inclaudicable, desempeñó un papel central en la incorporación de su país a la Alternativa Bolivariana para las Américas (Alba).

Ampliamente conocido por el movimiento popular de su país, querido y respetado en el movimiento campesino internacional, cuenta además con el aprecio y el reconocimiento de los presidentes Manuel Mel Zelaya y Hugo Chávez. En diversos momentos desempeñó el papel de diplomático ciudadano y emisario informal entre ambos. Tanto así que desde el pasado 28 de junio ambos mandatarios se comunican regularmente con Alegría. Aún antes del golpe de Estado sus detractores lo acusaban de ser el hombre más cercano al gobierno de Manuel Zelaya, a grado tal que hasta desempeña el papel de vocero del gobierno de Honduras ante el Alba.

Alegría es hijo de campesinos que migraron a Olancho buscando tierra. Fue educado por la Iglesia católica. A los 13 años se incorporó a escuelas radiofónicas, iniciativa pedagógica destinada a jóvenes y adultos de zonas rurales que quieren cursar la primaria. A los 17 ya era un activista campesino de tiempo completo. Participó activamente en la construcción de organizaciones campesinas y tomas de tierras. En 1992, en el marco de una jornada de protestas contra la Ley de Movilización Agrícola, fue nombrado secretario general de la Comisión Coordinadora de Organizaciones Campesinas de Honduras (Cococh).

Rafael Alegría siguió estudiando mientras se desempeñaba como representante campesino. Con el apoyo de una beca de la fundación religiosa alemana Pan para el mundo terminó la carrera de derecho. Actualmente tiene 56 años. En 1992 participó en la fundación del Partido Unificación Democrática, agrupación en la que se coordina buena parte de la izquierda hondureña.

Honduras, escribió hace más de 30 años Gregorio Selzer, fue el portaviones estadunidense en América Central. Mientras en Guatemala, Nicaragua y El Salvador se libraban guerras de liberación nacional, ese país se convirtió en retaguardia de la contrarrevolución en el istmo. Como parte de la doctrina de seguridad nacional, una generación de revolucionarios hondureños fue exterminada tras una ola de asesinatos y desapariciones forzosas aplicada por el general Álvarez Martínez. Después de los Acuerdos de Esquipulas II, en agosto de 1987, se abrió un proceso de democratización elitista, en el que, no obstante, afloró un vigoroso movimiento popular. Años más tarde ese movimiento jugó un rol fundamental en la conversión del presidente Manuel Zelaya.

Pero más allá de su actuación en la política hondureña, Alegría ha tenido un papel fundamental en la construcción del movimiento campesino internacional y en las protestas contra la globalización neoliberal. De la misma manera en que hoy encabeza la resistencia contra el gobierno de facto, en otras ocasiones ha estado en la primera línea de jornadas de lucha, sea contra la Organización Mundial del Comercio en Hong Kong o Cancún, o en los diversos encuentros del Foro Social Mundial en Porto Alegre o Bombay.

Él es, simultáneamente, hondureño y ciudadano del mundo; patriota e internacionalista. Es un representante del nuevo movimiento social que sustenta y nutre el proyecto continental de transformación bolivariano. Compañero y amigo de figuras como Evo Morales o Joao Pedro Stedilé, fue, durante varios años, responsable del secretariado internacional de Vía Campesina. Prácticamente sin recursos, sostuvo las oficinas de su secretariado operativo en Tegucigalpa.

Defensor de la agricultura campesina, es crítico implacable del neoliberalismo y del papel que ha desempeñado en la agricultura. “Al gran capital –sostiene– lo único que le interesa son los negocios, nada más negocios. No le interesan los alimentos ni si el pueblo consume y puede acceder al alimento”.

Según él, los altísimos precios que en los últimos años están sufriendo productos como el maíz, el frijol, la soya y los de consumo popular se deben a una gran especulación del capital, de las compañías trasnacionales que controlan los mercados. Y al abandono desde hace más de 20 años de políticas públicas agrícolas que impuso el modelo neoliberal, que destruyó la economía campesina y desarticuló los sistemas financieros. Los estados se desentendieron de la agricultura y prácticamente hubo una desarticulación total de la mediana y pequeña agricultura. Ahora se están viviendo las consecuencias de que los pequeños y medianos agricultores fueron abandonados y sustituidos por empresas trasnacionales.

Durante 28 días consecutivos, miles y miles de personas se han mantenido en lucha por el retorno de la democracia y del presidente legítimo Manuel Zelaya. Han puesto en riesgo su vida, libertad y bienes. Junto a ellas se encuentran dirigentes como Rafael Alegría. Para entender lo que sucede hoy en Honduras hay que ver a ese pueblo y a esos líderes. Es en ellos donde se encuentran las raíces de la resistencia al golpe.

*Periodista y escritor mexicano, coordina la página de Opinión de La Jornada

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