Recuerdo reciente: exorcismos, meditaciones y quebrantos en la colonialidad electoral
Adriano Corrales Arias.*
El día amaneció oscuro, con amenaza de lluvia. Extraño para un siete de febrero en San José de Costa Rica. Primera imagen en el televisor: cinco candidatos a la presidencia de la res-pública en una banca de la Catedral Metropolitana escuchan misa: de izquierda a derecha Eugenio Trejos, Luis Fishman, Laura Chinchilla, Otto Guevara y Óscar López. Ottón Solís, informaba la tele, madrugó a ordeñar una vaca para asistir luego a misa en la iglesia de su pueblo natal al sur del país.
Turbador ver a los candidatos en misa: sujetos coloniales de la etno-clase que nos ha desgobernado durante más de 500 años unidos por la matriz colonial judeo-cristiana como márketing para el electorado. Pero llegó la hora de la comunión.
El señor Otto Guevara del derechista Movimiento Libertario (informaba el relator de la tv.) no podía comulgar porque es divorciado. ¡Pero su flamante novia sí! Y ella rompió el protocolo: tomó la hostia y la partió (“… y dándosela a sus discípulos…”; no puedo evitar la frase evangélica grabada por años de sumisión católica), colocando una parte en su boca y la otra mitad, sorpresivamente, en el bolsillo de la camisa roja (¡la sangre de Cristo!) del ¿libertario?
Mi madre decía que la acción de guardarse la hostia la realizaban las brujas para los encantamientos o tropelías que cometen. Pensé momentáneamente: brujería de derecha para exorcizar al candidato y otorgarle suerte en la contienda. La acción se conjugaba con la actitud de doña Laura Chinchilla meditabunda cual monja medieval, don Luis Fishman risueño, Guevara y López parloteando animadamente y don Eugenio Trejos serio y esquineado.
La hostia partida, el ordeño de la vaca y la grey política reunida en la casa de la doxa colonial secularizada por la irracionalidad de la razón, como plantea Franz Hikelammert, se entretejían con la imagen que la tv, por supuesto, nos trajo dos días atrás de don Otto Solís en Los Guidos de Desamparados conversando con un “compa” en una pulpería: “¿Por quién vas votar? ¿Por Laura? Y querés que todo siga igual? Bueno, si usted me da 20.000 voto por usted, Laura me dio 10.000 pesos”.
El primer corte del Tribunal Supremo de Elecciones nos corroboró lo que nebulosamente intuimos esa mañana: la dictadura neoliberal ganaba, y por paliza. Al final ni los votos del ordeñador de vacas y del guardador de hostias alcanzaban para igualar a la meditadora doña Laura. Cómo pudo suceder eso, nos preguntábamos, obviamente frente al televisor. Intentamos varias respuestas: ¿chorreo de votos, compra de conciencias, estulticia electoral, manipulación mediática y de las encuestas, corrupción en la entrega de la deuda política, la maquinaria mercenaria del otrora partido Liberación Nacional, intervención descarada del TSE?, etc.
Ahora los politólogos, antropólogos, sociólogos, observadores, y demás especialistas y portavoces de la episteme occidental colonizada juegan con las posibles respuestas. Lo cierto es que algo extraño se presagiaba desde antes, especialmente con las reformas al código electoral que definieron nuevas reglas para repartir el pastel de la deuda política y así favorecer al PLN y al ML, a través de encuestas sutilmente manejadas.
Cuando la candidata electa exteriorizaba su discurso de la victoria sobre la tarima iluminada con el glamour de un Festival Internacional de las Artes y luego de la aceptación de la derrota por parte del ordeñador de vacas y del porta hostias, lloviznaba.
Dos días después, con los nublados del día despejados, el obispo católico de Cartago, en un arranque de júbilo ecuménico (que no liberacionista) y como expresión finisecular del síndrome colonial, la declaraba, a Laura, la meditadora, “Hija predilecta de la Virgen de los Ángeles”. Dos semanas más tarde el ordeñador de vacas y el porta hostias se reunieron con la dama canonizada y se pusieron “de acuerdo”.
El exorcismo se había consumado.
* Escritor.