Las demostraciones de rebeldía se parecen al retoño de una planta que nace en suelo árido. Son expresiones de coraje, aun a riesgo de comprometer la propia vida que no merece ser vivida en silencio mientras dura la opresión. Un puño cerrado en alto lo es, como el puño de esta historia.

A principios de diciembre, el gobierno brasileño hizo un acto de justicia. La Comisión de Amnistía del Ministerio de Derechos Humanos y Ciudadanía le pidió disculpas públicas y también le otorgó una indemnización al ex futbolista Reinaldo, de Atlético Mineiro y la selección, goleador con el mejor registro histórico del Brasileirao y perseguido por la extensa dictadura (1964-1985). La noticia tuvo discreta difusión en los medios porque no es de las que cautivan a la industria del entretenimiento, donde valen más un Balón de Oro o el Premio Puskas.
El futbolista, que ahora tiene 68 años, se había transformado en un peligro para la imagen que quería dar la dictadura. Porque era el máximo ídolo en su club y el apodo que le habían puesto los hinchas del Mineiro lo colocaba a la altura de Pelé: Su hijo, el abogado Philipe Van R. Lima, da cuenta del hecho en la biografía que escribió sobre él en 2017. La tituló: “Punho cerrado: a Historia do Rei”.
Pero Reinaldo no solo era una cintura con destreza para gambetear rivales o sumar en su cuenta 255 goles en 475 partidos con el club de Minas Gerais, donde fue el máximo anotador de la temporada 1977. Reinaldo era –y es– una cabeza que piensa. Comprometido, indócil para el poder. Nunca se guardaba nada.
Cuando no jugaba, leía mucho. Un vecino le prestaba libros. Era el padre de un preso político célebre, Frei Betto, fraile dominico y referente de la Teología de la Liberación, encarcelado y torturado por el régimen cívico-militar.
El gesto del puño cerrado Reinaldo lo había tomado de Tommie Smith y John Carlos, dos atletas de Estados Unidos que el 16 de octubre de 1968 se subieron al podio en la prueba de los 200 metros de los Juegos Olímpicos de México y levantaron el puño con un guante negro, símbolo del Black Power. Esa señal de rebeldía, la misma de Reinaldo, les costó duras sanciones y años de ostracismo. Solo queda una fotografía de aquel momento histórico que tomó John Dominis, de la revista Life.
Los dos deportistas fueron expulsados de por vida del movimiento olímpico por el presidente del COI en aquel momento, Avery Brundage. El mismo que promovió la realización de los Juegos en la Alemania hitlerista de 1936 y con Hitler como asistente principal desde el palco en el estadio olímpico de Berlín.
Reinaldo desafió el statu quo de las dictaduras del cono sur, pese a que su vida podía valer dos pesos para los creadores del Plan Cóndor, apoyado por EU y su secretario de Estado de la época, Henry Kissinger. Cuando jugó el Mundial de 1978 -que para Brasil arrancó en la sede de Mar del Plata-, el delantero sabía que estaba rodeado de un staff deportivo de militares.
El propio Nunes había hecho correr la versión de que Reinaldo no sería convocado al seleccionado para la Copa del ’78, pero el alto nivel fubolístico del goleador disuadió al régimen de que hubiera sido una torpeza. Hasta el general Ernesto Geisel, de turno en la presidencia de la prolongada dictadura brasileña, intentó persuadir a la figura del Mineiro y el seleccionado de que no intentara desafiarlos.
Se cuenta que en diálogo privado durante una recepción antes de partir al Mundial, Geisel le dijo con tono paternalista sobreactuado: “Hijo, tú ocúpate del fútbol, solo de eso. Nosotros nos encargamos de la política”. Reinaldo le hizo caso a medias. Se ocupó de jugar, convirtió el único gol de Brasil en el debut contra Suecia (1 a 1), pero festejó por un instante con el puño cerrado en alto al estilo Black Power o como un militante comunista. Su rebeldía pudo más. Su coherencia política quedó reflejada en esa imagen que conserva el diario marplatense en sus archivos.
El gesto le valió una represalia. Coutinho, su director técnico, lo excluyó del equipo titular por casi todo el Mundial, donde reapareció en el partido por el tercer puesto. Tres años después, el entrenador murió ahogado mientras practicaba submarinismo en una playa de Río de Janeiro.
Reinaldo no volvió a ser convocado a la selección para el Mundial 1982 – aún cuando mantenía su buen nivel -, siguió su carrera en el Atlético Mineiro y otros equipos de Brasil hasta que se retiró en el Stormvogels Telstar de Países Bajos en 1988. Diez años después de Argentina ’78, el evento con que la dictadura genocida aspiraba a continuar legitimándose mientras secuestraba, desaparecía y robaba bebés durante su deliberado plan de exterminio.
Cuando recibió el pedido de disculpas del estado brasileño, Reinaldo se emocionó, lloró y explicó por qué tantas veces festejó sus goles con el puño cerrado en alto. Aquel gesto después de convertirle a Suecia en Mar del Plata lo recordó con la naturalidad del que sabía que estaba haciendo lo correcto: “Cuando marqué el gol no había manera de evitarlo. Levanté el brazo, no pude resistir… y eso fue todo”.
* Periodista y docente por concurso de la carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires (UBA) en la materia Taller de Expresión III, y de la tecnicatura de Periodismo Deportivo en la Universidad de La Plata (UNLP) en la materia Comunicación, Deporte y Derechos Humanos. Colaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
Los comentarios están cerrados, pero trackbacks Y pingbacks están abiertos.