Rivera Westerberg / La poesía, los años, las voces a contrapelo

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Son, en general, jóvenes; gente, en todo caso, acostumbrada a no esperar creyendo, puede que a beber más de la cuenta; gente que todavía no aprende a caer, pero que sabe levantarse; no creen mucho en el Estado, les basta la poesía. Algunos leen mañana en Santiago de Chile.

 Y se juntan, distintos unos de otros, sin embargo iguales en candor. La política les importa poco, aunque suelen hacer Política –y entonces se intenta acallarlos–. Son inquietos.

Los hay entre la arboleda, por ejemplo, en Costa Rica; en la agulha, de Fortaleza, Brasil; a veces se agazapan detrás de la nueva generación, en Buenos Aires, o allí calzan zapatos rojos; se los encontraba en un helicopter(o) en el lejano norweste estadounidense; a ratos se agazapan en la anarquía verde; ocasionalmente son summa de cuerpo en Colombia; se distraen viendo las alas del cuervo en Caracas; trabajan incansables en Lima; habitan cerca de donde moró el milodón en la Patagonia; trotan fosforescentes como la piel de un leopardo jamás cazado. O hacen de mago en Santiago de Chile, unos, y otros son como Sacco y Vanzetti en la cultura del viejo barrio Yungay.

Abstruso, y no por falta de inteligencia, es una palabra que suele describirlos. No siempre se ponen de acuerdo sobre si es la hora de la cerveza o la hora del vino: la fiesta no termina antes de la muerte –y no saben si sigue por otros carriles–. A todos los convoca y conjura el arte de hundirse por dentro: la poesía. Nunca están de acuerdo sobre poesía y las trifulcas pueden ser monstruosas.

Para algunos la poesía es ancla, faro, alisios temperados; para otros tormenta, arrecife, soledad, roquerío; o montaña; o memoria, ¿por qué no memoria?; el Cáliz encontrado o el águila que se cansó con el torpe Prometeo.

Este jueves dos de abril en Santiago de Chile –y no en recuerdo de otro dos de abril también en Santiago, cuando la poesía urbana fue piedra, disparo y fogata– habrá una lectura de poesía. Los responsables son quienes hacen de Onomatopeya la única librería dedicada al género de la capital chilena; producto, la librería, a su  vez de quienes –sin capa ni vara mágica– son Mago editores, editorial de poesía.

José Ángel Cuevas, Álvaro Leiva y Giovanni Astengo brindarán –por diferentes caminos y lenguajes– acceso a esa aventura secreta, quizá inútil, pero definitiva y profunda cuyo traspaso es lo esencial de la poesía.

Lo harán a partir de las 19 en Tolerance, Antonia López de Bello 0151, casi al pie del San Cristóbal, Bellavista, con la introducción y moderación de Francisca Salinas. Curiosa sincronía: allí, en esa casona, se presentaron libros y entregaron su testimonio muchas personas del que hacer cultural; entonces se llamaba Off the Récord.

 

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