La imagen es parte de una serie de 19 retratos que el fotoperiodista le hizo relajadamente. Había poca luz mercurial al interior del salón de reuniones, y un fuerte contraluz. Así que se colocó en la cabecera opuesta a la del Che, instaló un telefoto corto en su cámara de formato medio, la colocó sobre la superficie de la mesa y disparó. Captó sus gestos y movimientos. Se sorprendió al observar que sus manos parecían más las de un artista que las de un hombre de armas.
Sobre aquella experiencia, en 2009, el fotógrafo le contó a Mónica Mateos de La Jornada: “Cuando al final del viaje nos concedieron intempestivamente la entrevista con el Che, apenas tenía en la cámara las placas restantes del último rollo 6 por 6 centímetros y algo de 35 milímetros. Calculo que tendré unas 400 tomas, aunque en algún momento deseché malas o repetidas”.
Moya iba acompañado de compañeros de Sucesos y el Partido Comunista Mexicano (PCM): el escritor Froylán Manjárrez, el caricaturista Eduardo del Río, Rius, y, vestido de traje y corbata a pesar del bochorno tropical, el funcionario del partido Juan Duch, también colaborador de la revista. Querían hacer un libro que se llamara Cuba para tres, con los textos de Manjárrez, los dibujos de Rius y las fotos de Rodrigo, en el cual la escritura, la caricatura y la imagen fotográfica periodísticas pudieran dar cuenta, desde un punto de vista documental y al mismo tiempo ligero, del devenir de la revolución cubana en aquellos años en que se consolidaban sus logros, como también las amenazas y los riesgos que se cernían sobre ella
. Era la parte final de una gira de cuatro semanas.
El médico, en ese entonces presidente del Banco Central de Cuba, llegó a las 5 de la tarde a la sala de juntas de la institución. Traía su habano en la mano, botas negras bien boleadas y atuendo de soldado raso, planchado y limpio, sin insignia alguna.
Nada más entrar, en tono cordial, preguntó: “¿quién de ustedes es el tal Rius?” El monero se puso rojo como tomate. Movió la cabeza de un lado a otro y se señaló el copete. Che leía cada semana Los Agachados. Lo primero que hacía al llegar la valija diplomática con publicaciones de México era buscar la historieta. Así que la primera media hora de la conversación que duró 2 horas (iba a ser de 15 minutos) versó sobre los personajes de Eduardo.
Según cuenta Moya, la charla tuvo dos vertientes, a ratos encontrados. Por un lado, el deseo evidente del Che de plática con jóvenes colaboradores de una publicación mexicana, que en esos años comenzaba a ocuparse de los movimientos armados en América Latina, dándoles entrada para que, sin necesidad de complicadas preguntas, él llevara la voz y expresara sus ideas sobre la necesidad de globalizar la lucha antimperialista; y, por el otro, Duch, entusiasta usuario del lenguaje eclesiástico de las viejas vanguardias autoproclamadas, hacía preguntas que desesperaban a Guevara, interesado en charlar con los jóvenes informales.
En ese viaje, Rodrigo Moya, mexicano que nació en Colombia en 1934, y que es mexicano porque, como dijo Chavela Vargas, los mexicanos nacen donde se les da la gana, documentó los avatares de la epopeya cubana, y retrató, entre la multitud, al comandante Fidel Castro. Desde 1961 militaba en el PCM, estaba adscrito a la célula El Machete, y había reporteado gráficamente (y en ocasiones por escrito) pobreza, lucha popular y represión gubernamental.
A su regreso a México, el proyecto del libro abortó. La repentina muerte del editor –un antiguo miembro de la resistencia antinazi holandesa–, y el fallecimiento de Manjárrez, lo cancelaron. Rius aprovechó algunas de las fotos para su libro ABChe.
Meses más tarde, en abril de 1961, Rodrigo documentó la movilización en repudio a la invasión yanqui de Bahía de Cochinos en la Ciudad de México, desde que arrancó hasta el conmovedor discurso final del general Lázaro Cárdenas.
Moya dejó el fotoperiodismo en 1968. En un artículo publicado en La Jornada Semanal titulado Fotografía documental y fotorreportaje
, explicó: “A la muerte del Che, en octubre de 1967, inicié casi de golpe mi alejamiento de la fotografía periodística, desencantado de diversas circunstancias que son parte de otras historias. Mi ingenua pretensión de fotografiar las gestas guerrilleras se esfumó con el asesinato del comandante Guevara. Hasta donde yo sé, fui el único fotógrafo mexicano que documentó desde dentro esos conflictos armados”.
Sin embargo, no renegó de su obra. Años después, con su esposa Susan Flaherty, reconstruyó y reordenó la parte de su archivo que logró conservar (unos 40 mil negativos). En 2022, Rodrigo Moya me escribió una carta a mano en la que me contó: Valió la pena ser fotógrafo. Estaba programado para ser ingeniero pero por fortuna nunca pude con el cálculo integral
.
Hoy, como parte de la guerra cultural de la derecha radical y su promoción para ser jefa de Gobierno de la Ciudad de México en 2030, Alexandra Rojo de la Vega, decidió retirar las estatuas del Che y Fidel Castro del parque de la colonia Tabacalera y denostar la trayectoria de los revolucionarios. Esas esculturas deben regresar a su sitio. Pero no basta.
Si la batalla por las ideas es, también, un combate por las imágenes, hay que reivindicar y difundir la extraordinaria producción fotográfica de Rodrigo Moya que explican y dignifican la revolución cubana, guerrillas latinoamericanas y luchas populares. En una época en la que la realidad se vive como si fuera sólo lo que sucede en Internet, es más que importante divulgar las poderosas imágenes salidas de su cámara, que simbolizan todo aquello por los que siempre luchó, y reconocer la trascendencia de su obra.
*Periodista mexicano, editor de la página de Opinión del diario La Jornada
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