¡Sacar a mil!

Cristian Joel Sánchez.*

Lunes 24 de mayo; primer día hábil en Chile luego de la "cuenta" presidencial al Congreso Pleno. Para quienes puedan leer este líneas más allá de nuestras fronteras materiales, “sacar a mil” es el grito característico de los ofertones que se ofrecen para capturar ingenuos, tanto en los modestos puestos de vendedores de la calle como en las grandes tiendas por departamentos. El 21 de mayo, a poco más de dos meses del inicio del gobierno de la derecha en Chile, este grito resonó con fuerza presidencial.

Como que salió de boca del principal vendedor de ilusiones que llegara a instalarse en La Moneda: el señor Sebastián Piñera Echenique, uno de los hombres más ricos del continente y con un puesto privilegiado en igual "ránking" a nivel mundial.

 Resulta difícil enfrentarse, en este análisis del discurso presidencial, a dos factores que siembran la duda acerca de la solidez de la crítica que aquí se pretende esbozar. Más aun si se escribe a pocas horas de silenciarse la diarrea de aplausos que sellaron el número del ilusionista. Lo primero es que cuesta mucho sustraerse al embrujo que provoca tanta maravilla anunciada en menos de dos horas en las cuales todos los males que arrastra la sociedad, algunos de ellos ancestrales y endémicos, se solucionarán no sólo de dos patadas, sino con plazo fijo, fecha, día y hasta hora para sellar el milagro.

Lo segundo es que se hace cuesta arriba criticar a quien no tiene que rendir todavía cuentas de nada pues su gobierno está flamante, no tiene pasado sino sólo futuro. Criticar dudando del Gato Risón en el País de las Maravillas en que vamos a vivir, es, por lo tanto, ser muy mal pensado, muy de mala leche, de picado quizás, tal vez verde como Shrek, pero de la envidia.

Es por eso, escéptico lector —escéptico porque usted duda que este cronista logre amargarle la leche a un país que debiera estar saltando de euforia ante tan promisorio futuro— es por eso, digo, que trataré de demostrar cuales son “los secretos del mago”, siguiendo con la parodia de la tele.

El gran Houdi
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En primer lugar, y como principal soplonaje acerca de dónde esconde el mago los conejos que fue sacando en el Congreso, llamo su atención, amigo interlocutor, sobre los plazos que el ilusionista se fijó para los proyectos macros, esos que de ser cumplidos, producirían de verdad un terremoto (perdónenme el tenebroso vocablo) en la realidad socioeconómica de este país. Verbigracia: “Nuestra meta de crecer al 6% nos permitirá en ocho años, es decir, antes que termine esta década, alcanzar el desarrollo y superar el ingreso per cápita que hoy tienen los países del sur de Europa”, léase Francia, Italia, España, tal vez Suiza y otras republiquitas que no tienen la suerte de tener un Piñera de Presidente.

Fíjese usted, dubitativo lector, en la trampita que encierra el plazo en años que se autoimpone el plán Marshall de don Tatán. Esa maravilla que no está programada para los 4 años del mandato que determina la ley sino para ocho, necesita para cumplirse que la derecha tiene que seguir gobernando; caso contrario la disculpa se cae de obvia: no tuvieron tiempo. El as en la amplia manga del señor Presidente consiste en convencerlo desde ya que si usted en cuatro años más no vota por ellos, no podrán cumplir tan milagrosos propósitos; necesitan, por lo tanto, gobernar al menos la siguiente década completa, o si no usted se lo pierde.

Como argumento para cohonestar el aserto, el discurso añadía “Nuestro gobierno se ha impuesto(…)recuperar la capacidad de crecimiento, con fuerza y en forma sustentable como lo hicimos gran parte de la década del 70”. ¿Qué fue lo que en realidad ocurrió “gran parte de la década de los 70”?

Naturalmente no se refiere a los primeros tres años de esa década porque ahí fue donde el “cáncer marxista destruyó la economía”, como repite el pinochetismo golpista para justificar la destrucción de la democracia. Dicho entre paréntesis, el “cáncer marxista” en esos tres años quiso ir más allá todavía de las maravillas actuales del señor Piñera, en materia de educación, de salud, de bienestar, de justicia social, sólo que con los pies bien puestos en la tierra; es decir: obteniendo los recursos del único lugar donde ellos están: las manos de los grandes multimillonarios que hoy se han instalado en La Moneda.
Pero eso es harina de otro costal, dirá usted y tiene toda la razón.

Volvamos entonces a lo que ocurrió en la “década milagrosa de los 70” descontando los años del gobierno popular. En primer lugar, ahí se consolidaron varias de las grandes fortunas que hoy hegemonizan la economía, incluyendo la del señor Presidente de la República. Fue sin duda para ellos, si no el siglo, al menos la década de oro. ¿Pero qué pasaba con el pueblo en esa década que fuera la etapa más negra de la dictadura militar en momentos en que, según Piñera, “se recuperaba la capacidad de crecimiento, con fuerza y en forma sustentable”?

Hundido en una miseria galopante, con la bota puesta en el cuello para ahogar cualquier protesta ante la “fuerza y la manera sustentable” como se enriquecían los poderosos del golpismo, el pueblo iba inexorablemente al despeñadero que explotó al inicio de los 80, a lo que, como es lógico, no aludió en ninguna parte el discurso de Piñera al hacer su feliz comparación.

En realidad este halago poco afortunado a la gestión económica de la dictadura que le otorgó don Tatán, fue una sobadita de lomo a la UDI que últimamente se está poniendo muy díscola ante el temor que el gobernante que ellos ayudaron a elegir empiece a creerse alguna de las cosas que promete. Por suerte se ve un poco lejos el que la “fuerza” del crecimiento de los 70 se vuelva a hacer sobre los cadáveres, el dolor y la miseria de las mayoría. Al menos, no sobre los cadáveres.

Hasta agotar el stock

El resto del discurso es el relleno de la larga lista que incluye el ofertón. Hay cosas positivas, como por ejemplo mi tía Peta, que esta misma noche se puso a buscar a mi tío que se arrancó hace diez años para “rejuntarse” y ponerse a la cola del bono por las bodas de oro. Total, la familia con libreta es la base de la sociedad, ¿o no?.

¿Y qué me dice del combate a la delincuencia? Es quizás el ejemplo más categórico de la profunda diferencia conceptual entre derecha e izquierda. Mientras que para la izquierda la raíz misma de este flagelo se encuentra en las enormes diferencias sociales que abren el abismo entre los pobres y los poderosos, un problema cuya única solución es construir una sociedad justa que garantice la igualdad de oportunidades en educación, salud, trabajo y bienestar para todos, para la derecha el problema se reduce a  aumentar la represión para los cual Piñera ofrece 10.000 carabineros más, junto a otros mil nuevos funcionarios de investigaciones y el endurecimiento de las penas judiciales. Adicionalmente uno de los proyectos que enviará a la Cámara, aumentará los castigos a quienes maltraten de palabra o de obra a Carabineros o Investigaciones.

“Queremos que todos sepan que cuando se dirigen a ellos, están frente a un representante de la ley, de la seguridad y del orden” dijo de manera textual, olvidándose que esa lección la aprendieron hace mucho todos los que sufrieron los abusos desatados de la dictadura, a los cuales la visión de un uniforme les hacía temblar de terror ante el destino que significaba caer en sus manos.

De esos años de “respeto” impuesto a sangre y fuego, la delincuencia surgió triplicada por las injusticias sociales y económica que impuso la tiranía.

Parodiando a la agudeza irónica de Jorge Arrate al referirse a esta promesa de campaña del ahora presidente, habrá que decir que al término del mandado de don Tatán vamos a finalizar siendo todos carabineros siguiendo los lineamiento de la “solución piñera”.

No he dicho nada.  

Querido lector, es posible que a estas alturas usted esté maldiciéndome hasta la quinta generación por amargarle el pepino de las ilusiones que le regaló don Sebastián, presidente de Chile. Por eso lo dejo hasta aquí recomendándole que no me haga caso. Pudiera ser que esté respirando por la herida ancestral que todavía no sana.

Pero aun así, déjeme darme un gusto con una pequeña frasecita que a lo mejor pudiera el día de mañana alimentar amargamente mi ego: no diga después que no se lo dije.

* Escritor.

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