San La Muerte, culto que crece en Argentina, Paraguay y Brasil

María Eva García Simone*

 

  

 

Velas, cintas, ofrendas, flores, cartas, imágenes realizadas en diferentes materiales conforman el escenario. Se escuchan murmullos, llantos, pedidos, relatos que se entremezclan con la mirada sorpresiva de quienes no saben lo que allí sucede. “Señor La Muerte, espíritu esquelético poderosísimo y fuerte por demás como un Sansón en tu Majestad, indispensable en el momento del peligro yo te invoco seguro de tu bondad…”, es un fragmento de las oraciones que sus seguidores recitan. El lugar se sitúa entre lo fúnebre, tétrico y el calor de la creencia y la religiosidad. Es uno de los tantos altares -ubicado en la provincia argentina de Corrientes, en la Ruta Nacional 12, kilómetro 983- dónde se alaba al Señor de La Muerte o San La Muerte.

Según cuentan, el mismo es un santo pagano que nació en Paraguay y de allí se difundió, sobre todo, en el nordeste argentino hasta diseminarse por todo el país y parte de Brasil. Un santo que genera grandes amores y grandes controversias.

La historia cuenta que éste fue un ser poderosísimo que concedía todo lo que se le pedía y que poseía dos lados, uno bueno y otro malo. Una vez fallecido, luego de que le quitasen su guadaña con la que se abría camino, se realizaron las primeras imágenes con sus huesos y su poder se hizo más intenso. Es así, como entre los cientos de fieles que se encuentran en el templo construido a su honor, se observan tatuajes con su imagen y oraciones.

Mujeres y hombres se encomiendan a él, le realizan ofrendas y promesas a cambio de la concesión de sus pedidos. Lloran a los pies del esqueleto y llegan a realizar acciones extremas. Una de ellas, considerada el acto de mayor devoción hacia el Santo, es insertarse bajo la piel una imagen realizada en madera, metal o hueso humano.

Un hombre que representa unos 50 años y del que no se sabe su nombre, se muestra emocionado ante la imagen del esqueleto y su guadaña. Sus gestos de agradecimiento son notorios y llamarían la atención de cualquiera. Entre lágrimas, sollozos y palabras de gratitud, este seguidor le retribuye al santo la gracia concebida: haber conseguido empleo.

En esos espacios sagrados para sus fieles y extraños, para la mayoría de la gente que desconoce o no cree en San La Muerte, el santo es venerado con diferentes objetos que -según sus seguidores- son de su agrado: golosinas, cigarrillos, whisky o flores.  En las provincias argentinas como Formosa se lo llama “Ayucaba” (“Señor que Todo lo Puede”) y, en Corrientes, “San Severo de la Muerte” o concisamente “San”. Aunque no tiene días específicos de veneración, se considera como días especiales al Viernes Santo y al Día de Todos los Muertos.

A pesar de las diferentes denominaciones que recibe y de las historias disímiles que existen acerca de su vida, San La Muerte representa -para miles de personas- una imagen divina y un ser poderoso capaz de cumplir con los pedidos y hacer cumplir con las promesas realizadas.  Su imagen resulta -para la mirada de aquellos que desconocen esta creencia- extraña, tenebrosa, oscura y lúgubre. La misma se compone por: su figura esquelética -parada, sentada o en cuclillas-, su guadaña, sus ojos rojos, su sonrisa y sus mantos o capas.

La fe, conceptualizada como la actitud de la totalidad del ser dirigida a una persona, idea o ser divino, posee un carácter absoluto. Es por eso que por más cuestionable que se presuponga la creencia o devoción hacia San La Muerte, la misma debe ser respetada como cualquier otra.  El desconocimiento lleva al rechazo. Conocer y aprender es la mejor forma de respetar los actos de fe de los demás. La veneración a San La Muerte, es uno de ellos. Aunque controversial, es un hecho de convicción y devoción que merece reconocimiento como tal.

 
*Periodista de la Agencia de Prensa del Mercosur

 

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