San Martín, un estadista revolucionario detrás del militar
Entre las hazañas recordadas por el pueblo argentino sobre don José de San Martín se encuentran, sin dudas, la creación de los Granaderos a Caballo, la Batalla de San Lorenzo, el Cruce de los Andes y los enfrentamientos en Chacabuco y Maipú. Cada uno de estos hechos fue fundamental en la historia de la emancipación americana.
Siendo militar de carrera –con sólida formación recibida en España- San Martín se diferenció del resto de sus compañeros en armas en el suelo americano. Sin embargo, no solo se constituyó en uno de los personajes claves de la gesta libertadora por el desarrollo de esta faceta sino también por sus aptitudes como político y estadista, mucho menos recordadas y estudiadas.
San Martín gobernó en dos oportunidades: en Cuyo (de 1814 a 1817) y en Perú (como Protector del Perú, máxima autoridad del poder ejecutivo) luego de su independencia (1821-1822). En ambos casos mostró gran capacidad de ejecución y planificación tomando como ejes fundantes la participación popular, la toma de medidas que buscaban la igualdad social y el fuerte intervencionismo del Estado.
Desde la primavera del 1814 al verano de 1817, San Martín convirtió a Cuyo en un gran taller. El día que se emprendió el Cruce de los Andes, el Ejército contaba con 5.423 hombres, 9.280 mulas, 1.500 caballos, junto a 16 piezas de artillería, alimentos, armas, forrajes y municiones.
¿Cómo logró esto prácticamente sin contar con recursos previos? ¿Acaso fueron las joyas donadas por las damas mendocinas las que colaboraron con esta misión? Los libros escolares suelen retratar a las mujeres de familias acomodadas desprendiéndose de sus pertenencias.
Sin embargo, en diversos estudios históricos se han calculado el valor de las joyas donadas llegando a la conclusión de que no resultó un aporte significativo en relación al conjunto de la inversión necesaria para semejante obra. San Martín recurrió al cobro de varios impuestos y a numerosas expropiaciones.
Se confiscaron bienes de la Iglesia y tierras de españoles y americanos contrarios a la causa; se estableció un impuesto a la riqueza mediante un «derecho extraordinario de guerra» que se pagaba según el valor de la tierra.
Además, se realizaron colectas populares de todo tipo de víveres y productos que resultaron mucho más suculentas que aquellas joyas donadas. Fue, sin duda, la combinación de la planificación estatal con la participación popular, lo que hicieron posible esta hazaña tan o más importante que las que vendrían después.
En tiempo récord, se montaron fábricas de pólvora y de artillería a cargo de Fray Luis Beltrán –un fraile franciscano secularizado- se ocupó de conducir la producción. Tenía a su cargo 700 obreros, algo impensado para aquel entonces. El Estado cuyano, además, impulsó la industria minera (salitre, azufre, bórax, plata y plomo) y la industria textil. Las tejedoras día y noche confeccionaban los uniformes en Mendoza, pero con lana traída de San Luis.
Así, se levantó el Ejército de los Andes. Hombres nacidos en diferentes regiones de las Provincias Unidas del Río de la Plata -y también de la Capitanía de Chile- se disponían a emprender la hazaña que cambiaría la historia de Suramérica. Era un Ejército diverso: se encontraban allí criollos, mestizos junto a los afroamericanos que habían obtenido la libertad por orden del Gran Jefe y se habían sumado a la Revolución.
Así, con un Estado planificando y toda la sociedad movilizadase puso en pie el Ejército que derrotaría a los realistas, primero en Chile y luego en Perú. Una vez alcanzada la independencia, San Martín fue nombrado como máxima autoridad, una muestra más del carácter americano de la revolución (un correntino fue primer “presidente” del Perú).
Una vez en el gobierno, en 1821, tomó medidas tales como la abolición de la servidumbre –que terminaba finalmente con los trabajos forzosos y los tributos para los pueblos originarios-, la abolición de la esclavitud –libertad de vientres-, la abolición del Tribunal del Santo Oficio -la Inquisición- y de los castigos corporales, y reconoció nuevos derechos tales como la libertad de expresión, la educación y al desarrollo de la cultura nacional.
Estas medidas revolucionarias –tanto en Cuyo como en Perú- generaron una fuerte resistencia en los sectores acomodados que, aun defendiendo la separación de España, veían amenazados sus intereses. Más temprano que tarde, en Lima comenzaron a socavar su poder aquellos que, desde una concepción racista, no aceptaban que ser iguales a “la indiada”. En el Río de la Plata, la burguesía comercial que en ese momento controlaba el gobierno de Buenos Aires, comenzó a criticarlo.
El reconocimiento de estas dificultades, lo llevaron a reunirse con Simón Bolívar y coordinar con él, los pasos a seguir. Nuevamente un San Martín político con visión estratégica que evalúa sus fortalezas, pero también sus debilidades. Piensa que es Bolívar quien debe proseguir la lucha para lograr definitivamente la independencia de la región más austral de Nuestra América Latina.
* Licenciada en Historia, directora del Centro de Estudios de Integración Latinoamericana “Manuel Ugarte” de la Universidad Nacional de Lanús, colaboradora del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)