Segunda parte. – LA VIOLENCIA DOMÉSTICA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

La violencia doméstica es un grave problema de salud que tiene consecuencia negativas para las mujeres que lo padecen y genera problemas físicos y psicológicos. Una de las características es que, las que lo aceptan, lo mantienen oculto durante largos años. Los casos que se denuncian sólo representan de un 5 a 10% de los hechos reales.

La psicóloga Alejandra Favieres, Jefe del Servicio de Atención a la Mujer en Crisis, de Madrid, España, destaca algunos problemas comunes a todos los casos de agresión.

– Las somatizaciones. Las quejas físicas sin lesión aparente son la causa más frecuente de consulta en las emergencias. Aunque generalmente se diagnostican infecciones de tracto urinario, dolor cervical, vaginitis y dolor abdominal, no ha sido posible establecer un patrón somático que facilite la sospecha de abuso o maltrato.

– Cuadros ansioso-depresivos: la desesperanza, el abandono y el aislamiento social son los principales sentimientos manifestados. A éstos se suman los problemas de sueño o apetito y el deterioro del estado de ánimo y la actividad cotidiana. Dificultades que se agravan con el tiempo y surge un importante riesgo de suicidio. El 50 por ciento de las mujeres maltratadas piensan al menos una vez en la muerte y casi una cuarta parte de ellas intenta quitarse la vida.

– Abuso de sustancias peligrosas: consumo de alcohol en el hogar, que pasa totalmente inadvertido, se convierte en un antidepresivo y revitalizante que oculta otros síntomas psíquicos.

– Cuadro psiquiátrico grave: el maltrato prolongado, con amenazas de muerte y escasa ayuda social, favorece el desarrollo de trastornos por estrés post-traumático o un cuadro psiquiátrico severo con ansiedad grave y un deterioro del rendimiento personal, social y familiar de quien lo padece.
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Todos estos síntomas –señala Alejandra Favieres–, y en especial las alteraciones de funcionamiento general, hacen que las agresiones empeoren, ya que los trastornos psicológicos se asocian con una incapacidad de la mujer para desarrollar correctamente sus deberes de esposa, madre y ama de casa.

El agresor

El agresor habitualmente es una persona con valores tradicionales y una ideología patriarcal conservadora; sus creencias culturales le capacitan para el ejercicio de la violencia. En ocasiones su nivel cultural o su origen socioeconómico es inferior al de su pareja, por lo que intenta restablecer el equilibrio controlándola.

Generalmente tiende a relacionarse con todas las mujeres de la misma manera y su violencia es reincidente. Esto permite identificar ciertos factores de riesgo: haber sufrido maltrato en la infancia; tener antecedentes de conducta violenta contra objetos o animales en la adolescencia, y contra otras mujeres en la edad adulta, pueden identificar la existencia de un potencial agresor. Sin embargo, es imposible generalizar, ya que no existen estudios de hombres no violentos con antecedentes de violencia familiar.

Si bien la situación en el seno hogareño es insostenible, las relaciones interpersonales fuera del núcleo familiar son excelentes y suele ser una persona reconocida públicamente como buena.

Tiene baja autoestima y una imagen negativa de si mismo. Se siente miserable y fracasado como persona. Además, suele ser patológicamente celoso. Por ello, gran parte de los actos violentos se inician por la percepción errónea de una infidelidad o de que alguien le quita el afecto de su mujer.

La violencia es una forma de afirmarse y no perder el control sobre su entorno, o de compensar un poder del que carece fuera del hogar.

Según los datos extraídos de las denuncias presentadas en diferentes países, este es un problema que existe en todos los estratos socioeconómicos y modelos culturales. El agresor suele ser un hombre de 30 a 40 años, considerándose el alcoholismo el desencadenante de la agresión en el 45% de los casos.

Cada intento de abandono de la mujer, es interpretado por el agresor como un autentico fracaso e intenta volver a conquistarla por la fuerza o generarle compasión, amenaza con suicidarse y simula enfermedades. Se aísla emocionalmente y es reservado.

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En cuanto al agresor homicida, la muerte de la victima se produce tras años de abusos y actos violentos continuados. El desenlace fatal es más frecuente cuando la perjudicada se ha separado o ha decidido hacerlo o ante una supuesta infidelidad, que en este contexto supone cualquier intento de la mujer de establecer una relación afectiva.

Las investigaciones realizadas en la Unión Europea y Estados Unidos, indican que la causa de los malos tratos está en la personalidad del agresor y no en el carácter o comportamientos de la mujer.

«Casi el 100% de los agresores repite su conducta con todas las parejas que tiene. Puede fingir una recuperación, pero siempre vuelve a maltratar. Puede que el abuso ya no sea físico, pero si psicológico», señala Alejandra Favieres, que destaca:

Una vez cometido el ataque tienden a minimizar: «No es para tanto, solo fue un empujón», justifica. «Ella me hizo llegar al limite, me hizo perder el control –y racionaliza la conducta–. En realidad es ella la que me tiene dominado».

«Cuanto mas repiten la mentira, más se la creen. Además niegan constantemente el maltrato sobre todo si ha sido psicológico.

«En ocasiones los hombres se someten a una terapia para corregir la situación. Sin embargo el éxito en la recuperación es muy bajo, porque no reconocen que su conducta es equivocada, ni que tengan que cambiar nada. Creen que la mujer es la responsable de la situación, y lo principal para iniciar un tratamiento de este tipo es admitir las responsabilidades», afirma Alejandra Favieres.

Dentro de los rasgos que distinguen al agresor, están: baja capacidad para tolerar frustraciones o situaciones de estrés. Celos. Teme que su mujer le abandone y la atemoriza. Fue maltratado o presenció comportamientos violentos en la niñez. Utiliza el sexo como un acto de agresión. A veces presenta una doble personalidad: amabilidad y violencia alternativas. Cree en la supremacía del hombre y los roles sexuales estereotipados. Mantiene una relación de dependencia con la víctima. Utiliza el alcohol como excusa para agredir. Baja autoestima; necesita validar su ego a través de su esposa. No cree que su conducta sea violenta y aísla a su pareja para controlarla.

Modelo

Estudios realizados en Estados Unidos, Inglaterra, Escocia, Francia y Holanda indican que la violencia es un comportamiento aprendido. El 81 por ciento de los hombres maltratadores fue testigo o víctima de malos tratos en la niñez. En la edad adulta tienden a repetir el mismo modelo de comportamiento que han observado de niños, por lo que es esencial prevenir los comportamientos violentos.

La figura de los padres a la hora de desarrollar la autoestima es esencial, ya que los niños perciben a través de su apoyo y afecto su capacidad y su valía.

«Cuando el niño es maltratado –sostiene la psiquiatra española Blanca Morera, autora del informe Violencia doméstica: actitud del médico– puede intentar compensar su inmadurez con sentimientos de omnipotencia que se manifiestan en la edad adulta en forma de conductas auto afirmativas rígidas o desafiantes, pero que esconden a una persona insegura e hipersensible, recelosa, posesiva o controladora que duda de su propia valía».

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Los niños aprenden a relacionarse y a resolver los conflictos viendo como lo hacen los adultos. Cuando las necesidades biológicas y emocionales están cubiertas, los comienzan a desarrollar el sentido de seguridad en sí mismos y en los demás. Si, por el contrario, estas necesidades básicas son ignoradas, tienden a adoptar un talante desconfiado y temeroso.

Una de las principales actuaciones de prevención va dirigida a los hijos de matrimonios o parejas en los que se han producido malos tratos con el fin de que no repitan el modelo de conducta que han aprendido en su hogar.

«Los niños creen que la agresión es una conducta normal y la han internalizado como el patrón de comportamiento habitual entre hombres y mujeres. Es entonces, cuando hay que ayudarles a identificar una conducta de malos tratos», advierte la psicóloga Alejandra Favieres.

La víctima

Aunque no existe un perfil único de mujer maltratada, subsisten una serie de características comunes en todas las víctimas: el abuso se inicia entre los 17 y 28 años, en la mitad de los casos hay antecedentes de episodios depresivos al abuso y la dependencia o tendencia a estables relaciones asimétricas con el otro sexo, aceptando reglas patriarcales en la relación.

Es probable que la mujer haya sufrido malos tratos en la infancia y haya desarrollado una baja autoestima y una alta tolerancia a la violencia, ya que se trata de un modelo aprendido anteriormente.

Diversas investigaciones, entre ellos el realizado por la Organización Panamericana de la Salud han demostrado que una de cada tres mujeres, en algún momento de su vida, ha sido víctima de violencia, sexual, física o psicológica perpetrada por hombres.

Por su parte los estudios realizados por la Asociación de Mujeres contra la Violación en España, demuestran que una de cada siete mujeres, en ese país, ha sido violada o agredida por su pareja.

El abuso sexual dentro de la pareja es cualquier contacto realizado contra la voluntad de la mujer desde una posición de poder. Sin embargo las mujeres tienden a minimizar este problema porque creen que los hombres tienen necesidades que deben satisfacer a su manera. Por ello la mayor parte de las denuncias se refieren a los golpes recibidos pero no denuncian la violencia sexual. Para las víctimas, el estupro es un acto que se produce entre dos personas desconocidas.

El maltrato continuado genera en la mujer unos procesos patológicos de adaptación denominado Síndrome de la mujer maltratada, que se caracteriza por:

– Indefensión aprendida: tras fracasar en su intento por contener las agresiones, y en un contexto de baja autoestima reforzado por su incapacidad por acabar con la situación, la mujer termina asumiendo las agresiones como un castigo merecido.

– Pérdida del control: consiste en la convicción de que la solución a las agresiones le son ajenas, la mujer se torna pasiva y espera las directrices de terceras personas.

– Baja respuesta conductual: la mujer decide no buscar más estrategias para evitar las agresiones y su respuesta ante los estímulos externos es pasiva. Su aparente indiferencia le permite autoexigirse y culpabilizarse menos por las agresiones que sufre pero también limita de capacidad de oponerse a éstas.

– Identificación con el agresor: la víctima cree merecer las agresiones e incluso justifica, ante críticas externas, la conducta del agresor. Es habitual el Síndrome de Estocolmo, que se da frecuentemente en secuestros y situaciones limites con riesgo vital y dificulta la intervención externa. Por otra parte, la intermitencia de las agresiones y el paso constante de la violencia al afecto, refuerza las relaciones de dependencia por parte de la mujer maltratada, que empeoran cuando la dependencia también es económica.

¿Por qué no lo abandona?

Esta pregunta es formulada constantemente por los especialistas y terceras personas que observan casos de agresión evidente.

En ocasiones las mujeres permanecen con su pareja violenta porque creen que las alternativas que tienen son peores a su situación. Se convencen de que las cosas no están tan mal y piensan que son ellas las que incitan a la violencia por no haberse quedado calladas, se culpan y se censuran.

La violencia se establece progresivamente en la pareja. La mujer se deja maltratar, en algunos casos porque se considera la principal responsable del buen funcionamiento del matrimonio y cree que éste depende de sus propias habilidades para evitar conflictos y situaciones de violencia o ruptura matrimonial.

«Ante los actos de violencia se culpabilizan y se sienten que merecen ser castigadas por cuestionar los valores ideológicos que sostienen la familia, por no asumir adecuadamente su papel de madre y compañera. Por eso intentan adaptarse a los requerimientos de su pareja para ser aceptadas y no maltratadas, asumiendo un papel de subordinación, con las falsas expectativas de que si ella se comporta bien no dará lugar a que su cónyuge la maltrate. Su consorte le ha repetido tantas veces que no sirve para nada que termina creyéndolo y se culpabiliza», puntualiza Alejandra Favieres.

La principal razón que demora o impide el abandono de la víctima es el temor a las represalias, seguida de la dependencia económica y el miedo a perder los hijos.

Existen algunos rasgos comunes en la mujer maltratada:

Cree todos los mitos acerca de la violencia doméstica. Baja autoestima. Se siente culpable por haber sido agredida. Se siente fracasada como mujer, esposa y madre. Siente temor y pánico. Falta de control sobre su vida. Sentimientos encontrados: odia ser agredida pero cree que le han pegado por su culpa, que se lo merecía. Se siente incapaz de resolver su situación. Cree que nadie la puede ayudar a resolver su problema. Se siente responsable por la conducta del agresor. Se aísla socialmente. Acepta el mito de la superioridad masculina y teme al estigma del divorcio o la separación.

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Según la Organización de las Naciones Unidas, la violencia contra la mujer es «cualquier acto o amenaza de violencia basada en género que tenga como consecuencia, o tenga posibilidades de tener como consecuencia, perjuicio y/o sufrimiento en la salud física, sexual o psicológica de la mujer».

En España. A consecuencia de la violencia doméstica, un total de 28 mujeres han perdido la vida en lo que va del año a manos de sus parejas y exparejas, según los datos del Instituto de la Mujer de España, elaborados a partir de las estadísticas del Ministerio del Interior, en el primer cuatrimestre de 2006 se ha producido un incremento de víctimas mortales del 35%.

En Venezuela. El tema de la violencia es amplio y complejo y vale la pena señalar que Venezuela es un país donde la crisis económica, la desigualdad social, la insatisfacción de necesidades básicas, la carencia de vivienda, deterioro de la salud, el desempleo, el hambre, la desconfianza en las instituciones, el incumplimiento de las leyes y de la administración de justicia, el deterioro general del nivel de vida, y la pérdida de los valores, contribuyen a la acumulación de ansiedad, tensión y la frustración, por consiguiente a la agresión y a la violencia.

A partir de 1985, se crean en el país Casas de la Mujer y Oficinas de Atención a la Mujer en diversas entidades federales, las cuales desde sus inicios reciben denuncias de mujeres agredidas por sus parejas, asunto que condujo a analizar la situación, ya que el 87% de ellas hacia referencia a maltrato físico severo.

Venezuela aprueba en 1998 la ley Contra la Violencia hacia la Mujer y la Familia –una de las mejores de América Latina– puesta en vigencia en 1999, que permite prevenir y sancionar todo tipo de violencia contra los principales grupos victimas de la misma, la mujer y la familia, además de asegurar la atención y el apoyo a las víctimas de violencia doméstica, violación, acoso sexual e incesto.

Las ultimas estadísticas señalan que la población venezolana cuenta con mas de 26 millones de habitantes, de los cuales 13 millones son mujeres, en la que casi la mitad de ellas se encuentran entre los 15 y 45 años, y mas de la tercera parte, entre l5 y 34 años, período en la que la población femenina sufre mayor violencia. La Fundación para la Prevención de la Violencia Doméstica hacia la Mujer es una institución que se ha dedicado al estudio e investigación de la violencia en el país, revelo que un 26% de las mujeres-víctimas son casadas y más del 50% solteras.

En el estudio La criminalidad en Caracas la doctora Ana María Sanjuán afirma que cada 12 días en el área metropolitana de Caracas, un hombre mata a una mujer en el contexto de la relación de pareja. La investigadora sostiene que de dos de cada cinco sucesos de lesiones atendidas en los centros de salud corresponden a mujeres víctimas de violencia familiar presentándose reincidencia en nueve de cada diez casos.

Desde 1999, fecha de su creación hasta 2003, la línea del Instituto Nacional de la Mujer de Venezuela, ha reportado 11.668 llamadas de mujeres que denuncian ser victimas de violencia doméstica.

Hoy día en Venezuela se conocen muchos más casos de violencia contra la mujer que hace 5 años, debido a la promoción y utilización de las vías de denuncias adecuadas.

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* Periodista venezolana.

La primera parte de esta investigación puede leerse
aquí

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