SEMIÓTICA Y PODER
La decisión del Presidente venezolano Hugo Chávez, de suspender la concesión de la frecuencia a RCTV, así como aquella disputa en contra de algunos medios de comunicación del presidente ecuatoriano Rafael Correa, en un contexto de abierta confrontación con el modelo neoliberal de ambos presidentes, constata el hecho de que las fronteras de disputa al neoliberalismo atraviesan varias dimensiones, al tiempo que abren la posibilidad de debatir y problematizar algo que hace años era parte del repertorio de la izquierda política, pero que con el advenimiento de la posmodernidad y el fin de los metarrelatos, vale decir, la preeminencia del liberalismo, perdió intensidad aunque no su importancia, se trata del papel de los medios de comunicación de masas, y el rol ideológico que cumplen en la modernidad y el capitalismo, como mecanismos legitimadores del poder.
Tanto Chávez como Correa, están abriendo y posicionando un campo de disputa y confrontación en uno de los territorios más complejos y vitales para el poder: aquel del control de la semiótica de los discursos y la simbólica del poder, que se enmascara en sus mecanismos de difusión, vale decir, los medios de comunicación.
El contexto del reclamo por libertad de expresión y de prensa
La disputa que Chávez y Correa este momento están llevando adelante contra los medios de comunicación en manos del poder, en realidad, nada tienen que ver con las demandas de “libertad de expresión”, o de “libertad de prensa”, con las cuales el poder quiere mantener su control y hegemonía sobre la semiótica de los discursos, sino con la vigencia del modelo neoliberal, entendiendo a éste en su sentido más amplio y epistemológico, es decir como un modelo hecho, de una parte, para alterar de manera profunda y radical las relaciones de poder en beneficio del capital financiero; y, de otra, para clausurar de manera definitiva los horizontes emancipatorios y posicionar al liberalismo como única perspectiva de las posibilidades humanas.
En efecto, si el modelo neoliberal pudo consolidarse y lograr legitimidad social fue, precisamente, por el trabajo cotidiano y sistemático de los medios de comunicación que presentaron las estrategias del neoliberalismo como necesidades históricas. Fueron los medios de comunicación quienes abrieron el espacio social para que el discurso del ajuste y la estabilización del FMI y del Banco Mundial puedan ser procesados sin generar resistencias que pongan en peligro al sistema. Fueron los medios de comunicación los que cerraron todos los espacios para los voces disidentes y los que impidieron toda crítica al modelo neoliberal. El “consenso de Wáshington» habría sido imposible sin la administración del disenso que hicieron los medios de comunicación.
Cuando se impusieron las duras políticas de ajuste, y se llevó adelante la subasta de los bienes públicos bajo el pretexto de las privatizaciones, en un ambiente de corrupción y ruptura de todos los marcos institucionales, los medios de comunicación generaron un silencio bastante parecido a la complicidad, cubriendo y encubriendo el atraco a los bienes públicos, y no solo que lo permitieron sino que justificaron ese atraco presentándolo como un acto de transparencia, eficiencia y necesidad histórica.
Cuando la crisis explotó, los medios de comunicación la presentaron como un sino de la historia de la cual era imposible escapar, y legitimaron la socialización de los costos de la crisis a los sectores más vulnerables, escondiendo los rostros de los culpables y muchas veces, exculpándolos. Cuando la violencia del neoliberalismo hizo tabula rasa incluso de los derechos humanos más elementales, los medios de comunicación miraron hacia otra parte y no dudaron en criminalizar a las organizaciones sociales y a sus líderes populares, cuando defendían sus legítimos derechos.
Por ello, si Chávez y Correa no logran resquebrajar ese dominio ideológico del capitalismo a través de los medios de comunicación, las posibilidades de sus propuestas de cambio social están condenadas al fracaso. Chávez pudo entenderlo de manera contundente durante el golpe de la derecha en contra de su gobierno en el año 2002. Ahí fue transparente el rol movilizador y encubridor de los medios de comunicación venezolanos. En esa coyuntura pudo entenderse que detrás del espectáculo y las mentiras que cotidianamente secretan, está latente una estrategia política del poder, que no duda en utilizar la violencia para defender sus privilegios.
Carcaterizando los medios de comunicación
Gracias a los medios de comunicación y a su control exclusivo de las semiosis políticas producidas al interior de una sociedad, conceptos como “estabilidad”, “responsabilidad fiscal”, “lucha contra la pobreza”, “lucha contra la corrupción”, “transparencia fiscal”, “gobernabilidad”, etc., se convirtieron en discursos movilizadores y legitimadores del modelo neoliberal. Al cerrar la crítica al modelo neoliberal produjeron un pensamiento único y prácticas fascistas de comunicación amparados en la “libertad de expresión” y en la “libertad de prensa”.
Los medios de comunicación nunca han sido neutrales. Siempre han sido una de las dimensiones más importantes del poder. La izquierda política, sobre todo en América Latina, siempre tuvo desconfianza en los medios de comunicación de masas, y de ese ambiguo y mentiroso concepto de “libertad de expresión”, y siempre utilizó su epistemología analítica para comprender las complejas relaciones entre el poder, sus discursos, sus símbolos y sus significantes.
De hecho, son clásicos los trabajos de Mattelart, por ejemplo, sobre los medios de comunicación y su rol durante la revolución chilena y, posteriormente, en la época de la dictadura. En esa misma dirección vale retomar esa noción de “fabricación del consenso” (y administración política del disenso), que hacen los medios de comunicación y que ha sido teorizada por el profesor Noam Chomsky.
Por ello, la desconfianza de la izquierda política con respecto al rol legitimante del poder que tienen los medios de comunicación, provenía del hecho de que en el capitalismo nunca existió una democracia alrededor de la comunicación, de que ésta siempre fue parte de sus estrategias de lucha y dominación, y que la “libertad de expresión” era, en realidad, un simulacro y una coartada.
Los medios de comunicación imponen, a través de múltiples formatos, la ideología del poder como ideología dominante. Los ideales de belleza del poder, se constituyen en los ideales de belleza de toda la sociedad. La verdad del poder, se convierte en verdades sociales. La ideología del éxito se vende como recurso de salvación individual en un sistema que es implacable con el fracaso.
De hecho, Marx alguna vez escribió que las ideas dominantes de una época son las ideas de la clase dominante. Esas ideas dominantes luego se convierten en sólidas ideologías que aseguran las relaciones de poder existentes en aquello que el pensador italiano Antonio Gramsci llamaba la hegemonía.
La sociedad del espectáculo
Mas, de todos aquellos textos críticos con la cultura y los medios de comunicación, quizá sea el momento de reivindicar el rol cumplido por Guy Debord, y la Internacional Letrista (que más tarde se convertiría en Internacional Situacionista). En esta coyuntura en que varios gobiernos latinoamericanos pretenden salir de la “larga noche neoliberal”, disputando los sentidos de lo real en varios frentes, quizá sea oportuno retomar esa lucidez de Guy Debord y su análisis de lo que él denominaba “la sociedad del espectáculo”.
Quizá sea conveniente volver a procesar su crítica al poder y a los medios de comunicación mediatizados por el espectáculo, porque entre los medios de comunicación, la “libertad de expresión”, y las estrategias semióticas del poder, están los seres humanos y la intervención sobre la conciencia humana y la vida misma, a través de aquello que Hardt y Negri denominan el “biopoder”. El espectáculo, entonces, no es solamente la tramoya y el escenario de las falsificaciones de la historia hechas desde el poder; el espectáculo, en realidad, somos nosotros mismos. Liberarnos del espectáculo equivaldría a liberar nuestra subjetividad y desafiar las estrategias del biopoder.
En efecto, para Guy Debord, el espectáculo es no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizadas por las imágenes. El espectáculo es la falsificación del mundo por los medios de comunicación de masas, es la construcción política de la figura del espectador, del voyerista de la historia a través de la pantalla del televisor, que mira al mundo desde la condición de homo economicus, es decir, como consumidor, y que piensa en esa condición como ontológica y necesaria.
Es la transformación de la realidad en reality show, y la conversión del pasado en función política del olvido. Es la naturalización de aquello que Baudrillard denominará más tarde como la “prótesis visual”. Es la banalización de la historia, en función de la desvalorización del presente. Es la fragmentación de la conciencia histórica. “La alienación del espectador», escribe Debord en La Sociedad del Espectáculo, en beneficio del objeto contemplado … se expresa así: «mientras más contempla menos ve, mientras más acepta reconocerse en las imágenes dominantes de la necesidad, comprende menos su propia existencia y sus propios deseos”[i]. El espectáculo es “el capital a un grado tal de acumulación que deviene en imagen”[ii]es decir, en simulacro.
Egoísta, individualista, profundamente solo, y desligado de su realidad, de su historia, de su presente y de su futuro, el hombre que el capital construye desde el espectáculo se parece cada vez más a esas mercancías que vende: aisladas, numeradas, homogéneas y en serie; prestas para servir, para ser consumidas, y, asimismo, desechadas una vez que han cumplido su función. Esa mercancía llamada “hombre” que consumiendo se consume, fue el centro de las críticas de la Escuela de Frankfurt, y es también el centro de preocupación de Debord y del grupo que iba a animar y constituir: la Internacional Situacionista.
En un texto que escribiría 20 años después y que quizá sea uno de sus escritos más importantes (Comentarios sobre la Sociedad del Espectáculo), Debord escribe: “La preciosa ventaja que el espectáculo ha extraído de esta puesta fuera de la ley de la historia, de haber condenado toda la historia actual a pasar a la clandestinidad, y de haber tenido éxito en hacer olvidar el devenir de la historia: es que en la sociedad se presenta ante todo encubriendo su propia historia, el movimiento de su reciente conquista del mundo. Su poder aparece como familiar, como existiendo desde siempre. Todos los usurpadores han querido hacer olvidar que en realidad son recién llegados”[iii].
Eternizarse. Inmovilizar el presente: tarea gigantesca pero posible. Todos los días los mass media lo hacen, de hecho están para eso. Debord denomina a este proceso como “pasaje circular de la información”. La historia se convierte en noticia gracias a la información; se fragmenta en multitud de pequeños trozos independientes unos de otros; hechos históricos que se presentan aislados, descontextualizados de la realidad que les otorga referentes y contenidos.
Gracias a los medios de comunicación, este presente histórico desgarrado y doloroso circula como “noticia-mercancía”. En efecto: “La primera intención –escribe Debord– de la dominación del espectáculo es aquella de hacer desaparecer el conocimiento de la historia en general y de aquella en particular, sobre todo casi todas las informaciones y comentarios razonables hechos sobre el pasado más reciente. Se trata de una evidencia tan flagrante que no hay necesidad de explicarla. El espectáculo organiza con maestría la ignorancia de todo lo que precede y sigue después de un hecho histórico, y el olvido de aquello que, pese a todo, puede ser conocido inmediatamente. Lo más importante es lo más escondido, escamoteado”.
Esconder, manipular, mentir, descontextualizar, exagerar lo que conviene y callar lo que no debe conocerse, banalizar, crear el exceso de una información que no tiene contexto, que se presenta sin referentes de decodificación, ¿no es acaso la práctica cotidiana de los medios de comunicación? ¿No estamos, acaso, sometidos al mundo que los medias nos presentan, y nos despliegan como espectáculo? ¿No son nuestras opiniones sobre el mundo aquellas que han sido fundamentadas y creadas por los medios para nosotros? ¿No pensamos acaso en el formato que los medios han dado a nuestros pensamientos sobre nuestro presente y nuestra historia?
La tenaza se cierra cuando la sociedad del espectáculo no solo inmoviliza el presente y legitima el mundo burgués; sino cuando aplasta, devora, disuelve toda capacidad de respuesta; cuando logra aquello que Marcuse denominaba la unidimensionalidad; cuando finalmente consigue el consentimiento voluntario.
Un proceso complejo, y en el cual la manifestación más empírica es la interiorización de la lógica del poder en todos y cada uno de los miembros del sistema. Un proceso por el cual los elementos de la retórica del espectáculo se muestran como autoreferenciales y como códigos indispensables de interpretación de la historia. El espectáculo del capitalismo, y el capitalismo del espectáculo se convierten en la condición de hermenéutica del poder.
Debord lo expresa así en los Commentaires: “El individuo, gracias a que este limitado y pobre mundo del espectáculo ha marcado en profundidad su formación y su retórica, se coloca de entrada al servicio del orden establecido, aunque su intención subjetiva haya podido ser completamente contraria a este resultado. Este individuo seguirá en lo esencial el lenguaje del espectáculo, porque éste le resulta el más familiar, es aquel en el cual ha aprendido a hablar. Querrá sin duda mostrarse enemigo de su retórica, pero empleará su sintaxis. Es, sin duda, uno de los puntos más importantes del éxito obtenido por la dominación del espectáculo”.
Debord escribe en los Commentaires: «Hace 100 años el Nuevo Diccionario de Sinónimos Franceses de A.L. Sardou definía los matices que es necesario distinguir entre: falaz, mentirosos, impostor, seductor, insidioso, capcioso, y que en conjunto constituyen ahora una suerte de paleta de colores que convienen a un retrato de la sociedad del espectáculo».
Entonces, lo que realmente estaría en juego en la disputa que al momento hacen los gobiernos que pretenden superar al modelo neoliberal y mercantil, es descolonizar la subjetividad humana del control semiótico del poder. Es recuperar el sentido de la historia, y el sentido humano de esa historia recuperando la comunicación de su deriva mercantil y enajenante. Hay que decirlo, al momento de enfrentar a los medios de comunicación, en el territorio de la semiótica y desnudar los mecanismos del espectáculo, se está también luchando por una forma de democracia, aquella de devolverle la voz a los que nunca la han tenido. Devolverles su dignidad y demostrar que el hombre-mercancía que construyeron los medios de comunicación fue un artificio del poder en su simulacro de democracia.
Notas
[i] Debord, Guy : La societé du spectacle, pp.19
[ii] Debord, La societé …, pp. 20
[iii] Debord, Guy: Commentaires sur la société du spectacle. Ed. Gérard Levobi, Paris, 1988, pp. 16
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* Eeconomista, profesor universitario, asesor de la Confederacion de Nacionalidades Indígenas del Ecuador.