Siglo XXI: ética y cambio

1.163

Álvaro Cuadra.*

Muchos analistas parecen seducidos por el innegable cambio que traen las nuevas tecnologías, derivadas de una múltiple convergencia que incluye desde la biotecnología hasta las llamadas nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones. Algunos eufóricos tecnofílicos, nos anuncian en tono profético el “hipercambio”.

El señor Sergio Melnick –ingeniero comercial, mnistro en tiempos de dictadura, "opinólogo" de programas de TV–, por ejemplo, nos hace notar cuales son los desafíos para Chile en este siglo XXI y llega a la siguiente conclusión: “Lo primero claro son los enormes temas valóricos detrás de esto, totalmente ausentes del debate público nacional. Lo segundo, el tenor de este siglo supera con creces los limitados ejes de izquierda-derecha y mercado versus Estado. Llegó el tiempo de enfrentar entre todos estos desafíos, en nuevos esquemas de colaboración público-privada. Hay que inventarlos, no ideologizarlos”

Habría que recordar que nuestro país muestra una vergonzosa desigualdad, una de las más pronunciadas del planeta, en que el quintil más rico de la población acumula el 60% del PIB y que, todavía persiste obstinada la extrema pobreza entre nosotros en límites inaceptables. Habría que recordar que la oposición izquierda-derecha es y ha sido, ante todo, una cuestión profundamente ética, valórica. Pues mientras la derecha ha defendido, hasta el presente, un neoliberalismo extremo, aún bajo formas políticas dictatoriales, la izquierda se ha definido por su defensa de los derechos de los más desposeídos.

Oponer izquierda a derecha no es ideologizar el futuro, como piensa el señor Melnick, sino levantar un cuerpo valórico anclado en el humanismo democrático que ponga límites claros y efectivos a las grandes corporaciones en nombre del bien común. Tras  dos décadas de mercado, nuestra educación se ha tornado desigual, lo mismo que la salud y la previsión. Cuando es el lucro el que organiza todas y cada una de las actividades humanas, ineluctablemente, se está segregando a la población entre ricos y pobres.

He ahí el gran problema valórico del Chile de hoy; he ahí el núcleo de una profunda injusticia social. El fortalecimiento del Estado, durante el siglo XX, no fue otra cosa que la respuesta, a veces desesperada, de los más débiles ante la exclusión impuesta por una sociedad oligárquica. Las luchas democráticas y populares del siglo XX,  protagonizadas por los trabajadores, por los pobladores y que costó tantas vidas, fue el reclamo de justicia social de las mayorías del país.

Todo lo anterior, no significa, en absoluto, dejar de reconocer que, en efecto, el mundo entero vive una revolución tecnocientífica cuyos alcances apenas barruntamos. No obstante, cualquiera sea el decurso de esta mutación en marcha, se impone al humanismo el imperativo moral de luchar , en primer lugar,  contra las injustas relaciones sociales en aras de un país con mayor igualdad de oportunidades.

El hipercambio con que sueñan tantos futurólogos es sólo un espejismo tecnocrático carente de sentido histórico si no significa, en primer término, superar las condiciones de marginalidad en que se debate una parte importante de nuestra población y, más ampliamente, la mayor parte de la humanidad.

* Doctor en semiología, Universidad de La Sorbona, Francia. Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados, Universidad ARCIS, Chile.

 

También podría gustarte
Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.