Situación enrarecida. – EL MOVIMIENTO DEL PEQUEÑO FÜHRER URIBE

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Son asuntos diferentes el de los sudeten –descendientes de alemanes que emigraron a Checoslovaquia en el siglo XIII– y la masacre realizada por el ejército colombiano en la frontera con Ecuador; no obstante tienen algo en común. En 1938 Adolf Hitler ordena una veloz y violenta incursión de la Wehrmacht para «cautelar» los derechos de esos lejanos tataranietos de alemanes. Como el bombardeo de Guernika, en el País Vasco, la incursión en Checoslovaquia le permite al estado mayor alemán –y sus dirigentes políticos– ensayar tácticas militares: bombardeo aéreo masivo y la que pronto se llamaría «blitzkrieg», guerra relámpago.

Lo que tienen en común la invasión nazi a Checoslovaquia y la masacre (término utilizado por el presidente Rafael Correa) de 15 personas en territorio ecuatoriano –Raúl Reyes, su compañera y otros 13 integrantes de las FARC– no está en los pretextos que ambas esgrimieron, sino en la apuesta: impunidad. Hitler la obtuvo, debió invadir Polonia, después, para que algunos países europeos estimaran que había llegado demasiado lejos; el resto se conoce como II Guerra Mundial.

Hasta la tarde del domingo en América del Sur se habían registrado sólo dos reacciones. Una, natural, del gobierno ecuatoriano y la otra –de algún modo preventiva– del gobierno de Venezuela.

Miraflores movilizó con presteza tropas y equipos hacia la frontera con Colombia y cerró las oficinas de su embajada en Bogotá. Chávez sospecha que está en la mira del narcopoder colombiano, títere del otro poder, el que se despliega desde el norte. Trascendió que un frío y firme Hugo Chávez dijo a los oficiales superiores de la fuerza armada venezolana que (si las cosas seguían por el derrotero abierto en Ecuador) «El proximo Ayacucho será en Colombia». El nueve de diciembre de 1824, a las nueve de la mañana, en Ayacucho, Perú, el Ejército Libertador de Simón Bolívar al mando del mariscal José Antonio de Sucre completó la gesta que liberó América del Sur del poder español.

No resulta en absoluto exagerada la reacción de Caracas. No es habitual que la soldadesca de un Estado sometido a derecho invada, así fuere por un instante, el territorio de otro para cobrarse la vida de un enemigo al que califica de vulgar delincuente, en circunstancias que se llevan adelante delicadas negociaciones para obtener la libertad de prisioneros de las dos partes en conflicto, y sobre todo cuando se sospecha que una de las prisioneras, Ingrid Betancourt, puede estar enferma de gravedad. Resulta evidente para un análisis desapasionado que no es prioridad de Álvaro Uribe un acuerdo humanitario que permita la liberación de los retenidos por las FARC.

No es todo. El ataque, que habría sido en rigor un bombardeo, luce los indicios de ser producto de una operación de inteligencia realizada con medios tecnológicos de los que Colombia carece, pero no Estados Unidos e Israel. Reyes habría sido localizado gracias a instrumental electrónico de precisión, similar a los que utiliza las fuerzas armadas israelíes en sus ataques selectivos contra miembros de la resistencia palestina, probablemente a través del rastreo de la señal de su teléfono satelital, con el que mantenía las conversaciones propias de un encargado de relaciones internacionales.

Reyes, así, habría cruzado la frontera para no comprometer la seguridad de los campamentos de las FARC ubicados en territorio colombiano; no se descarta que para profundizar las negociaciones de liberación o intercambio de prisioneros. Las precauciones del gobierno bolivariano de Venezuela, así, se explican, puesto que Hugo Chávez era, hasta la masacre al menos, interlocutor privilegiado del alto mando de las FARC para lograr el intercambio humanitario.

No puede descartarse que otro efecto buscado por la incursión colombiana sea desbaratar los esfuerzos de importantes sectores de la sociedad de ese país en orden a forzar una salida negociada a la violencia. Cabe considerar que el presidente Uribe –es vox pópuli en Colombia– ha mantenido vínculos muy cercanos con los paramilitares y los terratenientes que los arman.

Lo más grave es que ha quedado en evidencia –de probarse el apoyo estadounidense en la masacre– el rol que cumplen la Casa Blanca como mandante y Uribe como mandatario para desestabilizar el área andina, apuntando a dos vecinos que resultan incómodos a Estados Unidos: los gobiernos de Venezuela y Ecuador; por elevación, el tiro apunta a un tercer blanco: Bolivia. El presidente de Ecuador calificó a su par Uribe Vélez de «mentiroso», aludiendo al relato que éste le hizo sobre el «enfrentamiento».

Por parte de Estados Unidos está dentro de las posibilidades que se trate de una operación tendiente a calibrar las reacciones de América ante la profundización del conflicto colombiano, acciones contra el territorio venezolano y la agudización de las contradicciones en Bolivia (sin olvidar la vieja apetencia amazónica). Si tal fue la intención, el experimento dio los frutos esperados: sumisas y cálidas las magistraturas de América del Sur guardan el prudente silencio que otorga.

No todas, cierto. A la reacción venezolana se une la del país afectado. El presidente Correa del Ecuador manifestó a través de su Cancillería estar «profundamente decepcionado por la acción de las fuerzas colombianas», a la par que rechazó con firmeza la presencia de grupos irregulares colombianos en el país.

Señaló su «firme decisión de no permitir que el territorio de la nación se utilice por terceros para llevar adelante operaciones militares o para emplearlo como base de operaciones, en el marco del conflicto colombiano. El Ecuador utilizará todos los recursos de seguridad disponibles para evitar que estas circunstancias se repitan». Ecuador no descarta acudir a instancias supranacionales para cautelar su soberanía y la seguridad de sus habitantes. El embajador regresó a Quito y la legación diplomática quedó en manos de un encargado de negocios.

Informes sin confirmación señalaban, después del mediodía del sábado primero de marzo (2008), que Brasil parecía dispuesto a cerrar el espacio aéro amazónico y aumentaba las tareas de vigilancia en el área fronteriza con Colombia.

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