Sobre la imparcialidad de los jueces
La sugestiva información que reproduzco más abajo apareció en Clarín. De ella puede desprenderse que por lo visto, la suerte de Kanoore Edul1 y de otros muchos árabes musulmanes está en las manos de un juez masón, lo cual no significa nada en especial, pero explica algunas cosas y crea cierta zozobra.
Por ejemplo: hace dos años, siendo yo secretario general de la Federación de Entidades Argentino-Árabes de Buenos Aires, invité al doctor Jorge Vanossi a formar parte de un Comité Honorífico de Juristas Amigos de la Colectividad Árabe de la Argentina. Su respuesta me dejó helado: No acepto porque, para mí, el mundo termirna en los Urales -montes que simbólicamente dividen a Europa de Asia-.
Me animé a explicarle que al este y al sur de los Urales existen civilizaciones más antiguas y tan respetables como la (o las) europea(s), que del sur de los Urales llegaron importantes corrientes migratorias que hoy forman parte indisoluble de la sociedad argentina y latinoamericana. Pero la sabiduría «europea» del doctor Vanossi fue más profunda que la «trans-urales» mía, y por ello cortó el diálogo afirmando: No me interesa ninguna de esas civilizaciones ni de esas corrientes migratorias, porque para mí no existen.
Dos meses después, el doctor Duhalde, entonces presidente de la Argentina -a pesar de conocer esa tremenda muestra de vanidad y discriminación-, designó al doctor Vanossi ministro de Justicia para que defendiera los derechos humanos de todos los argentinos… Y hoy, el mismo personaje, para quien los árabes venidos del sur de los Urales no son personas humanas dignas de ser tenidas en cuenta, se codea en una cena con su hermano masón el juez Canicoba Corral que debe decidir si le carga a los árabes el fardo del atentado a la AMIA. Me preocupa, aunque más no sea por aquello de dime con quien andas.
Y hablando de compañías preocupantes, tampoco puedo pasar por alto el hecho de que el juez del cual dependen mis defendidos árabes musulmanes tenga tanta confraternidad -espero que no sea dependencia, como exige la masonería a los de grado menor- con personajes como el «Coti» Nosiglia.
Finalmente, no deja de intranquilizarnos saber que alrededor de la mesa de tres patas, del compás y bajo el ojo del «gran arquitecto», se juran lealtad y apoyo mutuo incondicional políticos tan enfrentados entre sí como Vanosssi, Nosiglia, Polino y Mario Losada, junto con jueces tan independientes como Jorge Urso, Claudio Bonadío y Rodolfo Canicoba Corral, y empresarios periodísticos tan ligados al doctor Menem como Daniel Hadad -ahora socio del ultrakirchnerista Marcelo Tinelli-. ¿»Cambalache», siglo XXI?
Ante esa realidad, las preguntas son legítimas:
1.- ¿Cómo y dónde se toman las decisiones, realmente, en nuestro país? ¿Y quién las toma?
2.- Cuando se «pelean» entre ellos, ¿es realidad real, o realidad virtual como Titanes en el Ring?
El artículo de Clarín
Un inusual encuentro en un restaurante de la Costanera Norte, se publicó el ocho de diciembre y lleva la firma del periodista Sergio Rubín. Se reproduce íntegro:
Jueces y políticos de todo color en la cena findeañera de la masonería argentina.
Fueron desde Coti Nosiglia a Vanossi y Polino. También Urso, Bonadio y Canicoba.
Hace tiempo que la masonería vernácula quiere dejar atrás su hálito de secretismo y lealtades cerradas y abrirse a todos los sectores con un mensaje de refundación ética. La celebración de fin de año y del día del masón en un coqueto restaurante de la Costanera Norte, la noche del lunes, fue una ocasión privilegiada para avanzar en esa dirección.
La presencia de políticos, jueces y empresarios le dio a la convocatoria una lectura con cierta miga política y, por qué no, una vigencia a una organización surcada
durante siglos por el misterio atrapante.
Si de misterios se trata, no podía faltar la presencia del legendario dirigente radical Enrique «Coti» Nosiglia, que supo construir poder en otras épocas -y mantenerlo con el paso de los años- al calor de operaciones siempre muy discretas. Por aquello de que el radicalismo es un partido con una vertiente masónica -según decían antiguamente dirigentes de la Iglesia, recelosos del perfil anticlerical que le adjudicaban a la masonería-, otros miembros del partido de Alem dieron el presente, como el senador Mario Losada.
Tampoco faltaron radicales disidentes como el ex ministro de Justicia hoy abrazado al macrismo Jorge Vanossi. Otro que dio el presente fue el diputado socialista Héctor Polino, un habitué de estos encuentros, según el maestro de ceremonias. Varios jueces federales con causas resonantes también se anotaron: Jorge Urso, Rodolfo Canicoba Corral y Claudio Bonadio. Si del ámbito judicial se trata, también se anotó el abogado Ricardo Monner Sans.
En la mesa principal se ubicó el empresario de medios Daniel Hadad, quien conversó animadamente con el Gran Maestre de la Gran Logia Argentina, Jorge Vallejos.
No fue fácil establecer quiénes eran miembros -hermanos en la jerga- y quiénes no de la masonería. Hubo numerosos brindis durante la velada, por caso, por la incipiente Unión Sudamericana que camina hacia la concreción del sueño de unidad continental de los próceres de antaño, varios de los cuales abrevaron en la masonería, según se subrayó.
Algunos brindis debían hacerlo sólo los «hermanos», poniéndose de pie. Pero la muchedumbre, la escasa luz y el despiste de más de uno que, sin serlo, igual se paraba, impedían una determinación certera de su filiación.
La calidez con la que fueron recibidos los políticos -varios de ellos parecían como en su casa- no impidió que en los discursos llovieran palos hacia los dirigentes por la falta de una enérgica dedicación a la educación (pública y laica, claro). Aquí fue inevitable que, en contraposición, se exaltara la figura de un «hermano» eminente: Domingo Faustino Sarmiento.
También los políticos fueron criticados por la falta de políticas de Estado en temas como salud y seguridad. Por lo demás el «Feliz Navidad» de Vallejos en el brindis final denotó que con la Iglesia se viven tiempos de reconciliación.
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* Abogado, ex parlamentario.
Puede además verse el artículo Amia, el atentado interminable