SOCIEDAD Y EQUIDAD DE GÉNERO

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Evaluando el escenario de las mujeres en este siglo XXI, podemos señalar los progresos de éstas en todos los aspectos del espacio público, que comprenden, entre otros, cambios en el mundo del trabajo, logros educativos, bajas notables de la fecundidad femenina, modificaciones de las relaciones familiares, y el avance importante, aunque limitado, en materia de acceso a la toma de decisiones.

No obstante, la mayoría de los hombres no participa en forma suficiente en el trabajo del hogar ni en el conjunto de las actividades de cuidado familiar no remuneradas que trae aparejadas la vida comunitaria y social, lo que se traduce en la consecuente concentración del quehacer doméstico en manos de las mujeres. Es por eso que la armonización del ámbito privado y público plantea desafíos en el campo de los valores y de los comportamientos, y requiere de políticas públicas que favorezcan la redistribución de las responsabilidades familiares entre varones y mujeres.

Esto ha llevado a que en el ámbito institucional se hayan creado nuevas entidades, dentro del marco de complejos procesos de la reforma del Estado. Los cambios legislativos han dado origen a oportunidades y desafíos, especialmente en lo que se refiere al ejercicio real e integral de los derechos humanos de las mujeres.

Paralelamente, nuevos conocimientos y una amplia gama de experiencias en el espacio de las políticas demuestran que la igualdad de género tiene efectos positivos en el desarrollo, y para lograrlo es necesario superar la pobreza y el empoderamiento de la ciudadanía en un contexto democrático.

El examen de los avances y los desafíos se ha entendido como un ejercicio de aprendizaje colectivo que comprende la identificación y difusión de las mejores prácticas. La estrategia de la perspectiva de género en las políticas estatales se reconoce aún como la más favorable, aunque se señalan los nuevos retos que surgen del desarrollo tecnológico, las dificultades en la economía mundial y la incertidumbre sobre el futuro de la democracia.

La Comisión Económica para América Latina y El Caribe, de las Naciones Unidas analiza la condición de las mujeres en la propuesta sobre la transformación productiva con equidad, en ella plantea que, pese a todas las diferencias, las acciones de la región deben encuadrarse en la concertación y el consenso a fin de lograr un desarrollo en democracia.

Es un proyecto que incorpora, por definición, el principio del respeto de los derechos individuales, los que obviamente incluyen el de las mujeres, que van desde una participación equitativa en la sociedad y en el poder, hasta la decisión de tener hijos o no, de acuerdo con sus propias convicciones. La búsqueda de evolución e igualdad, que deberá comprender el equilibrio entre los sexos, ofrece un amplio espacio para recoger las corrientes innovadoras del pensamiento actual e incorporar aspectos inéditos cuyo objetivo sea ayudar a configurar sociedades justas en las que estén presente los criterios éticos.

Poner a la mujer en el mundo real

La propuesta se complementa con otras dimensiones: el papel de las políticas sociales en el proceso de innovación productiva con justicia; las orientaciones para introducir la preocupación por el medio ambiente en el proceso de desarrollo, la elaboración de contenidos para una estrategia educativa apropiada, y el papel de la integración económica.

No basta incorporar a las mujeres, en las áreas tradicionalmente aceptadas, como la educación, el trabajo o la salud. Es necesario asegurar su integración a un contexto caracterizado por una profunda revolución científico-tecnológica en marcha, una progresiva globalización de los mercados y una competitividad basada cada vez más en la incorporación y difusión del progreso técnico.

Existe consenso sobre el hecho que una sociedad que se plantea como objetivo el equilibrio, también lo alcanza entre hombres y mujeres. Históricamente esta perspectiva probablemente proviene de dos vertientes simultáneas: la modernización de las propias sociedades, especialmente a raíz de los procesos de industrialización y urbanización que abrieron nuevos mercados de trabajo y a la vez asumieron la función económica en los hogares, y de los propios movimientos emancipatorios de las mujeres en el marco de las luchas por la ampliación de la ciudadanía.

Culturalmente y en la práctica, también tienen una gran influencia los cambios en el campo de la fecundación. Ésta, al volverse opcional, abrió a las mujeres una nueva vertiente de participación en la sociedad, ya que el tiempo invertido en la reproducción y la crianza dejó de ocupar todo su espacio de vida.

La mayor esperanza de existencia, la masificación de la educación, y el reconocimiento de su ser ciudadana, afianzaron un proceso cuya culminación parecía ser solamente un asunto de tiempo. Al no ocurrir así, en diferentes ámbitos comenzaron a hacerse estudios y reflexiones sobre la expansión de los espacios de la democracia y también de las expectativas. Al intervenir las mujeres en diferentes ámbitos de la colectividad, se dio por sentado que participarían en las decisiones. Sin embargo la ciudadanía jurídica de las mujeres no las equipara aún con los hombres en la esfera de lo público ni tampoco las liberó de la responsabilidad primordial en cuanto al hogar y los hijos.

La discriminacion

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El reconocimiento de la discriminación de las mujeres presente en la sociedad se expresa en 1948, con la creación de un órgano especifico en las Naciones Unidas para abordar este asunto, y recibe un impulso en 1975. En aquel momento, dentro del marco conceptual de una integración en el desarrollo, se realizan innumerables acciones tendientes a asegurar a las mujeres esa incorporación. En los inicios, el próposito era básicamente darles acceso a las áreas legal, educacional, laboral y de salud.

El proceso ha mostrado signos de avance, pero además ha revelado que es de una complejidad mayor. Hay mujeres que han accedido al desarrollo y a la equidad, otras sólo al desarrollo, pero hay muchas que no han podido integrarse a ninguna de estas dos.

La evolución del llamado “tema de las mujeres” ha registrado notables cambios de rumbo en los últimos años. Actualmente se debaten las barreras que parece tener la idea de integrarla al desarrollo, que fue su marco casi natural. Las críticas se basan en un balance indicativo de que conceptualmente no hubo tal unificación, sino que la mayoría de las veces el tema constituía un “añadido” a las preocupaciones centrales del progreso. Asimismo se cuestionan las acciones orientadas a “integrar” a las mujeres, ya que en muchas ocasiones contribuyeron, por el contrario, a marginar más esta problemática y a ellas mismas.

Sin negar que el enfoque ayudó a hacer visibles muchos aspectos centrales de la situación, se señalan sus limitaciones teóricas y practicas: por amplio que sea el concepto de desarrollo, sus indicadores económicos se refieren siempre a la producción de bienes y ello necesariamente va a mantener oculto el aporte mayoritario de las mujeres, que tiene que ver con la reproducción y con los “servicios” no remunerados que prestan, como si fuera algo natural, en el mantenimiento de la salud, de la familia, el cuidado de los demás, la alimentación y la formación de los hijos.

Hoy se reconoce que las mujeres están integradas a la sociedad y lo que se requiere es mejorar su forma de inserción. Esto implica tomar en cuenta no solamente la posición que ocupa según estratos socioeconómicos, sino además el papel que se les asigna culturalmente por el hecho de ser mujeres. En la actualidad en las Naciones Unidas se acepta que no es posible alcanzar el progreso en un sentido boyante, es decir, más allá del crecimiento financiero, si no se mejora el estatus o prestigio social de ellas.

Género

De estas reflexiones surge, en la década de los setentas, el llamado enfoque o perspectiva de género, como respuesta a las interrogantes teórico-metodológicas planteadas por las asimetrías y desigualdades entre hombres y mujeres en función de su sexo; según algunos autores, esta nueva visión constituye la innovación cognitiva más importante de los últimos 30 años en las ciencias sociales.

El género se define, como una construcción cultural, social e histórica que, sobre la base biológica del sexo, determina normativamente lo masculino y lo femenino en la población, así como las identidades subjetivas y colectivas. También condiciona la existencia de una valoración social asimétrica para varones y mujeres, y la relación de poder que entre ellos establece.

Los estudios realizados en este campo desde la perspectiva del estatus o prestigio social y los análisis de las relaciones sociales, así como la teoría de los sistemas de poder, han contribuido no sólo a generar conocimientos sobre las mujeres, sino además vincular mejor y en forma más significativa esta temática con aspectos más globales de la sociedad. En el presente, la idea de que el desarrollo beneficia o perjudica en forma diferenciada a hombres y mujeres es mucho mejor aceptada y más fácil de entender.

La incorporación del concepto de género a la terminología de las ciencias sociales lleva a que no sea utilizado particularmente por las distintas autoras y autores; la gama de significados y enfoques es amplia. En ocasiones reemplaza a la variable sexo, en otras es sinónimo de mujer. Hay quienes lo consideran un sistema de estatus y prestigio, y quienes lo ven como el reflejo de jerarquías sociales derivadas de la división social del trabajo.

Si bien no es una hipótesis acabada ni tampoco hay aprobación unánime en torno a ella, la concepción de género, permite analizar la inclusión de las mujeres en la sociedad comparada con la de los hombres. Esto significa entrar a debatir que sucede con las relaciones entre varones y mujeres en esta colectividad y cómo se puede lograr la equidad en esta esfera. Manifiesta, en última instancia, que es preciso humanizar la política y hacerla para las personas, lo cual conlleva tomar en cuenta no sólo los factores macroeconómicos del quehacer social, sino también lo cotidiano y sus interrelaciones con la vida de éstas.

Actualmente se ve con claridad que existen algunos problemas más vinculados al entendimiento entre hombres y mujeres, así como a la forma en que se estructuran las relaciones de poder, que no se resolverán por sí solos, al menos a mediano plazo.

Las mujeres en mayoría tenemos todavía fuertes ataduras en los roles conocidos por la ausencia de políticas que nos apoyen en la ruptura de esos lazos tradicionales y adquirir un poco mas de control y autonomía sobre nuestras vidas.

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Periodista venezolana.

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