Solidaridad entre los pueblos para hacer frente al sufrimiento de refugiados

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Europa vive la crisis migratoria más importante desde la Segunda Guerra Mundial: durante 2015 ya han solicitado refugio más de 400 mil personas, cifra que tiende a duplicarse hacia fin de año. Frente al grave panorama, desde los pueblos se comienza a tomar conciencia de que la respuesta no vendrá del poder financiero apoderado hoy del poder político en Europa.

Hay ejemplos positivos despertándose desde la ciudadanía, como las redes de ayuda de grupos de voluntarios para facilitar alimento, agua, vivienda o salud a los inmigrantes. Asimismo, desde iniciativas gubernamentales progresistas, como la propuesta de la alcaldesa de Barcelona Ada Colau de crear una red de ciudades-refugio respetuosas de los Derechos Humanos, atendiendo así a la obligación de dar asilo humanitario a refugiados. Son claves de una nueva sensibilidad solidaria y bondadosa que se abre paso para ir dando una respuesta superadora a la problemática migratoria.

Las frías cifras ofrecen un panorama de la crisis migratoria-humanitaria, que es ya hoy un problema de toda la humanidad: según informa el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) 59,5 millones de personas han sido desplazadas forzadamente de su lugar de origen al 31 de diciembre de 2014. Siria, país sumido en una cruel guerra civil desde 2011, a nivel mundial ha generado el mayor número tanto de desplazados internos (7,6 millones), como de refugiados (3,88 millones al final de 2014), seguidos por Afganistán (2,59 millones) y Somalia (1,1 millones). Asimismo, Acnur informa que el número de refugiados e inmigrantes muertos o desaparecidos en el Mar Mediterráneo en los seis primeros meses de 2015 fue de 1.850, mientras que en el mismo período de 2014 fueron 590 personas.

Es importante destacar que las potencias económicas y militares europeas han contribuido a generar las causas de estas crisis, con sus ataques militares directos o mediante financiamiento a grupos armados, invasiones y su colonialismo de siglos. Sus acciones perjudiciales se les vuelven en contra a los poderosos de Europa, que también son los que intervienen militarmente en busca de recursos naturales. Por ejemplo, en Níger se exporta casi todo el uranio a Francia para mantener las centrales nucleares que proveen el 75 % de la energía francesa.

Se generan como consecuencia hechos catastróficos que vemos por los medios de comunicación a diario, como el caso del camión abandonado en una ruta de Austria el pasado 27 de agosto donde en su interior fallecieron asfixiados 71 inmigrantes -entre ellos cuatro niños; más de 800 inmigrantes muertos en el Mediterráneo en abril, o la espeluznante foto del niño muerto en las playas de Turquía que ha sensibilizado al mundo en los últimos días.

Grandes conjuntos humanos que escapan trasladados en condiciones paupérrimas por redes de tráfico de personas, de mafias. Quienes huyen de sus lugares anhelando lograr una vida digna, comer, tener un trabajo, salud, educación o vivienda, son claras víctimas de un sistema económico, político y social violento, que discrimina, no pone al ser humano como valor central sino que sólo importa la ganancia, el dinero, el poder económico, despojando a millones de seres humanos de la igualdad de derechos y oportunidades para vivir dignamente en el lugar en que nacieron. esp inmigrantes1

Desde el sentido común de una sensibilidad xenófoba se suele percibir al inmigrante desplazado como un delincuente que “viene a invadirnos, a sacarnos el trabajo, a usar nuestros hospitales y escuelas”. Es una situación paradójica, ya que en nuestro continente latinoamericano hay experiencias históricas de recibir olas inmigratorias europeas. En Argentina, por ejemplo, recientes estudios indican que el mapa genético de argentinos está compuesto por una descendencia de un 78,9 % de diferentes etnias europeas, causa de las grandes olas inmigratorias llegadas entre 1850 y 1955, quienes escapaban de la guerra o buscaban una mejor vida, al igual que hoy lo hacen africanos, árabes, o provenientes del Medio Oriente hacia Europa.

Es indispensable pensar, reflexionar, acerca de la salida a esta situación. Principalmente creo que la respuesta no vendrá del poder económico, financiero o militar, que gobierna hoy en Europa y generó por acción u omisión en gran medida esta catástrofe. Hay ejemplos positivos muy interesantes, que se comienzan a despertar en el seno de los pueblos. No es difícil ejemplificarlo: recientemente en la nota publicada en la agencia internacional de noticias Pressenza bajo el título “Impresionante demostración de solidaridad de los alemanes en apoyo a los refugiados”, se describen acciones solidarias de redes integradas por ciudadanos alemanes en ayuda de los inmigrantes, les ofrecen alojamiento, comida, los acompañan para mejorar sus condiciones en su llegada al país cuando hacen interminables colas para conseguir concretar los trámites inmigratorios. Porque si los gobiernos no quieren hacerse cargo, es interesante ver esta sensibilidad bondadosa creciendo en los pueblos para contrarrestar el sufrimiento en otros.

Se necesita una gran reflexión, discusión e iniciativa desde la sociedad civil, gobiernos y organismos internacionales para generar un nuevo esquema mundial de relaciones internacionales basadas en el multilateralismo, en la igualdad de oportunidades para todas las naciones y pueblos, donde unas potencias no se sobrepongan violentamente a otros países postergados y despojados de sus posibilidades.

Siempre hay esperanzas –y hoy vemos indicios claros- de que en las poblaciones se despierte algo nuevo, mejor, desde la bondad y la solidaridad, como el caso de esos ciudadanos alemanes ofreciendo una ayuda desde la base social. Se despierta una nueva sensibilidad que puede registrar “lo humano” en el otro, por más que provenga de una cultura distante: si registro ese lugar en mí sé que puedo ayudar al otro de algún modo. Si esa sensibilidad bondadosa va creciendo, el progreso social puede ser para todos y no para unos pocos.

Un ideal como la Nación Humana Universal, donde confluyan en igualdad pueblos y culturas, donde las riquezas culturales, materiales o naturales de unos no sean despojadas por otro, sino que en colaboración mutua el crecimiento común sea el signo, es una aspiración que nos guía hacia el futuro para comenzar desde ya a construir en una dirección humanizadora.

*Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA), editor en Argentina de la Agencia de Noticias Pressenza, periodista e integrante del Movimiento Humanista.

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