Televisión argentina. Carta abierta a Susana Giménez

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Famosa por amores, amoríos, astucia financiera y por bailar cuando joven encima de las mesas de algún bar –con ropa interior color pastel– Susana Giménez hasta entrados sus primeros 50 y pico años y supo ser una de las "diosas argentinas", figurilla inatacable cuya fotografía en tapa de diarios y revistas –incluso con un leve sobrepeso– aseguraba ventas.
Hoy le escriben. ¿Sabrá leer la misiva?


Córdoba, 28 de Octubre de 2008.

Señora:
En la fecha y por encontrarme en un hogar ajeno, debí presenciar aún en contra de mi voluntad y por respeto a la casa donde estaba, parte de su programa.

En el espacio que comparte con el señor Gasalla, ni él ni usted tuvieron ningún reparo en mofarse, burlarse, ridiculizar y discriminar al  mexicano Manuel Uribe, aunque no lo nombraron, que alguna vez fue considerado el hombre más gordo del mundo, expresándose sobre esta persona como: “Asqueroso, qué asco, qué hacer con los cueros cuando adelgace…", en distintos momentos de sus diálogos.

Realmente señora Giménez, usted no tiene la menor idea del daño que ha hecho con semejantes expresiones considerándose inimputable por obviedad.

Hay una horda de adolescentes y adultos mal instruidos escuchándola, que por carecer de formación toman sus palabras como buenas o acertadas y es allí donde puede nacer la bulimia o la anorexia  y lo peor de todo el gen para aprender a discriminar.

En lo personal como tengo 55 años conozco parte de su trayectoria pública y en las distintas oportunidades que la he escuchado me ha bastó para tener un concepto formado sobre su persona, que pertenece al lugar opuesto que la gente muy común tiene de usted.

Sería de muy baja estofa traer al presente sus inconvenientes legales a consecuencia de algún auto importado o tocar temas de su vida privada –hartamente ventiladas en los medios– para hacerle ver y decirle que usted no tiene ningún derecho ni autoridad de ninguna índole, excepto la impunidad que le brinda su popularidad, de expresarse así de una persona que padece una enfermedad llamada obesidad.

Creo que su miseria de criterio radica en expresarse de esta manera y de no aceptar a la gente que no tenga un estereotipo de lujos o condiciones sociales que no viven en un mundo de fantasía como el suyo.

Con que placer habría presenciado el acto, si en esa oportunidad  hubiera estado en su programa la señora Ana María Giunta, pero me conformo con imaginar la soberana bofetada que le hubiera propinado o al menos la verba al decirle en la cara lo que se merece.

Felizmente, todo termina algún día; nada es para siempre.
 

Raúl Lelli

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