Tensas elecciones en la Central de Trabajadores Argentinos

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Natalia Brite*

La organización sindical que nació al calor de la resistencia al neoliberalismo atraviesa un momento crítico que pone en riesgo su continuidad. A su interior se enfrentan dos visione contra puestas: apoyo crítico al gobierno de Cristina Fernández o una de alianza de hecho con la derecha conservadora que pretende virar el rumbo político en los comicios presidenciales de 2011.

La Central de Trabajadores Argentinos tuvo su primer antecedente en 1991, en el denominado Encuentro de Burzaco, realizado en la provincia de Buenos Aires. Dirigentes gremiales de diversas ramas –con predominio de estatales- se aglutinaron en respuesta a la crisis de representatividad que existía en la histórica Confederación General del Trabajo (CGT).

El Encuentro finalizó con un documento en el cual se plasmó la posibilidad –inédita- de no seguir ligados a la todavía única central obrera, cuya dirección había acordado con el gobierno de Carlos Menem un conjunto de medidas adversas al conjunto de los sectores populares.

Dirigentes como Ariel Basteiro, Víctor De Gennaro, Mary Sánchez, Ricardo Peidro, Pedro Wasiesjko, Marta Maffei, Raúl Dellatorre y Cayo Ayala, formularon premisas que debían guiar un desarrollo gremial de nuevo tipo. Así, tomaron la “autonomía con respecto al Estado, los patrones y los partidos políticos” como bandera fundamental.

Pero las condiciones y el perfil del modelo propuesto desde la actual administración del Estado y la facción peronista gobernante, no pueden asimilarse -ni mucho menos- al modelo menemista. Es decir, desde el restablecimiento de la gobernabilidad tras la crisis de 2001, el proyecto nacional que emergió lo hizo de la mano de una línea al interior del movimiento inaugurado por Juan Domingo Perón que confronta de lleno con el modelo instaurado en 1976 y profundizado durante los largos años de la década de 1990.

Este escenario planteó nuevos ejes y lugares de discusión al interior del movimiento obrero. Así, la CGT llevó adelante una serie de movimientos al interior de su estructura y se rearmó de cara al nuevo proceso político. De esa manera, la central fue un fuerte punto de apoyo para el gobierno de Néstor Kirchner, que asumió en 2003; y para el de su sucesora, la presidenta Cristina Fernández.

La misma discusión se dio en la CTA, pero su distinta conformación le valió un proceso distinto aún sin solución. La permanencia de desacuerdos derivó en el límite de la ruptura al que parece haber llegado tras las elecciones.

Por un lado, una línea interna liderada por el actual secretario general de la CTA, Hugo Yasky, plantea la necesidad de seguir en un camino de apoyo crítico a la gestión de gobierno. La consigna es que desde la CTA se debe aportar a la profundización de las medidas oficiales tendientes a una equitativa distribución de ingreso y el mejoramiento de las condiciones de los trabajadores en general.

El principio de apoyar para presionar hacia la profundización implica, por parte de los dirigentes, un reconocimiento positivo de políticas como la asignación universal por hijo, la movilidad salarial y jubilatoria mediante la reapertura de las negociaciones colectivas y los aumentos pautados de los haberes para trabajadores pasivos, entre otras.

Esa actitud de reconocimiento al gobierno nacional generó que otra corriente de la CTA, liderada por el antecesor de Yasky, Víctor De Genaro, justifique su accionar opositor en la necesidad de conservar la tan mentada “autonomía”.

Sin embargo, esa autonomía se estableció respecto del Estado, pero también de “los patrones”. Ahora bien, en 2008, cuando se discutió la modificación al régimen de retenciones a las exportaciones agropecuaria que generan voluminosos niveles de renta para los patrones del campo, De Genaro tomó posición y fue un aliado de la flamante mesa de enlace de las patronales agrarias.

Asimismo, el diputado nacional Claudio Lozano, economista de las entrañas de la CTA y fiel ladero de De Genaro, se referencia en Fernando “Pino” Solanas. Desde su banca, descalifica sistemáticamente medidas de alto valor social de la administración de Cristina Fernández.

Ni De Genaro, ni Lozano, ni Solanas se han expresado con contundencia respecto de la investigación que se le sigue a la dueña del multimedios Clarín por la presunta apropiación de dos hijos de desaparecidos. Es más, casi en el mismo tono en el que la dirigente de centroderecha Elisa Carrió aseguró que “los hijos de Ernestina Herrera de Noble son nuestros hijos” –en defensa de la dueña de Clarín-, Solanas afirmó: “Soy usuario de Fibertel, me vuelvo loco si lo sacan”.

Esas palabras las expresó en medio de la nueva oleada de agravios de Clarín al gobierno nacional porque éste revocó la licencia a la empresa prestadora de servicios de internet Fibertel, propiedad del mismo grupo, por graves faltas administrativas.

La férrea oposición a todo acto, medida o discurso oficial abona la teoría de que, en los hechos, esa facción sindical ya es parte del conglomerado opositor que lidera la derecha más conservadora en Argentina.

Estas posturas, irreconciliables a esta altura, ponen en jaque la vigorosidad de la Central. Al momento de publicar esta edición, tanto la agrupación de Yasky como la apadrinada por De Genaro se otorgaban el triunfo electoral. Todo indica, incluso, que ni la evidencia de los números finales resolverá la continuidad institucional.

A su vez, ambas fracciones son expresión de la confrontación que se espera para 2011, año de elecciones generales en Argentina. Entonces se pondrá en juego la continuidad del proyecto nacional propuesto por el kirchnerismo o una restauración conservadora.

 

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