Tipología (argentina) del odio

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Hace más de un siglo, el alemán Max Weber apeló a las tipologías para conceptualizar las diferencias existentes al interior de un colectivo social. Un primer ensayo referido a las características que definen a los odiadores argentinos incluye a estos subconjuntos:

  1. Estructurales: racistas
  2. Europeístas con pretensión civilizatoria: gorilas
  3. Aspiracionales: que buscan no ser confundidos con quienes consideran inferiores
  4. Corporativos: defensores acérrimos de privilegios
  5. Despechados: resentidos por no ser parte de la dirección del movimiento popular

Estas cinco congregaciones tienen vasos comunicantes entre sí. Algunos individuos pueden, incluso, ser parte de más de uno de dichos colectivos. Sin embargo, expresan atributos que los hacen partícipes necesarios de una de esas tipologías, en términos de la densidad de los odios que practican.

Los “estructurales” sienten que se contaminan con la sola presencia de los sectores populares. Los elementos que definen su aversión son la pobreza, el carácter de trabajadores, y los rasgos fenotípicos ligados a los pueblos originarios y/o a la negritud. Aunque lo nieguen, los estructurales son profundamente racistas. Construyen sus afinidades políticas, sociales, económicas o estéticas tratando de distanciarse –lo máximo posible– de los “cabecitas negras”, “los grasas”, los “choriplaneros”. Corte ordena tipificar como delito el odio racial

Su discurso mítico fundacional es que “los argentinos venimos de los barcos”, conjetura que condena a la marginalidad al 70 por ciento de los ciudadanos que poseen rasgos latinoamericanos y/o afrodescendientes. Desde su punto de vista, todo aquello que no sea europeo es asociado al atraso y debe ser asociado a la marginalidad. Su odio tiene origen en el color de la piel: no pueden soportar que la negrada tenga su mismo estatus social. Mirtha Legrand y gran parte de los jugadores de rugby de San Isidro son ejemplo de este conglomerado.

La segunda tipología remite a los “civilizatorios”. Se diferencian de los anteriores porque construyen su odio en base a una perspectiva cultural y educativa: son “sarmientinos” de pura cepa, razón por la cual consideran al nacionalismo popular como una deformación cuasi-aborigen, enferma de ignorancia y holgazanería. Desde su punto de vista, deben acatarse los rumbos trazados por los países centrales y obedecer sus sugerencias y mandatos. Su percepción colonizada de la realidad los lleva a culpabilizar a los sectores populares de endémicas desviaciones salvajes y del atraso económico.

Desde esta perspectiva insisten en levantar la bandera de “civilización o barbarie”. Su odio se sostiene –en la actualidad– de que el peronismo y el kirchnerismo son los responsables del atraso nacional. El diario La Nación, su inversor Mauricio Macri, y Lilita Carrió, son ejemplos de este colectivo.

El tercer subconjunto remite a quienes intentan eludir su (real o posible) proveniencia popular, pero insisten con no ser descubiertos. En algunos casos sobreactúan su odio hacia los trabajadores –y sobre todo hacia los pobres– creyendo que ese posicionamiento los absolve39- La civilización y la barbarie I – Ricardo Vicente Lópezrá de ser discriminados. Dentro de esta tipología de odiadores coexisten dos fracciones. Por un lado, lo que efectivamente temen ser asociados a los pobres –percibiendo que serán condenados y despreciados por esa identificación–. (Carlos Tévez podría sumarse a este listado). En segundo término, figuran los que creen que haciendo buena letra ante el poder serán perdonados y bendecidos como serviciales advenedizos. Las denominadas “botineras” suelen arrastrarse por este fangal.

El cuarto colectivo son los corporativos que definen su odio por estrictas razones de interés pecuniario y relacional. Saben que odiar a los humildes les permite ascensos laborales y entradas en los grupos sociales donde el dinero, el poder, las relaciones y la sociabilidad brinda beneficios más suculentos. Para esta tipología “el odio” conlleva una gracia que se mide en términos pragmáticos. No odiar a los sectores populares –rezan sus manuales de conveniencia– entraña el riesgo de ser marginado o expelido de los grupos del privilegio. Marcelo Villegas, el verbalizador del deseo de contar con una Gestapo, se acerca bastante a este paradigma. Los habitués de los clubes de las clases altas son asiduos verbalizadores al interior de estos estos universos de odio.

La última tipología remite a los resentidos y despechados. Lo conforman quienes pretendieron integrar o liderar fracciones de los sectores populares, pero fueron descubiertos y/o desenmascarados durante su trayecto biográfico. Su odio suele tener remitentes personalizados (como en el caso de Cristina Fernández de Kirchner, Julio de Vido, Aníbal Fernández o Axel Kicillof), pero siempre Los hombres tienen derecho a estar resentidos o despechados con sus extienen como destino último a “las masas irracionales que siguen a lideres populistas”.  Patricia Bullrich, Miguel Ángel Pichetto o Alfredo “Leuco” Lewcowics son prototipos de esta calaña.

Enfrentar y/o disolver esta pandemia de violencias simbólicas –que preludian y proponen los etiquetamientos, la persecución política, al escarnio público y la discriminación de las grandes mayorías– es una ardua tarea de índole emocional y cultural.

Será muy difícil llevarla a cabo sin un empoderamiento de los sujetos sociales que estos grupos desprecian.

Para cumplimentar esta objetivo es imprescindible que las grandes mayorías populares logren afianzar un amor común empecinado y una sensibilidad basada en una consciencia ética y existencial compartida.

Solo aquello que se transforma en esperanza colectiva –y que se consolida como fortaleza identitaria– puede derrotar a cualquier forma de desprecio.

Al odio no se lo derrota con debilidad ni ingenuidad. Se lo combate con integridad y orgullo popular.

*Sociólogo, doctor en Ciencias Económicas, analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

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