Trabajo, opinión, dignidad. – BREVE NOVELA DE BUENOS AIRES EN LA RADIO

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

La última vez que dije algo fue en Radio de la Ciudad, el 10 de agosto. Aunque lo último que se escuchó de mí fue una carcajada mientras sonaba el «top» de la hora 16.

Ni en 1992, en la ciudad de Salta, en Radio Salta, ni la última vez en 2006 en Radio de la Ciudad, usé la discapacidad como herramienta de trabajo (lo que sería “trabajar de discapacitado”), ni para conseguir empleo. Voy a contar, si me siguen, la historia de mi despido. No voy a decir que me echaron por tener osteogénesis pero sí que eso facilitó mucho el trámite. Es muy difícil que yo le hubiera podido saltar al cuello a Rodolfo Mascali, el director de la radio, cualquiera de las tres veces que me dijo con sadismo: “tu situación no tiene vuelta atrás”.

Primera impresión

Mascali entró a la oficina de producción y Diego Bonadeo, el conductor de Barajar y dar de nuevo, el programa en que yo trabajaba, que estaba frente a una computadora, dijo:

–¡Acá no se permiten tipos con polera negra!

–Andá a cagar –respondió Mascali con su voz ronca y potente.

Mariana Bocca era la productora del programa ese día. Googleaba en otra de las computadoras de la sala, para alimentar nuestro show que estaba por empezar. Mascali la miró con curiosidad, digamos, y preguntó: “¿Hoy qué van a hacer?” Mariana le contestó que estaban –ella y Diego– buscando una fecha para completar un dato de las efemérides. Mascali se acercó a la pantalla de Mariana y trató de ayudarla en su búsqueda. Bonadeo, rápido, se propuso salvarla y le hizo cambiar de eje señalándome a mí.

–Él es Rinaldi. ¿Lo conocés?

Mascali no me conocía, pero no dijo ni sí ni no, dijo algo entre dientes que no se entendió y me extendió su mano. «Soy Rody Mascali».

Bonadeo es un tipo grandote, de un metro ochenta por lo menos, con espaldas anchas, anteojos históricos bifocales y pelo rubio y canoso peinado para atrás. Estaba bien de salud, ese día de julio en que Mascali estrenaba el cargo de director. Tras la primera reunión entre ambos, Diego volvió a la oficina de producción en paz: “Dice que no va a haber cambios hasta fin de año”.

Segunda impresión

La segunda vez que nos vimos las caras con Mascali fue porque yo quise, el miércoles 2 de agosto.

Mascali es retacón y ancho de caderas, una vida de empanadas de carne y de vino. Con pelo renegrido y una voz bien raspada por cuarenta años de tabaco. Digamos que tiene unos cincuenta y cinco años. Quería preguntarle por mi nuevo contrato, dado que yo estaba –como casi todos– trabajando con contrato vencido el 30 de junio. Lo encontré en su escritorio leyendo mails. Lo acompañaba en silencio el director adjunto, Gabriel Bencivengo.

Ese miércoles, Mascali me aseguró: “En pocos días vas a cobrar y también van a llegar los contratos”. Bencivengo se sumó a las explicaciones. “Mirá que es la situación de todos los que hacen aire”. Les aclaré entonces: “Está bien, no hay problema, es sólo que tengo que enfrentar muchos compromisos y quería saber cómo viene la mano…”.

Mascali no me dejó terminar:

–¡Por favor! No tenés que dar ninguna explicación.

Bencivengo se puso de pie y dijo que iba a averiguar cuál era el estado del trámite. El director prendió con un encendedor dorado su segundo Jockey 100’s en diez minutos.

–¿Cuánto estás cobrando?–me preguntó.

–Mil doscientos.

Hizo cuentas mentales durante unos segundos.

–Voy a tratar de mantenerte esa plata

Se hizo un silencio incómodo –¡yo quería más plata!–hasta que Mascali empezó a decir que la radio atrasaba 25 años y que tenía una audiencia “psicobolche” con oyentes mayores de 50. Después habló de mi desempeño al aire y no escatimó elogios:

–Me gustó mucho la columna de ayer de (Karl) Popper y te digo la verdad, me lamenté que se hayan subido a tu comentario, con comentarios respecto de quién había sido el mejor presidente desde el 83. Como oyente, te lo digo, porque no te dejaron terminar de desarrollar la idea.

Luego se río al recordar cómo yo lo invocaba al aire:

—¡Encima siempre me nombrás!

Es cierto. Yo decía por ejemplo: “Rodi querido! A ver si podemos hacer algo para que funcione el aire acondicionado”. Y le devolví la sonrisa.

–¡No! Si yo los escucho… –insistió.

Y después de aclarar que él era un gran puteador y que de ningún modo quería censurarme, agregó:

–Pero a veces en el programa se exceden con las malas palabras que usan. En el horario en el que están, pueden intentar usar otras.

Puse cara de que sí.

Mascali prendió el tercer Jockey y me preguntó si podíamos tener una conversación reservada. Accedí incómodo pero con obvia curiosidad.

Comenzó por aclarar que de los cuatro integrantes que tenía actualmente el programa, (Bonadeo, Gustavo Campana, Juan Sasturain y yo) el único que a él le interesaba que se quedara en la radio era yo. Me habló de “la locura de Bonadeo”.

–A Diego lo conozco hace mucho más tiempo que vos, y él (Bonadeo) no tiene vuelta. Estoy viendo cómo hago para decirle, pero su ciclo en la radio está terminado.

Reconoció que para él era una situación complicada:

–Cuando yo estaba en la lona Diego intercedió para conseguirme trabajo precisamente acá.

Ja

Ese miércoles Bonadeo estaba con gripe y no fue a la radio. No volvió nunca más. El jueves 10 de agosto hicimos junto a Campana y Sasturain, pero sin él, el último programa.

Ese jueves nos divertimos mucho al aire, a tal punto que terminé acalorado por la risa, y sentí el contraste del frío en la calle cuando bajamos a esperar un taxi con Campana. Esa tarde fresca comentamos con Gustavo la virulencia de la gripe de Diego.

Alrededor de las 6 de la tarde, Bonadeo me llamó a mi casa, me dijo “¿cómo andás?” (desde que Diego se engripó estaba bastante desganado y dejó de decirme, como lo hizo durante más de un año cuando yo atendía el teléfono, “¡¿qué carajo querés?!” O “¡¿cómo andás proxeneta?!”).

Llamaba para preguntarme que sabía yo de la reunión que teníamos el viernes a la una con Mascali. Le contesté que no sabía nada, y que me estaba enterando por él que había reunión. Diez minutos más tarde, me volvió a llamar para confirmarme que efectivamente teníamos reunión a la una de la tarde del día viernes 11 de agosto.

El anuncio

Cuando ese viernes llegué a la radio, lo primero que hice fue pasar por la oficina de producción, como hacía siempre, a saludar a mis compañeros. Vi que estaba Puppy, la locutora de informativos de la radio, una mujer de unos cincuenta pirulos, rubia y con una voz nítida, como si hiciera gárgaras con jugo de durazno. Puppy leía los informativos en Barajar y dar de nuevo, pero ese mediodía me miró como nunca me había mirado e hizo lo que nunca había hecho, saludarme con un beso.
El repentino amor de Puppy me dio un impulso extra para encarar, sin más demoras, hacia la oficina del director.

Me anuncié con Alicia, la secretaría, que comía algo en medio de unos cuantos papeles, su computadora y dos aparatos telefónicos. Esperé diez minutos, el tiempo suficiente para entender que ella ya sabía aquello de lo que yo me estaba por enterar.

Entré al despacho de Mascali. Bonadeo estaba pálido y al medio minuto empezó a toser. Mascali chupaba su Jockey y hacía girar el encendedor dorado, como si lo estuviera torturando.

Diego sólo me dijo “hola”. Ni se paró, ni me dijo “hola querida”, la otra manera que tenía para saludarme. Mascali hizo lo propio. “Hola” y nada más; no me dio la mano como la otra vez, y era un poco distinto al tipo que me había dicho hace nueve días: “venime a ver cualquier cosa”. Después de hablar del clima durante unos minutos, Mascali me dijo:

–Bueno, ya sabés como viene la mano, ¿no?

–No, sólo sé que hay reunión.

–¿Esperamos a que venga Campana?

Bonadeo no se aguantaba. Llamó a nuestra productora general, Mercedes Laguna (Mechi) y quiso que empezáramos. Movió Rody:

–El programa está levantado.

–¿Por qué? —preguntó Mechi.

–Por las groserías que se dijeron al aire. Me cansé. Franco está muy zarpado al aire y eso no puede ser. Ayer se pasaron todos los límites.

Le pregunté qué se había dicho ayer, qué fuera tan grave, qué expresiones habían pasado todos los límites y Mascali, como la primera vez que me vio, murmuró murmuró algo ininteligible. Lo único que se entendió de su frase fue el final:

–Muchas puteadas.

También vaciló cuando quiso puntualizar un mal desempeño de la tarea de Campana y buscó en un cuaderno anillado de tapa dura negra pero no apareció nada consistente. Nada.

—¿Qué pasó ayer, qué fue tan fuerte ayer? –insistí.

Mascali sólo dijo:

–Yo escuché el programa.

Llegó Gustavo Campana a la reunión. Tiene barba, pelo castaño y una voz de locutor que se impone ante quienes no lo son. Tendrá la misma altura de Mascali aunque seguro otra dieta. Campana era la cuarta pata del programa y quien reemplazaba naturalmente a Bonadeo en la conducción cuando Diego faltaba.

Aseguró en la reunión que el programa del día jueves había sido “de lo más aséptico”.

–Yo escuché al programa –repitió Mascali–. Además, ¿sabés lo que más me indignó? Que ayer fui a la secretaría [de comunicación social, de la que depende la Radio de la Ciudad] y tuve que escuchar quejas de ustedes.

Yo le pregunté entonces si la decisión era de él.

—Yo te voy a decir quién es el director –se ofuscó Mascali–. ¡El director soy yo! Y yo tomé la decisión, yo no vine a esta radio para aceptar presiones. La decisión está tomada.

Bonadeo nos aclaró que él ya le había dicho a Mascali que la decisión le parecía apresurada, y que no le parecía que hubiera motivos suficientes para levantar el programa. También le había dicho “dejá que yo lo piloteo a Rinaldi”.

–La verdad –dijo Mascali– es que para mí es un dolor muy grande, que hace tantos años conozco a Diego, y que es uno de los periodistas que más respeto, tener que levantarle un programa por esto. De hecho, la radio va a hacer todo lo posible para que Diego se quede. Lo tuyo, Campana, lo vamos a ver, y, por supuesto que tu situación, Franco, no tiene vuelta, a vos no se te va a renovar el contrato.

–Mire, para mí es también muy penoso que le levante un programa a Diego por mi culpa, así que ya que usted dice que mi situación es irremediable, yo le pido que no le levante el programa. Si total, yo ya estoy afuera, el programa puede seguir sin mí perfectamente.

–Lo que pasa es que Diego me dijo que no quería seguir sin vos.

–Está bien, ¿pero a mí me dejás sin contrato o no?

–Sí, ya te dije, tu situación es irremediable.

–Bueno, entonces ya está, yo doy un paso al costado –miré a Diego que también estaba sorprendido–. El programa puede continuar perfectamente.

–Quiero destacar la generosidad de Franco –agregó Diego.

Mascali levantó el teléfono y pidió que lo hicieran llamar al director adjunto.
Cuando llegó Bencivengo, dijo que el día jueves me había ido a buscar, para llamarme la atención, porque se “me había ido a la mano”, pero que cuando subió a buscarme ya me había ido. Le pregunté:

–¿En qué se me fue la mano?

–Dijiste antes de que venga una tanda de mensajes “a ver qué boludeces van a decir los oyentes”.

Esto era habitual, y comprendido perfectamente por los oyentes, que se sumaban a ese tipo de chanzas. Antes de ir a los mensajes, Campana preguntaba:

–¿A dónde tienen que llamar los oyentes?

–Al 4110 1110 –respondía yo.

–¿Y para qué? Se lo pregunto una vez más –decía Campana.

–Y vamos a ver qué boludeces dicen los oyentes –remataba yo, con Campana deshaciéndose de risa.

Eso generaba que los oyentes dijeran, “Boludez Uno”, y dijeran cualquier cosa. O que pibas dijeran, “Rinaldi, no sé qué boludez decir” y así en un código que era entendido no sólo por los oyentes más jovencitos, sino, por los más grandes (“psicobolches”). Carmen de Saavedra, una oyente diaria del programa, reconoció no hace mucho, que al principio le parecía fuerte que yo dijera eso pero que su hijo, que era joven, le había explicado que era una humorada, y que era con cariño y Carmen se permitió decir “Boludo” al aire, que es como decir “boludo” al viento, que es como ser libre.

Le pregunté a Bencivengo por qué no me habían llamado por teléfono cuando subió y no me encontró. Subrayo la obviedad de que la radio dispone de todos mis números telefónicos, incluso mi celular. No hubo respuesta.

Bencivengo esbozó su teoría de lo que, él creía, debía ser una radio pública, diciendo por ejemplo que no tenía que tener tanta opinión, sino tener información y todas las voces posibles, para hacer luego una síntesis. Hegel para cuarto grado.

Mascali nos pidió un cuarto intermedio de un par de horas, en donde nosotros decidiríamos si el programa podía seguir sin mí.

El cuarto intermedio se hizo en La Bodeguita, en Sarmiento casi Montevideo. Nadie sabía qué pedir. El mozo decidió por nosotros. Cuando vino la tabla de quesos y fiambres, Diego me dijo “comé, que te tenés que alimentar”. Luego dijo “bueno”, ¿qué hacemos?”

Le aseguré a Bonadeo que el programa se lo iban a levantar de todos modos. Le sugerí que dijera que iba a seguir sin mí para transparentar que el problema no era ninguna de mis afirmaciones, ni las cosas que yo decía sino que, de todos modos, lo iban a levantar.

Miró a Campana y le dijo, “¿Vos que decís, Gustavo? Te pregunto porque vos sos más sensato que yo”.

Campana no subía la vista de la mesa, se tomó tal vez un minuto, y dijo: “No, bueno, yo acompaño”.

Dos horas y media más tarde, eso quedó debidamente aclarado. Se confirmó el levantamiento del programa y mi expulsión de la radio.

Sin verdad

El lunes 11 de septiembre, a un mes exacto del fin de Barajar y dar de nuevo, y tras varios llamados al director de la radio de diputados, funcionarios, periodistas y amigos interesados en mi situación y en mi porvenir, hice el último intento de darle un poco de lógica al disparate.

Llamé por teléfono a Mascali, me atendió la secretaria, le pedí por él y a los 30 segundos escuché la voz ronca y potente de Mascali.

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–Hola.

–¿Cómo estás, Rody?

–Bien, ¿vos cómo andás?

–Bien… Mirá, quería preguntarte si te parece posible que nos sentemos a charlar para intentar recomponer mi situación en la radio.

–No tengo ningún problema, ahora te paso con mis secretarias, que son las que me manejan la agenda y nos vemos cuanto antes.

–Bueno, está bien, ¿me pasás ahora?

–Sí, si, chau, un abrazo.

Su secretaria ya no era Alicia. Quien fuera me citó para el miércoles a las cuatro de la tarde, si es que yo podía, y yo podía.

El miércoles 13 de septiembre a las cuatro y dos minutos me encontraba en la antesala de la oficina de Mascali cuando pasó Bencivengo, me dio la mano, y largó un “¿cómo estás?”

Pasados diez minutos llegó Mascali, saludó a Gisela –otra secretaria, que está embarazada, y a quien minutos antes le había escuchado decir que le habían pedido médico pero que igual había venido a trabajar–. El director me hizo un ademán para que lo siguiera. Entramos a su oficina y me corrió una silla para que yo me ubicara con la mía.

–¡Qué aparato que sos! —arrancó.

–¿Por qué?

–Esperá, ahora cuando estemos con la puerta cerrada te digo.

Entró una chica nueva, alta, de unos 23 o 24 años, con una pollera larga rosa, morocha. Mascali le dijo: “quiero un cortado y un vaso de soda”. Yo pedí un café.
–Hablemos de boludeces, ahora. ¿Vos qué fumas?

–43/70 –contesté, mientras sacaba el atado.

–A ver, dame uno. Comenzamos mal, te empiezo garroneando –dijo riéndose.
Prendió el cigarrillo y empezó a toser sin poder parar. Primero se puso rojo completamente y luego el sonido se puso espantoso, era la guerra mundial de las tabacaleras.

—Es que acabo de apagar uno —dijo como si no lo hubiese hecho en mi presencia–. Y bueno, ¡qué querés! Tengo un enfisema pulmonar.

Entró la chica nueva con los cafés. El director la llama “mi amor”.

–Cerrá la puerta, mi amor.

La chica cerró la puerta.

–Bueno, después de la campaña que hiciste en mi contra y en tu favor, te voy a decir…

–Pará, yo no te hice ninguna campaña en tu contra –lo interrumpí. Había amigos preocupados por mi situación y te llamaron para ver qué se podía hacer.

–A ver, ¿tenés tiempo?

Buscó un CD entre sus cuadernos.

–Te voy a dar un poco de tu propia medicina –dijo, mientras ponía el compacto en la computadora.

Y se escuchó mi diálogo al aire con Campana, el de las boludeces de los oyentes y algunos comentarios míos sobre las noticias que publica a diario Infobae. Ese era el tradicional cierre del programa desde hacía un tiempo y Mascali no paró de reírse, todo el tiempo que duró su carpetazo. Yo también me reí. hasta que Mascali me explicó que eso no se podía decir al aire, por más que fuera cierto y gracioso.

–¿Vos llamás a las radios? –me preguntó.

–Y, en general, no.

–Bueno, Franco… Hay que estar mal de la cabeza para llamar a una radio. Pero bueno, ya está. Hablemos del futuro, no quiero hablar más del pasado.
Como el que calla otorga, callé.

–Salvo que quieras que te discrimine porque estás en una silla de ruedas, te voy a dejar sin contrato, y en enero te vuelvo a contratar. Vemos cuando yo tenga la nueva programación armada y vamos charlando entre nosotros. Te lo voy a decir clarito, ¡Lei e io! Nessun altro! ¿Capisce?

–Rody, yo te agradezco que me trates como cualquier trabajador, porque de hecho al aire yo no soy discapacitado. Pero vos sabés muy bien que yo no puedo conseguir cualquier trabajo, quiero decir, hay un abanico de posibilidades de trabajos a los que yo no puedo acceder.

–Mirá, la situación yo la conozco perfectamente, porque tengo una sobrina discapacitada que tiene esclerosis múltiple, pero esa que es degenerativa ¿viste? Y a veces tengo problemas para ir a tomar un feca con ella, porque tenemos que encontrar un bar que tenga el baño cerca y qué sé yo –se atajó, fastidiado.

–¿Por qué hasta enero? Pensé que podíamos recomponer la situación ahora.

–Sí, claro, ya está recompuesta. Desde el momento en que vos estás sentado ahí y yo acá, ya está recompuesta.

–Lo que pasa es que yo necesito esa renta.

–Y, pero yo no tengo plata, no tengo más plata –me respondió, lamentándose.

–Además hasta enero falta mucho. Puede pasar cualquier cosa.

–Pará, ¿vos te crees que yo le doy mi palabra a cualquiera? No, quedate tranquilo, yo mi palabra no la doy así nomás. Date por contratado en enero.

Estábamos los dos solos. Dudé.

Pensé en la posibilidad de tensar la cuerda, de que todo se fuera a la mierda en ese mismo momento; supongo que rápidamente podría haberle recordado que el valor de su palabra cotizaba en baja. Sólo con recordarle que me dijo que era el único que le interesaba que se quedara en la radio, hacía menos de un mes, y ocho o nueve días después fui el único al que echaron del programa de Bonadeo. Pero me pareció inútil, y probablemente provocaría una situación de tensión que no tenía ganas de enfrentar. Yo sé cuán confiable es la palabra del director, él también. Así que decidí soportar lo que quedaba de reunión y listo.

Ese mismo miércoles, al mediodía, Bonadeo me llamó al celular para avisarme que él se iba de la radio. Me dijo: “Me cansé de tanta franela, le dije a Mascali que en cuarenta años nunca me mintieron tanto como en estos dos meses”. Le pregunté cuándo se iba y me contó que ese mismo día hacía el último programa.

Esa noche escuché el programa. Diego arrancó diciendo casi lo mismo que me había dicho por teléfono al mediodía. En el medio de un aluvión de llamados de oyentes enojados por el renunciamiento de Diego y la consiguiente finalización del programa, irrumpió Mascali por teléfono. Fue crudo, fue de matadero. Polemizaron respecto de si lo que Bonadeo llamó mentiras eran mentiras o “idas y vueltas”.

Mascali, reflejando el espíritu de época, y más concretamente el espíritu de esa semana en que se había hecho puré a Juan José Alvárez, le tiró una carpeta a Bonadeo.

–Yo no hice el panegírico de Menotti, cuando éste se abrazaba a la dictadura –le dijo Mascali.

“A qué jugamos”, así se llamó este efímero programa nocturno, terminó media hora antes de lo previsto y de una manera escandalosa. Ahora, la radio, en ese horario, de 22 a 24, pasa música.

No es menor, sobre todo para desalentar la frecuente estigmatización por parte de quienes denuncian ya sea un acto de censura o un desmanejo y un destrato por demás injustificado, decir que aún con diferencias y cosas que se fueron limando con el tiempo, en mi paso por la Radio de la Ciudad, construí algunas relaciones entrañables con compañeros de trabajo. Además, mi relación con los tres directores anteriores al señor Mascali fue extraordinaria y de un respeto que, posiblemente, me mal acostubró.

Carlos Ulanovsky y Claudio Vívori fueron quienes me dieron el empujón para estar con Bonadeo a la mañana, primero tres veces por semana y apenas un mes y medio después, en lo que consideraré siempre un gran reconocimiento profesional, me hicieron un contrato para que estuviera todos los días. También fue generoso y gente el predecesor del director actual, Agustín Castañeda.

Tal como lo temía, cuando me contaron que Mascali había mandado a hacer un editado de mis intervenciones en el programa, para que se constituyeran como prueba ad hoc para respaldar la decisión de levantarme del aire, no se buscaron algunas de las columnas que el propio director elogiara en la primera reunión que yo mantuve a solas con él. Nadie mencionó mis intervenciones sobre Karl Popper, o sobre Baruch Spinoza, o Carl Schmitt, Thomas Hobbes, o Jürgen Habermas, Jean Jacques Rousseau, John Locke, el politólogo argentino Ernesto Laclau, o el filósofo Italiano Giorgio Agamben.

Tampoco formaron parte de esa evidencia las columnas en las cuales hablé sobre los derechos de las minorías y el incumplimiento de las normas que intentan compensarlos en la sociedad.

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Difundido por Alejandro Bellotti en Chismedia, grupo de intercambio de información y opiniones en el portal Yahoo!, que reúne básicamente a periodistas, coordinado por Alejandro Agostinelli.

Radio Ciudad pertenece al gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires; transmite en amplitud modulada y se la encuentra, allí, en el 1110 del dial

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