Tras la efeméride. – LA VERDADERA VICTORIA DEL CHE

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Es difícil escribir algo nuevo sobre el Ché Guevara a 40 años de su muerte. Pero no es el tiempo el impedimento, sino la estatura del personaje lo que no deja lugar a lo novedoso.

No diré, entonces, nada del Ché en cuanto a su persona, a su gesta, a su trayectoria. Ni siquiera a su muerte. Mi mejor homenaje será hablar del futuro de sus ideas, del renacer de una ideología que lo impulsó no sólo a sacrificar incluso su vida, que es lo que erróneamente siempre se resalta, sino que, más importante aun, a dedicarla sin interrupciones a la causa revolucionaria.

Esta consecuencia, la de esos hombres del conocido axioma de Bertold Brech que luchan toda la vida, es lo que hoy quiero traer como molestoso recuerdo para muchos que claudicaron ante las primeras dificultades aparecidas en el camino hacia una sociedad más justa.

Después de la tormenta

Para nadie es un secreto que el socialismo, en tanto ideología científica y movilizadora y también práctica concreta ensayada en algunos casos por casi setenta años, como ocurrió en el país de los soviets, pasó por un periodo de profunda crisis luego del derrumbe del sistema socialista de naciones a finales de la década de los ochentas.

Las consecuencias más notorias en el seno de la izquierda mundial fueron signadas por un profundo desaliento que siguió a la sorpresa provocada por este sismo, cuya magnitud jamás soñaron ni siquiera los más prudentes seguidores de la doctrina de Marx y Lenin. Las reacciones frente a la hecatombe fueron variadas. Una gran mayoría de los militantes del socialismo mundial se fueron a sus casas, una actitud por lo demás lógica y esperable y que constituyen hoy la reserva expectante de los nuevos vientos que comienzan a soplar desde la izquierda en todo el mundo.

Otros pocos siguieron en la brecha, o creyeron seguir en la brecha apelando, ¡oh, paradoja! al dogmatismo fanático que fuera precisamente una las causas más importantes que condujo a la debacle veinte años atrás. Estos místicos inoperantes constituyeron los restos anquilosados de los partidos comunistas desperdigados en el planeta y que durante años han sobrevivido agarrados la hoz y el martillo absolutizando el símbolo como un paradigma mágico de salvación, cerrados a cualquier autocrítica aunque ésta sea un paso imprescindible para un intento serio de recuperación.

Sin embargo ambos sectores, los desencantados que cerraron la puerta y los que subsisten en estado latente sin encontrar aún el camino para remontar el duro revés, son, sin ninguna duda, la reserva honesta y consecuente de una ideología que renace a paso firme a hombros de líderes absolutamente nuevos que, como predijera Allende, han comenzado a superar el periodo gris del retroceso de la ideología revolucionaria en el mundo.

Pero hay otro importante sector de las desmembradas huestes del socialismo del siglo XX, que optaron por el viejo camino de la traición a las ideas, que es la peor deslealtad que puede acunar un ser humano porque es, lisa y llanamente, una traición contra sí mismo.

Esta fauna execrable, que nace siempre como resultado de un quiebre de las débiles convicciones ideológicas que alguna vez esgrimieron cuando las condiciones eran favorables, tuvo en Chile, como en ninguna otra parte, al menos de América Latina, su mayor expresión y el más alto grado de influencia en la sociedad convaleciente que quedó como herencia de una dictadura feroz como la de Pinochet.

El paraíso de los oportunistas

En Chile confluyeron condiciones de excepción –que alimentaron el oportunismo– en un momento sorprendente de la historia en donde coinciden factores decisivos que alimentan el caldo en el que se cultivan tradicionalmente estos traidores.

En los últimos años del siglo pasado, el desmoronamiento del sistema socialista de naciones, que va a estremecer al mundo al finalizar la década de los 80, es percibido tempranamente como inevitable por los aparatos de inteligencia del imperialismo norteamericano. Comienzan entonces a preparar la transición hacia un reordenamiento mundial económico y político ─aunque no social─ que se adapte a los intereses hegemónicos del imperio que se apresta a dominar el mundo ahora sin contrapeso.

Uno de estos pasos es el maquillaje democrático ─ya no existe el peligro comunista─ que implica deshacerse de los monigotes con uniforme que le sirvieron para aplastar con sangre la rebelión de los desposeídos, sobre todo en América Latina, cuando la amenaza del socialismo revolucionario gravitaba con fuerza en el patio trasero de Estado Unidos.

La experiencia de formar coaliciones incorporando a las huestes “renovadas” del socialismo, convertidas ahora en productos anodinos e inofensivos de un pasado revolucionario, con sectores representativos de la democracia burguesa que ahora abominaba del golpismo, encontró en Chile, como en ningún otro país, su concreción más exitosa.

La Concertación, nacida al calor del derrumbe del socialismo mundial como sistema de naciones, y del hastío de un país cansado de sangre y dolor, se convirtió en una coalición donde cohabitan los viejos revolucionarios que un día fueran acérrimos defensores del un gobierno marxista leninista, con antiguos golpistas que alentaron la asonada militar precisamente contra ese gobierno de neto corte socialista, el de Salvador Allende y la Unidad Popular.

Es decir: una coalición de revolucionarios arrepentidos y golpistas arrepentidos que organizan un contubernio gobernante en el que cada cual adapta y acomoda su pasado al currículum del otro, socialistas que ahora abogan y defienden un modelo económico ultra reaccionario que es la cara moderna del capitalismo imperialista, y democratacristianos que ahora abogan por un modelo social que chorree las ganancias económicas del capital criollo hacia reformas y gastos sociales que maquillen a la coalición con un aire progresista y democrático.

La actitud democristiana, un partido heterogéneo donde conviven fracciones de visión utópico-progresista con sectores francamente reaccionarios que fueran el principal sostén del golpismo de los años setentas, no hace sino cumplir el papel histórico de ser comodín del juego imperialista, calzando como anillo al dedo en la realidad actual del país.

Pero nuestros queridos guevaristas a ultranza de los años sesentas y setentas, fanáticos de puño en alto y mirada perfilada hacia el horizonte, como en los murales de las brigadas propagandistas de la revolución, aquellos que ardían de impaciencia vanguardista, que acusaron a Allende de burgués entregado al revisionismo de los comunistas, y que hoy gobiernan de la mano con el capital más reaccionario surgido del reordenamiento mundial después de la crisis, estos payasos de la ideología seudo izquierdista, digo, que le extendieron el certificado de defunción al socialismo sin fijarse que el muerto sólo estaba en estado cataléptico, sólo pueden justificar su pobre papel en la vergonzosa claudicación que no conoció el Ché y que no conocen los auténticos revolucionarios que hoy comienzan a sembrar de esperanzas otra vez este continente.

Un revolucionario auténtico jamás podrá ser un post revolucionario

La frase, profundamente verdadera, la acuñó Volodia Teitelboim en señal de admiración a la consecuencia socialista del poeta Pablo de Rokha. Tiene vigencia universal para calificar la validez de los que conservaron la profunda convicción que las contradicciones de la sociedad moderna, que contrapone a las grandes mayorías de desposeídos con el capital agiotista hoy globalizado por el imperialismo, sólo pueden resolverse por el camino del socialismo que toma en nuestros días impulso continental.

Tiene validez también para calificar la vida del Che, que jamás fue un post revolucionario; que nunca habría llegado a serlo incluso si hubiera vivido ochenta años como los está viviendo de manera inclaudicable Fidel Castro.

Este país, que entregara al mundo, quizás si prematuramente, el primer intento de establecer el socialismo del siglo XXI en la experiencia democrática del gobierno de Salvador Allende, se ha llenado hoy de post revolucionarios que transitan el camino más desprestigiado por la historia, pero que les reporta a ellos la gran utilidad del oportunismo gobernante y que se materializa en la faltriquera abultada por el uso y abuso del poder.

A 40 años de la muerte del Ché, materializamos el homenaje rescatando la lección de lealtad del revolucionario, su absoluta certeza en el valor de sus ideas, su convicción que cualquiera fueran las vicisitudes del avance del socialismo en el mundo, esta sociedad terminará imponiéndose por ser la más justa y la más humana en el devenir histórico de los pueblos.

Tiempo de mi tiempo

Antes de concluir, permítanme una pequeña digresión personal. El 8 de octubre de 1967 se publicó por la Empresa Editora Horizonte el más bello libro de poemas de mi padre, Eulogio Joel Sánchez, titulado Tiempo de mi tiempo. La última página, como se estilaba en aquella época, contenía un colofón que cerraba el texto consignando las características técnicas de la edición. Esta vez, sin embargo, se trataba de lo que ahí se llamó un “colofón de luto” que señalaba, textual:

“Este libro se terminó de imprimir en los talleres de la Empresa Editora Horizonte el 8 de octubre de 1967, día de la muerte del guerrillero universal por la libertad, Ernesto Guevara, símbolo de la rebelión de la juventud latinoamericana”.

Y finalizaba con una frase que conserva su lozanía hasta hoy, sobre todo si se piensa en la lección de consecuencia que fue la vida del Ché: “Glorioso Comandante: la batalla que nunca perdiste ya no te la podrá ganar nadie” .

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* Escritor.

cristianjoelsanchez@gmail.com.

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