TRAS LA SOMBRA DEL CRISTO Y LA MAGDALENA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

El domingo cuatro de marzo de 2007 probablemente Discovery Channel tendra una de las mayores audiencia de la televisión mundial por cable. No. No transmitirá la final de un campeonato mundial de fútbol, no ha aparecido un nuevo Mohamed Alí, ninguna «starlet» subirá a un escenario con el sostén adecuadamente suelto, ningún príncipe confesará aventuras galantes de tipo hetero u homosexual.

Discovery Channel mostrará una vieja urna-osario y lo que dirá es la entrada a una tumba antigua. La audiencia podrá quedar en vilo porque dirá también que esa cueva pudo haber sido el lugar donde fue sepultado Jesús, el que llegó de Galilea a Jerusalén. fotoY dirá a continuación que allí pudieron haber reposado los cuerpos muertos de él y de su mujer: Mariamene o María Magdalena. Y quizá además el de algún hijo de la pareja.

Los restos –hay pocas dudas que alrededor de dos mil años atrás pertenecieron a personas de una misma familia– fueron encontrados hace unos 25 años en un suburbio de la vieja Jersusalén durante la realización de trabajos para modernizar el sector. Estaban en dos osarios, cofres pequeños hechos tradicionalmente de piedra-laja para tal fin. El material se recogía de una cantera próxima a la ciudad. Hoy no existen esos despojos.

Teólogos e historiadores discuten. Los fieles aguardan saber qué señalan y explican la historia y los administradores de la fe.

Ritos funerarios

Hacia 1980 una cuadrilla de trabajadores de la construcción encontró una decena de urnas funerarias en un barrio en los extramuros de la ciudad vieja; el hallazgo entonces no pareció importante: solían hallarse con cierta frecuencia. La actual polémica tiene distintos gatillos.

La costumbre en la época era depositar los cadáveres en alguna caverna cercana, sellarla con una piedra, y esperar poco más o poco menos de un año hasta que los huesos quedaran mondos. Cuando ello sucedía lo deudos los acomodaban en estas cajas y procedían a enterrarlas en el lugar definitivo de su reposo. La costumbre también consultaba que los restos de los cónyuges se ubicaran en el mismo osario; los hermanos solteros en la medida de lo posible también se enterraban juntos. No existían los cementerios tal como los conocemos en la actualidad.

El cementerio contemporáneo se origina en la creencia cristiana de la resurrección y el juicio final, creencia que exige preservar la unidad y seguridad del cuerpo tras la muerte, para que pueda revivir cuando la segunda venida del Cristo. Otras culturas, por ejemplo la india, como la vikinga hasta la cristianización de Escandinavia alrededor del siglo X, prefieren cremar sus muertos; otras los depositaron a cierta altura para que sirvan de alimento a las aves, otras los enterraban con la cabeza vuelta hacia el oriente. Los egipcios antiguos en lo posible pretendieron conservar el cuerpo hasta el final de los tiempos para facilitar el viaje del alma al inframundo.

La idea básica detrás de los distintos ceremoniales mortuorios es la de permitir que el espíritu que tenía su asiento en el cuerpo vivo de la persona se liberara lo antes posible, según la creencia ya para unirse a sus dioses, para ir al paraíso de los sabios o los guerreros, para quedar libre y proteger a sus deudos y sus actividades.

El Cristo y el Sol entre las personas

La idea de un final y un juicio que serviría para redimir a los buenos y castigar a los malos, y que los justos y buenos renacerían para vivir en una ciudad celestial para siempre es cristiana, pertenece a los que «siguen el camino» del maestro; el camino es el trazado por Jesús y lo denominamos cristianismo.

Cristo es el ungido, esto es: aquel que tiene dignidad, dones y poderes más que humanos por haber sido señalado por Dios mismo; ungir significa señalar con aceite sagrado, significando que tiene potestades superiores al común, una dignidad especial. Se ungía, por ejemplo, el cuerpo de los héroes muertos en combate; se les pone óleo en la frente a los bautizados para señalarlos como integrantes de la secta o iglesia que los unge; en ocasiones se ungía también el cuerpo de los novios para indicar que al contraer matrimonio adquirían un nuevo estatus.

foto(incidentalmente, ciertas costumbres regionales o de clase obligaban al novio a «poseer» a su mujer en la noche primera de bodas, y a ésta a demostrar que había mantenido hasta entonces su carácter de virgen, no tocada por hombre, de ahí el hecho de mostrar la sábana manchada luego de la primera cópula).

Para las confesiones cristianas Jesús es el Cristo, el ungido –señalado–, el rey de los hombres y mujeres, el salvador. El Mesías de la tradición judía, descendiente de Abraham y nacido de mujer virgen.

Dejando de lado de la fe, puede verse en él la representación del último dios solar, heredero de Baal, de Osiris, de Apolo, en fin, que tienen una contrapartida americana en Inti, el dios-sol quechua; en Teoyaomqui, que alumbraba a los guerreros mexicas muertos tras el mediodía; Piltzintecuhtli, de la primera luz de la mañana, presente en la ceremonia del hongo, no en vano el hongo alucinógeno de México se llama teonancatl: carne de los dioses.

Los dioses solares simbolizan la potencia engendradora de la especie y por lo general se los asociaba a una diosa lunar, que es la que alumbra la vida y sin cuya presencia la suya no podría ser trascendente. «En los mitos solares ocupa un lugar central la presencia de un dios joven que cada año muere y resucita, encarnando en sí los ciclos de la vida en la Naturaleza. En las culturas de mitología astral, el Sol representaba el padre, la autoridad y también el principio generador masculino.

«(…) En este contexto, la antropomorfización del Sol en un dios hijo joven presenta ejemplos tan conocidos como los de Horus, Mitra, Adonis, Dionisos, Krisna… o el propio Jesús-Cristo», explica el ensayista Christian Gadea Saguier, miembro de la Gran Logia Simbólica del Paraguay.

Los dioses solares, pues, surgen, cumplen su función y mueren …Para volver a surgir. La complejidad creciente del universo grecorromano en contacto con el acusado orientalismo de la cultura hebrea acaso originó la idea de la divinidad que se liberó de los cultos estacionales propios de los solsticios que se expresaba, y se expresaría todavía por mucho tiempo, en los viejos cultos a Saturno o Dionisio, para adquirir una dimensión de más largo aliento y que supo atraer fieles provenientes de diferentes tradiciones.

Durante los primeros siglos de expansión, el cristianismo adoptó como propias diversas creencias o, si no pudo influenciarlas, las convirtió en símbolos del mal. El infierno, que no era más que el mundo de los muertos, situado bajo la superficie de la Tierra, se convirtió en sinónimo de lugar de castigo y eterna oscuridad ardiente. Muchos dioses tenidos por benefactores se transformaron en demonios maléficos. Isis quizá fuera la última diosa de la Antigüedad en resistir el avance cristiano: se rastrea, según algunos historiadores de la Tradición Hermética europea, un templo consagrado a ella tan tarde como el siglo XVI en Roma.

El mejor ejemplo de cómo se expandió el cristianismo –una manera por lo demás poco evangelizadora, en el sentido que evangelizar es dar a conocer la «buena nueva»– se tiene en América, con la anécdota de la Biblia dada al inca. Ignorante el rey Atahualpa de lo que el libro significaba para los misioneros, adelantados y capitanes, no supo qué hacer con él: eso selló su destino y por 500 años el de los pueblos que gobernaba.

¿Los restos de Jesús y Mariamene?

Jesús, María, Mariamene, o María Magdalena, Judas, Mateo, Josué y otros –en sus versiones en hebreo– eran nombres comunes en Judea; ha trascendido que seis de los diez osarios encontrados contienen restos de personas que se llamaron María, María Magdalena, Josué, Mateo y Judas. Da alas a la expectativa de que correspondan a la familia de Jesús una coincidencia: María era su madre, Mateo y Josué sus hermanos, y según algunos documentos apócrifos, Judas su hijo nacido de la unión con Magdalena.

Aviva el fuego del debate el hecho de que el nombre del hijo que habría podido tener Jesús se llamara Judas; el último Evangelio apócrifo dado a conocer urbi et orbi en 2006, que señala a Judas como el más fiel de sus discípulos (ver en esta revista aquí).

Los periodistas Ed Pilkington y Rory McCarthy** se refieren al documental prohijado por el cineasta James Cameron, señalando que si realmente fuera el descubrimiento arqueológico de la historia, lo cierto es que se dio a conocer sin ninguna fanfarria. Citan al documentalista que filmó las urnas, el canadiense Simcha Jacobovici: «resulta un tanto surrealista pensar que en ese osario estuvieron los restos de Jesús el Nazarteno y María Magdalena, que yacieron lado a lado por 2.000 años».

La inscripción de la urna diría –traducido al castellano–, según se explica en el filme, «María Magdalena – el Maestro».

fotoEl enigma eterno

A medio camino entre la leyenda y la realidad histórica, suelen aparecer documentos y testimonios –por lo general de autor desconocido– que aseguran el matrimonio entre Magdalena y Jesús y el nacimiento de al menos un hijo de ambos. Lo que duele probablemente más a los cristianos que ese eventual connubio es que atenta contra la creencia en la resurrección al tercer día del crucificado.

Y la historia se complica. No hay registros romanos de la crucifixión de Jesús –lo que no la torna improbable, puesto que era una forma habitual de aplicar la pena de muerte– ni otra constancia de su prédica más que aquellas del Nuevo Testamento.

Judea, en la época, vivía días de intensa resistencia contra el poder imperial –algo así como la que vive en la actualidad Iraq frente a la invasión– y las crucifixiones y otros castigos eran comunes. Tal como en Iraq hoy frente a los estadounidenses, un sector de la sociedad se aliaba con los invasores, mientras en Jerusalén y las provincias arreciaba la insurgencia, que tenía un carácter religioso y guerrillero.

Por otra parte, la lectura atenta del fenómeno de la resurrección –en especial de la literatura gnóstica cristiana de los primeros siglos– no plantea que haya sido necesariamente la del cuerpo material: era el alma la que se liberaba y podía mostrarse a terceros como aún recubierta de carne. Las leyendas –posteriores– sobre la incorruptibilidad de mártires, vírgenes y santos pueden basarse en el hecho de que Jesús habría dicho a sus discípulos que eran la sal de la Tierra, y sal se usaba –y usa– para prevenir la descomposición de los alimentos.

Por ahora los arqueólogos, objetivamente, señalan que no hay ninguna evidencia más allá de duda de que esas urnas hayan contenido de verdad los huesos de Jesús y familia. Pero, al contrario, si se analiza estadísticamente la probabilidad de que hubiera otra familia en ese entonces con la misma concatenación de nombres –algo muy poco probable– tampoco es posible asegurar que no los contuvieran. Lo cierto es que si acaso lo fueran, la Iglesia Católica –las iglesias cristianas en general– tendrían mucho, demasiado, que explicar.

Jacobovici sostiene que se logró una prueba de ADN mitocondrial (parentesco por vía materna) que prueba que los restos que alguna vez contuvo la urna señalada como la del matrimonio no eran hijos de la misma madre; para el cineasta, por tanto, está claro que si no eran hermanos, debían ser marido y mujer. No sin razón –o cinismo– se puede argüir que podrían ser medio hermanos, es decir, solo de padre.

Los huesos ya no existen: fueron enterrados poco después de su descubrimiento en 1980 en una fosa común. La tumba perdida de Jesús –tal el nombre del documental que al menos en Estados Unidos y Europa se emitirá por Discovery Channel el domingo cuatro de marzo de 2007– se convierte así en otra especulación sobre la enigmática figura sobre cuya herencia simbólica se construyó la cultura europea-occidental.

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* De la redacción de Piel de Leopardo

** En el diario británico The Guardian; el artículo en inglés puede leerse aquí.

Es posible encontrar más información en www.discovery.com/tomb.

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