Tristeza de fin de año: la corrupción y el mal olor

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Ricardo Candia Cares.*

El común de los consumidores chilenos, que a veces llaman, cuando conviene, ciudadanos, termina el año con un sí es no es de orgullo: el pecho inflado, o sea. Y la razón no es baladí. El país que Gabriela definió como balcón sobre la mar destaca, según la ONG Transparencia Internacional, entre los menos corruptos del mundo. Candia pone algunos puntos sobre algunas íes: descubre el consabido barro de los pies de la estatua.

El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define la corrupción en las organizaciones, especialmente en las públicas, como la práctica de utilizar las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores. Es lo que hicieron los diputados que viajaron a la Expo Shangai, China, con todos los gastos pagados, invitados por Aguas Andinas.

Semanas después de su salida silenciosa por el aeropuerto de Santiago, la ONG Transparencia Internacional da a conocer su informe según el cual Chile se sitúa como el país latinoamericano menos corrupto y, entre 178 países, ostenta un espectacular lugar 21. Es probable que la premura por entregar su informe no haya permitido consignar este hecho.

Y quizás tampoco se haya tenido a la vista el caso de los carabineros que quemaron la marihuana de un hijo de un alto oficial de la policía civil para evitar su procesamiento, ni la colusión nunca aclarada ni sancionada de las cadenas de farmacias, o el caso de la compra de aviones Mirage y tanques Leopard por uniformados que recibieron su tajadita, ni los informes ocultos que señalaban que la mina San José, célebre por haber sepultado a los 33 mineros, debía ser cerrada hace muchos años, pero que permanecía funcionando por las presiones indebidas de los empresarios a las autoridades de la época.

Transparencia Internacional quizás tampoco supo, al momento de rubricar su informe, qué pasa con los mil relaves que amenazan a más de doscientos poblados, pero que por misteriosas resoluciones de las autoridades aún siguen funcionando, importándoles un pepino la suerte de las personas que los habitan.

Tampoco ha debido conocer el escándalo que significa la danza de millones que baila en cada elección, cuyo uso no puede ser fiscalizado por los órganos competentes dejando que el dinero finalmente corrompa el sistema político, en el cual basta ser millonario para acceder a cargos de representación popular, como ha quedado demostrado con el actual presidente y muchos diputados y senadores que se han valido de sus fortunas para llegar donde están.

Otro olvido inexcusable para quienes miden la honestidad y transparencia, ha sido el caso del Registro Civil y la danza de pitutos para adjudicarse licitaciones millonarias de este servicio, en que se vieron involucrados militantes de los partidos del anterior gobierno.

Del mismo modo, tampoco parecen haber tenido importancia los pagos a políticos usando dineros de Gendarmería y Codelco.

¿Es o no corrupción el que la inmensa red de universidades privadas se haya convertido en uno de los mejores negocios, a pesar de no tener fines de lucro por ley?

¿La malversación de las asignaciones parlamentarias que derivaron en el desafuero de algunos diputados por hacer chamullos por unos pesos más, no constituye una joya de corrupción?

EL 27 de febrero, Chile era remecido por un violento terremoto. Las autoridades se rascaban la cabeza sin atinar a nada. Guapos entre los guapos, los ministros de Bachelet, y ella misma, se miraban con cara de nada, mientras moría gente que no fue avisada del tsunami que se les venía encima. ¿La impunidad de esas autoridades no es una monumental muestra de lo corrupto de nuestro bisistema político?

La puerta giratoria, la verdadera —no la que deja en libertad a un pobre diablo atrapado por la pobreza y su prima la delincuencia—, la que permite que un ministro, horas después de abandonar el gabinete sea fichado por la empresa privada, que, ¡oh, casualidades de la vida!, tiene una íntima relación con la cartera que dirigía, es un acto de la más asquerosa corrupción. Como el caso del compañero Jaime Estévez, que del BancoEstado emigró, non stop, al Banco de Chile.

Es corrupta la prensa que silencia noticias porque de publicarlas afecta sus intereses, avisaje de por medio. La huelga de Farmacias Ahumada y la huelga de hambre de los mapuche son dos casos ilustrativos.

Y son corruptos los fiscales y policías que montan tinglados jurídicos para elevar las penas para los mapuche procesados por una ley corrupta en su génesis.

Y corrupto es un sistema que trampea la voluntad de los ciudadanos con las aritméticas fraudulentas del binominal. Como corruptas son las organizaciones sindicales financiadas por los gobiernos y empresario y que hacen del mentir su profesión y de la burla a sus asociados el pan de cada día.

Corruptos son los políticos que amenazaron con la alegría sin decir que era sólo para ellos. Y en un grado superlativo son corruptos aquellos que con una mano levantan la bandera de los compañeros y con todas las otras, se afirman al sistema que los corrompe.

La séptima acepción para la palabra “corromper”, en el diccionario al que hemos aludido, es “oler mal”. Eso pasa con el famoso informe de Transparencia Internacional: huele mal.

* En la revista chilena Punto Final (www.puntofinal.cl); artículo publicado en noviembre de 2010.

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