Tsunami japonés: desglobalización y desestadounización
Alfredo Jalife-Rahme*
Dieciocho días antes de lo que el flamante primer ministro nipón Yukio Hatoyama definió como una “revolución” por la apoteosis del Partido Democrático de centroizquierda, asentamos que se podía “gestar un nuevo equilibrio mundial en el noreste asiático en favor de China y en detrimento de Estados Unidos”, además de que “marcará uno de los hitos de la construcción del nuevo orden multipolar del siglo XXI”.
El proceso (r)evolucionario está ya en marcha con el inequívoco mandato de un electorado que históricamente suele ser muy conservador.
Yukio Hatoyama no es ningún furibundo antiestadunidense –se formó como ingeniero en Stanford– ni es un resentido social que llega al poder con hambruna congénita de hospicio (como los panistas neoliberales): por su lado paterno proviene de una de las más relevantes dinastías políticas (“los Kennedy de Japón”), y de sus genes maternos heredó la fortuna de la llantera Bridgestone.
Como pocos políticos de la posmodernidad, Yukio Hatoyama –culto, encumbrado transgeneracionalmente e inmensamente rico– puede transformar a Japón con una nueva (r)evolución, al estilo del ilustrado “periodo Meiji” modernizador de 1868-1912 (que se inspiró genialmente en la educación politécnica alemana).
Si alguien simboliza al sistema nipón de posguerra es Yukio Hatoyama, quien ha entendido desde su alcurnia que el poderío exportador de Japón se ha revertido (cuando el modelo neoliberal agoniza globalmente), por lo que debe cambiar su paradigma existencial para frenar su vertiginosa decadencia, a través del desarrollo interno, tan descuidado.
En la (r)evolucionaria cosmogonía del samurai Yukio Hatoyama las necesidades básicas de la gente común preceden a las exigencias unilaterales de las trasnacionales gloriosas, como Toyota (la efigie de la eficiencia gerencial), las cuales crecieron a expensas del doble desequilibrio demográfico y económico del conjunto de su sociedad, que exhibe un inhumano primitivismo social, abultado por su elevado desempleo y su orfandad asistencial.
Japón constituye todavía la segunda supereconomía global (medida por su PIB nominal), pero la gente común no vive ni come de estadísticas que ocultan su ominoso decrecimiento demográfico y la mayor deuda del planeta para una potencia industrial (¡217 por ciento de su PIB!).
Todas las tendencias multidimensionales conspiran contra Japón, que resiente los pasos y el peso del gigante recién despierto: China.
Lo peor: desde el estallido de su burbuja inmobiliaria en la década de los 90, Japón se ha estancado patéticamente y padece una deflación crónica de la que no ha podido salir con todas las piruetas de medidas fiscales y monetaristas habidas y por haber (destinadas a favorecer unilateralmente a sus prodigiosas trasnacionales exportadoras, en detrimento de la armonía social) y cuya demolición se precipitó con los demenciales experimentos neoliberales del brujo-aprendiz Junichiro Koizumi, hoy vilipendiado por tirios y troyanos.
La transición de Japón hacia una nueva sociedad “fraternal” (en Europa equivaldría a la sociedad “solidaria” católica anterior al manicomio neoliberal pagano) no será sencilla, debido a la ocupación militar de Estados Unidos desde hace 64 años, que finalmente deberá empacar sus maletas, lo cual podría ser imitado por Corea del Sur, otro bastión militar de Estados Unidos de la guerra fría, que recientemente se ha acercado a Norcorea.
Mas allá de la tan cantada desglobalización, se ha generado sincrónicamente una desestadunización militar (con la excepción notable de países como Colombia, totalmente narcotizada –en su doble sentido– y el “México neoliberal”: ambos carentes de voluntad y carácter propios) que no hubiera ocurrido sin la decadencia de Estados Unidos en todos los rubros (a consecuencia de su desastre militar en Irak) y que acepta a regañadientes hasta uno de sus principales geoestrategas, para no decir el mejor (con todo y sus palmarios defectos, donde destacan su rusofobia y su nipofilia, como si la geopolítica fuera una asunto de ambivalencias emocionales), Zbigniew Brzezinski, ex asesor de Seguridad Nacional de Carter e íntimo de Obama (Foreign Affairs, septiembre-octubre de 2009).
En nuestro ensayo nos habíamos centrado en la impactante postura multipolar, desglobalizante y de integración regional en los segmentos político, económico y financiero del samurai Yukio Hatoyama.
Ahora nos enfocamos sucintamente en el delicado asunto de la desestadunización, que necesariamente deberá ser gradual y diplomática, lo cual se ha vuelto un intenso reclamo de la sociedad civil nipona, que ya no tolera la indecencia de los disolutos marines en la base de Okinawa, mancillada como “paraíso sexual” militar.
Al día siguiente del “tsunami Hatoyama”, el Ministerio del Exterior (todavía en manos del saliente Partido Liberal pro estadunidense y monetarista neoliberal) le facilita muchas cosas al partido sucesor al haber iniciado muy a destiempo “la investigación de un acuerdo secreto (¡extra-súper-sic!) con Estados Unidos que permite la colocación de armas nucleares en territorio japonés” (Kyodo News, 31/8/09). En el país del martirologio nuclear de Hiroshima y Nagasaki, la aparatosa voltereta del gobierno nipón, que lo negaba neciamente (y que seguramente exhumaría el samurai Yukio Hatoyama) cobra una dimensión de sacralización ritual.
La administración Obama entiende que los tifones asiáticos no soplan a su favor, y una declaración del Departamento de Estado (Ap, 31/8/09) indica que Estados Unidos no renegociará la planeada reubicación de la controvertida base militar de los marines en Futemma (Okinawa).
Los multimedia anglosajones, en pleno estupor a consecuencia de la derrota catastrófica de sus alucinantes teorías neoliberales en Japón, cual su patológica costumbre intentan negar y/o mitigar la cruda realidad para tranquilizar más a sus inversionistas (hoy insolventes) que a sus desinformados lectores y/o televidentes sobre el destino de su alianza militar con un Japón menos subyugado.
Visto en la retrospectiva lineal de 64 años, donde los aspectos culturales e idiosincrásicos juegan un papel preponderante (por cierto, poco estudiado), ¿para qué sirvió finalmente a largo plazo el triunfo militar de Estados Unidos sobre Japón? ¿Cuál fue el beneficio último de haber lanzado las únicas dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki?
Los veredictos inapelables de la historia suelen ser muy crueles. Gran Bretaña triunfó (y humilló) a China en las “dos guerras del opio” en el siglo XIX. Estados Unidos venció apabullantemente en Europa y Asia en el siglo XX. Curioso: Estados Unidos y Gran Bretaña pueden resultar, si es que no lo son ya, los grandes perdedores del siglo XXI en Asia, y quizá en Europa continental.
*Analista mexicano, columnista de La Jornada