Tulio Monsalve / El hombre que amaba a los perros

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No es una novela, sino una ficción en tres tramas y una parábola, lograda por la unidad que conceden las imágenes del terror, odio y miedo, que mal administrados por humanas emociones dan el ritmo a la barbarie como clímax de la historia. Es un libro, el del escritor cubano Leonardo Padura, sobre la derrota de la vida, la naturaleza humana y la sociedad. El hombre que ama los perros es León Trotsky.

Leonardo Padura,
El hombre que amaba a los perros
Editorial Tusquets, Barcelona, 2009.

Logra demostrar Leonado Padura la forma como el miedo y la falta de coraje son la claves para caracterizar lo que sucede en la vida de los actores del relato; la pieza  tiene unidad por la acción y los efectos del odio como acicate que empuja, hasta la locura y la barbarie por lograr el poder, a los personajes que se entrecruzan en estas tres historias: la del líder Liev Davidovich o León Trotsky, la del victimario y también victima, Ramón Mercader o su alter ego Jacques Mornard, multiplicado como un caleidoscopio de nombres y camaleónica personalidad:  Jackson, Jaime López, o Ramón Pavlovich y finalmente el otro personaje que visiona y construye la obra, Iván Cárdenas Maturell, escritor  cubano soñador de la utopía, que se une a la historias y todo lo describe en prosa notable y llena de datos, que aunque le resta vuelo a las imágenes literarias, al final, todo lo ata a una forma de explicar con elegancia la realidad en un libro de memorias con calidad estilística propias de la letra de Leonardo Padura.

La historia se inicia en el 2004, cuando a la muerte de Ana la esposa de Iván, este se permite responderle, en ausencia, algo que siempre ella le demandó ¿por qué no escribiste antes esta historia de la muerte de Trotsky que solo tu sabias?

Él le responde: “No lo escribí por miedo” ( pág. 24).  Por qué, si hubo algo que sobró en la vida de este escritor, que ahora se insubordinaba, eran el pasividad y el miedo. Como joven intelectual que vivió en los sesentas y los setentas y sufrió de aquella terrible censura de los burócratas de la cultura que todo lo controlaban, hasta hacerle decir al narrador cuanto padeció junto con: “Aquellos que escribieron la literatura vacía y complaciente… la única que alguien podía imaginar y pergeñar bajo el manto ubicuo de la sospecha, la intolerancia y la uniformidad nacional” (pág. 400).

Con esta decisión el escritor, por fin, rompe con el miedo y escribe la historia que le fue contaba por el mismo Mercader en su estancia en Cuba en 1974, lo hace, oh terror,  aún con pavor,  pues se arriesga a contrariar y enfrentar la mediocridad de los eternos censores de corta sesera y larga y brutal mano policial que tanto daño hicieron a la  imagen de la revolución  cubana en el mundo en los años setenta.

Padura como antes lo hizo con sus novelas anteriores, “La neblina del ayer”, 2002/2003, “Máscaras”, 1997, “Paisaje de otoño”, 1998, no sólo ejerce la crítica, la denuncia de esa realidad política que tanto temor engendró, sino que también se compromete con mensajes de esperanza, paradójicamente encarnado por su tradicional personaje el desilusionado detective Conde o en este caso el escritor Iván, que siguen a añorando una visión de cambio, y propone una manera de resistir al  entorno, al exponer sus ideas sobre los caminos de la justicia aplicables a la propia vida o en las relaciones humanas, en las que alaba la generosidad del ser y “cree en el cambio, e insiste en que para tener posibilidades de convertirse en una realidad estable en el campo de la política, utopía que le devolvería unas ganas patentes de vivir, de escribir de luchar por algo que estaba dentro y fuera de mi” pág. 401.

Para que esto suceda  se debe empezar en primer lugar por darle cabida a la critica aunque le duela a los burócratas y los acomodaticios para quienes la única palabra que vale es: si, si, como Ud. diga Sr. Ministro.

La otra historia es la de Ramón Mercader del Rio, ser también atenazado por el miedo y el temor,  debido la asfixiante presencia de una madre, sencillamente devoradora, a quien sus odios personales y políticos, lo hacen descender al espacio del fanatismo estalinista y desde allí se devuelva para maniatar a su hijo Ramón y ordenarlo en esa religión del odio como método. Dedica su perversión fanática toda su vida a canalizar el camino de Mercader para que se inmole en el único acto que ha de hacerlo pasar a la historia: cómo asesino de León Trotsky.

Mercader buscando aceptación materna se hace comunista e ingresa a los frentes de la defensa de la Republica y entra a la guerra civil, como el único aval para lograr reconocimiento de Caridad Mercader o rechazar el miedo de no ser tolerado por  África, su amante, otra fanática estalinista. Las dos mujeres además de militantes son exaltadas militantes no solo en sus conceptos como en sus medios, tal como le advierte el asesor Kotov cuando enrola a Ramón en 1937: ”pero debo recordarte algo mas … No te estamos invitando a participar de un club social. Si decides entrar, nunca podrás salir. Y nunca significa nunca” ( pág. 122).

Este acto de comunión sectaria lo lleva de España a Rusia, Francia, Estados Unidos hasta llegar a México y conectarlo por acomodos del partido con una trotskista, de quien se hace amante por conveniencia y que debe servirle de puente para acercársele a la victima en su casa de Coyoacán. En este camino aprende por el terror o el odio que él existe por la fuerza de su silencio y por la capacidad para demostrar una obediencia sin sentido critico. África, su novia, también se lo advierte: “Tu vas a formar parte del cambio. Por lo tanto olvídate que tienes alma, de que quieres a alguien y hasta de que yo existo” (pág. 125).

Es conocida la forma como el veinte de agosto de 1940 le da, “caza al pato” denominación que Stalin le había conferido a Trotsky en esta operación, no logra escapar y va a la cárcel del Castillo de Lecumberri por veinte años, el partido comunista mexicano eminentemente prosoviético le otorga protección y una vez cumplida la condena lo manda a la Habana y desde allí en el mismo movimiento se le exporta a Rusia. Recibe de Jrushov  honores le confiere la orden al merito de Héroe Soviético.  Desde ese momento su triste fama lo condena, a muerte, su fin …….  es solo cuestión de tiempo……

Ya en los setenta pide ser trasladado a Cuba es allí donde traba amistad con el escritor Iván quien lo identifica como el “hombre que amaba los perros”, allí muere de una extraña enfermedad que termina descomponiéndole los huesos, algunos suponen, que se debió a envenenamiento con Talio que le produjo un reloj de oro que le regaló un agente de la KGB. Se muere como vivió, con odio, miedo y la fe hipotecada a burócratas a quienes para nada les era útil, es mas, lo tenían como un monumento a lo indeseable. Muere como un cadáver vivo embalsamado de barbarie, violencia y cinismo.

Para Ud. lector animoso no espere una novela ligera, ésta es, una obra con todo el temple necesario de un relato profundo, apasionado y muy ilustrativo sobre la decepción, personal e histórica, de un escritor cuya bonhomía,  se apoya en las reglas, de la ficción política y por que no criminal,  respetándolas siempre hasta casi condenarlo.  Está escrito con una prosa elaborada y directa, sencilla con un buen resultado, muy adecuada al carácter de un intelectual admirable, e íntegro, difícil de olvidar y que por fin supo como romper con el yugo de los burócratas y los políticos del miedo y el odio que le temen a la verdad y mas aún, a la critica.

El tercer pie de la obra lo constituye la victima dilecta y mas notable del odio, que él mismo sembró y luego paradójicamente victima del mismo virus que mina, hasta la condición humana: Liev Davídovich Bronstein llamado León Trotsky, Trotsky, nombre que adopta de un carcelero que le había custodiado.
Trotsky presidió el Comité Militar Revolucionario bolchevique, desde el cual guió con éxito militar la Revolución de octubre como también muchas de sus terribles purgas y asesinatos bárbaros de depuración.

Como comisario de la Guerra a él se debe la fundación y dirección del Ejército Rojo, que consiguió una gran victoria durante la Guerra Civil rusa que sucedió a la revolución. Lenin se vio obligado a retirarse de la vida política en mayo de 1922, tras sufrir una apoplejía, tras ello muere en 1924, Trotsky no se encontraba en posición de asumir el control del gobierno. Nunca había sido un defensor de la política de partidos, y no consiguió impedir que la troika compuesta por Grígori Zinóviev, Liev Kámenev y Stalin se hiciera con el poder y justamente allí comenzó su enfrentamiento con Josif Stalin, desde ese día entendió lo que era vivir bajo la sospecha, temor, angustia de todo y de todos, aún los mas cercanos, puro frenesí paranoico.

A siete años del triunfo de la revolución es enviado a Siberia, allí descubre “el vértigo de aquella blancura angustiosa sin asideros ni horizontes …. Allí entiende por que los habitantes del aquel rincón áspero del mundo, insisten desde el origen de los tiempos en adorar las piedras” (pág. 25). Pasa de la elegancia de los salones del Kremlin con su fina vodka y la excelencia del caviar, Beluga, Osetra, Sevruga o el excelso y costosísimo de esturión Sterlet, super malosol, a tener que sobrevivir en una choza sin calefacción ni aldaba de seguridad en la puerta y cuyo único lujo lo constituía la posesión de dos galgos siberianos borzoi con quienes compartía afectos y la poca comida que se le distribuía.

Su enfrentamiento con Stalin se debía entre otras causas  a los enfoques y políticas que desarrollo sobre la teoría de la revolución permanente, ya expuesta por Marx en  1848 y que asumida por Lenin, discutió con él durante los meses previos a la Revolución Rusa, espacio intelectual en que el brutal campesino georgiano no tenia cabida, he  allí, otra razón para no tener afecto por Trosky.
Su critica permanente era que el estalinismo con sus posturas y odios “ capaz de alterar la conciencia de un país deformado por miedos, consignas y mentiras” (Pág. 27).

Notable era que Trotsky desde ese momento “ya estaba convencido de que su desaparición se iba convirtiendo cada día mas, en una necesidad para el macabro deslizamiento hacia la satrapía en que había derivado la Gran Revolución proletaria” (Pág. 28). Verdad, que muchos de nosotros descubrimos con cierto atraso, nuestra ceguera, viciada de estalinismo así nos lo impuso, en aras de una supuesta sociedad que mejoraría la condición humana.

Desde Siberia lo expulsan a Turquía, 1929, luego a Francia, y sin destino posible ni seguro se ve acorralado a tener que llegar por mediación de Diego Rivera en acuerdo con Lázaro Cárdenas y contra la voluntad de Partido Comunista de México y Lombardo Toledano a la cabeza, con fórceps, llega a Ciudad de México y después de varios y burdos ataques a pistoletazos muy a la mexicana termina sus días en manos de Ramón Mercader.

Como máxima paradoja es él quien con su último aliento, evita la muerte de su agresor, pidiendo a sus guardaespaldas que no lo mataran.

A los tres personajes es obligado preguntarles, no con poca angustia ¿qué fue de tantos ideales todos vencidos por el odio y acogotados por el miedo y animados por la violencia antihumana? Aventura en la que ni en sus amores fueron dichosos: Mercader traiciona su único amor, Trosky engaña a su mujer con Frida Kahlo —y a quien le dio cobijo y protección Diego Rivera—; a Ivan, su mujer le reclama su cobardía por no cumplir con su papel como escritor.

Cómo andará el alma de este escritor, detective, que no solo resuelve los misterios de las muchas muertes de Mercader, sigue el hilo de su aciago destino sino que también tiene que ser testigo privilegiado y actor fundamental y critico de la realidad social de su ciudad y de su país. En la narración de pronto se le siente que actúa como un ojo secreto de fino observador que se pasea como de cualquier ciudadano montado en bicicleta, juega al héroe valiente y critico y muy habanero lleno de inteligencia y escepticismo que lo hace soñar con nuevos horizontes, pero que se pregunta: "¿Donde mi amigo sepa, sin la menor duda, que coño hacer con la verdad, la confianza y la compasión” (pág. 570).

Al final el escritor nos presenta el para qué de esta novela: “Que ha traspasado la frontera de la nada y alcanzado casi la invisibilidad”  (pág. 492) y llegado a un lugar adonde nada lo perturba ni nada lo asombra… ni el odio ni el temor, aunque, conjuga esta critica con la postura de Vargas Llosa cuando se pregunta: ¿En que momento se fue el Perú a la mierda”.

* Sociólogo.

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