UN MAR DE POSIBILIDADES PARA BOLIVIA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

La situación internacional, que en América Latina se había mantenido quieta por casi 20 años luego del reordenamiento de la política mundial que provocó el fin del bloque socialista de naciones, ha comenzado este último tiempo a sacudirse de un modo premonitorio, augurando días difíciles que obligarán a una definición de principios a los gobiernos que ofician de democráticos en la región.

Este idílico edén de dos décadas de abuso globalizado tutelado por Estados Unidos, se resquebraja en América Latina con la aparición de gobiernos decididos a rebelarse contra el desgraciado sino con el cual el libertinaje neoliberal quiere lapidar a las naciones económicamente débiles.

No son ahora las ideologías las que empujan a las masas por el camino de la ruptura del statu quo como ocurría hasta la debacle del socialismo. Hoy es la aparición de figuras excepcionales las que, con su actitud rupturista y desafiante, han ido despertando en los pueblos un ánimo de lucha cuyo principal logro es ir anulando la apatía y el fatalismo que predominara en América Latina después de la década de los ochenta.

Entre estos líderes destacan las figuras de Evo Morales en Bolivia y Hugo Chávez en Venezuela. A ello se agrega la propia Cuba, que poco a poco abandona el papel de relicto turístico para los que, por un módico precio, querían conocer el Jurasic Park del socialismo, comenzando otra vez, como decía Nicolás Guillén “a sacar las uñas del mapa”, protagonizando –con Venezuela y Bolivia– el triángulo de las Bermudas que quita el sueño al señor Bush.

Una vez más el pensamiento bolivariano

De estos tres «inquietantes» ejemplos, Bolivia, como país limítrofe, es el que obliga a Chile a involucrarse en la suerte que pueda correr esa sociedad hermana en sus intentos por independizar su destino del capital foráneo.

La situación boliviana luego del triunfo de Morales en las urnas, se va complicando de manera peligrosa a medida que se profundizan las reformas que recuperan para el país las riquezas nacionales en manos de empresas extranjeras. Como lo señala su vicepresidente Alvaro García Linera, el riesgo de una intervención armada de Estados Unidos –que los ilusos creían superada para el mundo antes de Iraq–va tomando cada vez una forma más concreta a medida que la labor de zapa de la CIA en el ejercito boliviano encuentra mayor resistencia.

El gobierno de Evo Morales requiere con urgencia del apoyo internacional, en especial de Chile, gobernado por una coalición que nació del antifascismo y que cuenta con un Partido Socialista que no puede borrar con el codo del oportunismo lo que sembrara el mejor militante que una vez entregó a la conciencia digna del mundo: Salvador Allende. Es por eso que el acto solidario más valioso del gobierno de la socialista Michelle Bachelet hacia Bolivia, que vive estos días uno de los momentos más cruciales de su historia, es aceptar discutir una solución real al problema marítimo de la nación altiplánica, no importa si esa solución requiere un plazo prudente para implementarla.

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La historia de las relaciones chileno-bolivianas ha tenido desde siempre como principal escollo las aspiraciones marítimas del país altiplánico y cuya solución compromete a ambos Estados. Urge, hoy más que nunca, encontrar el camino de un arreglo que fortalezca las relaciones bilaterales, reconstituyendo lazos cuya solidez se puede poner a prueba a corto plazo, a juzgar por las amenazas cada vez más preocupantes que se ciernen sobre el gobierno de Evo Morales.

Un viejo fantasma de utilería

La antigua reivindicación boliviana de su acceso al mar ha sido, en nuestra opinión, mal enfocada en el país altiplánico, más aún si el interés por resolverla, como es lógico, no ocupa el mismo nivel de prioridad para ambas naciones. La pérdida de los territorios de Bolivia que hoy son una parte del norte chileno, es un asunto que, independiente de las causas de la guerra y de su resultado, pertenece irremediablemente a la historia y que no puede seguir siendo debatido a casi siglo y medio de distancia.

Bolivia ha cuestionado siempre la Guerra del Pacífico como una injusta y de corte imperialista por parte de Chile –en lo que básicamente tiene una gran cuota de razón si se analiza considerando los antecedentes de aquellos años–, pero que es una materia ya caduca y que pertenece a la realidad que se vivió en esa época.

Es por eso que azuzar los sentimientos nacionalistas del pueblo boliviano en base a este enfoque, atando a ello la legitima aspiración marítima de la nación, sólo consigue provocar –siempre a juicio nuestro– una reacción visceral del pueblo chileno para el cual la Guerra del Pacífico es lo que en jerga judicial se llama “cosa juzgada”, es decir: un pasaje de la vida de la nación que pertenece a la historia casi remota del siglo XIX y que hoy sólo se considera más bien una cantera de héroes para la iconografía nacional que un sentimiento de odiosidad hacia nuestros vecinos bolivianos y peruanos.

Ya hemos dicho en otras ocasiones que la ingerencia inglesa y su interés por apoderarse de las riquezas del salitre, un recurso que ya ni siquiera se explota, jugaron un papel importante en los orígenes del conflicto, independiente del heroísmo conmovedor demostrado por los soldados de los tres países en guerra; conflicto que fue un episodio más de la historia lamentable de desunión de las naciones latinoamericanas que se ubica en otra época y en otras circunstancias.

Esgrimirla hoy como pilar del problema del mar por parte de Bolivia, más aun si está marcada con cierto tinte revanchista, es lo que provoca la reacción refractaria del lado chileno, que se ve compelido a vincular el problema geográfico a un capítulo del pasado que debe quedar definitivamente guardado en el escaparate de la historia.

Otra cosa distinta es plantear la cuestión del encierro continental de Bolivia como un problema al cual urge encontrar una solución racional y a lo que puede contribuir Chile por la factibilidad que tiene de abrir a Bolivia un corredor hacia el Pacífico por territorio chileno con una eventual colaboración también de Perú. Las bases de esta discusión deben ser la legitimidad de la aspiración boliviana y de cualquier país que se encontrara en esta situación, desvinculándola de una supuesta obligación legal o moral de Chile derivada de una guerra que, como dijimos, ocurrió hace casi 150 años.

Una forma nueva para enfrentar un viejo problema

En Chile son cada vez más los que comprenden que el encierro continental de Bolivia indiscutiblemente ha contribuido a retrasar su desarrollo, toda vez que el mar ha constituido por muchos siglos la vía comercial natural de los países. Miles de chilenos corearon “¡Mar para Bolivia!” el 10 de marzo en el court central del Estadio Nacional en el homenaje rendido al Presidente Evo Morales de visita en Chile en esos días. Eso demuestra que la opinión pública chilena puede entender con cierta facilidad la justeza de la aspiración altiplánica, siempre que ello se desvincule del concepto de reivindicaciones territoriales derivadas de una guerra del pasado.

Es entonces, fundamental abocarse con todos los medios posibles a despertar en la opinión pública de ambos países una disposición plenamente conciente y novedosa de la necesidad de solucionar la aspiración boliviana sin recurrir a odiosidades ancestrales, eliminando del diálogo la fraseología revanchista que puede ser muy rentable en tiempos electorales, como lo dijo el propio Evo Morales, pero que sólo sirve para alejar aún más el entendimiento tan necesario ahora que el nuevo gobierno de Bolivia ha abierto un mar de posibilidades de justicia para la postergada nación andino-amazónica.

En este mismo esfuerzo por impulsar una solución consensuada por ambos países se inscribió la reciente visita de los parlamentarios chilenos que, por propia iniciativa, se reunieron con sus colegas bolivianos en La Paz. Ella es una muestra del tipo de iniciativas que se deben impulsar a uno y otro lado de la frontera para sensibilizar a los pueblos en el correcto enfoque de la materia.

La reacción extemporánea del gobierno de Bachelet ante este paso, dado por un grupo de senadores y diputados de la Concertación, es producto de las profundas contradicciones que se mueven en el fondo de una coalición que nació como una respuesta concreta a una situación concreta como lo era la dictadura militar chilena.

La cambiante situación internacional, sobre todo el paulatino viraje de países como Bolivia y Venezuela a posiciones radicalizadas de franca rebelión contra el capitalismo neoliberal –tan aplaudido en el lado chileno– tensiona a estos gobiernos en los que cohabitan centroderechistas e izquierdistas con un pasado ardoroso, que puede volverse vigente en cualquier momento, obligando a una definición que puede cambiar dramáticamente el devenir bucólico de estas coaliciones que emanan cada vez más un persistente olor a contubernio.

La salida al mar para Bolivia se convierte en este minuto, más que nunca, en una necesidad que sobrepasa el interés puramente económico y de desarrollo para ese país. Su solución, a la que puede contribuir decisivamente el gobierno de Chile, ayudará a cimentar el prestigio de Evo Morales, fortaleciéndole en su lucha antiimperialista. Así lo entiende también Estados Unidos que comienza a mover a sus peones históricos como lo es la derecha chilena para evitar dicha posibilidad.

No en vano los gritos más estridentes contra la iniciativa de los parlamentarios que viajaron el fin de semana pasado a La Paz, vienen de conspicuos pinochetistas que azuzan chovinismos trasnochados en su afán de desplazar el eje actual del problema. Es dable que eso suceda.

Pero lo que no se puede tolerar es la complicidad de directivas y dirigentes de la izquierda concertacionista que rueda desde hace tiempo cuesta abajo por la pendiente de las claudicaciones ideológicas, y que puede pagar caro sus debilidades cuando haya que defender con todo a Bolivia y Venezuela de la cada vez más cercana agresión imperialista, es decir, cuando llegue la hora de los hornos.

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* Escritor y científico.

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