UN PAÍS LARGO, POLÍTICA Y LA MAGIA DEL CENTRO

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

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Desde mediados de los años ochentas del siglo XX presenciamos la aproximación hacia el centro como práctica política por excelencia. Su expresión teórica mas acabada la encontramos en la «tercera vía» de Anthony Giddens, quien proclama que el objetivo político del presente es trascender la oposición izquierda-derecha.

La democracia es concebida como una competencia entre elites que tornan invisibles las fuerzas del adversario y la política es reducida a un intercambio de argumentos y negociación de compromisos en donde los intereses de cada uno son conciliados.

El trasfondo sociológico de tal posición es que el ciclo de la política confrontacional –que ha dominado al Occidente desde la Revolución Francesa– llegó a su término. La oposición izquierda-derecha es hoy día irrelevante. La bi polaridad que la sustentaba ha dejado de existir.

La oposición entre la vieja social democracia y el mercantilismo capitalista es la herencia del modernismo que necesita ser transcendida a través de una democracia «dialógica». Las viejas luchas sociales son reemplazadas por la búsqueda de consensos y la unanimidad social …Y es este modelo el que explica la obsesión por la conquista del centro político.

¿No es esto, diríamos, lo que esta informando la acción política en Chile? ¿El ejercicio de la conciliación y la futura armonía en el lugar de la lucha de fuerzas sociales con intereses opuestos?

El énfasis está en el conocimiento experto necesario y la libre deliberación que sólo toma en cuenta las necesidades y demandas concretas del «pueblo». Los compromisos entre grupos y el logro de consensos universales se obtienen a través de la negociación de intereses.

Redefiniendo el hecho político

Es dentro de este escenario desde el cual las fuerzas de izquierda han empezado a reemplazar las luchas ideológico-políticas previas por «ideas que funcionen». Y es, justamente, aquí donde encontramos el abismo entre un acto político propio y la administración de las «cuestiones sociales», que siempre permanece dentro del marco de relaciones existentes.

El acto político propio no es simplemente algo que funciona dentro del «sistema», sino algo que cambia el verdadero marco que determina como las cosas funcionan. Decir que una idea es buena sólo cuando no interfiere demasiado con las condiciones de profitabilidad capitalista –sistemas de salud social, programas de habitación o educación universal, por ejemplo, no «funcionan» porque infringen la ley de la ganancia–, significa que uno acepta de antemano la globalización capitalista que hoy constituye la constelación que determina fatalmente lo que funciona.

El problema con las posiciones centristas, que caracterizan la política occidental en general y la de Chile en particular, es la ausencia de todo intento por comprender o exponer las relaciones de poder que actualmente estructuran la sociedad. El creer que al no definir un adversario político uno puede despachar conflictos fundamentales de intereses.

La sacralización del consenso ha venido borrando la distinción izquierda-derecha y, con ello, el disentimiento. La lucha anti-capitalista no puede ser eliminada de una «política radical» que apunta a la democratización social y que, obviamente, sin la transformación de la configuración hegemónica presente, poco cambio seria posible.

El desacuerdo con respecto a estas cuestiones es lo que provee material a una política democrática y lo que, justamente, sostiene la lucha entre izquierda derecha. En lugar de desechar esta dicotomía, por estar fuera de moda, lo que corresponde es re-definirla.

Un «nuevo» protagonista

Cuando las fronteras políticas empiezan a borrarse la dinámica política es obstruida y la constitución de identidades políticas distintivas es sofocada, el resultado es la apatía y la ausencia de interés por la participación de procesos políticos (“para que voy a votar si todos son iguales. Cualquiera que gane, nada cambia para mi”). El resultado no es una sociedad mas armónica, sino, el crecimiento de otro tipo de identidades colectivas a partir de formas de identificación religiosas, nacionales o étnicas.

No es de extrañar, por tanto, el resurgimiento del populismo de extrema derecha en algunos países, que al parecer, es el único que «disiente» y que se define como «anti-establishment».

La trampa –o el truco– del consenso

La respuesta a la política centrista es la posibilidad de una contra-estrategia. Seria simplemente vano rehusar la globalización o intentar resistirla en el contexto de la Nación-Estado. Es solo oponiendo al poder del capital transnacional otra globalización, informada por diferentes proyectos políticos, lo que podría ofrecer la oportunidad a resistir el triunfalismo neo-liberal e iniciar una nueva hegemonía.

El antagonismo social y las fronteras políticas son ineludibles, porque los intereses de las transnacionales no pueden acomodarse con aquellos de los sectores más débiles. El creer lo contrario es capitular al interés mercantil.

Hoy no es posible el estatismo económico al estilo soviético y aun no poseemos una alternativa radical al sistema capitalista, pero ello no constituye una excusa para no desafiar la riqueza y el poder de la nueva clase gerencial si queremos desarrollar una sociedad más justa y responsable.

fotoLa unanimidad social solo conduce a la mantención de las jerarquías existentes. Ni el dialogo ni la predica moral convencerán a los grupos económicos dirigentes a renunciar a la relación de poder que hoy gozan y que crea la abismante desigualad economica. Nunca antes ocurrio. No hay razón para creer que ello ocurrirá ahora.

En la formación de una nueva hegemonía la comprensión izquierda-derecha necesita ser revisitada. Pero cualquiera sea el contenido que se le de, una cosa es segura: hay momentos en la vida social en que necesitamos decidir en que lado estamos en la confrontación antagónica.

Lo especifico de una democracia, si la entendemos propiamente, es que crea un espacio en el cual esta confrontación se mantiene abierta y las relaciones de poder son constantemente cuestionadas, sin victoria final. La absoluta realización de la democracia y su completa desaparición, son sinónimos. La democracia solo puede existir en el movimiento hacia la eliminación de la opresión, no en su radical eliminación. En la tensión nunca resuelta entre lo socialmente determinable y lo indeterminable que infinitamente posterga el momento de la totalidad.

Es cierto que la concepción tradicional izquierda-derecha es inadecuada para los problemas que enfrentamos. Pero creer que el antagonismo que estas categorías evocan ha desaparecido simplemente porque vivimos en un mundo globalizado es caer en el «determinismo del discurso neo-liberal que anuncia el fin de lo político«. Lejos de ser irrelevante, esta dicotomía es más pertinente que nunca. La tarea es proveerla con un contenido a través del cual las pasiones políticas puedan ser orientadas hacia una nueva democracia.

En estos instantes en que pareciera que una alternativa al libre mercado esta fuera de la preocupacion politica de las masas electorales chilenas, segun dicen algunos de sus dirigentes sociales, lo que queda es solo jugar con alternativas dentro del marco del libre mercado. ¿Neo liberalismo o social democracia?

En la era de la privatizacion, la desregulacion y el desmantelamiento de los servicios sociales cualquier otra cosa ocupa un segundo lugar y deja de ser una prioridad social. En mayor o menor medida asi lo han hecho Inglaterra, EEUU y Canada, entre muchos otros. El Banco Monetario Internacional y otras organizaciones internacionales supeditan toda ayuda a los paises del tercer mundo a la imposicion de este modelo.

En aquellos paises la llamada «Red de seguridad social» todavia sobrevive pero con un papel cada vez menor. En Canada, el servicio de salud, que es universal y de primera clase, esta hoy amenazado por las fuerzas del libre mercado, y la educacion post-secundaria hoy es sólo para quien pueda costearla, lo que reproduce el privilegio clasista.

Es esta relación entre libre mercado y servicios y programas sociales lo que puede servir de criterio para mostrarnos cuan neo-liberal una economia es o no lo es. Un programa alternativo mínimo al neo-liberalismo, para los que miran el mundo a traves del lente de los intereses humanos, tendria que guiarse por los principios de la preservación ambiental, la justicia económica, la diversidad ecologica y cultural, la soberania popular, los derechos indígenas y la responsabilidad social.

Poseemos los medios para hacerlo, pero ello requiere la transformación de nuestro sistema de creencias dominantes, de nuestros valores y de nuestras instituciones sociales.

Dudas, interrogantes, verdades

¿Cómo Bachelet va a resolver este dilema? Nadie le esta pidiendo la «revolución» (¿qué significa esto hoy dia?) y ella, de todas maneras , no la ofreció. Luego, los criterios para juzgar su política tendrán que estar determinados por la forma en que responda a estos principios programáticos mínimos y su labor se podrá evaluar, no a través de la retórica de los discursos electorales ni por su personalidad, sino a través de índices y medidas claras y precisas.

Índices estadísticos de pobreza y desempleo, de salud, mejoramiento ambiental, derecho de los indígenas. Dónde estamos hoy y dónde estaremos mañana.

Los progresos sociales en una economía neo-liberal sólo se miden por el crecimiento de la producción nacional y la rentabilidad de las corporaciones privadas. En una economía alternativa los progresos se tienen que medir, principalmente, por cuan grande o cuan pequeña es la diferencia entre pobres y ricos.

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* Escritores y docentes. Residen en Canadá.

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