UN TRECHO CON BORGES

1.161

Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Jorge Luis Borges es el sacerdote de la búsqueda de caminos para escapar del laberinto de la inmediatez. Pero su salida es optimista a diferencia, me decía él, de Kafka «cuya literatura es opresiva, la mía es liberadora».

¿De qué hablaba con Borges? Nos reíamos. Pero todas las risas y los caminos desembocaban una y otra vez en un mismo tema: la espiritualidad, las religiones. Esas discusiones inacabables constituían para él una dicha  menor, y disfrutaba según creo con mi juvenil desfachatez de no temer equivocarme ante él en voz alta en su sala frente al gordísimo gato Bepo, que cierta vez atacó a una enfermera a la que descubrió intentando inyectar a su amo.

Al releer entrevistas suyas recuerdo esta en la que insistía: “Nuestra vida, como estos diálogos y como todas las cosas, ha sido prefijada. También los temas a los que nos hemos acercado. El diálogo es un género literario, una forma indirecta de escribir. El deber de todas las cosas es ser una felicidad; si no son una felicidad son inútiles o perjudiciales.

«Las polémicas son inútiles, estar de antemano de un lado o de otro es un error, sobre todo si se oye la conversación como una polémica, si se le ve como un juego en el cual alguien gana o alguien pierde. El diálogo tiene que ser una investigación. Y poco importa que la verdad salga de uno o de boca de otro.  Es indiferente que yo tenga razón o que tenga razón usted; lo importante es llegar a una conclusión, y de qué lado de la mesa llega eso, o de qué boca, o de qué rostro, o de qué nombre, es lo de menos”.

Describir lo que no existe
con ojos que no ven

Cuando caminábamos por la calle Florida discretamente nos miraban pasar, le describía lo que veía, y disgustado comentaba “están demoliendo a Buenos Aires”. Con emoción trataba de reconstruir de memoria los barrios de su infancia, entonces le faltaban (¡a Borges!) las palabras. Se para, y describe las calles de la infancia, parajes que ya no existen con ojos que ya no ven.

Cierta tarde veraniega de 1979 al escuchar el golpeteo de los tacones de dos damas que se aproximaban me preguntó ¿alguna de las dos es bonita? No, le respondí. Y él, socarrón, agregó: entonces yo me quedo con la de la mitad.

Borges, como su padre, sabía que hacia los cincuenta años de edad quedaría ciego, o casi ciego.  Le venía de familia. Veía bultos y el color amarillo “no me ha sido infiel”.  Ejercitó la memoria para aprender los pasajes y poemas que más le gustaban o que más le disgustaban: recitaba a ciegas los más espantosos ripios mientras reíamos por esa antología del disparate lírico de la historia sentimental.  Pero si su miopía era fatal lo que captaba tenía visos  paranormales. 

Tristeza, infelicidad

Una húmeda y calurosa mañana de sábado en la que desayunaba en su apartamento me recibió de vestido completo y corbata.  Dijo que en su casa le estaba prohibido de muchacho andar en mangas de camisa sin chaqueta.  Desayunamos.  Alguien timbró a la puerta.  La mucama Fanny abrió, nosotros seguimos platicando en la sala-comedor.  Y de pronto como si hubiese sentido un olor ofensivo dijo: “La persona que acaba de entrar es infeliz, un happy”.

Sorprendido crucé hasta el portón y en efecto vi a un electricista de cara consternada. Regresé a Borges, le dije que el extraño parecía triste y ¿Cómo lo había notado? Respondió: Esa persona no esta triste sino que es infeliz. La tristeza o la alegría pueden fingirse, en cambio la felicidad emana del ser.

La vista que de un sólo golpe nos da millones de datos sobre las personas, la suplía con el diálogo. Si no le respondían con sindéresis él no se hacia muchas ilusiones y se iba.  Algunos creían que se trataba de pedantería pero no se ponían en sus zapatos.

Una cita prefijada

Ese tanteo verbal lo sufrí cuando nos conocimos.  Él caminaba por el micro centro con Maria Kodama, su futura esposa. Me presenté.  Comentó algo sobre Cartagena y Bogotá, pero el ruido dificultaba la conversación y mucho más crear un vínculo. Cuando  se despidió le dije “qué feliz coincidencia”. Replicó como un látigo,  “las coincidencias no existen”. Ante esa alusión a su obra, añadí: “entonces que feliz predeterminación”. 

Borges emocionado me  ofreció su mano y agregó: “sí, teníamos una cita desde la eternidad aquí en la esquina de Maipú y Córdoba”.  Doy por averiguado que si no le hubiese respondido así en ese instante, sobre el claro azar o las eternas leyes que rigen este mi destino no estaría ahora rememorándolo.

Superado el examen oral al que lo obligaba su ceguera, él daba un regalo de sabiduría inestimable. Salpicaba con gracia la conversación, como si fuese su deber mitigar el dolor del mundo con buen humor. Si bien yo venía de Ginebra (Suiza), su otra patria en donde moriría, y de la ONU donde el diálogo mundial es un modus operandi; Borges lo practicaba de modo qué si uno decía que era noche a medio día, él por amistad empezaba a otear las ajenas estrellas.

Cena, 80 años, recuerdos

Celebré sus ochenta años con una cena en la que invité a su antigua novia la elegante Mariana Grondona, ya algo dura de oído.  Y a su hermana Adela, futura autora de El Grito Sagrado.  Adela, antes que el vodka se lo impidiera, recordó como Evita Perón la detuvo junto con doña Leonor, la madre de Borges, y otras damas de la sociedad.  Las metieron en una cárcel con las prostitutas. Evita no se andaba con rodeos.

Diez días presas, hasta que el clamor mundial obligó a Perón a excarcelarlas.

Cuando Adela de voz adecuada a la sordera de Mariana pedía más vodka, el abstemio Borges decía: “vodka viene de la palabra agua, agüita en ruso”; ella insistía, agüita no, ¡quiero vodka! Mariana la reconvenía: “no subas tanto la voz Adela, mira que te lo digo yo” y se tocaba la oreja. 

Borges revivía con dolor esa prisión de su madre, “y yo ciego”, decía, “yo ciego”.  Luego se remitía a la literatura, citaba un verso de Milton de Sansón agonista:
Eyeless, in Gaza, at the mill, with the slaves.
 
Decía que se debía leer en escala descendente: “Ciego, en Gaza, en el molino, con los esclavos”  La ciudad de Gaza, se entiende, era para Sansón una calamidad por ser filistea.

Las Grondona comentan lo que nos ha ocurrido la semana anterior: cuando el portero al verme entrar con Borges desconectó el ascensor dejándonos encerrados entre pisos. Por fortuna nos acompañaban dos estudiantes de medicina quienes me ayudan a abrir el ascensor y a emparejarlo con el siguiente piso.  Fue una hora de angustia y terror. 

Me quejo en la administración, informan orondos que ese portero es el jefe peronista de la zona: no le reprochan nada. Esto en plena dictadura militar de Videla y sin reparar el agravio diplomático permite colegir como sería el trato cotidiano a Borges cuando el presidente era Perón… En ese entonces amenazaban a doña Leonor. Los insultaban.

Él, rememorando, bordeaba las lágrimas: “durante años, día tras día al amanecer despertaba con un vacío en el estómago y me decía a mi mismo: Estoy ciego, mi madre depende de mi, no tengo bienes de fortuna, y Perón el hombre más poderoso del país es mi enemigo”.

Pero en ese cumpleaños estaba eufórico, reincidió por enésima vez en el tema de las religiones, del mito, dice que el monoteísmo en sus tres variantes surgió en el mismo paisaje desértico: judaísmo, cristianismo, islamismo.  Adela en su cuarto vodka exclamó imitando a un gallego: “Joder”; pero Mariana: “Dale George, dale con el mismo tema de hace sesenta años. Decís que no crees en Dios pero no lo dejás quieto” Adela otra vez: “Joder, déjalo vivir”.  Él, defendiéndose, citó a San Agustín con memoria pasmosa: «Al ser infinito aún después de encontrado ha de ser hallado». 

Borges dual

No quisiera herir susceptibilidades de los que toman a Borges avant la lettre a pie juntillas en estos asuntos.  Sigan creyendo que ese acicate de negación proclamada, su hábil recurso retórico, es la esencia de su pensamiento.  Pero, ¿no les es sospechoso aquel que niega la existencia de la quimera y habla noche y día sólo de ella? ¿Qué clase de escepticismo es tan obsesivo con el objeto de su duda?

Nada. De lo que abunda el corazón hablan los labios.  Borges es el sumo sacerdote de los que buscan la salida, y su salida es la búsqueda. En su caso incesante. Si el lector cree que opongo conversaciones privadas a declaraciones públicas, hago notar que más de tres cuartas partes de su obra está centrada en asuntos teológicos, tratadistas judíos, islámicos, taoístas, budistas, sufies, gnósticos, místicos, iluminados, heresiarcas, cabalistas, profetas. No se nutrió de bagatelas sino de los senderos que se bifurcan al infinito.  Mitos, Biblia, I Ching, cabala, esoterismo, metafísica, las vías del ascenso que trascienden la inmediatez.

Borges acicatea al lector a esa búsqueda no dando un producto acabado, un ídolo que llamamos amorfamente Dios, como tapahuecos intelectual. Sigo negando haberlo aprehendido. Es la vía negativa.

Cierto día hablamos de la poética como alegoría del sueño. Borges anotó que en el sueño no hay metáfora, esas imágenes que momentáneamente se tocan, sino que allí se expresan por desplazamiento. Anota que la condensación onírica equivale en la poesía a la metonimia, esa figura que toma el todo por la parte. Y que, en fin, la analogía en el sueño obra como sublimación. Y por cierto la libertad, en ambos casos, no es absoluta.  El arte (al igual que el sueño) exige el gobierno de los esfínteres para no despertar al que sueña. La represión le es necesaria, como lo es la gramática para  la escritura.  Sin ella la expresividad se reduciría a gruñidos de placer o de dolor.

Comentaba admirado la forma de despedida de “nos estamos viendo” que había escuchado en México y en Colombia. Le hago notar que él también respeta el localismo argentino al omitir el verbo coger. Sonríe, “es verdad, caray”. Y pasamos a los encabezamientos de cortesía que tienen que ver con la vista, la perspectiva del ojo tales como: distinguido, incluso el estimado en contraste con los de la pasión como: amada, querido en los que hay una fusión sin perspectivas ni distancias.  Es la diferencia entre el ojo y el corazón.  Amar es dejar de comparar, de medir.

«No estoy a favor del canibalismo»

La palabra en los diversos idiomas y la espiritualidad en los distintos templos lo obsedía. Borges tiene el sentimiento agudo de la divinidad y es consciente de tenerlo; es decir tiene sentimiento de fe. Y se niega a maltratar el misterio de esa sed sagrada con respuestas edulcorantes como: “sí, tal como usted creo en Dios. Y no, no estoy a favor del canibalismo”.

Fue ajeno a esas limpiadas públicas de conciencia de quienes, ya de suyo, tienen limpio el cerebro. Su fe (llamémosla así) no es un sillón sino una silla de cabalgar duro. Le molestaba que ciertos entrevistadores tradujeran esa ansia  a estériles taxonomías que añadían la rigidez de la muerte a lo que nunca estuvo vivo. En ese caso negaba de tajo ese comodín de los propietarios de la verdad. Prefería llamarse agnóstico (el que no sabe), y hace de ello una búsqueda. Cuando abría la charla con algún asunto religioso, la conversación iba para largo y terminaría, quizás, postulando lo contrario a lo que inicialmente había negado. Llegaba a la conclusión de una forma entusiasta, embriagadora.

Sus negaciones siempre apuntaban a Alguien y su obsesión era ese Alguien. Con una devoción rara vez vista en otro creyente, postulaba una fe más allá o más acá de los templos establecidos. Fe que no excluye la duda, faltaba más.  Pero que es de una raíz más robusta. A diferencia de los escritores materialistas del seudo-compromiso social, los angustiados voceros del desespero, o de la literatura bagatela,  no adoctrina: sugiere. Tampoco dice creo en Dios, incita a su búsqueda (o a su negación), no a la fácil complacencia.

La posterior revelación de su mucama, Fanny, en el sentido de que en vida de la madre (rígida católica) rezaban en las noches el Padrenuestro; y que a su muerte, Borges la visitaba en el cementerio de la Recoleta en donde se arrodillaba, persignaba y oraba, practicando lo que el cristiano llama la comunión de los santos, debe estimarse con delicadeza.

El humor, la memoria

El humor lo practicaba como una cortesía sin la cual el vivir es estéril. Como si su carencia  fuese ya una forma del mal. Por eso me resultó chocante que en la obra de Eco, el gran bibliotecario benedictino que encarna ficticiamente a Borges con el nombre de Jorge Burgos, proscriba la risa. Que fuese un asesino pasa, pues en últimas todo autor califica como deicida que usurpa al creador. Pero que condenara la risa me produjo horror.

Borges despreciaba cierta pedagogía «memoricida» que cree que la inteligencia se estimula sin educar la memoria, como si el pie caminara mejor si atrofiamos las manos.

De los templos establecidos admiraba a la masonería. Hay quienes afirman que fue iniciado en Londres. Lo ignoro, nunca se lo pregunté. Como fuere la masonería,  tolerante de los diversos credos, adora al Gran Arquitecto.

El idioma y el laberinto

El símbolo de Borges es el laberinto. Y la forma de superar un laberinto es ascendiendo: el camino sapiencial de elevar el espíritu. Otros símbolos suyos: la rosa, el tigre, el espejo, el desierto suponen el laberinto; lo abarcan. 

Claramente una rosa lo es, las rayas del tigre lo insinúan, el espejo es su inicio y dos espejos enfrentados reflejan el reflejo del reflejo… La  pampa y el desierto, como lo dice un rey en uno de sus cuentos, es un inacabable laberinto. Así como Cervantes (que hablaba italiano y árabe) asimiló al idioma castellano el alma oriental y la herencia del imperio romano; Borges hizo lo propio con las mitologías nórdicas, exóticas a nuestra literatura.

Él  heredó el español algo apachecado del siglo XIX, que tiende a esponjarse con el paso del tiempo.  Idioma en el cual el espíritu había quedado rezagado mientras la sensibilidad (o en todo caso la sensiblería) había adquirido un excesivo desarrollo. En fin un idioma en el que se notaba que los filósofos habían sido tan escasos como los toreros en Alemania. 

Esa disciplina con sus aporías, paradojas y las perplejidades de la razón ya eran comunes en francés desde Pascal, en alemán desde Kant y en inglés desde Berkley. Él prefirió los laberintos del espíritu a las interjecciones del cuerpo, la ascética del saber a las complacencias de la sensualidad. Y en su vida personal siguió la indicación de Dante: “no fuiste hecho para vivir como los brutos sino para alcanzar virtud y conocimiento”.

El escritor colombiano Julio Cesar Londoño es borgeano por su  capacidad de esbozar en un trazo todo un horizonte. Y en un ensayo dice:

“Borges tuvo el tacto de evitar el academicismo y el estructuralismo. No escribió en castellano. Al leerlo no sentimos el sabor del idioma, como en Cervantes o García Márquez. A diferencia de estos su obra admite, por no decir que exige, la traducción.  Escribió en una lengua sincrética universal. Prefirió la sintaxis natural, gustó de la elipsis, la hipálage y de anteponer al sujeto los complementos”. (Borges o la crítica)

Está visto que esa lengua universal se ha hecho parte del estilo de Londoño que prefiere las frases sin rebaba. Al punto que esa critica, parece escrita por el propio  Borges.
El Aleph, o La lotería de babilonia. Reducirlos a la oralidad es un ejercicio fatuo; no son traducibles a la oralidad de ningún idioma sin matarles la gracia. ¿Por qué? Porque el lenguaje oral tiene supuestos que no esbozamos. Se escuda en los gestos, en costumbres adquiridas, en resquicios y goznes que no se explicitan en la conversación.  Así como en un plano de arquitecto se supone (sin mencionarse) la ley de gravedad.

En Borges la paradoja matemática, la epistemología, la metafísica, la teología, abandonadas al sótano de nuestro idioma, se convierten en su jardín predilecto. El aportó al español una precisión conceptiva, un horizonte que no se veía desde el siglo de oro.

Borges es político en el sentido griego. Se ocupa de lo que trasciende a la ciudad (a la “polis”) y al mundo.  Sin incurrir en activismo político, ese traficar con las angustias ajenas.

Enterado de lo que ocurre por visitantes y admiradores de las provincias argentinas y del mundo, aborda los asuntos desde su asombrosa óptica.  Al leerle una noticia en que Fidel Castro había expulsado a los “gusanos” de Cuba, me paró en seco. Buscamos la etimología en varios diccionarios: Valbuena, Corominas, Drae, Roque Barcia, Partridge, latín y griego y nos llevó al origen sánscrito en el que gusano significa “los hijos de la tierra”.  Sonriente dice, “estoy de acuerdo con Castro, él está expulsando a los hijos de la tierra”.

No escribe para la prensa. Sostiene que nada es más anacrónico que el periódico de la víspera, que el periodismo es un género para el olvido. Pero los periodistas lo acosan, los que se ocupan de los deportes sienten fascinación por él; como si fuese requisito en su hoja de vida para avanzar en sus carreras… y no notan que están tan irremediablemente desubicados como un espantapájaros en el fondo del mar.

Borges sonríe mientras saborea esa ironía con leve impaciencia. Me cuenta que durante un campeonato de fútbol le indagaron que opinaba “sobre el inobjetable triunfo de Argentina sobre Holanda”. Él: “no creo que doscientos años de barbarie puedan derrotar a mil años de civilización”.  Periodista: “Pero che que falta de nacionalismo”. Borges: “Es que el nacionalismo es un instinto de territorialidad de los primates”.

Otro llegó a preguntarle su opinión sobre un poemario que había publicado un célebre tenista argentino. Respondió que él no lo había leído pero que había escuchado a alguien (mea culpa) decir que era más o menos como el tenis de Borges.

La defensa, la amistad

Cierta tarde estábamos en su departamento de Maipú leyendo apartes de Shakespeare. Llegó un periodista que Fanny hizo seguir. Pero Borges imperturbable siguió con el ejercicio. El recién llegado se molestó.  Le seguí el juego a mi anfitrión quien vertía los giros modernos al inglés renacentista original por ejemplo en el soliloquio de Hamlet “that is the question” lo citaba “¡Aye! That is the rub”. Y así.

El periodista desesperaba.  El sensitivo ciego no condescendía a cambiar de idioma, ni de tema. Por fin el otro interrumpió: ¿Bueno por qué entonces no traduce a Shakespeare? Borges: “Bueno, me he pasado la vida modificando la realidad, pero tanto como modificar a Shakespeare… no me animo”.

Este apunte según Antonio Carrizo fue dicho antes; entonces a mi me tocó un delicioso replay, que ilustra la matoneada verbal que sus malquerientes le reprochan, pero que es una forma de la diplomacia que, cual la medusa marina, puede matar por medio del tacto.

Se quejaba por los edificios nuevos que desfiguraban al antiguo barrio de San Nicolás, le digo que el alcalde (un general) se ganó el apelativo de Guillermo Tell porque “manzana qué ve la perfora”.  Celebra el apunte, describe los portales de su infancia. Recuerda que algunas familias para aparentar haber viajado en vacaciones se encerraban en sus casas durante el verano decembrino.

En una grabación conjunta que hicimos para la T.V. compara el amor con la amistad. Dice que ha sentido esa amistad conmigo, (lo que me conmueve). Y afirma que el amor es angustioso, exige continuas reiteraciones y no admite la separación. En cambio la amistad se renueva con naturalidad tras varios años de separación, no es posesiva ni angustiosa ni exige continuas pruebas de supervivencia. Cuenta que dejó de ver a un amigo durante años en los que este se había casado sin avisarle, lo que sería imposible entre enamorados, agrega sonriente. 

A ratos callábamos.  Mientras él, ensimismado pensaba, se sentía como un sonido de un panal de abejas que salía de su silencio. Cuando le pregunté dijo: ¿lo notó?, trato de pensar sin mucho éxito por supuesto;  pensar es un verbo ambicioso.

Además de oírlo meditar, aprendí que pensar es dialogar con los seres que nos habitan: esa cohabitación del amante y el cínico, el rufián y el esteta, el bobo y el loco sin suprimir ni reconciliar opuestos; negándonos a la impostura de coherencias monstruosas.  Si logramos asumirlos, el diálogo fluye y toca a las flores que bordean el precipicio en el que entramos.

——————————————-

foto
* Ensayista y narrador colombiano. Obuvo el Premio Casa Silva de Poesía 2005. Este artículo ha sido incluido en el libro No hallé otro refugio.

Se reproduce por cortesía de Ala de Cuervo (www.aladecuervo.net), editorial venezolana en cuyo portal se publica Logogrifo, revista de asuntos literarios y culturales.
Los subtítulos son de PdeL.

También podría gustarte
Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.