Un turista en Cúcuta
El escenario que se instala en Sudamérica a partir de este fin de semana tiene más certezas que incógnitas. Las transformaciones políticas que se han moldeado desde hace unos años en la región están precipitando no sólo su consolidación, sino abriéndose hacia espacios mayores de carácter geopolítico. Un nuevo teatro de operaciones para acciones militares ha comenzado a desplegarse sobre Venezuela.
Numerosas hipótesis han levantado no menos analistas y observadores en estos días, que miran atónitos el desarrollo sin freno de los acontecimientos. Vemos al gobierno de Donald Trump elevar desde Miami una retórica agresiva y militarista contra el gobierno de Nicolás Maduro, discurso que nos recuerda los prolegómenos de la guerra de Irak y nos trae a la memoria las decenas de intervenciones estadounidenses, por mano propia o vía fuerzas armadas locales, contra gobiernos de la región contrarios a sus intereses económicos. El ambiente de la doctrina Monroe, silenciado o matizado tras los años de globalización y multilateralismo, surge nuevamente intacto.
Las agitadas agresiones de Trump, hoy aplaudidas por los gobiernos americanos agrupados en el cártel de Lima, el de Chile incluido, no tendrían por objetivo un clásico golpe de Estado latinoamericano debido a la lealtad de las Fuerzas armadas venezolana a Nicolás Maduro, sino una intervención directa apoyada por gobiernos locales de extrema derecha. Colombia, cabeza de puente a una invasión por el Oeste, y Brasil, desde el Sur, más el acoso de los marines desde el Caribe. Se trataría de un plan a gran escala, que con el paso de las horas y la filtración de informaciones, comienza a conocerse.
El portal cubano Cuba Debate ha publicado sobre el movimiento naval de la flota estadounidense en el Caribe, con el portaaviones USS Abraham Lincoln a pocos días de navegación de las costas venezolana. Todas acciones que han llevado a Venezuela a declarar a sus fuerzas armadas en estado de alerta y a cerrar desde el martes la frontera marítima con las Antillas Holandesas.
Las consecuencias de la actual retórica y movimientos militares, hoy agazapados bajo el pretexto del ingreso este sábado de la “ayuda humanitaria”, han cruzado ya el punto de retorno. Sin conversaciones en curso que pudieran alcanzar una marcha atrás, la escena está próxima a levantarse: presión para ingresar una caravana que muy probablemente lleva en su retaguardia un contingente militar que busca la chispa para encender el conflicto. El ingreso a la fuerza de esta caravana por la frontera con Colombia y la violación de la soberanía territorial venezolana tiene todos los ingredientes para provocar y armar el enfrentamiento.
No tenemos en la memoria inmediata sudamericana una escalada bélica de estas dimensiones. No estamos hablando de un golpe de Estado acotado a un país, con toda su miseria y dolor, ni siquiera de una guerra civil, como las centroamericanas de finales del siglo pasado, alentadas y financiadas, por cierto, por Estados Unidos. En esta ocasión observamos movimientos aún mayores, que involucran nuevas incursiones de marines en nuestra región, como fue en Granada en 1983 y en Panamá en 1989, sino también el enfrentamiento de ejércitos regulares entre naciones sudamericanas. Un plan de esta envergadura, si no se frena a tiempo y todo parece que ese momento no está en las agendas, podría tener efectos catastróficos en toda la región.
La agenda oculta que se desarrolla tiene aún más elementos, estos de características globales. En la escena política global Estados Unidos es la potencia hegemónica en decadencia ante el creciente poderío de China y Rusia y una manera de ordenar el tablero geopolítico es el regreso tras las décadas de multilateralismo, a las zonas de influencia, con Estados Unidos marcando la pauta en su “patio trasero”. Si estos análisis y proyecciones se llegaran a cumplir estaríamos en la antesala de un terremoto aun mayor, con una Sudamérica como teatro de operaciones del reacomodo de las grandes fuerzas geopolíticas. Del multilateralismo globalizado a la participación del mundo en varias áreas controladas por sus respectivas potencias.
En esta escalada insólita y absurda, que responde a un imperio en plena decadencia, ha sido lamentable la debilidad que ha demostrado la Unión Europea y los gobiernos sudamericanos, que han expresado su dependencia y oportunismo ante los intereses del gobierno de Trump. Sumados al discurso y la propaganda para demonizar al gobierno de Nicolás Maduro, estrategia similar al “eje del mal” y a las imaginarias “armas de destrucción masiva”de George W. Bush en la víspera de los ataques a Irak, los sumisos gobiernos de la región han reproducido en sus respectivos países la campaña para convertir a Maduro en la imagen de un sanguinario dictador que no respeta los derechos humanos cuya destitución, o eliminación tal vez, merece la salvadora intervención extranjera.
La agresión se ha desplazado en estos días desde la propaganda, la encendida retórica a las directas agresiones. En esta línea de acción, espera la intervención, con efectos como los que hemos mencionado. Una campaña sobre la cual se ha montado un circo humanitario, que tendrá lugar este viernes en un escenario cuyas funciones preparatorias oscilarán entre el pop iberoamericano y la retórica política.
En aquel escenario estará el presidente chileno Sebastián Piñera junto a su canciller Roberto Ampuero. Una dupla aparecida en último momento en la política regional cuya figuración es no solo accesoria para Latinoamérica, sino también muy perjudicial. El oportunismo de Piñera, un político de poca monta apenas capaz de gobernar el país y por cierto incapaz de articular una política exterior y regional más allá de las consignas del comercio y el libre mercado, intenta sumarse a un proceso de desestabilización regional que escapa a sus posibilidades de manejo y tal vez hasta de comprensión. En esto, su presencia este viernes en Cúcuta, en la frontera de Colombia con Venezuela,no es solo inútil, es sin duda peligrosa.
*Escritor y periodista chileno, director del portal politika.cl