Una bestia irremediable: el animal humano

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

fotoEl estuario del San Lorenzo, en el Atlántico norte, se mide desde la salida del lago Saint-Pierre hasta el golfo del mismo nombre, a la altura de Pointe-des-Monts. Es uno de los paisajes más hermosos de Canadá. Esta primavera los hielos en retroceso de la invernada tienen un encanto adicional: el toque carmesí de la sangre de las crías de las focas y focas jóvenes que allí tienen su hábitat.

El ruido de los témpanos que se resquebrajan, la música de los disparos, la percusión de los garrotazos y el ronco, desesperado bramido de los animales aterrorizados, que caen uno tras otro, bien puede ser otro encanto del lugar. Es el sol espléndido del capitalismo, que encontró en la masacre una forma de dismular la cesantía de los pescadores por la depredación de que es objeto el mar.

El gobierno canadiense autorizó la masacre de 320.000 animales de hasta un año, aunque los expertos están convencidos que morirá entre un 15 y un 20 por ciento más: Muchos ejemplares logran escabullirse malheridos y su lenta, dolorosa, terrible agonía evade la estadística de la multiplicada hecatombe. Unas 90.000 focas arpa serán muertas en los hielos que rodean los islotes Magdalena. A partir del 12 de abril 230.000 lo serán frente a Terranova.

Muchos barcos de la flota pesquera de Terranova hacían tiempo en la fría madrugada del golfo esperando la hora señalada en la autorización gubernamental para dar inicio a la matanza. Hace algunos años un ministro de Pesca (Brian Tobin, en 1996) oficializó la especie –por cierto falsa– de que las focas eran responsables por la reducción de los cardúmenes de bacalao. Los pescadores devenidos en furias sobre las focas, entonces, pueden justificar su nueva y espantosa actividad.

Espantosa porque las focas no se comen: se las descuera –muchas veces todavía vivas– para aprovechar la piel y la grasa. También los genitales de los machos: un excelente –dicen en Asia– afrodisíaco.

fotoEl salvaje ritual se reitera desde hace tres o cuatro años, pero esta vez golpea más fuerte la conciencia por el número de animales condenados. La razón obvia del ministerio de Pesca canadiense –no admitida, desde luego– para autorizar la matanza de más de 300.000 mil focas arpa es la pobreza.

El dedo en el ojo y el puño en la llaga

 
La baja en las capturas de bacalao en el área (alguna vez las flotillas de pesca españolas, noruegas y canadienses estuvieron a punto de batirse a balazos) y la falta de otras fuentes de trabajo –la provincia atlántica no es de las más industrializadas de Canadá– obligan a no pocos habitantes a vivir de la venta de la piel de foca, cuyo precio se multiplicó por diez en los últimos cinco años, del aceite que se obtiene de su grasa y últimamente de la exportación de los genitales a los países asiáticos.

En Asia se observa una alarmante disminución del tiburón y del tigre –fuentes del “remedio” sexual más apetecido: las aletas de uno y el pene del otro–, por lo que la humilde foca y el tiburón de las Galápagos sirven de reemplazo.

fotoEl 31 de marzo las tripulaciones de más de 60 barcos pesqueros –a los que un rompehielos de la marina canadiense facilita el acceso– se lanzaron en medio de la ventisca, carabinas, cuchillos y garrotes en mano, a disputarse las focas. Con suerte un buen matador de focas puede hipotéticamente obtener hasta 10.000 dólares en poco más de una semana de “trabajo”; según otras fuentes difícilmente ganará mas de tres mil. De cualquier modo será lo único que podrá llevar a casa en largo tiempo.

Se dice que antes de proceder al descuere de los animales es costumbre pincharles los ojos con los dedos de una mano para constatar que estén muertos; también se dice que les importa poco que sólo se hayan desvanecido por los golpes –o el terror– y que si despiertan en medio de la faena ésta no es interrumpida.

Con la hipocresía normal de los gobiernos que permiten, incitan o autorizan actos reñidos con los valores que dicen defender, el de Canadá asegura que las focas son muertas de un modo rápido y expedito –evitándoles sufrimiento innecesario–. Los pocos observadores y personas que protestan por la masacre que logran llegar al escenario del holocausto aseguran que una gran parte de los animales muere en el mayor de los sufrimientos.

Cabe considerar que las normas del Ministerio de Pesca de Canadá son especialmente estrictas con los observadores. Debe solicitarse un permiso que caduca a las 24 horas de emitido a un costo de 20 dólares –contra los cuatro que cuesta la autorización para “cazar” a las mansas focas durante toda la temporada. Además, quienes observan la barbarie, no pueden acercarse a menos de 10 metros de los que perpetran la matanza, distancia que deben respetar aun si los “cazadores” se le acercan.

Estiman las autoridades canadienses que la población de focas arpa superaba por el número los límites de su sustentabilidad, de tal modo que la eliminación de 320.000 ejemplares jóvenes constituye una necesidad y se realiza, en definitiva, por el bien de los animales.

Diversas organizaciones ecologistas manifestaron que se debe organizar un boicot mundial a los productos canadienses.

fotoLas focas arpa

Estos mamíferos habitan desde el Ártico al Atlántico del Norte, desde Rusia al Canadá. Viven en el hielo, migrando en primavera hacia terrenos donde puedan alimentarse en verano, regresando hacia el sur en el otoño para la llegada del nuevo hielo.

Los machos adultos pueden medir hasta 1.7 mts y pesar unos 130 kgs.; las hembras son más pequeñas. Animales gregarios, las focas arpa constituyen grandes manadas para dar a luz, criar y cuando el tiempo de la muda de piel. El cachorro triplica su peso en las primeras dos semanas de vida.

Llegan a su madurez sexual entre los cuatro y seis años. Las hembras paren un solo cachorro al año, de alrededor de 10 kilos de peso, entre los meses de Febrero y Marzo. Vuelven a aparearse después de que los cachorros son destetados.

Después del apareamiento, los machos adultos se congregan en la manada junto con las focas inmaduras y las que no están en crianza. Su dieta la conforma un amplio rango de especies de presa –sin que se haya podido probar que entre aquellas fugura el bacalao– y varía de acuerdo a la edad y estación.

Deben su nombre a una mancha oscura en los adultos en la piel, que recuerda la forma de un arpa. Pueden permanecer hasta 15 minutos bajo el agua y descender hasta los 275 metros de profundidad. Viven 35 años o más. Restos fósiles indican que pudieron existir durante el Mioceno, hace aproximadamente 20 millones años.

fotoAy, Galápagos

Hacia 1960 el archipiélago frente a Ecuador no contaba con más de seis o siete mil habitantes; el último censo indica que la población humana se acerca a los 30.000. Según todos los estudiosos de este santuario natural único en el planeta, dicho número de personas es, por sí mismo, un factor que altera el frágil equilibrio de un territorio que permaneció intocado por los siglos.

Los cada vez más frecuentes “tours” contribuyen por su parte poderosamente al envenenamiento de las aguas costeras y a la modificación del ambiente natural.

El diario inglés The Independent publicó hace poco la advertencia de la directora ejecutiva del Galapagos Conservation Trust, con sede en Londres, Leonor Stjepic, en el sentido de que está a punto de producirse un quiebre dramático e irreversible en las islas.

Sucede que el alrededor de un millar de pescadores que allí mora se apresta a iniciar una nueva etapa en su oficio; una técnica de pesca que utiliza cuerdas de kilómetros de longitud provistos de miles de anzuelos, cada uno con su cebo.

Artes de pesca similares han probado su capacidad destructiva en todos los mares del mundo, en especial en las costas del Pacífico y del Atlántico Sur, como lo ha denunciado muchas veces en Chile el director ejecutivo de Océana, Marcel Claude.

El uso de semejantes adminículos resulta mortalmente depredatorio para especies que no se pretende conseguir, aves marinas, reptiles y mamíferos, desde iguanas y leones marinos hasta tiburones, albatros y tortugas.

El ecosistema de las Galápagos, a unos mil kilómetros de las costas ecuatorianas, fue declarado por la UNESCO Patrimonio Natural de la Humanidad en 1978; la entidad de Naciones Unidas enviará en la primera quincena de abril una delegación investigadora. La UNESCO considera la posibilidad de incluir a las Galápagos en la lista de lugares expuestos a riesgo inmediato.

De acuerdo con la directora del Galapagos Conservation Trust, hay en las aguas del archipiélago veintinueve especies de tiburón, de las que catorce están directamente amenazadas, como lo está también la tortuga laúd. No hace mucho las autoridades en Quito afirmaron que el tiburón de las Galápagos no corría riesgo alguno, que era mentira que se obtenía por sus aletas –vendidas en Asia– US$ 15 millones anuales, sino que esas ventas sólo significaban un millón y medio de dólares.

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