Una cultura de la paz

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Álvaro Cuadra.*

Llama la atención advertir cómo en este rincón de Suramérica, azotado por un terremoto, se convierta cada dos años en una vitrina donde las grandes corporaciones del mundo, fabricantes de armamentos, muestran sus más recientes creaciones. Nacida en 1980, en plena dictadura militar, con ocasión del 50 aniversario de la Fuerza Aérea de Chile, la Feria Internacional del Aire y del Espacio, FIDAE, esta reputada como uno de los eventos más relevantes en América Latina y una importante plaza de negocios a nivel mundial de la industria militar y aeroespacial.

La feria es parte de  la red internacional de comercio de material para uso civil y, especialmente, militar, de la cual se beneficia, en parte, la industria bélica nacional representada por ENAER, ASMAR y FAMAE. Aquí se han exhibido, en este año del bicentenario, las más sofisticadas tecnologías desarrolladas, principalmente, en Europa y Estados Unidos. La atracción del año 2010 ha sido el  F-22 “Raptor”, un avión de combate con tecnología furtiva de fabricación norteamericana, que nada tiene que envidiar a los diseños de la más afiebrada nave de ciencia ficción y que ha dejado embobados a nuestros niños.

Este tipo de ferias son organizadas en diversos países alrededor del mundo por grandes empresas globales fabricantes de material bélico, como una manera de promover sus productos. Como se sabe, la venta de armas y pertrechos militares constituye uno de los grandes negocios del presente en el mundo entero, beneficiando a los centros proveedores en Estados Unidos, Rusia, Europa, China e Israel.  América Latina es parte activa de esta verdadera “cultura de la muerte”.

Las adquisiciones bélicas en la región sudamericana han aumentado un 22% en el último quinquenio, Chile, Venezuela y Brasil encabezan la lista de gastos militares, según consigna un informe difundido por el Instituto Internacional de Estudios para la Paz (SIPRI) con sede en Estocolmo, Suecia. Como ha quedado en evidencia en el reciente terremoto, nuestro país tiene problemas serios y urgentes en áreas de interés social como son la vivienda, la salud y la educación.

Nuestro primer interés es, o debiera ser, erradicar la pobreza en que están sumidos millones de compatriotas. Por tanto, comprometer una parte sustantiva del erario nacional en gastos militares, aparece como una irresponsabilidad, un despropósito y, en el límite, como una profunda inmoralidad.

Desde la perspectiva de un humanismo-crítico, la única actitud responsable en el plano internacional, frente a la presión de grandes intereses de los fabricantes de armas, es la promoción de una cultura de la paz para poner atajo a la verdadera carrera armamentista  en que están empeñadas  muchas naciones de la región.

Cada vez que un niño chileno celebra el último ingenio tecnológico capaz de matar a miles de niños en otro lugar del planeta, como está ocurriendo hoy, no estamos promoviendo una cultura de la paz sino una cultura de la muerte.

* Doctor en semiología, Universidad de La Sorbona, Francia. Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados, Universidad ARCIS, Chile.

 

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