“Ha llegado la hora de Europa”, afirmó solemnemente Ursula von der Lyen el pasado 4 de marzo, en la presentación del plan Rearm Europe. Desde entonces, se ha intentado imponer en el debate público un europeísmo exacerbado, presentado como respuesta a la política agresiva y aparentemente caótica de Donald Trump. Sin embargo, los entusiastas discursos sobre el rol geopolítico de la Unión Europea (Ue) y los ‘valores europeos’ no pueden ocultar que la Europa realmente existente no se aleja tanto del proyecto político del magnate republicano.
Samuel Samson, un asesor del Departamento de Estado de Trump criticaba una Europa que reniega de “la herencia común de la civilización occidental” y facilita la “inmigración masiva”. La realidad es que Europa es uno de los territorios del mundo que más recursos destina a blindar sus fronteras, en las que murieron más de 3.000 personas solo el año pasado. Para consuelo de Samson, los mismos líderes que exaltan los ‘valores europeos’ refuerzan día tras día unas políticas antiinmigración que no son nuevas, sino que están en la esencia del proyecto de unidad europea. En España, los CIEs se crearon en 1985, como consecuencia del Acuerdo de Schengen, que eliminaba las fronteras internas mientras levantaba muros en las externas.
Otro argumento utilizado para despertar el fervor europeísta es la defensa del libre comercio frente a la ofensiva proteccionista de Trump. Pero el libre comercio no es un principio absoluto que sea objetivamente superior al proteccionismo. Greenpeace prevé que el acuerdo de retirada de aranceles Ue-Mercosur tendrá un “impacto devastador sobre la biodiversidad, los bosques y el clima”.
La ofensiva arancelaria de Trump es un caso extremo de proteccionismo egoísta, pero la política comercial también puede servir para que un país del Sur proteja su producción agrícola de la competencia desleal del Norte, como está haciendo Senegal. El librecambismo europeo y el proteccionismo trumpista son en realidad dos estrategias que persiguen el mismo fin: los beneficios de las grandes empresas de cada bloque.
Por otro lado, el discurso de la ‘autonomía estratégica’ europea cae por su propio peso al comprobar que gran parte del plan de rearme consistirá previsiblemente en… comprar armas a Estados Unidos. Es coherente: a pesar de las diferencias entre Washington y Bruselas sobre Ucrania, como explica Serge Halimi en Le Monde diplomatique, las capitales europeas siguen bailando al compás de Estados Unidos en los principales frentes estratégicos, del Mar de China a Gaza.
La certeza inocultable de que Israel está matando de hambre a la población de la Franja ha llevado a diversos mandatarios europeos a elevar ligeramente el tono contra Benjamín Netanyahu, pero los hechos raramente han seguido a las palabras. Mientras el ministro británico dice estar “horrorizado” por el exterminio del pueblo palestino, su ejército colabora con el de Israel. Por su parte, el Gobierno alemán declaró que seguirá vendiendo armas a Netanyahu, empeñado en mantener su segundo puesto entre los países que más material bélico suministran al ejército genocida, solo superado por Estados Unidos. Aquí tampoco se percibe una diferencia fundamental entre los Estados Unidos de Trump y la Unión Europea, que sigue oficialmente asociada a Israel.
Una de las manifestaciones más sorprendentes del revival europeísta ha sido un victimismo que presenta Europa como un territorio solidario, desvalido y desarmado, que necesita multiplicar su inversión en armamento porque se encuentra amenazado por peligros inminentes. Ya lo dijo Josep Borrell: “Europa es un jardín, la mayor parte del mundo es una jungla, y la jungla podría invadir el jardín”.
Lo cierto es que los pacíficos jardineros están armados hasta los dientes y son responsables de gran parte de lo que pasa en el resto del mundo. Reino Unido y Francia son potencias nucleares, el gasto militar europeo es mayor que el de China y 2,5 veces superior al de Rusia. Además, Europa mantiene con buena parte del Sur global relaciones neocoloniales que no distan mucho del imperialismo estadounidense: acuerdos comerciales que perpetúan la pobreza en países africanos, un extractivismo exacerbado, presencia militar en numerosos Estados… Por no hablar de la colaboración sistemática con Estados Unidos, incluida la participación en intervenciones militares como las de Afganistán, Irak y Libia.
La realidad es bien distinta del retrato idealizado de un bloque geopolítico guiado por valores, opuesto al imperialismo estadounidense. La Europa que mata por omisión o por delegación a miles de personas en sus fronteras, que estigmatiza y persigue a las personas migrantes, que perpetúa la pobreza en el Sur global y colabora con el genocidio en Gaza es una Europa que recuerda peligrosamente a los Estados Unidos de Donald Trump.
* Periodista y profesor de Ciencia Política en la UAB.
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