Una prensa que avergüenza

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Todos debemos sentirnos libres de asumir la posición que queramos respecto de los distintos regímenes políticos que imperan en el mundo y el continente. Sin embargo, lo que nunca será legítimo es alentar a las grandes potencias para que contravengan el principio de la libre determinación de los pueblos. Cada país es soberano y tiene el derecho de darse la administración que desee. Las eventuales violaciones de los Derechos Humanos pueden y deben ser denunciadas, pero ante los tribunales internacionales, para que sean estos los que impongan las sanciones correspondientes.

No es posible postular el derecho de las grandes potencias para intervenir por la fuerza en contra de los regímenes que no les gustan, intimidando a los países más débiles, invadiendo sus territorios o, incluso, eliminando a aquellos líderes que no son de su agrado o conveniencia. El mundo se ha ido sometiendo a la pretensión de los Estados Unidos de erigirse en un gran árbitro mundial, lo que constantemente los lleva a derrocar gobiernos, eliminar a sus líderes, como a apropiarse de los recursos naturales que ofrecen los países que están bajo la mira de satisfacer sus intereses.

Estas injerencias en los asuntos de otros estados ha sido una costumbre permanente del gobierno de los Estados Unidos. Es cuestión de recordar la guerra contra Vietnam, sus agresiones en Afganistán, Siria, Libia y otras naciones que tuvieron que lamentar la muerte de cientos de miles de seres humanos.

Sin embargo, la idea ahora es amedrentar a Venezuela, Cuba, Nicaragua e incluso a México, Brasil, Colombia y otros países soberanos. Como también podría afectar a Chile más adelante, tal como ocurriera en 1973 con la instalación de la dictadura pinochetista. A la Casa Blanca nada le cuesta inventar pretextos, aunque después el tiempo se encargue de desacreditarlos.

Ante estas amenazas, que ahora son más explícitas y desfachatadas con Donald Trump, nuestras naciones debieran coordinarse para encarar la nueva oleada imperialista. Estados Unidos es la principal potencia militar del mundo, pero la unidad de nuestras naciones puede frenar sus pretensiones en contra del derecho internacional y nuestras soberanías.

Pero hoy resulta más difícil oponerse a sus propósitos, cuando desde el seno de los propios países de nuestra región hay tantas voces que alientan su intervención para derrocar y, si le es posible, matar a los gobernantes que no les son serviles. En este sentido, sus magnicidios han sido abundantes en la historia.

No es abusivo suponer que lo que desea Trump es convertirse en un nuevo emperador mundial, avalado, incluso, por varios países de Europa y del mundo. En esto, nada difiere de un Hitler o un Mussolini que en la falsa prédica de prevenir las guerras y colaborar a la paz mundial finalmente condenaron a sus pueblos a baños de sangre y destrucción.

El apoyo sostenido, millonario y letal otorgado al genocida gobierno de Israel en la franja palestina de Gaza corrobora plenamente lo que señalamos. Complicidad que conspira contra la paz en el Medio Oriente, en el interés de la Casa Blanca de vender armas e imponer su sucio y criminal negocio. En este caso es que a Trump le bastaría solo mover un dedo para acabar con esta cobarde y horrible invasión sionista. En efecto, no hay país más dependiente en el mundo que el de Netanyahu respecto de la hegemonía estadounidense.

No podemos sino lamentar con mucha desazón el papel que juegan nuestros grandes medios de comunicación respecto del cometido estadounidense, especialmente los canales y cadenas de televisión nacionales y transnacionales. Al unísono, sus autodenominados “rostros” televisivos intervienen en sus noticiarios para alentar la acción de los Estados Unidos en el territorio de nuestros países hermanos. Lo hacen con una ignorancia garrafal como temeraria, alentando sin plantearse en lo más mínimo que esta injerencia es contraria al derecho internacional y a la sana diversidad cultural y convivencia mundial.

Con estos supuestos periodistas actúan, también, políticos y analistas que en el pasado repudiaron como debían la injerencia norteamericana en nuestros asuntos internos. En una fatal falta de memoria e inconsecuencia ideológica que, por lo demás, traiciona a Allende y tantos gobernantes que en el pasado lucharon por nuestra independencia, soberanía y dignidad. Rendidos algunos ante la Casa Blanca, regaloneados con viajes y embajadas. Así como también con recursos para sostener sus espurios medios de comunicación, además de financiar sus colectividades políticas.

Pero lo que más irrita es que se denominen periodistas quienes a diario manifiestan su obsecuente actitud y desinformación. Su completa falta de independencia y, repetimos, incompetencia. Debe ser porque su pertenencia a estos medios depende ahora mucho más de sus atributos anatómicos que de su capacidad de entender el mundo y reclamar autonomía en su quehacer. Hijos de un tiempo en que las escuelas de periodismo y los medios renunciaron a su independencia, sentido crítico y ética profesional. Ni hablar de su vocación latinoamericanista y tercermundista que en el pasado se proponían sus programas de estudio.

Qué habilidad para descubrir la “paja en el ojo ajeno” de algunos países, sin considerar para nada “la viga” que enceguece a nuestros gobiernos supuestamente democráticos. Haciendo caso omiso de la falta de diversidad informativa de nuestra prensa, que es en realidad una de las condiciones sustanciales de toda democracia efectiva. Quizás sin darse cuenta que da lo mismo sintonizar cualquier canal de televisión para “informarse” sobre el mundo.

Además, ni qué decir respecto de sus obnubiladas visiones sobre nuestros niveles de pobreza y falta de derechos fundamentales como el de la salud, la vivienda y la educación. Haciéndonos creer que ya pertenecemos al Primer Mundo, libres del subdesarrollo. Alentando, además, las políticas xenófobas y fratricidas. Sin constatar, tampoco, que las banderas de la izquierda hoy las portan los derechistas, los mismos que fueron o siguen siendo pinochetistas.

En este sentido, cualquiera sea también la opinión que nos merezcan los regímenes políticos de China, Rusia, India, Corea del Norte y otra decena de naciones, debe verse como saludable la unidad estratégica que sus gobiernos están consolidando para terminar con la hegemonía estadounidense en el mundo. Una suerte para los países no alineados e, incluso, para la paz mundial. Pero nuestros medios de comunicación están más preocupados de cubrir y alentar la provocación de Trump en Sudamérica que de referirse a la reciente consolidación de acuerdos de las grandes potencias asiáticas, ya que esta prensa es incapaz de entender este fenómeno.

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